El sonido del silencio (Bamidbar 5783)

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Bamidbar generalmente se lee el Shabat antes de Shavuot. De esta forma los  sabios conectaron ambas fechas entre sí. Shavuot corresponde a la época de la  entrega de la Torá. Bamidbar significa “en el desierto”. ¿Cuál es entonces, la  conexión entre el desierto y la Torá, el vacío y la palabra de Dios? 

Los sabios lo interpretaron de diversas formas. Según la Mejiltá, la Torá fue  entregada pública y abiertamente, y en un lugar que no pertenecía a nadie, pues  si lo hubiera sido en la tierra de Israel, los judíos hubieran dicho a las naciones  del mundo “Ustedes no tienen parte alguna en esto”. En cambio, cualquiera que  quiera aceptarlo, que venga y lo haga.(1) 

Otra explicación: si hubiera sido dada en Israel, las demás naciones tendrían  una excusa para no aceptarla. Esto se asocia con la tradición rabínica que dice  que antes de entregar la Torá a los israelitas, fue ofrecida a todas las demás  naciones y cada una encontró un motivo para rechazarla.(2) 

Y una más: así como el desierto es gratuito – no cuesta nada entrar en él – así de  gratuita es la Torá, es el obsequio que Dios nos dio a nosotros. (3) 

Pero hay otra razón, más espiritual. El desierto es un lugar de silencio. No hay  ninguna distracción visual, ningún ruido ambiental que amortigüe el sonido. Es  bien cierto que cuando los israelitas recibieron la Torá había relámpagos,  truenos y el sonido de un shofar. La tierra parecía temblar en sus cimientos.  Pero más tarde, cuando el profeta Elías se irguió en esa misma montaña luego  de confrontar con los profetas de Baal, se encontró con la voz de Dios, no en los  remolinos de viento ni en el fuego y tampoco en los temblores de la tierra sino  en la kol demamá daká, la pequeña, suave voz, literalmente “el sonido del  delicado silencio” (Reyes I 19:9-12). Yo lo defino como el sonido que solo se puede oír si uno  está escuchando. En el silencio del midbar, el desierto, se puede oír al Medaber, El que habla, y el medubar, aquello que ha sido hablado. Para oír la voz de Dios es necesario un silencio de escucha en el alma. 

Hace muchos años la televisión británica produjo una serie documental, The  Long Search (La larga búsqueda) sobre las grandes religiones del mundo. (4)  Cuando llegó el turno del judaísmo, el presentador Ronald Eyre quedó  sorprendido por el zumbido, la confusión floreciente y las fuertes voces de  discusión que partían del Bet Midrash, la casa de estudio. Comentando esto con  Elie Wiesel, le preguntó: “¿Existe tal cosa como el silencio en el judaísmo?”  Wiesel le contestó: “El judaísmo está repleto de silencios…pero no hablamos de ellos.” 

El judaísmo es una cultura muy verbal, una religión de palabras santas. Por  medio de las palabras Dios creó el universo: “Y Dios dijo, que se haga…y se  hizo.” De acuerdo al Targum, es nuestra capacidad de hablar que nos hace  humanos. Traduce en la frase “y el hombre se transformó en un alma  viviente” (Gen 2:7) en “y el hombre se transformó en un alma parlante.” Las  palabras crean. Las palabras comunican. Nuestras relaciones se modelan, para  bien o para mal, por medio del lenguaje. Gran parte del judaísmo tiene que ver  con el poder de las palabras de crear o destruir mundos. 

Por eso, el silencio del Tanaj tiene connotaciones negativas. “Aaron calló”, dice  la Torá luego de la muerte de sus hijos Nadav y Abihu (Lev. 10:3). “Los muertos  no te alaban” dice el Salmo 115 “y tampoco lo hacen aquellos que bajan al  silencio (de la tumba)”, cuando los amigos de Job vinieron a reconfortarlo por la  pérdida de sus hijos y por otras aflicciones. “Se sentaron con él en el suelo  durante siete días y siete noches, pero ninguno le dirigió la palabra pues vieron  que su dolor era muy grande.” (Job 2:3). 

Pero no todo silencio es tristeza. Los Salmos nos dicen que “para Ti, el silencio  es alabanza” (Sal. 65:2). Si realmente estamos pasmados por la grandeza de  Dios, por lo vasto del universo y por la casi infinita extensión del tiempo,  nuestras emociones más profundas excederán las palabras y experimentaremos  una comunión en silencio. 

Los sabios valoraban el silencio, lo llamaban “un cerco a la sabiduría”(Mishná Avot 3:13). Si las  palabras valen una moneda, el silencio vale dos (Meguilá 18a). R. Shimon ben Gamliel dijo,  “En todos mis días he crecido entre sabios, y no encontré nada mejor que el  silencio.” (Mishná Avot 1:17) 

El servicio de los sacerdotes en el Templo iba acompañado por el silencio. Los  levitas cantaban en el atrio exterior, pero los sacerdotes – a diferencia de su  contrapartida en otras religiones antiguas – no cantaban ni hablaban durante  los sacrificios. Un estudioso, Israel Knohl, ha hablado del “silencio del santuario.” El Zohar  (2a) habla del silencio como el medio en que el Santuario superior y el Santuario  inferior son creados.

Hubo judíos que cultivaron el silencio como disciplina espiritual. Los jasidim  de Breslov meditan en los campos. Hay judíos que practican taanit dibur, un  “ayuno de palabras.” Nuestro rezo más profundo, la expresión individual de la  Amidá se llama tefilá be-lajash, el “rezo silencioso.” Está basado en el  antecedente de Jana, que rezaba para tener un hijo. “Habló desde el corazón.  Sus labios se movían pero su voz no se escuchaba.” (Sam. I 1:13).  

Dios oye nuestro llanto silencioso. En el relato agonizante de cómo Sara le dijo a  Abraham que eche a Hagar y a su hijo, la Torá nos dice que cuando se les acabó  el agua y el joven Ismael estaba a punto de morir, Hagar lloró, pero Dios oyó “la voz del niño” (Gén. 21:16-17). Anteriormente, cuando los ángeles visitaron a  Abraham y le dijeron que Sara iba a tener un hijo, Sara rió internamente, o sea,  silenciosamente, pero fue escuchada por Dios (Gén. 18:12-13). Dios oye nuestros  pensamientos aunque no hayan sido expresados en palabras. 

El silencio que importa en el judaísmo, es el silencio de escuchar – y escuchar es  el arte religioso supremo. Escuchar significa dejar un espacio para que otros  hablen y sean oídos. Como señalé en mi comentario en el Sidur(5), no existe  palabra en inglés que ni remotamente iguale el verbo hebreo sh-m-a en su  amplio rango de significados: escuchar, oír, prestar atención, comprender,  internalizar y responder con hechos.  

Este fue uno de los factores determinantes del pacto de Sinaí, cuando los  israelitas, dijeron dos veces “Todo lo que dice Dios, haremos,” luego exclamaron  “Todo lo que dijo Dios haremos y escucharemos (ve-nishmá)” (Ex. 24:7). Es nishmá –  escuchar, oír, acatar, responder – el acto religioso determinante. 

Por lo tanto el judaísmo no es solamente una religión de hacer-y-hablar; es  también una religión de escuchar. La fe es la capacidad de escuchar la música  debajo del ruido. Está la música silenciosa de las esferas, de la cual habla el  Salmo 19:  

Los cielos declaran la gloria de Dios 

El firmamento proclama el trabajo de Sus manos.

Día a día derraman discursos,

Noche a noche comunica sabiduría, 

No hay discursos, no hay palabras,

Su voz no es oída.

Pero su música es transmitida por toda la tierra. 

Ahí está la voz de la historia que fue escuchada por los profetas. Y ahí está la voz  imponente del Sinaí que continúa hablándonos a través del abismo del tiempo.  A veces pienso que la gente de la era moderna encuentra problemático el  concepto de “Torá del Cielo”, no por algún nuevo descubrimiento arqueológico,  sino porque hemos perdido el hábito de escuchar el sonido de la trascendencia,  la voz que va más allá de lo meramente humano. 

Resulta fascinante que después de su frecuentemente fracturada relación con el  judaísmo, Sigmund Freíd creó dentro del psicoanálisis una forma de curación profundamente judía. Él mismo lo llamó “curación por el habla” pero en  realidad es la curación por la escucha. Casi todas las formas efectivas de psicoterapia implican escuchar en profundidad. 

¿Hay suficiente escucha en el mundo judío hoy? En el matrimonio, ¿escuchamos  realmente a nuestra pareja? ¿Como padres, escuchamos de verdad a nuestros  hijos? ¿Como líderes, percibimos los temores silenciosos de aquellos que  deseamos guiar? ¿Internalizamos la sensación de dolor de las personas que se  sienten excluidas de la comunidad? ¿Podemos realmente proclamar que  escuchamos la voz de Dios si no logramos escuchar las voces de nuestros  hermanos? 

En su poema ‘A la memoria de W.B. Yeats’, W.H. Auden escribió:  

En los desiertos del corazón 

Que comiencen las fuentes de la curación. De vez en cuando debemos apartarnos del ruido y del vértigo del mundo  social y crear en nuestros corazones la quietud del desierto, donde, en el  silencio, podamos oír el kol demamá daká, la suave, pequeña voz de Dios,  diciéndonos que somos queridos, que somos escuchados, que somos  abrazados por los brazos eternos de Dios, que no estamos solos.(6)

 


  1. ¿Qué otro lugar podría haber elegido Dios para entregar la Torá a los Hijos de Israel? ¿Por qué crees que Él eligió el desierto?
  2. ¿Por qué es importante escuchar? ¿Por qué es el “arte religioso supremo”?
  3. ¿Te resulta difícil escuchar? ¿Cómo puedes mejorar esta capacidad?

Fuentes

  1. Mejiltá,Yitró, Bajodesh, 1.  
  2. Ibid., .5.
  3. Ibid.
  4. BBC televisión, emitido por primera vez en 1977.
  5. Koren Shalem Sidur  
  6. Ver Bereshit, “El arte de escuchar”, y Ekev, “La espiritualidad de escuchar” para más sobre el tema de escuchar.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin