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Bamidbar generalmente se lee el Shabat antes de Shavuot. De esta forma los sabios conectaron ambas fechas entre sí. Shavuot corresponde a la época de la entrega de la Torá. Bamidbar significa “en el desierto”. ¿Cuál es entonces, la conexión entre el desierto y la Torá, el vacío y la palabra de Dios?
Los sabios lo interpretaron de diversas formas. Según la Mejiltá, la Torá fue entregada pública y abiertamente, y en un lugar que no pertenecía a nadie, pues si lo hubiera sido en la tierra de Israel, los judíos hubieran dicho a las naciones del mundo “Ustedes no tienen parte alguna en esto”. En cambio, cualquiera que quiera aceptarlo, que venga y lo haga.(1)
Otra explicación: si hubiera sido dada en Israel, las demás naciones tendrían una excusa para no aceptarla. Esto se asocia con la tradición rabínica que dice que antes de entregar la Torá a los israelitas, fue ofrecida a todas las demás naciones y cada una encontró un motivo para rechazarla.(2)
Y una más: así como el desierto es gratuito – no cuesta nada entrar en él – así de gratuita es la Torá, es el obsequio que Dios nos dio a nosotros. (3)
Pero hay otra razón, más espiritual. El desierto es un lugar de silencio. No hay ninguna distracción visual, ningún ruido ambiental que amortigüe el sonido. Es bien cierto que cuando los israelitas recibieron la Torá había relámpagos, truenos y el sonido de un shofar. La tierra parecía temblar en sus cimientos. Pero más tarde, cuando el profeta Elías se irguió en esa misma montaña luego de confrontar con los profetas de Baal, se encontró con la voz de Dios, no en los remolinos de viento ni en el fuego y tampoco en los temblores de la tierra sino en la kol demamá daká, la pequeña, suave voz, literalmente “el sonido del delicado silencio” (Reyes I 19:9-12). Yo lo defino como el sonido que solo se puede oír si uno está escuchando. En el silencio del midbar, el desierto, se puede oír al Medaber, El que habla, y el medubar, aquello que ha sido hablado. Para oír la voz de Dios es necesario un silencio de escucha en el alma.
Hace muchos años la televisión británica produjo una serie documental, The Long Search (La larga búsqueda) sobre las grandes religiones del mundo. (4) Cuando llegó el turno del judaísmo, el presentador Ronald Eyre quedó sorprendido por el zumbido, la confusión floreciente y las fuertes voces de discusión que partían del Bet Midrash, la casa de estudio. Comentando esto con Elie Wiesel, le preguntó: “¿Existe tal cosa como el silencio en el judaísmo?” Wiesel le contestó: “El judaísmo está repleto de silencios…pero no hablamos de ellos.”
El judaísmo es una cultura muy verbal, una religión de palabras santas. Por medio de las palabras Dios creó el universo: “Y Dios dijo, que se haga…y se hizo.” De acuerdo al Targum, es nuestra capacidad de hablar que nos hace humanos. Traduce en la frase “y el hombre se transformó en un alma viviente” (Gen 2:7) en “y el hombre se transformó en un alma parlante.” Las palabras crean. Las palabras comunican. Nuestras relaciones se modelan, para bien o para mal, por medio del lenguaje. Gran parte del judaísmo tiene que ver con el poder de las palabras de crear o destruir mundos.
Por eso, el silencio del Tanaj tiene connotaciones negativas. “Aaron calló”, dice la Torá luego de la muerte de sus hijos Nadav y Abihu (Lev. 10:3). “Los muertos no te alaban” dice el Salmo 115 “y tampoco lo hacen aquellos que bajan al silencio (de la tumba)”, cuando los amigos de Job vinieron a reconfortarlo por la pérdida de sus hijos y por otras aflicciones. “Se sentaron con él en el suelo durante siete días y siete noches, pero ninguno le dirigió la palabra pues vieron que su dolor era muy grande.” (Job 2:3).
Pero no todo silencio es tristeza. Los Salmos nos dicen que “para Ti, el silencio es alabanza” (Sal. 65:2). Si realmente estamos pasmados por la grandeza de Dios, por lo vasto del universo y por la casi infinita extensión del tiempo, nuestras emociones más profundas excederán las palabras y experimentaremos una comunión en silencio.
Los sabios valoraban el silencio, lo llamaban “un cerco a la sabiduría”(Mishná Avot 3:13). Si las palabras valen una moneda, el silencio vale dos (Meguilá 18a). R. Shimon ben Gamliel dijo, “En todos mis días he crecido entre sabios, y no encontré nada mejor que el silencio.” (Mishná Avot 1:17)
El servicio de los sacerdotes en el Templo iba acompañado por el silencio. Los levitas cantaban en el atrio exterior, pero los sacerdotes – a diferencia de su contrapartida en otras religiones antiguas – no cantaban ni hablaban durante los sacrificios. Un estudioso, Israel Knohl, ha hablado del “silencio del santuario.” El Zohar (2a) habla del silencio como el medio en que el Santuario superior y el Santuario inferior son creados.
Hubo judíos que cultivaron el silencio como disciplina espiritual. Los jasidim de Breslov meditan en los campos. Hay judíos que practican taanit dibur, un “ayuno de palabras.” Nuestro rezo más profundo, la expresión individual de la Amidá se llama tefilá be-lajash, el “rezo silencioso.” Está basado en el antecedente de Jana, que rezaba para tener un hijo. “Habló desde el corazón. Sus labios se movían pero su voz no se escuchaba.” (Sam. I 1:13).
Dios oye nuestro llanto silencioso. En el relato agonizante de cómo Sara le dijo a Abraham que eche a Hagar y a su hijo, la Torá nos dice que cuando se les acabó el agua y el joven Ismael estaba a punto de morir, Hagar lloró, pero Dios oyó “la voz del niño” (Gén. 21:16-17). Anteriormente, cuando los ángeles visitaron a Abraham y le dijeron que Sara iba a tener un hijo, Sara rió internamente, o sea, silenciosamente, pero fue escuchada por Dios (Gén. 18:12-13). Dios oye nuestros pensamientos aunque no hayan sido expresados en palabras.
El silencio que importa en el judaísmo, es el silencio de escuchar – y escuchar es el arte religioso supremo. Escuchar significa dejar un espacio para que otros hablen y sean oídos. Como señalé en mi comentario en el Sidur(5), no existe palabra en inglés que ni remotamente iguale el verbo hebreo sh-m-a en su amplio rango de significados: escuchar, oír, prestar atención, comprender, internalizar y responder con hechos.
Este fue uno de los factores determinantes del pacto de Sinaí, cuando los israelitas, dijeron dos veces “Todo lo que dice Dios, haremos,” luego exclamaron “Todo lo que dijo Dios haremos y escucharemos (ve-nishmá)” (Ex. 24:7). Es nishmá – escuchar, oír, acatar, responder – el acto religioso determinante.
Por lo tanto el judaísmo no es solamente una religión de hacer-y-hablar; es también una religión de escuchar. La fe es la capacidad de escuchar la música debajo del ruido. Está la música silenciosa de las esferas, de la cual habla el Salmo 19:
Los cielos declaran la gloria de Dios
El firmamento proclama el trabajo de Sus manos.
Día a día derraman discursos,
Noche a noche comunica sabiduría,
No hay discursos, no hay palabras,
Su voz no es oída.
Pero su música es transmitida por toda la tierra.
Ahí está la voz de la historia que fue escuchada por los profetas. Y ahí está la voz imponente del Sinaí que continúa hablándonos a través del abismo del tiempo. A veces pienso que la gente de la era moderna encuentra problemático el concepto de “Torá del Cielo”, no por algún nuevo descubrimiento arqueológico, sino porque hemos perdido el hábito de escuchar el sonido de la trascendencia, la voz que va más allá de lo meramente humano.
Resulta fascinante que después de su frecuentemente fracturada relación con el judaísmo, Sigmund Freíd creó dentro del psicoanálisis una forma de curación profundamente judía. Él mismo lo llamó “curación por el habla” pero en realidad es la curación por la escucha. Casi todas las formas efectivas de psicoterapia implican escuchar en profundidad.
¿Hay suficiente escucha en el mundo judío hoy? En el matrimonio, ¿escuchamos realmente a nuestra pareja? ¿Como padres, escuchamos de verdad a nuestros hijos? ¿Como líderes, percibimos los temores silenciosos de aquellos que deseamos guiar? ¿Internalizamos la sensación de dolor de las personas que se sienten excluidas de la comunidad? ¿Podemos realmente proclamar que escuchamos la voz de Dios si no logramos escuchar las voces de nuestros hermanos?
En su poema ‘A la memoria de W.B. Yeats’, W.H. Auden escribió:
En los desiertos del corazón
Que comiencen las fuentes de la curación. De vez en cuando debemos apartarnos del ruido y del vértigo del mundo social y crear en nuestros corazones la quietud del desierto, donde, en el silencio, podamos oír el kol demamá daká, la suave, pequeña voz de Dios, diciéndonos que somos queridos, que somos escuchados, que somos abrazados por los brazos eternos de Dios, que no estamos solos.(6)

- ¿Qué otro lugar podría haber elegido Dios para entregar la Torá a los Hijos de Israel? ¿Por qué crees que Él eligió el desierto?
- ¿Por qué es importante escuchar? ¿Por qué es el “arte religioso supremo”?
- ¿Te resulta difícil escuchar? ¿Cómo puedes mejorar esta capacidad?
Fuentes
- Mejiltá,Yitró, Bajodesh, 1.
- Ibid., .5.
- Ibid.
- BBC televisión, emitido por primera vez en 1977.
- Koren Shalem Sidur
- Ver Bereshit, “El arte de escuchar”, y Ekev, “La espiritualidad de escuchar” para más sobre el tema de escuchar.
Traductores
Carlos Betesh
Editores
Abraham Maravankin