La bendición del amor (Nasó 5783)

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Con sus 176 versículos, Nasó es la más extensa de las parashot. Sin  embargo, uno de los pasajes más conmovedores, que además es uno de  los que más impacto ha producido en el curso de la historia, es realmente  muy corto, es conocido por casi todos los judíos, y es la bendición  sacerdotal. 

El Señor le dijo a Moshé:

“Dile a Aaron y a sus hijos: Así bendecirán  a los israelitas. Diles a ellos: ‘Que el Señor te bendiga y te proteja; Que el Señor ilumine Su rostro hacia ti y te conceda Su  gracia; Que el Señor torne Su rostro hacia ti y te conceda la paz.’ Pondrán Mi nombre sobre los hijos de Israel y Yo los bendeciré.” (Num. 6:23-27) 

Este es uno de los más antiguos textos de oración. Fue usado por los  sacerdotes en el Templo. Es pronunciado hoy en día por los cohanim en la  repetición de la Amidá, en Israel, todos los días, y en la mayoría de los  países de la diáspora sólo en las festividades. Es recitado por los padres  cuando bendicen a sus hijos los viernes a la noche. Es habitual dedicarlo a  los novios en la jupá. Es la más simple y la más hermosa de todas las  bendiciones.

También aparece en los textos bíblicos más antiguos que han  perdurado hasta el día de hoy. En 1979 el arqueólogo Gabriel Barkay  estaba examinando grutas funerarias en Ketef Hinnon, cerca de las  murallas de Jerusalem, en el lugar donde actualmente está emplazado el  Menahem Begin Heritage Center. Un joven de trece años que lo asistía,descubrió que debajo del piso de una de las grutas había una cámara  escondida. En ese lugar encontraron casi mil objetos incluyendo dos  pequeños rollos de plata de no más de 2.5 cm de altura. 

Eran tan frágiles, que les llevó tres años encontrar la manera de  desenrollarlos sin que se desintegren. Los rollos resultaron ser kemayot, amuletos, conteniendo, entre otros textos, las bendiciones sacerdotales.  Fueron datados científicamente en el siglo VI a.e.c., en la época de  Jeremías y de los últimos días del Primer Templo, cuatro siglos antes de 

los más antiguos textos bíblicos conocidos hasta el momento, los Rollos  del Mar Muerto. Los amuletos están expuestos en el Museo de Israel, un  testimonio de la antigüedad de la conexión de los judíos con su tierra y de  la continuidad de la fe judía. 

Lo que les otorga a esos versos tanta fuerza es su simplicidad y su  belleza. Tienen una sólida estructura rítmica. Cada frase contiene tres,  cinco y siete palabras respectivamente. En cada una de ellas, la segunda  palabra es “el Señor”. En las tres, la primera parte se refiere a una  actividad concerniente a Dios: – “bendiga”, “ilumine Su rostro”, “torne Su  rostro”. La segunda parte describe el efecto de la bendición sobre  nosotros, dándonos protección, gracia y paz. 

En cierta forma también se conectan con la intimidad. El primer  versículo, “Que el Señor te bendiga y te proteja”, refiere, como observan  los estudiosos, a bendiciones materiales: sustento, salud física y otros. El  segundo, “Que el Señor torne Su rostro hacia ti y te agracie” concierne a la  bendición moral. Hen, gracia, es lo que mostramos a otras personas y  ellos a nosotros. Es interpersonal. Aquí estamos pidiéndole a Dios que nos  dé algo de Su gracia a nosotros y también a otros, para que podamos vivir  unidos, sin las envidias y disputas que pueden envenenar las relaciones. 

El tercero es el más introspectivo de todos. Hay un hermoso cuento  en el que una multitud de personas se congrega en una montaña para  observar el paso de una gran nave. Un niño saludaba enérgicamente, y  una de las personas presentes le preguntó por qué lo hacía. “Lo hago para  que el capitán del barco me vea y me salude a mí”. “Pero”, dijo el hombre, “el barco está muy lejos y aquí hay mucha gente. ¿Qué te hace pensar que  el capitán te podrá ver?” “Porque,” dijo el niño “el capitán es mi papá. Va  a estar buscándome entre la multitud.” 

Eso es lo que a grandes rasgos quiere decir “Que el Señor torne Su  rostro hacia ti”. Hay siete mil millones de personas en la faz de la tierra.  ¿Qué nos hace ser más que una cara en la multitud, una ola en el océano, un  grano de arena en la orilla del mar? El hecho de que somos hijos de  Dios. Él es nuestro padre. Torna su rostro hacia nosotros. Le importa. 

El Dios de Abraham no es una fuerza natural ni tampoco la  sumatoria de todas las fuerzas de la naturaleza combinadas. Un tsunami  no se detiene para preguntar quién será su víctima. No hay nada personal  en un terremoto o un tornado. La palabra Elokim significa algo así como  “la fuerza de las fuerzas, la causa de las causas, la totalidad de todas las leyes científicamente descubribles.” Se refiere a todos los aspectos  impersonales de Dios. También se refiere al atributo de justicia, ya que la  justicia es esencialmente impersonal.  

Pero el nombre que llamamos Hashem – el nombre utilizado en las  bendiciones sacerdotales y en casi todos los textos de ese tipo – es el de  Dios en su relación con nosotros como personas, individuos, cada uno con  su particular configuración propia de esperanzas y temores, dones y  posibilidades. Hashem es el aspecto de Dios que nos permite usar el  nombre “Tú”. Él es el Dios que nos habla y que escucha cuando Le  hablamos. Cómo ocurre esto, no lo sabemos, pero el hecho de que sí  ocurre es esencial para la fe judía.  

El llamar a Dios Hashem es una confirmación trascendental del  significado del esquema de las cosas. Nosotros valemos como individuos  porque Dios nos cuida como lo hace un padre con su hijo. Ese es uno de  los motivos por los cuales las bendiciones sacerdotales están todas en  singular, para enfatizar que Dios nos bendice, no sólo colectivamente sino  también individualmente. Como dijeron los sabios, una vida es como el  universo. (1)

De ahí el significado de la última bendición. Saber que Dios tornó  Su rostro hacia nosotros – que no somos sólo una cara no identificable en  la multitud sino que Dios se relaciona con nuestra singularidad e  individualidad – es la más profunda y definitiva fuente de paz. La  competencia, las disputas, la ilegalidad y la violencia provienen de la  necesidad psicológica de demostrar que valemos. Hacemos cosas para  comprobar que yo soy más poderoso, más rico o más exitoso que tú.  Puedo provocarte temor. Puedo someterte a mi voluntad, transformarte  en mi víctima, mi súbdito, mi esclavo. Todas estas cosas demuestran, no la  fe, sino un profundo fracaso de la fe. 

Fe significa que yo creo que a Dios le importo. Estoy aquí porque Él  quiso que estuviera. El alma que Él me dio es puro. Aunque sea como el  niño en la montaña que ve pasar la nave, sé que Dios me observa, me  contesta cuando yo Lo saludo. Esa es la más profunda fuente de paz  interior. No necesitamos comprobación alguna para recibir una bendición  de Dios. Todo lo que necesitamos saber es que Su rostro se torna hacia  nosotros. Cuando estamos en paz con nosotros mismos, podemos  comenzar a estar en paz con el resto del mundo. 

Así las bendiciones se vuelven más extensas y profundas: de la  bendición externa por los bienes materiales a la bendición impersonal de  gracia entre nosotros y los otros, hasta la más íntima de todas, la paz  mental que sobreviene cuando sentimos que Dios nos ve, nos oye, y nos  sostiene en Sus brazos eternos. 

Un detalle adicional de la bendición sacerdotal que es única, es la  bendición que los sabios definieron que debían pronunciar los cohanim por la mitzvá: “Bendito eres Tú… que nos has hecho santos con la santidad de  Aarón y que nos has ordenado bendecir a Su pueblo Israel con amor.”

Es esta última palabra, be-ahavá, la que es inusual. Parece no tener  sentido alguno. Idealmente deberíamos cumplir todos los mandamientos con amor. Pero la ausencia de amor no invalida ningún otro  mandamiento. En todo caso, la bendición como mandamiento significa  que es una forma de actuar intencionalmente. Hubo una discusión entre  los sabios acerca de si las mitzvot debían hacerse con intención (kavaná) o no(2). Pero con o sin kavaná decir la bendición de antemano revela que  tenemos la intención de cumplir con el mandamiento. Pero la intención es  una cosa, y la emoción es otra. Seguramente lo importante es que los  cohanim reciten la bendición y Dios hará lo demás. ¿Qué diferencia hay si  lo hacen con o sin amor? 

Los estudiosos discutieron acaloradamente sobre esta pregunta. Algunos dijeron que el hecho de que los cohanim estén frente a la gente es  como si fueran querubines en el Tabernáculo, cuyas caras “estaban  enfrentadas una con otra” como señal de amor. Otros cambiaron el orden  de las palabras. Dijeron que la bendición en realidad significa que “Quien  nos ha hecho santos con la santidad de Aarón y que con amor nos ha  ordenado bendecir a su pueblo Israel- “Amor” en este caso se refiere al  amor de Dios por Israel, no el de los cohanim. 

Sin embargo, a mí me parece que la explicación es esta: la Torá dice  explícitamente que aunque los cohanim dicen las palabras, es Dios el que  envía la bendición. “Pongan mi nombre sobre los israelitas, y Yo los  bendeciré.” Generalmente cuando cumplimos una mitzvá, es que nosotros  estamos haciendo algo. Pero cuando los cohanim bendicen a la gente, no están haciendo algo propio. Están actuando como canales a través de los  cuales fluyen las bendiciones hacia adentro del mundo y de nuestras  vidas. Esto sólo lo hace el amor. Amor significa que no estamos enfocados en nosotros mismos sino en el otro. Amor es abnegación. Y solo la  abnegación nos permite ser un canal a través del cual fluye una fuerza  más grande que nosotros mismos, el amor que como dijo Dante “mueve el  sol y las otras estrellas,”(3) el amor que trae nueva vida al mundo. 

Para bendecir, debemos amar, y ser bendecido es saber que  estamos siendo amados por Él, que es más vasto que el universo, y que sin  embargo torna su rostro hacia nosotros como un padre a su hijo adorado. Saber eso, es encontrar la verdadera paz espiritual.

 


  1. ¿Puedes sentir que Dios se preocupa por tí y te ve?
  2. ¿Necesitamos “ver a Dios” para fortalecer esta relación?
  3. ¿Cuál es la conexión entre Dios volviendo Su rostro hacia nosotros y nosotros experimentando paz?

Fuentes

  1. Ver Mishná Sanedrín 4:5.
  2.  Ver Rosh Hashaná 28b.
  3.  Dante Alighieri, Divina Commedia, Paradiso p. 33.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin