De la desesperación a la esperanza (Behaaloteja 5783)

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Hubo un período de mi vida en que un pasaje de la parashá de esta semana resultó ser para mí casi como una salvación. Ninguna posición de liderazgo resulta fácil, y liderar judíos es todavía más complicado. Además, el liderazgo espiritual es el más difícil de todos. Los líderes tienen generalmente frente al público un aspecto calmo, relajado, optimista y alegre. Pero detrás de esa fachada, todos experimentamos alguna vez tormentas de emoción al darnos cuenta de la profundidad de las divisiones entre la gente. Cuán insolubles son algunos de los problemas, y qué fina es la capa de hielo sobre la que estamos parados. Quizás todos vivamos estas sensaciones en algún momento de nuestras vidas, cuando sabemos dónde estamos y adónde queremos llegar, pero sencillamente no encontramos el camino. Esa es la antesala de la desesperación. 

Las veces que lo sentí, recreé el momento culminante de nuestra parashá, en la que Moshé llega a su punto más bajo. El factor precipitante parecía nimio. El pueblo se había dedicado a su pasatiempo favorito: quejarse por la comida. Con nostalgia y autoengaño recordaron el pescado que comían en Egipto, los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajo. La esclavitud se había esfumado, todo lo que quedaba eran los manjares. Podía comprenderse que Dios, con esto, estuviera muy enojado (Num. 11:10). Pero Moshé estaba más enojado aún. Sufrió una debacle emocional total. Le dijo esto a Dios: 

“¿Por qué perjudicaste a Tu siervo y por qué no he hallado gracia en Tus ojos, que has puesto toda la carga de este pueblo sobre mí? ¿Acaso he engendrado a todo el pueblo, este ? ¿Acaso lo he dado a luz, como para que me digas ‘Cárgalos en tu regazo, como carga una nodriza a un bebé de pecho’, hasta la Tierra que juraste a sus Patriarcas?”. ¿De dónde sacaré carne para alimentar a todo el pueblo este, pues me sollozan diciendo “Danos carne para alimentarnos‟ ? No puedo yo solo cargar con todo el pueblo este, pues me pesa demasiado. Más si Tú así harás conmigo, mátame si es que hallo gracia en Tus ojos, para que no contemple mi desdicha.” (Núm. 11:11-15) 

Para mí este es el modelo de la desesperación. Cuando me siento incapaz de seguir adelante, leo este pasaje y pienso: “Si no he llegado todavía a ese punto, estoy bien”. De alguna forma saber que el líder más grande del pueblo judío experimentó este nivel de oscurecimiento, me fortaleció. Me transmitió que la sensación de fracaso no significa necesariamente que he fracasado, solo indica que no he tenido éxito. Y significa menos aún que tú eres un fracaso. Por el contrario, fracasan los que arriesgan; y la voluntad de arriesgar es absolutamente indispensable si buscas, aunque sea en pequeña escala, cambiar el mundo para mejor. 

Lo impactante del Tanaj es la forma en que documenta estas oscuras noches del alma de algunos de los más grandes héroes del espíritu. Moshé no fue el único que rogó que quería morir. Tres otros profetas también lo hicieron: Eliahu (Reyes I 19:4), Jeremías (Jer. 20:7- 18) y Jonás (Jon. 4:3).(1)

Los Salmos, especialmente los atribuidos al Rey David, están repletos de instancias de desesperación: 

“Mi Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22: 2). 

“De las profundidades Te clamo a Ti” (Sal. 130:1) 

“Sálvame, Dios, pues las aguas me han llegado hasta el cuello” (Sal. 69:2) 

“Soy un hombre indefenso abandonado entre los muertos… Tú me has dejado en el pozo más profundo, en la oscuridad, en el abismo” (Sal. 88:5-7). 

Lo que nos dice el Tanaj con estas historias es profundamente liberador. La fe judía no es una receta para la beatitud o la debilidad. No es garantía para evitar dolor o desasosiego. No es lo que los estoicos llamaron apatheia, una vida no perturbada por la pasión. Tampoco es el camino al nirvana, el apaciguamiento de los sentidos por extinción del yo. Todas estas cosas tienen su propia belleza, y su contrapartida puede encontrarse en las vetas místicas del judaísmo. Pero están en otro mundo que el de los héroes y heroínas del Tanaj. 

¿Por qué? Porque el judaísmo es la fe para aquellos que buscan cambiar el mundo. Ése es uno de los fenómenos más inusuales de la historia de la humanidad. La mayoría de las religiones tienden a aceptar al mundo tal cual es. El judaísmo es una protesta contra el mundo que es, en nombre del mundo que debiera ser. Ser judío es buscar hacer una diferencia, cambiar las vidas para mejor, cicatrizar alguna de las heridas de nuestro mundo fracturado. Pero a la gente no le gusta el cambio. Por eso a Moshé, David, Eliahu y Jeremías les resultó tan difícil. 

Podemos afirmar con exactitud qué fue lo que llevó a Moshé a la desesperación. Había enfrentado desafíos parecidos con anterioridad. Allá en el libro de Éxodo el pueblo había protestado de una manera similar: 

“Si sólo hubiéramos muerto por la mano del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos frente a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos, pues nos has traído a este desierto para matar a toda la congregación de hambre” (Ex. 16:3). 

Moshé, en esa ocasión, no experimentó ninguna crisis. La gente tenía hambre y necesitaba comida. El reclamo era legítimo. 

Sin embargo, desde entonces, el pueblo experimentó dos momentos álgidos: la revelación del Monte Sinaí y la construcción del Tabernáculo. Habían llegado a estar más cerca de Dios que cualquier otra nación. Tampoco estaban hambrientos. La queja no era porque no tenían comida, ya que tenían el maná. La queja era por aburrimiento: “Ahora hemos perdido nuestro apetito (literalmente. “nuestra alma se ha secado”); ¡no vemos otra cosa que este maná!” (Ex. 11:6). Habían llegado a las alturas espirituales, pero seguían siendo los mismos recalcitrantes, desagradecidos y de mentalidad pequeña, como antes. (2)

Eso fue lo que le hizo sentir a Moshé que toda su misión había fracasado y que continuaría siendo así. Su misión fue la de ayudar a los israelitas a crear una sociedad opuesta a la de Egipto, que liberara en lugar de oprimir, que dignificara, que no esclavizara. Es por eso que el pueblo respondió con recuerdos absurdos de Egipto – los pescados, pepinos y el resto. Moshé descubrió que era fácil sacar a los israelitas de Egipto, pero difícil sacar a Egipto de dentro de ellos. Si el pueblo aún no había cambiado, era razonable concluir que nunca lo haría. Moshé estaba viendo su propia derrota. No tenía sentido continuar. 

Entonces Dios lo reconfortó. Primeramente Le dijo que reuniera setenta ancianos para compartir con él la carga del liderazgo, y después Le dijo que no se preocupara por la comida. Tendrían dentro de poco tiempo abundancia de carne, que apareció por medio de una enorme avalancha de codornices. 

Lo más impactante de esta historia es que después de esto Moshé parece otra persona. Cuando Yehoshúa le comentó que podían disputarle el liderazgo, le contestó: “¿Estás celoso de mí ? Que todas las personas del Señor fueran profetas, y que el Señor ponga Su espíritu en ellos” (Num. 11:29). En el capítulo siguiente, cuando es criticado por su propio hermano y hermana, reacciona con toda calma. Cuando Dios castiga a Miriam, Moshé ruega por ella. Es específicamente en este punto, en el extenso relato de la vida de Moshé, que la Torá expresa: “Moshé el hombre era muy humilde, más que cualquier otro hombre en la tierra.” (Num. 12:3) 

La Torá nos proporciona un detalle notable de la psicodinámica de la crisis emocional. Lo primero que nos dice es que es importante en medio de la desesperación no estar solo. El rol de Dios es actuar como reconfortante. Es Él el que saca a Moshé del pozo de la angustia. Le habla en forma directa a su preocupación. Le dice que en el futuro no tendrá que liderar él solo, tendrá la ayuda de otros. Después Le dice que no se ponga ansioso por los reclamos de la gente, tendrán tanta abundancia de carne que los saciará, y no se quejarán más por la comida. 

El principio esencial de todo esto es lo que quisieron significar los sabios cuando dijeron: “Un prisionero no puede liberarse solo de la prisión.” Se necesita a alguien que te saque de la depresión. Es por eso que el judaísmo insiste tanto en no dejar solas a las personas que están en un momento de máxima vulnerabilidad. De ahí los principios que rigen para las visitas a enfermos, reconfortar a los deudos e incluso a los que están solos (“el extranjero, el huérfano, la viuda”) en celebraciones festivas, ofreciendo hospitalidad – un acto que se dice que es “más grande que recibir a la Shejiná.” Precisamente porque la depresión aísla a uno de los demás, permanecer en soledad intensifica la desesperación. Lo que hicieron los setenta ancianos para ayudar a Moshé no está claro, pero el simple hecho de estar con él fue parte de su cura. 

Lo otro que nos dice es que sobrevivir a la desesperación es una experiencia transformadora. Es cuando la autoestima está por el suelo que súbitamente puedes darte cuenta de que la vida no trata solo de ti. Trata de otros, de los ideales, y de un sentido de misión o vocación. Lo que importa es la causa, no la persona. De eso trata la verdadera humildad. Como sabiamente dijo C. S. Lewis: La humildad no consiste en pensar menos en ti. Consiste en pensar menos acerca de ti. 

Cuando has llegado a este punto, aunque haya sido a través de experiencias de lo más hirientes, lo has hecho por ser más fuerte de lo que creías posible. Has aprendido a no privilegiar tu imagen. Has aprendido a no pensar en absoluto en términos de imagen. Eso es lo que quiso decir el Rabi Yojanan cuando afirmó: “La grandeza es humildad.” Grandeza es una vida tornada hacia afuera, para que sientas el sufrimiento de los demás más que el propio. La marca de la grandeza es la combinación de fortaleza y delicadeza que es una de las fuerzas más curativas de la vida humana. 

Moshé creyó que era un fracaso. Es bueno recordarlo cada vez que pensamos en nuestros propios fracasos. Su trayectoria desde la desesperación hasta la fortaleza de la auto disminución es uno de las grandes narrativas psicológicas de la Torá, y un tutorial eterno de esperanza.

 


  1. ¿Por qué crees que la Torá incluye historias en las que nuestros líderes enfrentan el fracaso y la desesperación?
  2. ¿Has experimentado frustración y fracaso, como Moshé en la parashá de esta semana?
  3. ¿Puedes aplicar alguno de los mensajes que Dios enseñó a Moshé para ayudarte en tiempos de crisis?

Fuentes

  1. Así lo hizo, naturalmente, Job. Pero Job no era profeta, ni tampoco, de acuerdo a muchos estudiosos, era judío. El libro de Job trata de otro tema distinto: ¿Por qué le pasan cosas malas a gente buena? Esa es una pregunta sobre Dios, no sobre la humanidad.
  2.   Observar que el texto atribuye la queja a los asafuf, la chusma, que algunos comentaristas atribuyen a la “multitud mixta” que se unió a los israelitas en el éxodo.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin