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La parashá de Matot comienza con un pasaje sobre votos y juramentos, y su anulación. Usa un vocabulario que más adelante sería adoptado y adaptado para el Kol Nidrei, la anulación de los votos en la víspera de Iom Kipur. Su aparición aquí, sin embargo, cerca del final del libro de Números, es extraña.
La Torá ha estado describiendo las últimas etapas de la travesía de los israelitas hacia la Tierra Prometida. Se había dado la orden de dividir la tierra entre las tribus. Dios le ha dicho a Moshé que se prepare para su deceso. Le pide a Dios que nombre un sucesor, cosa que Él hace. El rol le corresponde a Ioshua, aprendiz de Moshé durante años. La narrativa entonces se interrumpe para dar lugar a una extensa descripción de los sacrificios que debían ser ofrecidos en distintos días del año. En la sección siguiente, comienza la parashá de Matot con los juramentos y votos.
¿Por qué está puesta aquí? Hay una respuesta superficial: existe un vínculo verbal con el penúltimo versículo de la parashá anterior: “Esto ofrecerás al Señor en vuestras festividades, además de vuestros votos y ofrendas voluntarias. (Números 29: 39) Habiendo mencionado a los votos, la Torá ahora establece las leyes que se aplican a ellas. Esa es una explicación posible.
Sin embargo, existe otra respuesta que va directamente al corazón del proyecto: el que los israelitas se están por embarcar una vez cruzado el Jordán y conquistada la tierra. Un problema, quizás el problema al que responde la Torá es el siguiente: ¿Pueden coexistir la libertad y el orden en la esfera humana? ¿Puede existir, al mismo tiempo, una sociedad justa y libre? La Torá nos propone alternativas. Puede haber libertad y caos. Así era el mundo, plagado de violencia antes del Diluvio. También puede haber orden sin libertad. Así era Egipto, de donde fueron liberados los israelitas. ¿Hay una tercera alternativa? Si es así, ¿cómo se crea?
La respuesta de la Torá tiene que ver con el lenguaje. Recordemos que fue mediante el lenguaje que Dios creó el mundo : Y Dios dijo, que sea … y así fue…” Uno de los primeros dones que Dios le dio a la humanidad fue el lenguaje. Cuando la Torá dice “Dios creó al hombre del polvo de la tierra y sopló el hálito de vida en sus fosas nasales, y el hombre se convirtió en un ser viviente,”(Gén. 2: 7) el Targum traduce esa frase como “y el hombre se convirtió en un ser hablante”. Para el judaísmo, hablar es la vida misma.
Sin embargo, al judaísmo le interesa especialmente el uso extraordinario del lenguaje. El filósofo de Oxford J.L. Austin lo llamó “expresión performativa”. [1] Eso ocurre cuando usamos el lenguaje, no para describir algo sino para hacer algo. Así, por ejemplo, cuando el novio le dice a su prometida bajo la jupá “Tú estás prometida para mí,” no está describiendo un casamiento, se está casando. Cuando en tiempos antiguos el Bet Din declaraba la Luna Nueva (el día de Rosh Jodesh) , no estaba describiendo un hecho. Estaba creándolo, estaba transformando el día en Rosh Jodesh.
El ejemplo clave de una expresión performativa es la promesa. Cuando prometo que voy a hacer algo estoy creando una situación que antes no existía, específicamente, una obligación. Este hecho, por más pequeño que parezca, es la base del judaísmo.
Esta promesa mutua (X se compromete a hacer algo para Y, e Y hace lo propio con X) se llama pacto, y el judaísmo está basado en el pacto, específicamente el llevado a cabo entre Dios y los israelitas en el Monte Sinaí, que los unió en ese entonces y nos une hasta hoy en día. En la historia de la humanidad es el caso supremo de expresión performativa.
Dos filósofos comprendieron la significación del acto de prometer una vida moral. Uno fue Nietzsche. Esto es lo que dijo:
Criar un animal con la prerrogativa de prometer – ¿no es una tarea paradójica que la naturaleza se ha planteado con respecto a la humanidad? ¿No es el verdadero problema de la especie humana? El hombre debe realmente ser confiable, ordenado, necesario aun para su propia imagen, de forma tal que, como persona que hace una promesa, es responsable de su propio futuro . Eso es precisamente lo que constituye la larga historia de los orígenes de la responsabilidad. [2]
La otra, fue Hannah Arendt que esencialmente explicó lo que Nietzsche quiso decir. Los temas humanos están plenos de incertidumbre. Eso es porque somos libres. No sabemos cómo se comportarán otras personas o cómo reaccionarán ante una acción nuestra. Por lo tanto, nunca podemos estar seguros de la consecuencia de nuestras decisiones. La libertad parecería sustraer el orden del mundo de los seres humanos. Sabemos cómo se comportarán objetos inanimados en diferentes circunstancias. Podemos estar razonablemente seguros de cómo lo harán los animales. Pero no podemos saber de antemano cómo reaccionarán los humanos. ¿Cómo entonces podemos crear una sociedad ordenada sin quitarle la libertad a las personas?
La respuesta es la acción de prometer. Cuando prometo hacer algo, estoy asumiendo libremente una obligación de cumplirlo en el futuro. Si soy una persona conocida por respetar la palabra, he eliminado un elemento de incertidumbre de la palabra humana. Puedes confiar en mí, ya que he dado mi palabra. Cuando hago una promesa, me comprometo voluntariamente a cumplirla. Es esta capacidad de los humanos de asumir plenamente el compromiso de hacer, o dejar de hacer ciertos actos, lo que genera el orden en las relaciones entre seres humanos sin el uso coercitivo de la fuerza. [3]
“Cuando un hombre hace un voto al Señor o toma juramento comprometiéndose a una obligación, no debe incumplir su palabra: cualquiera sea lo que haya expresado, eso lo debe cumplir” (Números 30:3). No es casual que este, el segundo versículo de Matot, esté ubicado poco antes de que los israelitas estén por aproximarse a la Tierra Prometida. La institución de la promesa, de la cual los votos y juramentos a Dios son el supremo ejemplo, es esencial para la existencia de una sociedad libre. La libertad depende de que las personas cumplan con su palabra.
Otra instancia de cómo se traduce esto en la vida real aparece más adelante en la parashá. Dos tribus, las de Gad y Rubén, deciden que prefieren quedarse al este del Jordán dado que allí la tierra es más apropiada para su ganado. Después de una tensa discusión con Moshé que los acusa de faltar a sus responsabilidades para con el resto del grupo, aceptan combatir en la primera línea del ejército hasta que la conquista de la tierra se haya completado. Todo depende de que cumplan con su palabra.
Toda sociedad libre depende de la confianza, lo cual significa honrar las promesas, hacer lo que decimos que haremos. Cuando esto se quiebra, el futuro de la libertad está en riesgo. Hay un ejemplo clásico de esto en el Tanaj. Aparece en el libro de Jeremías donde el profeta describe la sociedad de su época, en la que no se podía confiar en que las personas cumplieran con su palabra:
Doblan sus lenguas como arcos;
Son valientes en la tierra por falsedad, no por honestidad;
Avanzan de mal en mal.
No Me hacen caso – declara el Señor.
Ten cuidado de tus amigos,
No confíes ni en tu hermano,
Pues cada uno de ellos es un impostor, y cada amigo un difamador.
El amigo engaña al amigo, y nadie dice la verdad.
Han enseñado a las lenguas a mentir; se cansan de pecar.
Vives en medio del engaño, en el engaño se niegan a hacerme caso a Mí – declara el Señor (Jer. 9: 2-5)
Esta es la situación de una sociedad que estaba por perder la libertad en manos de los babilonios. Nunca fue recuperada plenamente.
Si cae la confianza, se derrumban las relaciones sociales. La sociedad dependerá entonces de los que ejercen el poder o alguna forma del uso de la fuerza. Cuando la misma se emplea ampliamente la sociedad ya no es libre. La única forma en que los seres humanos pueden formar relaciones colaborativas y de cooperación sin recurrir a la fuerza, es mediante compromisos verbales honrados por quienes las ejecutan.
La libertad requiere confianza. La confianza hace que las personas cumplan con su palabra, y cumplir con la palabra significa considerar a las palabras como sagradas, y los votos y juramentos como sacrosantos. Solo en circunstancias muy especiales y precisamente formuladas puedes liberarte del compromiso. Es por eso que cuando los israelitas se hallaban próximos a la Tierra Sagrada donde estaban por crear una sociedad libre, era necesario recordarles del carácter sagrado de los votos y de los juramentos.
La tentación de faltar a la palabra cuando significa una ventaja, es a veces abrumadora. Es por eso que creer en Dios: un Dios que registra todo lo que pensamos, decimos y hacemos y que hace que seamos responsables de nuestros compromisos, es tan fundamental. Aunque ahora nos resulte extraño, John Locke, el padre de la tolerancia y el liberalismo, sostuvo que no se debía incluir a los ateos con los ciudadanos, porque al no creer en Dios, no se les podía tener confianza de que honren su palabra. [4]
Al comprender esto, podemos ahora entender que la aparición de las leyes de votos y juramentos al final del libro de Números, al aproximarse los israelitas a la tierra de Israel no es casual, y la moraleja de esta historia es relevante aún al día de hoy. Una sociedad libre depende de la confianza. La confianza depende de honrar la palabra. Esa es la forma en que los humanos imitan a Dios, al usar el lenguaje para crear. Las palabras crean obligaciones morales, las que tomadas responsablemente y honradas fielmente, permiten la creación de una sociedad libre. Por lo tanto, nunca dejes de cumplir una promesa. Haz siempre lo que has dicho que harás. Si dejamos de cumplir la palabra, inevitablemente dejaremos de ser libres.

- ¿Puede alguna vez resultar ético no cumplir con una promesa?
- ¿Cuál es el vínculo entre cumplir las promesas que son a nivel individual y las que respectan a las sociedades pacíficas?
- Si estamos siempre obligados a cumplir nuestros votos y juramentos, ¿por qué nos está permitido anularlos cada año durante el servicio de Iom Kipur?
- J. L. Austin, How to Do Things with Words (Oxford: Clarendon Press, 1975).
- Friedrich Nietzsche, On the Genealogy of Morality, trans. Carol Diethe and ed. Keith Ansell-Pearson (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2007), pp. 35–36.
- Hannah Arendt, The Human Condition (Chicago: University of Chicago Press, 1958), pp. 243–44.
- John Locke, A Letter Concerning Toleration (1689).
Traductores
Carlos Betesh
Editores
Michelle Lahan