Lo universal y lo particular (Itró 5780)

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La expresión judía por antonomasia de agradecimiento, gratitud y reconocimiento es Baruj Hashem, “gracias a Dios,” o “que Dios sea loado.”

Los Jasidim dicen de Baal Shem Tov que solía viajar por las pequeñas ciudades y pueblos del este de Europa preguntando a los judíos cómo estaban. Aunque fueran pobres o estuvieran desolados, invariablemente le respondían Baruj Hashem. Era una expresión instintiva de fe, conocida por todos ellos. Podían carecer de los conocimientos del estudioso del Talmud, o la riqueza del exitoso, pero creían tener mucho para agradecer a Dios, y así lo hacían. Cuando le preguntaban al Shem Tov qué hacía y cuál era el motivo, solía citar el versículo: “Tú eres santo, entronizado en las alabanzas de Israel” (Salmo 22:4). Por lo tanto, cada vez que un judío pronuncia Baruj Hashem, está contribuyendo a construir el trono para la Shejiná, la Divina Presencia.

Las palabras Baruj Hashem aparecen en la parashá de esta semana. Pero no son pronunciadas por un judío. La persona que las dice es Itró, el suegro de Moshé. Al reunirse Moshé con él después del Éxodo trayendo consigo a su esposa e hijos, y al enterarse Itró de lo ocurrido en Egipto, dice: “Loado sea el Señor (Baruj Hashem) que te rescató de la mano de los egipcios y del Faraón, y que rescató al pueblo de la mano de los egipcios.” (Éxodo 18:10)

Tres personajes de la Torá utilizan esta expresión – todos no judíos, todos fuera del pacto abrahámico. El primero es Noaj “Loado sea el Señor, el Dios de Shem” (Génesis 9:26). El segundo es el sirviente de Abraham, presumiblemente Eliezer, a quien Abraham envió para buscar una esposa para Ytzjak. “Loado sea el Señor, Dios de mi señor Abraham, quien no ha abandonado Su bondad y fidelidad hacia mi señor” (Génesis 24:27). El tercero es Itró, mencionado en esta parashá.[1]

¿Es esto significativo? ¿Cuál es el sentido de esta alabanza atribuida a Noaj, Eliezer e Itró, mientras que de los israelitas, con la excepción del Canto del Mar, no se oyen más que protestas? Puede ser sencillamente que esto está en la naturaleza humana; nosotros vemos con más claridad lo que nos falta en nuestras vidas, mientras que otros ven con mayor nitidez las bendiciones que recibimos. Nos quejamos, mientras que otros se preguntan cuál es el motivo, habiendo tantas cosas para agradecer. Esa es una explicación.

Es posible, sin embargo, que haya un punto más fundamental en esta cuestión. La Torá está señalando una de sus ideas más sutiles y menos comprendidas: que el Dios de Israel es el Dios de toda la humanidad, aunque no sea la religión de Israel la de todo el mundo. Como lo señaló Rabí Akiva: “Bendita sea la humanidad, pues fue creada en la imagen de Dios; Bendito es el pueblo Israel, porque los israelitas son llamados hijos de Dios.”[2]

Nosotros creemos que Dios es universal. Él creó el universo. Él puso en marcha los procesos que condujeron a la creación de las estrellas, los planetas, la vida y la humanidad. Su preocupación no se limita a Israel. Como decimos en el rezo de Ashré, “Su tierna merced está en todas Sus obras.” No es necesario ser judío para tener un sentido de reverencia ante el Creador, ni percibir, como lo hizo Itró, Su mano en los hechos milagrosos. Sería difícil encontrar otra literatura religiosa que confiera tal dignidad a figuras que están más allá de sus límites.

Esto es cierto no solo para los tres personajes que dijeron Baruj Hashem. La Torá llama a Malkitzedek, rey de Shalem y contemporáneo de Abraham, un “sacerdote del Dios más Elevado.” Él también bendijo a Dios: “Bendito sea Abraham por el Dios Altísimo, Creador del cielo y de la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tu mano.” (Génesis 14:19-20)

En Génesis 18, Abraham desafió la justicia de Dios por el castigo que Él se proponía aplicar a Sodoma: “¿Es que el Juez de toda la tierra no hará justicia?” Pero apenas dos capítulos más tarde Dios le ordena a Avimelej, rey de Gerar, alejarse de Sara por ser la esposa de Abraham, pese a que  este le había dicho que era su hermana. En términos muy parecidos a los de Abraham, Avimelej desafía a Dios: “Señor, ¿habrás Tú de destruir una nación inocente?”

Tengamos en cuenta también el hecho de que el título de la parashá de esta semana, que incluye los Diez Mandamientos como así también el evento más significativo de la historia judía, el pacto de Sinaí, lleva el nombre de un no judío. Aún más, poco antes de la revelación del Sinaí, la Torá nos relata que fue Itró, el sacerdote midianita, el que instruyó a Moshé sobre cómo organizar el liderazgo del pueblo.

Estas son expresiones de generosidad espiritual notable hacia aquellos que no están incluidos en el pacto.

También tomemos a Tishreí, el mes más sagrado del calendario judío. El primer día de Rosh Hashaná, además de leer sobre el nacimiento de Ytzjak, también leemos acerca del ángel que vino a asistir a Hagar e Ishmael. “¿Qué te ocurre, Hagar? No temas, Dios ha oído el llanto del niño que yace allí. Levántalo, pues Yo haré de él una gran nación.” (Génesis 21:17-18) Ishmael no sería portador del pacto, sin embargo fue rescatado y bendecido.

En la tarde de Iom Kipur, después de haber pasado todo el día en ayuno y confesión, leemos el libro de Ioná dónde descubrimos que el profeta enunció solo cinco palabras en hebreo (“Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”) y toda la población – asirios, enemigos de Israel – se arrepintió. La tradición toma este hecho como modelo de arrepentimiento colectivo.

En Sucot leemos la profecía de Zacarías, que en los días por venir todas las naciones irán a Jerusalem para celebrar el festival de la lluvia. (Zacarías 14:16-19)

Estos son tres ejemplos impactantes de universalismo. No implica que con el correr del tiempo todos se convertirán al judaísmo. Más bien, que en ese lapso todos reconocerán al Dios Único, Creador y Soberano del universo. Es algo bien distinto.

Esta idea de que puedes no estar incluido en la fe y aun así ser reconocido por los que sí lo están, como alguien que reconoce a Dios, es sumamente inusual. Mucho más habitual es la visión de un solo Dios, una verdad, una manera. Los que están fuera de ese grupo son los ateos, los condenados, los infieles, los irredentos, una clase inferior de humanidad.

¿Por qué entonces  el judaísmo hace la distinción  entre la universalidad de Dios y la particularidad de nuestra relación con Él? Respuesta: porque nos ayuda a resolver el problema más grande que ha enfrentado la humanidad desde épocas remotas. ¿Cómo puedo yo reconocer la dignidad y la integridad del ‘otro’? La historia y la biología han inscrito en la mente humana una capacidad de altruismo para gente como nosotros, y agresión contra gente que no lo es. Nosotros somos buenos, ellos malos. Nosotros somos inocentes, ellos culpables. Nosotros tenemos la verdad, ellos mentiras. Nosotros tenemos a Dios de nuestro lado, ellos no. Muchos crímenes de una nación contra otra se deben a esta propensión.

Este es el motivo por el que el Tanaj nos enseña lo contrario. Noaj, Eliezer e Itró fueron personas de Dios sin ser miembros de Israel. Aún los habitantes de Nínive fueron ejemplo de cómo escuchar a un Profeta y arrepentirse. Dios bendijo a Ytzjak y también a Ishmael. Estas son lecciones poderosas.

En el siglo XXI es difícil imaginar un principio más convincente. Los grandes problemas que aquejan a la humanidad – cambio climático, desigualdad económica, guerra cibernética, inteligencia artificial – son globales, pero nuestros agentes políticos son apenas nacionales. Hay un desfasaje entre nuestros problemas y las soluciones disponibles. Necesitamos encontrar una manera de combinar nuestra humanidad universal con nuestra particularidad cultural y religiosa.

Es eso lo que hace el Tanaj cuando nos dice que Noaj, Eliezer e Itró dijeron Baruj Hashem. Ellos agradecieron a Dios, así como nosotros hoy agradecemos a Dios. Dios es universal. Por lo tanto la humanidad, creada a Su imagen, es universal. Pero la revelación y el pacto en el Monte Sinaí son particulares. Pertenecen a nuestra historia, no a la historia universal de la humanidad.Yo creo que la capacidad de ser tanto particular en nuestra identidad como universal en nuestro compromiso con el futuro de la humanidad, es uno de los mensajes más importantes que nosotros, como judíos, tenemos para brindar en el siglo XXI. Somos diferentes, pero somos humanos. Por lo tanto trabajemos juntos para resolver los problemas que solo pueden ser resueltos juntos.

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Fuentes

[1] Existen otros dos ejemplos indirectos. Labán llama al sirviente de Abraham “Tu que eres bendecido por el Señor” (Génesis 24:31). Avimelej rey de Gerar, dice acerca de Ytzjak: “Tu eres bendecido por el Señor” (Génesis 26:29). Acá también notamos que ninguno de ellos es parte del pacto.

[2] Mishná Avot 3:14

Traductores

Carlos Betesh