Política de la Envidia

Comentario del Rabino Jonathan Sacks, traducido del ingles por Ana Barrera.

Editor: Marcello Farias

Naso – Política de la Envidia.

Pocas cosas en la Torah son más revolucionarias que su concepción de liderazgo.

Sociedades antiguas fueron jerárquicas. Las masas eran pobres y proclives a hambrunas y enfermedades. Usualmente las personas eran iletradas. Las personas eran usadas por los gobernantes como medios a riqueza y poder en lugar de personas con derechos individuales – un concepto que nació en el siglo XVII. En momentos se formaban como una prestación personal, una vasta fuerza laboral conscripta, a menudo usada para construir construcciones monumentales con la intención de glorificar reyes. En otros momentos ellos eran arrastrados a los ejércitos para extender los diseños de los gobernantes imperiales.

Gobernantes muy a menudo tenían poderes absolutos sobre la vida y muerte de sus súbditos. No solo eran reyes y faraones cabezas del estado. Ellos también tenían los rangos religiosos más altos, como hijos de los dioses o siendo ellos mismos semi-dioses. Su poder no tenía nada que ver con el consentimiento de los gobernados. Era visto como si escrito dentro de la fábrica del universo. Justo como el sol había gobernado el cielo y el león gobernaba el reino animal, los reyes gobernaban a sus pueblos. Así era como las cosas eran en la naturaleza, y la naturaleza en sí misma era sacrosanta.

La Torah es una polémica sostenida contra esta forma de ver las cosas. No sólo a los reyes, sino a todos nosotros, sin importar el color, cultura, credo o clase, somos la imagen y semejanza de Dios. En la Torah Dios llama a su pueblo especial, Israel, para tomar los primeros pasos a lo que puede eventualmente convertirse una sociedad verdaderamente igualitaria – o para ponerlo más precisamente, una sociedad en la que la dignidad – kavod – no depende en el poder o riqueza de un accidente de nacimiento.

Por lo tanto, del que vamos a explorar más completo en la parashat Korach, de liderazgo como servicio. El título más alto otorgado a Moisés en la Torah es que el era eved haShem, “un sirviente de Dios”. Su más alta alabanza es que el era “muy humilde, más que cualquier otro en la tierra” (Num. 12:3). Liderar es servir. Grandeza es humildad. Como el libro de los Proverbios lo pone, “El orgullo de un hombre lo llevará a lo bajo, pero el humilde en espíritu retendrá honor” (Prov. 29:23).

La Torah nos apunta en dirección a un mundo ideal, pero no asume que lo hemos alcanzado aún o que estamos a una distancia que se acorta. Las personas que lideró Moisés, como muchos de nosotros ahora, eran aún propensas a la ambición, aspiración, vanidad y autoestima. Ellos aún tenían el deseo del honor, estatus y respeto. Y Moisés tenía que reconocer ese hecho. Hubiera sido una mayor fuente de conflicto en los meses y años hacia adelante. Es uno de los principales temas del libro de Números.

¿De quién estaban celosos los israelitas? Casi todos ellos no aspiraban a ser Moisés. El era, después de todo, el hombre que habló con Dios y a quien Dios le hablaba. El hacía milagros, trajo plagas contra los egipcios, dividió el Mar Rojo, y dio al pueblo agua de una roca y mana del cielo. Pocos habrían tenido que tener la arrogancia para creer que ellos podían hacer cualquiera de estas cosas.

Pero ellos tenían razones para resentir el hecho que el liderazgo religioso pareciera ser confiado sólo a una tribu, Levi, y a una familia dentro de esa tribu, los Cohanim, descendientes masculinos de Aaron. Ahora que el tabernáculo iba a ser consagrado y el pueblo estaba por empezar la segunda mitad de su viaje, desde el Sinaí a la Tierra Prometida, había solo un riesgo real de envidia y animosidad.

Esa es una constante a través de la historia. Nosotros deseamos, decía Shakespiarre, “el talento de este hombre y la mirada de ese hombre”. Esquilo dijo “Esta en el carácter de muy pocos hombres el honor sin envidia un amigo que ha prosperado”. Goethe advirtió que aunque “El odio está activo, y la envidia un disgusto pasivo; hay sólo un paso de la envidia al odio”. Los judíos deberían saber esto en sus mismos huesos. Nosotros hemos sido envidiados a menudo, y es con toda frecuencia que la envidia se ha convertido en odio con trágicas consecuencias.

Los líderes necesitan estar atentos de los peligros de la envidia, especialmente entre las personas que ellos lideran. Este es uno de los temas unificadores de la larga y aparentemente desconectada parsha de Naso.

En ella vemos a Moisés confrontar a tres potenciales fuentes de envidia. La primera esta dentro de la tribu de Levi. El pueblo tenía razón de resentir el hecho de que el sacerdocio haya ido solo a un hombre y sus descendientes, Aarón, el hermano de Moisés.

El segundo tenía que ver con individuos quienes no eran ni de la tribu de Levi ni de la familia de Aarón pero quienes sentían que ellos tenían el derecho de ser santos en el sentido de tener una especial, intensa relación con Dios en la forma que los Cohanim tenían.

La tercera tenía que ver con el liderazgo de otras tribus que pudieran sentirse dejadas fuera del servicio del Tabernáculo. Vemos a Moisés lidiar secuencialmente con estos potenciales peligros.

Primero el da a cada clan Levita un rol especial en llevar los vasos, muebles y marco del Tabernáculo donde fuera que el pueblo viajara de lugar en lugar. Los objetos más sagrados eran llevados por el clan de Koath. Los gersonitas serían los que llevarían los vestidos, coberturas y cortinas. Los meraritas serían los que llevarían los tablones, barras, postes y encajes del marco del Tabernáculo. Cada clan estaba, en otras palabras, tendría un rol especial en la procesión solemne mientras la Casa de Dios era llevada a través del desierto.

Después el lidia con individuos quienes aspirar a los altos niveles de santidad. Esto, parece ser, es la lógica subyacente de los nazareo, el individuo quien hace votos para ponerse a sí mismo aparte para el Señor. (Números 6:2). El no tomaría vino o ningún otro producto de uva; el no cortaría su cabello; y el no se contaminaría a sí mismo a través del contacto con los muertos. Convertirse en Nazareo era, parece ser, una forma de asumir temporalmente el tipo de distanciamiento asociado con el sacerdocio, un voluntario grado extra de santidad. (1)

Por último, Moisés se torna hacia el liderazgo de las tribus. El altamente repetitivo capítulo 7 de nuestra parsha detalla elemento por elemento los ofrecimientos de cada una de las tribus en ocasión de la dedicación del altar. Sus ofrendas eran idénticas, y la Torah pudo haber abreviado estos recuentos por la descripción de los regalos que trajeron cada tribu una por una y aclarar que cada una de las otras tribus hizo lo mismo. Sin embargo, la pura repetición tiene el efecto de enfatizar el hecho que cada tribu tuvo su momento de gloria. Cada una, dando a la casa de Dios, adquiriendo su propia cuota de honor.

Estos episodios no es la parshat de Naso completa pero suficiente para señalar algo que cada líder y cada grupo necesita tomar seriamente. Incluso cuando las personas acepten en principio la igual dignidad de todos, e incluso cuando ellos vean liderazgo como servicio, las viejas pasiones disfuncionales son duras de morir. Las personas aún recienten el éxito de otras. Las personas aún sienten que el honor se ha ido a otros cuando debería haberse ido con ellas. El Rabino Eleazar Ha-Kappar dice: “Envidia, lujuria y la búsqueda del honor lleva a una persona fuera del mundo”. (2)

El hecho que estas son emociones destructivas no frena a algunas personas – quizá casi todos nosotros – las sentimos cada tanto, y nada hace más que poner en riesgo la harmonía del grupo.

Esa es una razón por qué los líderes deben ser humildes. Él o ella no deberían sentir ninguna de estas cosas. Pero un líder debe también tener cuidado de que no todos son humildes. Cada Moisés tiene un Korach, cada Julio César un Casio, cada Duncan un Macbeth, cada Othello un Iago. En muchos grupos hay un potencial problemático que se deja llevar por un sentidio de injuria hacia su autoestima. Estas personas son muy a menudo los enemigos mortales del líder y ellos pueden hacer gran daño al grupo.

No hay forma de eliminar por completo el peligro, pero Moisés en la parsha de esta semana nos dice cómo comportarnos. Honorar a todos por igual. Poner atención especial a los potenciales grupos desafectados. Hacer a cada uno sentirse valorados. Dar a todos un momento a la luz, como si fuera en una manera ceremonial. Poner el ejemplo personal de la humildad. Poner en claro que todo el liderazgo es servicio, no una forma de status. Encontrar formas en las que aquellos con una pasión particular la puedan expresar, y asegurar que todos tienen la oportunidad de contribuir.

No hay un camino seguro de fracaso para evitar la política de la envidia pero hay maneras de minimizarla, y nuestra parsha es un objeto de lección de cómo hacerlo.

(1) Ver Maimónides, Hilkhot Shemittah ve-Yovel 13: 13.

(2) Mishnah Avot 4: 21.

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