Fuego sagrado y fuego profano (Tzav 5782)

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El shock es inmenso. Por varias semanas y muchos capítulos – el preludio más extenso de la Torá – leímos los preparativos del momento en que Dios llevaría Su Presencia a residir en el seno del pueblo. Cinco parashiot (Terumá, Tetzavé, Ki Tisá, Vayajel y Pekudé) describen las instrucciones para la construcción del Santuario. Dos adicionales (Vaikrá y Tzav) detallan las ofrendas sacrificiales a llevarse a cabo allí. Ahora todo está listo. Durante siete días los sacerdotes (Aarón y sus hijos) han sido consagrados para el cargo. Ahora viene el octavo día en el que comenzará el servicio en el Mishkán.

Todo el pueblo ha cumplido su función en la construcción de lo que sería el hogar de la Presencia Divina en la tierra. Con un simple y emocionante versículo el drama llega a su clímax:

“Moshé y Aarón fueron a la Tienda de Reunión y al salir bendijeron al pueblo. La gloria de Dios fue entonces revelada a todo el pueblo.” (Levítico 9:23)

Apenas pensamos que la narrativa ha llegado a su fin, se produce una escena estremecedora:

Los hijos de Aarón, Nadav y Avihu, tomaron sus incensarios, les prendieron fuego y colocaron el incienso, ofreciendo un fuego no autorizado ante Dios, que Él no había ordenado. Un fuego partió desde Dios consumiéndolos, de manera que murieron ante Dios. Moshé  entonces le dijo a Aarón: “Esto es lo que habló Dios cuando dijo: Entre aquellos que se Me acercan, Yo me mostraré Santo; a la vista de todo el pueblo Seré honrado.” (Levítico 10:1-3)

La celebración se transformó en tragedia ante la muerte de los dos hijos mayores de Aarón. Los sabios y los comentaristas han ofrecido muchas explicaciones. Nadav y Avihu murieron porque entraron en el Sancta Sanctorum [1]; porque no estaban vistiendo el ropaje adecuado; [2] porque sacaron el fuego de la cocina y no del altar; [3] por no consultar con Moshé y Aarón;[4] porque no se   consultaron entre sí. [5]Según algunos, fueron culpables de soberbia. Estaban impacientes por asumir ellos mismos los roles de liderazgo; [6] y no contrajeron matrimonio, considerándose superiores a esos menesteres.[7] Otros consideran que fue un castigo tardío por un pecado anterior, cuando en el Monte Sinaí “comieron y bebieron” ante la presencia de Dios. (Éxodo 24:9-11)

Estas interpretaciones se corresponden con la lectura minuciosa de los cuatro sectores de la Torá en los que se menciona la muerte de Nadav y Avihu (Levítico 10:2, Levítico 16:1, Números 3:4 y Números 26:61), además de la referencia de su presencia en Monte Sinaí. Cada una de ellas es una meditación profunda sobre los peligros del entusiasmo excesivo en la vida religiosa. Sin embargo, la explicación más simple es la expuesta en la Torá misma. Nadav y Avihu murieron porque ofrecieron un fuego no autorizado, literalmente “extraño”, o sea, “uno que no había sido ordenado.” Para comprender la significancia de esto debemos retroceder a los principios originales y recordar el significado de la palabra kadosh, “santo”, y de ahí que el Mikdash es el hogar de lo santo.

Lo santo es ese segmento de tiempo y espacio que Dios reservó para Su Presencia. La creación involucra ocultamiento. La palabra olam, universo, está ligada semánticamente a la palabra neelam, oculto. Para dar a la humanidad alguno de Sus poderes de creación – el uso del lenguaje para pensar, comunicar, comprender, imaginar alternativas de futuro  y poder elegir –  Dios debe hacer algo más que crear el Homo Sapiens. Se debe retirar (lo que los cabalistas llaman tzimtzum) para brindar el espacio necesario para la acción humana. Ningún acto indica con mayor profundidad el amor  y la generosidad implícitos en la creación. Dios, como lo vemos en la Torá, es como el padre que sabe cuándo debe dar un paso al costado, dejar actuar, evitar intervenir para que  los hijos puedan  transformarse en personas responsables y maduras.

Pero hay un límite. RetirarSe totalmente sería como desertar del mundo y abandonar a sus propios hijos. Eso, Dios no lo puede ni lo debe hacer. ¿Entonces cómo hace Dios para dejar una huella de su Presencia en la Tierra?

La respuesta bíblica no es filosófica. La respuesta filosófica (aclaro que me refiero a la filosofía occidental tradicional, comenzando en la antigüedad con Platón y en la modernidad con Descartes) sería la aplicable universalmente – o sea, en todo tiempo y lugar. Pero no existe respuesta aplicable a todo tiempo y lugar. Es por eso que la filosofía no puede y nunca podrá entender la aparente contradicción entre la creación Divina y el libre albedrío humano, o entre la Divina Presencia y el mundo empírico en el que reflexionamos, elegimos y actuamos. 

El pensamiento judío es contra-filosófico. Insiste en que las verdades están ubicadas  en precisos y  determinados tiempos y lugares. Hay tiempos santos (el séptimo día, el séptimo mes, el séptimo año, y el final del ciclo septuanual, el jubileo) Hay personas santas (los hijos de Israel en su totalidad, y entre ellos los Leviim y entre ellos, los Kohanim). Y hay un espacio santo (Israel; dentro de él, Jerusalem; dentro de él, el Templo; en el desierto estaba el Mishkan, el Santo y el Sancta Sanctorum).

Lo santo es el punto en el tiempo y el espacio en el que la Presencia de Dios es encontrada por el tzimtzum – la auto retracción – por parte de la humanidad. Así como Dios abre el espacio para el hombre mediante un acto de autolimitación, de igual forma el hombre abre el espacio para Dios mediante un acto de autolimitación. Lo santo es donde Dios es vivido como Presencia absoluta. No accidentalmente, pero sí esencialmente, esto solo puede ocurrir mediante la renuncia total de la voluntad y la iniciativa humanas. No es que Dios no valore la voluntad y la iniciativa humanas. Al contrario: Dios ha empoderado a la humanidad para que sean  “sus socios en la tarea de la creación.”

Sin embargo, para poder cumplir con Sus propósitos, debe haber tiempos y lugares en los que la humanidad pueda vivir la experiencia de la realidad de lo Divino. Esos tiempos y lugares requieren una obediencia absoluta. El error más fundamental – el error de Nadav y Avihu – es tomar los poderes que corresponden al encuentro del hombre con el mundo y aplicarlos al encuentro del hombre con lo Divino. Si Nadav y Avihu hubieran utilizado su iniciativa para combatir el mal y la injusticia, habrían sido héroes. Pero al usar esa iniciativa en el ámbito de lo santo, cometieron un error. Afirmaron su propia presencia en la Presencia absoluta de Dios. Esa es una contradicción básica. Por eso murieron.

Nos equivocamos al pensar que Dios es caprichoso, celoso, iracundo: mito difundido por la cristianidad antigua con la intención de autodefinirse como la religión del amor, superando el cruel/duro/retributivo Dios del “Antiguo Testamento.” Cuando la Torá utiliza ese lenguaje, “habla en el lenguaje de la humanidad.” (Berajot 31a) – o sea, con la intención de que sea comprendido.

En realidad, el Tanaj es una historia de amor del principio al fin – el apasionado amor del Creador por Sus creaturas que sobrevive a todas las decepciones y traiciones causadas por la humanidad a lo largo de su historia. Dios nos necesita para que lo encontremos, no porque Él necesite de la humanidad, sino porque nosotros lo necesitamos a Él. Si la civilización ha de ser regida por el amor, la justicia, y el respeto por la integridad de la creación, debe haber momentos en los que dejemos de lado el Yo para encontrar la plenitud de ser en toda su gloria.

Esa es la función de lo santo – el punto en el que “yo soy” sea mudo en la presencia desbordante de “hay.” Eso es lo que olvidaron Nadav y Avihu – que para entrar en el espacio santo se requiere una humildad ontológica, la renuncia total a la iniciativa y el deseo humano.

La significación de este hecho no puede ser sobreestimada. Cuando confundimos el deseo de Dios con el nuestro, convertimos lo santo – la fuente de vida – en algo profano y fuente de muerte. El clásico ejemplo de esto es la “guerra santa,” jihad, cruzadas,- invistiendo el imperialismo (el deseo de reinar sobre otro pueblo) de un manto de santidad, como si la conquista y la conversión forzada fueran un deseo de Dios.

La historia de Nadav y Avihu nos recuerda una vez más la advertencia hecha en los días de Caín y Abel. El primer acto de veneración llevó al primer asesinato. Como la fisión nuclear, la veneración genera poder, que puede ser benigno pero también profundamente peligroso.

El episodio de Nadav y Avihu está escrito en tres tipos de fuego. Primero está el fuego del Cielo:

Un fuego vino ante Dios y consumió la ofrenda ígnea. (Levítico 9:24)

Este era el fuego ritual, consumando el servicio del Santuario. Después vino el “fuego no autorizado” ofrecido por los dos hijos.

Los hijos de Aarón, Nadav y Avihu tomaron sus incensarios, les pusieron fuego y agregaron incienso; y ofrecieron un fuego no autorizado ante Dios, que Él no había ordenado. (Levítico 10:1)

Y finalmente apareció el contra-fuego del Cielo:

El fuego vino ante Dios y los consumió de tal manera que ambos murieron ante Dios. (Levítico 10:2)

El mensaje es simple y fundamentalmente  serio: La religión no es lo que el Iluminismo europeo pensó que iba a ser: mudo, marginal y suave. Es como el fuego – y como tal, calienta pero también quema. Y nosotros somos los guardianes de la llama.


  1. ¿Por qué crees que Nadav y Avihu fueron castigados con excesiva severidad?
  2. ¿Cuándo es peligroso ser creativo en buscar nuevas formas de venerar a Dios?
  3. ¿De qué forma nuestras leyes nos recuerdan cómo proteger lo que es santo?

  1. Midrash Tanjuma (Buber), parashat Ajarei Mot 7.
  2. Levítico Rabá 20:9. 
  3. Midrash Tanjuma, ad loc.
  4. Yalkut Shimoni, I:524.
  5. Midrash Tanjuma, ad loc.
  6. Agada (Buber), Vaikrá 10.
  7. Levítico Rabá 20:10.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin