La circuncisión del deseo (Tazria 5782)

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Es difícil ubicar con precisión el momento en el que una nueva idea hace su primera aparición en el escenario humano, especialmente una idea tan amorfa como la del amor. Pero el amor tiene su historia. [1] Está en el contraste que encontramos en el pensamiento griego y luego cristiano entre eros y ágape, el deseo sexual y el amor abstracto por la humanidad en general. 

Existe el concepto de caballerosidad que hace su apareción en la época de las Cruzadas, el código de conducta que celebraba la galantería y los hechos de valentía para “conquistar el corazón de una dama.” Vemos el amor romántico de las novelas de Jane Austen, con el sobreentendido de que el hombre joven, o no tan joven, destinado a la heroína, debía tener un ingreso adecuado, y una propiedad rural como ejemplo de “la verdad universalmente aceptada de que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna, debe requerir una esposa.” [2] Y está el momento del Violinista sobre el Tejado donde, expuesto por sus hijos a las ideas pre revolucionarias en Rusia, Tevye se dirige a su esposa Golde de la siguiente forma: 

Tevye: ¿Tú me amas? 

Golde: ¡Yo soy tu esposa! 

Tevye: ¡Ya sé! ¿Pero me amas? 

Golde: ¿Lo amo? Durante veinticinco años he vivido con él, me peleé con él, pasé hambre con él. Durante veinticinco años mi cama es la suya… Tevye: ¡Shh! 

Golde: Si eso no es amor, ¿qué es? 

Tevye: ¡Entonces me amas! 

Golde: ¡Y sí, supongo que sí! 

La historia íntima de la humanidad es en parte la historia de la idea del amor. Y en algún momento una nueva idea hace su aparición en el Israel bíblico. Podemos identificarlo en un pasaje altamente sugestivo del libro de uno de los Profetas de la Biblia, Oseas. 

Oseas vivió en el siglo VIII a.e.c. El reino estaba dividido a partir de la muerte de Salomón. El reino del norte, donde vivía Oseas, había caído, después de una época de paz y prosperidad, en la anomia, la idolatría y el caos. Entre los años 747 y 732 a.e.c. hubo no menos de cinco reyes, como resultado de intrigas y luchas sangrientas por el poder. El pueblo también se había relajado. 

“No existe fidelidad ni bondad, y no hay reconocimiento de Dios en la tierra; hay insultos, mentiras, asesinatos, robos y adulterio; rompen todos los límites y hay matanza tras matanza.” (Oseas 4: 1-2)

Como otros profetas, Oseas sabía que el destino de Israel dependía de su sentido de misión. Fiel a Dios, el pueblo sería capaz de hacer cosas extraordinarias: sobrevivir frente a imperios y generar una sociedad única en el mundo antiguo, de dignidad igual para todos sus ciudadanos bajo la soberanía del Creador del Cielo y de la Tierra. La ausencia de fe, en cambio, resultaría en un poder menor del Oriente Medio, cuyas posibilidades de supervivencia frente a los más poderosos depredadores políticos sería mínima. 

Lo que hace que el libro de Oseas sea excepcional es el episodio con el que comienza. Dios le dice al Profeta que se case con una prostituta para ver lo que se siente al tener un amor infiel. Solo entonces Oseas podrá tener una idea del sentimiento de traición a Dios por parte del pueblo de Israel. Habiéndolo liberado de la esclavitud y llevado a su tierra, Dios vio cómo olvidó el pasado, violó el pacto y adoró a dioses extraños. Sin embargo no lo puede abandonar, pese al hecho de que el pueblo lo ha abandonado a Él. Es un pasaje muy fuerte que expone la idea de que cuanto más ama el pueblo a Dios, más Él ama al pueblo judío. La historia de Israel es una historia de amor entre el Dios fiel y Su pueblo, muchas veces infiel. Aunque a veces Dios se enoja, no puede hacer más que perdonar. Llevará al pueblo a una especie de luna de miel y renovará el vínculo matrimonial con él. 

“Por lo tanto ahora habré de seducirla; 

la conduciré por el desierto 

y le hablaré tiernamente… 

Me casaré contigo para siempre; 

Me casaré con justicia y rectitud, 

con amor y compasión. 

Me casaré contigo con fidelidad, 

y conocerás al Señor.” (Oseas 2:16-22) 

Es esta ultima frase – con la comparación explícita entre el pacto y el matrimonio – la que pronuncian los hombres judíos cuando se colocan el tefilin en la mano, poniéndolo sobre el dedo como alianza matrimonial. 

Un versículo en medio de esta profecía merece un escrutinio especial. Contiene dos metáforas complejas que deben ser dilucidadas una a la vez. 

“En ese día,” declara el Señor, 

“tú me llamarás ‘mi Esposo’ (ishi

ya no Me llamarás ‘mi Amo’ (baali). (Oseas 2:18) 

Este pasaje tiene una doble intención. Baal en hebreo significaba ‘mi esposo’, pero en un modo altamente específico – sería amo, dueño, el que posee y controla. Señala un dominio físico, legal y económico. También era el nombre del dios canaanita – a cuyos profetas desafió Elías en la famosa confrontación en el Monte Carmel. Baal (muchas veces ilustrado como un toro) era el dios de la tormenta, el que venció a Mot, el dios de la esterilidad y la muerte. Baal era la lluvia que impregnaba la tierra y la hacía fértil. La religión de Baal era la adoración del dios del poder

Oseas contrasta este tipo de relación con el otro término hebreo para esposo, ish. Aquí reproduce las palabras del primer hombre a la primera mujer: 

“Esta es ahora hueso de mis huesos, 

y carne de mi carne; 

Ella será llamada “mujer” (ishá), 

porque fue tomada del hombre (ish).” (Génesis 2:23) 

Acá la relación masculino-femenina se predica con algo bien distinto al poder, dominación, posesión y control. Hombre y mujer se confrontan uno al otro en igualdad y diferencia. Cada uno es la imagen del otro, siendo sin embargo separados y distintos. La única relación capaz de unirlos sin el uso de la fuerza es el matrimonio-como-pacto – un vínculo de lealtad y amor mutuo en el que cada uno jura servir al otro. 

Esta no solo es una manera radical de reconceptualizar la relación entre el hombre y la mujer. También significa, implica Oseas, la forma en la que debemos pensar la relación entre los humanos y Dios. Dios se dirige a los humanos no como poder – la tormenta, el trueno, la lluvia – sino con amor, y no un amor filosófico, abstracto, sino una pasión profunda y permanente que sobrevive a todas las decepciones y traiciones. Israel puede no comportarse amorosamente con Dios, dice Oseas, pero Dios ama a Israel y nunca dejará de hacerlo. 

La manera en que nos relacionamos con Dios afecta nuestra relación con otros pueblos. Ese es el mensaje de Oseas – y viceversa: cómo nos relacionamos con otros pueblos afecta la manera en que pensamos a Dios. El caos de Israel en el siglo VIII a.e.c. estaba conectado íntimamente con su rebeldía religiosa. Era una sociedad basada en la corrupción y la explotación y en la que predomina el poder. Eso no es judaísmo sino idolatría, adoración a Baal. 

Ahora comprendemos por qué la circuncisión, la orden dada en la parashá de esta semana, es la señal del pacto. Para que la fe sea más que la veneración del poder debe afectar la relación de mayor intimidad entre el hombre y la mujer. En una sociedad fundada sobre el pacto, la relación hombre-mujer está construida sobre otra cosa, algo más amable que la dominación, el poder masculino, el deseo sexual y la voluntad de poseer, controlar y ser dueño. Baal debe transformarse en ish. El macho alfa debe convertirse en el esposo que cuida. El sexo debe ser santificado y atemperado por el respeto mutuo. El deseo sexual debe ser circuncidado y circunscripto para que en lugar de la posesión busque la satisfacción del amor.

Hay algo más que una conexión accidental entre el monoteísmo y la monogamia. Aunque la ley bíblica no exige la monogamia, sin embargo la describe como el estado normativo en el comienzo de la narrativa humana: Adán y Eva, un hombre, una mujer. En los lugares en los que un patriarca se casa con más de una mujer, existe tensión y angustia. El compromiso con Dios es un reflejo del compromiso con una persona. 

En hebreo la palabra emuná se traduce frecuentemente como “fe,” pero en realidad equivale a fidelidad, precisamente el compromiso que uno asume cuando se casa. De la misma forma, para los profetas hay una conexión entre idolatría y adulterio. Es así como Dios describe a Israel a Oseas. Dios se casó con los israelitas pero ellos, al servir a otros dioses, actuaron como una mujer promiscua. (Oseas 1-2) 

El amor de marido y mujer – amor a la vez personal y moral, apasionado y responsable – es lo más cercano a la comprensión del amor de Dios por nosotros y el ideal de nuestro amor por Él. Cuando Oseas dice “Tú conocerás al Señor,” no lo dice en un sentido de conocimiento abstracto. Significa el conocimiento íntimo de la relación, el contacto de dos seres que superan el abismo metafísico que separa la propia conciencia del otro. Ese es el tema del Cantar de los Cantares, la expresión profundamente humana y a la vez mística del eros, el amor entre la humanidad y Dios. También se comprende una de las frases que definen al judaísmo: 

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu fuerza.” (Deuteronomio 6:5) 

Desde el comienzo, el judaísmo estableció la conexión entre la sexualidad y la violencia por un lado y la fidelidad matrimonial y el orden social, por el otro. No es casual que el casamiento es llamado kiddushin, “santificación.” Como el pacto mismo, el matrimonio es un juramento de lealtad entre las dos partes, cada una de ellas reconociendo la integridad de la otra, honrando las diferencias aun cuando se unen para concretar el nacimiento de otro ser. El matrimonio es a la sociedad lo que el pacto es a la fe religiosa: una decisión de hacer del amor – no el poder, la riqueza o force majeure – el principio generativo de la vida. 

Así como la espiritualidad constituye la relación íntima entre nosotros y Dios, de la misma forma el sexo es la relación más íntima entre nosotros y otra persona. La circuncisión es la señal eterna de la fe judía porque une la vida del alma con las pasiones del cuerpo, recordándonos que ambos deben ser gobernados con humildad, autocontrol y amor. Brit milá ayuda a transformar al hombre de baal a ish, de socio dominador a esposo amante, tal como le dice Dios a Oseas que es eso lo que Él desea de Su relación con el pueblo del pacto. La circuncisión convierte a la biología en espiritualidad. La urgencia instintiva del hombre para reproducirse se convierte entonces en una acto del pacto de sociedad y afirmación mutua. Este fue un giro decisivo en la civilización humana, tanto como el monoteísmo abrahámico. Ambos consisten en abandonar el poder como base de la relación, alineándonos a lo que Dante llamó “el amor que mueve al sol y las otras estrellas.” La circuncisión es la expresión de la fe que vive en el amor.


  1. La versión de esta semana de Convenio & Conversación, ¿cambia tu forma de pensar sobre el amor y el matrimonio? 
  2. De la misma forma, ¿el texto cambia tu forma de pensar la relación entre Dios y Su pueblo? 
  3. “Más que el pueblo judío ama a Dios, es Dios El que ama al pueblo judío.” ¿Qué evidencia encuentras en la historia judía que sostenga esta afirmación?

  1. Ver por ejemplo C. S. Lewis, The Four Loves, New York: Harcourt, Brace, 1960. Also Simon May’s, Love: A History, New Haven: Yale UP, 2011.
  2. La famosa primera frase de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin