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Los líderes lideran. Pero eso no significa que además no sean seguidores. Pero lo que ellos siguen es distinto que lo que sigue la mayoría de la gente. No se conforman por el hecho de conformarse. No hacen lo que hacen los demás, meramente porque los otros lo hacen. Siguen a una voz interna, un llamado. Tienen una visión, no de lo que es, sino de lo que puede llegar a ser. Su pensamiento está fuera de lo convencional. Marchan a un compás diferente.
Esto nunca fue expresado más dramáticamente que en las primeras palabras de Dios a Abraham, las palabras que pusieron en marcha la historia judía: “Deja tu tierra, tu lugar de nacimiento, la casa de tu padre y ve a la tierra que Yo te indicaré” (Génesis 12:1)
¿Por qué? Porque la gente se amolda. Adopta las costumbres y sobre todo la cultura del tiempo y lugar en el que vive – “tu tierra.” Y a nivel más profundo, está influenciada por vecinos y amigos – “tu lugar de nacimiento.” Y más profundamente aún, moldeada por los padres y por la familia donde creció – “la casa de tu padre.”
Yo quiero que seas diferente, le dice Dios a Abraham. No por el mero hecho de serlo, sino para iniciar algo nuevo: una religión que no venere el poder y sus símbolos – que es para lo que fueron hechos y son los ídolos. Quiero que tú, dijo Dios “enseñes a tus hijos y a tu familia a seguir el camino del Señor haciendo lo que es justo y correcto.” (Génesis 18: 19)
Ser judío es estar dispuesto a desafiar el consenso prevaleciente cuando, como tan frecuentemente ocurre, las naciones sucumben a la veneración de antiguos dioses. Lo hicieron en Europa en los siglos XIX y en los comienzos del siglo XX. Fue la era del nacionalismo: la búsqueda del poder en nombre de la nación-estado, que condujo a dos guerras mundiales y decenas de millones de muertos. Es la era que estamos viviendo en la actualidad, donde Corea del Norte adquiere, e Irán desarrolla, armas nucleares para imponer sus ambiciones por la fuerza. Es lo que está pasando ahora en gran parte del Medio Oriente y África en que las naciones incurren en violencia y en lo que Hobbes llamó “la guerra de todo hombre contra todo hombre.” [1]
Nos equivocamos cuando imaginamos a los dioses representados por su apariencia externa – estatuas, efigies, íconos. Es algo que corresponde a un tiempo que hace mucho hemos superado. La forma de imaginar a los ídolos es lo que ellos representan. Simbolizan el poder: Ra para los egipcios, Baal para los Cananitas, Shemosh para los moabitas, Zeus para los griegos, y los misiles y bombas para los insurgentes y las naciones terroristas de la actualidad.
El poder nos permite dominar a otros sin su consentimiento. Como manifestó el historiador griego Tucídides, “Los poderosos hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que deben.”[2] El judaísmo es una crítica sostenida al poder. He arribado a esa conclusión después de toda una vida de estudiar nuestros textos sagrados. Trata sobre cómo puede ser construida una nación sobre la base de un compromiso compartido y una responsabilidad colectiva. Cómo construir una sociedad que honra a la persona hecha a la imagen y semejanza de Dios. Es sobre la visión, nunca totalmente lograda pero tampoco abandonada, de un mundo basado en la justicia y la compasión, en la cual “Ellos no dañarán ni destruirán en toda Mi montaña, pues la tierra se llenará del conocimiento del Señor como las aguas cubren el mar” (Isaías 11: 9).
Abraham, sin duda alguna, es la persona más influyente que ha existido. Hoy se afirma que es el ancestro espiritual de 2.300 millones de cristianos, 1.800 millones de musulmanes y 14 millones de judíos, más de la mitad de la población actual. Sin embargo no reinó ningún imperio, no comandó un gran ejército, no realizó milagros ni profecías. Es el ejemplo supremo, en toda la historia, de influencia sin poder.
¿Por qué? Porque fue preparado para ser diferente. Como dicen los Sabios, fue llamado ha-ivri, “el hebreo” porque “todo el mundo estaba de un lado (be-ever ejad) y él estaba del otro”.[3] (3) El liderazgo, como es sabido, puede ser muy solitario. Pero sigues haciendo lo que debes hacer porque sabes que la mayoría de la gente no siempre tiene razón y que la sabiduría convencional no siempre es sabia. Los peces muertos van con la corriente. Los vivos nadan contra la misma. Así es con la conciencia y el coraje. Así es con los hijos de Abraham. Están preparados para desafiar a los ídolos de su tiempo.
Después del Holocausto algunos sociólogos estaban turbados por la pregunta de por qué tanta gente estaba dispuesta, ya sea por participación activa o por una aprobación silenciosa, a apoyar a un régimen que estaba cometiendo uno de los grandes crímenes de la humanidad. Un experimento clave fue conducido por Solomon Asch. Reunió a un grupo de personas a las cuales pidió que hicieran una serie simple de tareas cognitivas. Se les mostraba una serie de cartas, una con una línea fina, la otra con tres líneas de distinta longitud y se les preguntó cuál de esas líneas tenía la misma longitud que la de la primera carta. Sin el conocimiento de uno de los participantes, Asch instruyó a los demás a dar la respuesta correcta con las primeras cartas y una incorrecta para las demás. En un significativo número de casos el sujeto bajo análisis, aun sabiendo que su respuesta era errónea, acompañó la opinión de los demás. Tal es el poder de la presión para amoldarse: nos puede decir algo que sabemos que es inexacto.
Más atemorizante aún resultó el experimento de Stanford llevado a cabo a comienzos de 1970 por Philip Zimbardo. A los participantes les fueron asignados aleatoriamente roles de guardias y prisioneros en una prisión simulada. En pocos días los estudiantes con el rol de guardias comenzaron a actuar en forma abusiva, algunos de ellos sometiendo a los supuestos prisioneros a tortura psicológica. Los que actuaban como prisioneros lo tomaron en forma pasiva, incluso poniéndose del lado de los guardias frente a los que se resistían. El experimento se canceló a los seis días al comprobar que el mismo Zimbardo se encontró dominado por la realidad artificial que había creado. La presión para amoldarse a los roles asignados es lo suficientemente intensa como para instigar a las personas a hacer lo que saben que está mal.
Es por eso que a Abraham le fue indicado, al comienzo de su misión, dejar “su tierra, su lugar de nacimiento, la casa de su padre,” para liberarse de la presión de amoldarse. Los líderes deben estar preparados para no seguir el consenso. Uno de los grandes autores sobre el tema del liderazgo, Warren Bennis, escribe: “Para la época en que llegamos a la pubertad, el mundo nos ha moldeado de una manera mayor de la que nos damos cuenta. Nuestra familia, los amigos y la sociedad en general nos han indicado – verbalmente y con ejemplos – cómo ser. Pero la persona comienza a ser líder en el momento en que decide por sí mismo cómo ser.”[4]
Una razón por la cual los judíos han resultado ser líderes, en una proporción que no tiene relación con su número, y en casi cualquier disciplina, es precisamente por la voluntad de ser diferentes. A lo largo de los siglos los judíos han sido el ejemplo más impactante de un grupo que se ha negado a asimilarse a la cultura dominante o convertirse a la fe dominante.
Uno de los hallazgos de Solomon Asch vale la pena ser destacado. Él observó que cuando había sólo una persona dispuesta a respaldar al individuo que veía que los demás estaban dando la respuesta equivocada, le dio la fortaleza necesaria para alzarse contra el consenso. Es por eso, que a pesar de su número menor, los judíos crearon comunidades. Es difícil liderar en soledad, mucho menos difícil hacerlo en compañía de otros, aun siendo minoría.
El judaísmo es la voz antagónica en la conversación de la humanidad. Como judíos, no seguimos a la mayoría solo porque lo es. Era tras era, centuria tras centuria, los judíos fueron preparados para hacer lo que inmortalizó el poeta Robert Frost:
Dos caminos divergieron en un bosque, y yo, Elegí el menos transitado, Y eso marcó toda la diferencia. [5]
Eso es lo que hace una nación de líderes.

[1] Thomas Hobbes, The Leviathan, ed. Richard Tuck (Cambridge, England: Cambridge University Press, 1991), parte 1, cap. 13.
[2] Tucídides, 5.89.
[3] Génesis Rabá 42:8
[4] Walter Bennis, On Becoming a Leader (New York: Basic Books, 1989), 49.
[5] Robert Frost, The Road Not Taken, Birches, and Other Poems (New York: H. Holt and Co., 1916), 10.

- Cuando Abraham comenzó su travesía, ¿a quién seguía y como lideraba?
- ¿Cuándo resulta una buena idea tomar el camino menos transitado?
- ¿Te inspira la historia de Abraham para desafiar los ídolos de hoy? Si es así, ¿cuáles serían para ti los ídolos actuales?
Traductores
Carlos Betesh