Haz silencio y escucha (Ki Tavó 5780)

Descarga aquí el ensayo en PDF.


Haz clic aquí para descargar la Edición Familiar de esta semana.


Durante la primera cuarentena del coronavirus, me hicieron una pregunta más que ninguna otra: ¿Qué pasa con el rezo? Justamente cuando más lo necesitábamos, nos encontramos impedidos de participar en la tefilá be-tzibur, el rezo comunitario público. Nuestros rezos más sagrados, debarim she-bi-kedusha, son comunitarios. Requieren un minián. Hubo una discusión entre Rambam y Ramban acerca de si original y esencialmente, el precepto del rezo correspondía al individuo o a la comunidad.  Pero no estuvieron en disidencia en cuanto al valor y la importancia del rezo como parte de la comunidad. Eso es lo especial de cómo nosotros como judíos venimos ante Dios, no como “yo” sino como “nosotros.” ¿De qué manera entonces, habríamos de hallar fortaleza espiritual sin esta dimensión comunitaria?

Mi respuesta fue que esta era, efectivamente, una terrible privación. No tiene sentido minimizar la pérdida. Como señaló Yehuda Halevi en su Kuzari, el rezo individual es como protegerse construyendo una pared alrededor de su casa. Y el rezo comunitario es como unirse a los demás en construir un muro alrededor de la ciudad. El muro alrededor de la ciudad protege a todos, no solamente a mí.[1] Además, cuando rezo solo, puedo hacerlo con egoísmo, pidiendo por algo que me puede beneficiar directamente pero que podría ser dañino para otros. Si yo vendo helados, quiero que salga el sol, pero si vendo paraguas, quiero que llueva. Rezando juntos no buscamos el beneficio propio sino el común.

El rezo comunitario no es solo una expresión de comunidad. Es también una forma de construirla. De ahí el costo psicológico de la cuarentena. Somos seres sociales, no solitarios. La mayoría de nosotros busca estar en compañía. Y aún las maravillas que son Zoom, Skype, YouTube, Facebook Live, WhatsApp y Facetime no pueden compensar la pérdida de lo verdadero: el encuentro cara a cara.

Pero algo se gana en el rezo en aislamiento. Tefilá be-tzibur implica ir a la velocidad de la congregación. Es difícil disminuir el ritmo para poder meditar extensamente sobre alguna de las plegarias en particular: su significado, su melodía, ritmo y estructura. El rezo es esencialmente una especie de contrapunto entre hablar y escuchar. Pero el rezo comunitario requiere frecuentemente más hablar que escuchar. La cuarentena significó que pudimos escuchar más la poesía y la pasión de los rezos mismos. Y en el rezo se trata de  escuchar, no solo hablar.

En uno de sus ensayos en Beit Yaakov, Rabí Yaakov Leiner, hijo del Ishbitzer Rebe (Rab Mordejai Leiner) expresa un comentario fascinante sobre una frase de la parashá de esta semana, hasket u-shema Israel: “Haz silencio y escucha, Israel. Tú ahora te has transformado en el pueblo del Señor tu Dios.” (Deuteronomio 27:9)  Ahí, dice, está la diferencia fundamental entre ver y escuchar lo que se desea comunicar. Ver nos dice lo superficial, lo externo de las cosas. Oír trata de lo interno, lo profundo (omek kol davar).[2]

Sus comentarios fueron tomados por uno de los más grandes estudiosos del siglo XX de la tecnología de la comunicación, Walter J. Ong, quien habló de “la singular relación entre el sonido y la interioridad comparando el sonido con los otros sentidos.” Agrega: “Esta relación es importante por la interioridad de la conciencia humana y de la comunicación en sí.”[3] En otras palabras, es a través del sonido, especialmente cuando se habla y se escucha, que estamos presentes uno para el otro como sujetos, más que como objetos. Al escuchar, nos encontramos con la dimensión profunda de la realidad.

Cuando escuchamos, estamos mucho más comprometidos que cuando participamos simplemente observando. Ong considera que esta es una de las características especiales de la Biblia hebrea. Dios creó el universo mediante palabras. Se revela ante Su pueblo por medio de palabras. Hace un pacto con ellos con palabras. El último y culminante libro de la Torá es Devarim, “palabras.” Ong señala que el término hebreo para “palabra”, davar, también significa evento, algo que ocurre, que genera un momento fundamental en la historia. Si lo más grande que hace Dios es hablar, lo más grande que podemos hacer nosotros es escuchar.

También existe una diferencia, como puntualicé en mi traducción y comentario del Sidur, entre oír y escuchar, frecuentemente ocultada porque el verbo en hebreo, shemá, significa ambas cosas. Pero son muy distintas. Oír es pasivo, escuchar, activo. Oír no requiere concentración especial, escuchar, sí. Involucra atención, enfoque y apertura al otro. Uno de los dones más grandes que se nos puede dar es encontrar una persona que realmente nos escuche. Lamentablemente, esto pasa raras veces. Con frecuencia estamos tan concentrados en lo que vamos a decir a continuación que en realidad no escuchamos con profundidad lo que la otra persona está diciendo.

Y así es con el rezo. Alguien definió una vez al rezo como escuchando a Dios escuchándonos  a nosotros.

Hay algunas historias profundas en la Torá y el Tanaj acerca de escuchar. Tomemos por ejemplo el episodio en el cual Yaakov recibe la bendición de su padre, que estaba dirigida originariamente a Esav. El relato elimina la dimensión de la visión: Ytzjak es anciano y ya no ve. Pero tiene dudas persistentes sobre si efectivamente es su hijo Esav el que está frente a él. Utiliza varios de sus sentidos. Saborea el plato que su hijo le ha llevado. Huele sus ropas. Toca sus manos. Y concluye: “La voz es la de Yaakov, pero las manos son las manos de Esav” (Génesis 27:22). Cuánta angustia se podría haber evitado si hubiera seguido la evidencia auditiva en lugar del sabor, olfato y tacto.

Los nombres de los tres primeros hijos de Yaakov fueron todos llamados de atención por parte de su madre Lea. Llamó al primero Rubén, diciendo “Es porque el Señor ha visto mi padecimiento. Ahora seguramente mi esposo me amará.” El segundo lo llamó Simón, diciendo “porque el Señor escuchó que yo no soy amada, y me dio a este hijo también.” Al tercero lo llamó Leví diciendo. “Ahora por fin mi esposo será atraído por mí, porque le he dado tres hijos.” ¿Escuchaba Yaakov sus llantos? No lo sabemos. Pero el sentido simple del texto nos dice que no. Y sabemos por las bendiciones de Yaakov en su lecho de muerte que su relación con estos tres hijos estaba cortada.

También está la extraña elección de Moshé el elegido para ser la voz de Dios ante Israel por todos los tiempos. Moshé le recordó repetidas veces a Dios que él no era hombre de palabras, que no podía hablar, que tenía “los labios no circuncidados.” La Torá ciertamente nos está diciendo varias cosas, ¿pero no podría ser una de ellas que ya que tenía dificultades en hablar, Moshé habría aprendido a escuchar? Sin duda Moshé escuchó a Dios mejor que cualquier otro personaje de la historia.

Después ocurrió el drama del Monte Horeb donde Eliahu logró su espectacular victoria contra los profetas de Baal al bajar el fuego del cielo en el Monte Carmel. Dios le mostró un fuerte viento, un terremoto y un fuego, pero Dios no estaba en ninguna de estas cosas. En vez, estaba en el kol demamá dacá, la “pequeña, suave voz” que yo he señalado que significa “un sonido que solo se puede oír si uno está escuchando.”

Están la hermosas e impactantes líneas del Salmo 19 que leemos los sábados a la mañana, que nos dicen que “las alturas declaran la gloria de Dios; los cielos proclaman la obra de Sus manos,” pese al hecho de que “no hay discursos, no hay palabras.” La Creación canta un canto a su Creador, que podremos oír si escuchamos con la suficiente atención. Recordé esto al notar que a lo largo de toda la pandemia, sin el ruido del tránsito ni del sobrevuelo de los aviones, pudimos oír, en la forma más vívida que yo recuerde, el canto de los pájaros y otros sonidos de la naturaleza.

Escuchar es el tema principal de los discursos de Moshé en Devarim. La raíz sh-m-a aparece no menos de 92 veces en el libro, un número impactante. Eso es lo que espero que hayamos obtenido de este tiempo angustiante de aislamiento: la capacidad de ralentizar nuestros rezos y escucharlos, permitiendo que su poesía nos penetre más profundamente que en otros tiempos. Rab Yaakov Leiner, cuyas reflexiones sobre el escuchar nos iniciaron en este camino, dijo que el mes trágico de Av es el tiempo en que es difícil ver la presencia de Dios. Perdimos dos Templos. A las naciones del mundo les pareció que Dios había abandonado a Su pueblo. Pero precisamente cuando es difícil ver la presencia Divina, podemos concentrarnos en escuchar.[4]Yo creo que escuchar es una de las grandes artes. Nos abre a Dios, a nuestros semejantes, a las bellezas de la naturaleza. Para mí uno de los regalos de este tiempo tan difícil es la capacidad de ralentizar el rezo para poder escuchar cómo me habla. Rezar es tanto escuchar como hablar. Y la fe, propiamente, es la capacidad de oír la música que está  debajo del ruido.


[1] Kuzari, III:19.

[2] Beit Yaakov, vol. 4. Torá uMoadim, Rosh Jodesh Menajem Av, 131.

[3] Walter J. Ong, Orality and Literacy: the technologizing of the word, Routledge, 1982, 71.

[4] La misma idea se puede encontrar antes en Sefer Yetzirá. Ver Benei Isajar, Maamarei Hodshej Tamuz veAv, maamar 1,3. Agradezco al Sr. David Frei, secretario del Bet Din de Londres por traer esto a mi atención.


Descarga aquí el ensayo en PDF.


Traductores

Carlos Betesh