¿El amor conquista todo?[1] (Ki Tetzé 5780)

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Nuestra parashá contiene más leyes que ninguna otra. Algunas han sido objeto de mucho estudio y debate, especialmente dos de las primeras, la ley de la mujer cautiva y la del “hijo porfiado y rebelde.” Sin embargo, hay una ley que merece mucha más atención de la recibida, la que está descrita entre las dos mencionadas. Se trata de las leyes de la herencia:

Si un hombre tiene dos esposas y ama a una y a la otra no,  ambas le han dado hijos pero el primogénito es de la madre no amada, cuando lega sus propiedades a sus hijos, no debe favorecer al hijo de la madre que ama en detrimento del hijo de la que no ama. Debe reconocer a ese hijo como primogénito y darle el doble de la herencia que los demás de todo lo que posee. Ese hijo es la primera señal del vigor del padre. El derecho de la primogenitura le corresponde a él.

Deuteronomio 21:15-17

Noten que la palabra hebrea que se traduce como “a la que no ama” o “no amada” es senuah, que normalmente significa “odiado.” Veremos más adelante por qué se usa una palabra tan fuerte.

Aparentemente esta es una ley concreta, lógica. Nos dice que el amor no debe sobreponerse a la justicia. El primogénito, en  Israel  antiguo y en otros lugares, tenía derechos especiales, sobre todo los referidos a la herencia. En la mayoría de las sociedades tendía a ser el sucesor de su padre en la posición de poder que ocupaba. En Israel era lo que ocurría con el reinado y el sacerdocio.[2] No heredaban toda la propiedad del padre pero sí el doble que los demás hijos.

Era importante tener leyes como estas para evitar las reyertas familiares que se presentaban cada vez que ocurría o que era inminente un deceso. La Torá nos da un ejemplo concreto de las intrigas de la corte ante la probable muerte de David, sobre cuál de sus hijos debía ser su heredero. Más recientemente, lehavdil, (guardando la distancia) ha habido varios ejemplos de dinastías jasídicas desgarradas porque diferentes grupos querían postular a sus respectivos candidatos para asumir el liderazgo.

Existe tensión entre la libertad individual y el bien común. La libertad individual dice “Esta riqueza es mía. Yo tendría que poder hacer con ella lo que quiera, incluyendo decidir a quién dársela.” Pero también está el bienestar de los demás, incluyendo los otros hijos, otros miembros de la familia, la comunidad y la sociedad dañada por disputas familiares. La Torá traza una línea, reconociendo los derechos del primogénito biológico y circunscribiendo los derechos del padre.

La ley como tal, es directa. Lo que la hace excepcional es que se lee como si estuviera dirigida contra una figura bíblica específica: Yaakov. Una de las conexiones es lingüística: el término clave de nuestra ley es la oposición entre ahuva “amado” y senuah, “odiado/no amado.” Esta oposición aparece diez veces en la Torá. Tres tienen que ver con la relación entre nosotros y Dios: “Aquéllos que Me odian, y los que Me aman.” Quedan siete casos. Cuatro están en el párrafo citado anteriormente. Los otros tres tienen que ver con Yaakov: dos sobre la preferencia de su amor por Raquel y no  por Lea (Génesis 29:30-31, 32-33) y la tercera por su amor por Iosef en relación a sus otros hijos (Génesis 37:4). Ambos casos causaron un gran dolor a la familia y tuvieron consecuencias devastadoras a largo plazo.

Así describe la Torá los sentimientos de Yaakov por Raquel:

Yaakov amaba a Raquel y dijo: “Trabajaré para ti (Labán) siete años a cambio de tu hija menor, Raquel”… Así trabajó siete años por Raquel, pero fueron como apenas unos días por el amor que sentía por ella…Y Yaakov también cohabitaba con Raquel: en efecto, amaba a Raquel más que a Lea. Y trabajó para él (Labán) otros siete años.

Génesis 29: 18-30

Y esta es la descripción del impacto que tuvo sobre Lea:

 Cuando el Señor vio que Lea era odiada, hizo que ella concibiera, pero Raquel permaneció estéril. Lea concibió y tuvo un hijo varón al que llamó Reuben; porque ella exclamó: “Significa que ‘El Señor ha visto mi aflicción’. También significa: ‘Ahora mi esposo me amará.’” Concibió nuevamente y tuvo un varón y declaró: “Esto es porque el Señor oyó que yo era odiada y me ha dado también este hijo,” y lo llamó Simón.

Génesis 29:31-33

He traducido aquí la palabra senuah como “odiada” simplemente para dar al texto el sentido dramático que transmite el hebreo. También entendemos por qué fue usada esa palabra. Como aclara el texto, Lea era menos amada que Raquel. Yaakov no la odiaba, pero ella se sintió odiada, ya que menos amada equivale a no ser amada. Ese sentimiento dominó su matrimonio, como vemos por los nombres que les dio a sus hijos mayores. La rivalidad continúa y se acentúa en la generación siguiente:

Cuando los hermanos vieron que su padre lo amaba más que a cualquiera de ellos, lo odiaron y no pudieron hablar una palabra en paz con él.

Génesis 37:4

Menos amados, los hermanos se sintieron odiados y por lo tanto odiaron al más amado, Iosef. El amor genera conflicto, aun cuando ninguna de las partes lo desee. Yaakov no odiaba a Lea ni a sus hijos ni a los hijos de sus sirvientas. No decidió amar  deliberadamente a Raquel y después a Iosef. El amor no funciona así. Nos pasa, generalmente no por elección. Pero  los que quedan afuera pueden sentirse excluidos y no amados. Eso es como sentirse odiado. La Torá usa la palabra senuah para indicar cuán profundo es ese sentimiento. No alcanza con decir “Yo también te amo,” cuando cada acto, cada palabra y cada mirada dice “Amo más a otra persona.”

Lo cual nos lleva a la herencia. Iosef era el decimoprimero  de los doce hijos de Yaakov, pero era el primogénito de su amada esposa Raquel. Yaakov procedió a hacer lo que nuestra parashá nos dice que no se debe hacer: privó de la primogenitura a Rubén, su primer hijo y el de Lea, su doble porción, y en su lugar se la dio a Iosef. A Iosef le dijo:

Ahora, tus dos hijos que te fueron dados en la tierra de Egipto antes de que yo fuera hacia ti en Egipto, serán míos: Efraim y Menashé serán míos, no menos que Rubén y Simón.

Génesis 48:5

Más adelante en el mismo capítulo señala: “Yo estoy por morir, pero Dios estará contigo y te retornará a la tierra de tus padres. Ahora, te asigno a ti una porción más que a tus hermanos, que yo arranqué de los amoritas con mi espada y mi arco” (Génesis 48:21-22). Hay muchas interpretaciones de este versículo, pero según Rashi, “Esto se refiere a la primogenitura, que los hijos de Iosef debían recibir dos porciones cuando la tierra de Canaán fuera dividida entre las doce tribus.” Los demás hijos de Yaakov recibirían una porción, mientras que a Iosef le asignarían dos, una para cada uno de sus hijos, Efraim y Menashé.

Es en contra de esta práctica que está dirigida la ley de nuestra parashá. Eso es lo extraordinario. Yaakov/Israel es el padre de nuestro pueblo. Pero específicamente en este tema su conducta no puede tomarse como precedente. Se nos prohíbe actuar como él.

La Torá no nos dice que Yaakov actuó mal. Hay toda clase de explicaciones que reconcilian su comportamiento mediante leyes posteriores. Yaakov no cumplió con la Torá fuera de la tierra de Israel (Ramban), y su cesión de la doble porción a Iosef ocurrió en Egipto. Nos está prohibido transferir la primogenitura sobre la base solo del amor, pero sí lo podemos hacer si el primogénito tuviera deficiencias de carácter, cosa que Yaakov creía cierto en el caso de Rubén. (Génesis 49:3-4; Abarbanel)

Pero la ley nos está diciendo algo verdaderamente muy profundo. El amor es la más elevada de las emociones. Nos han ordenado amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza. Pero en el ámbito familiar está plagado de peligros. El amor arruinó la vida de Yaakov, una y otra vez: en su relación con Esav (Ytzjak amaba a Esav. Rebeca a Yaakov); en la relación entre Lea y Raquel, y en la relación de Iosef con sus hermanos. El amor trae alegría. También lágrimas. Une a algunas personas pero hace que otras se sientan distanciadas, rechazadas.

Por lo tanto, dice la Torá en nuestro precepto: cuando es probable que el amor sea el causante de conflicto, debe ser ubicado en un segundo plano respecto de la justicia. El amor es parcial, la justicia, imparcial. El amor va dirigido a alguien en particular; la justicia es para todos. El amor trae satisfacción personal, la justicia conduce al orden social.

El judaísmo constituye la manera más efectiva en la historia de proveer un equilibrio adecuado entre lo particular y lo universal. Es ambas cosas. Venera al Dios universal por medio de una fe particular. Cree en la conexión universal entre Dios y la humanidad – somos todos creados a Su imagen (Génesis 1:27) – y en una  particular – “Mi hijo, Mi primogénito, Israel” (Éxodo 4:22). Cree en el pacto universal con Noaj, y en el particular con Abraham y luego con los israelitas. Por lo tanto, cree en la universalidad de la justicia,  en la particularidad  del amor y en la importancia de ambas.

En cuanto a la relación entre humanos, existe un orden de prioridad. Primero crear justicia, después expresar amor. Porque si esas prioridades se invierten permitiendo injusticia en aras del amor, dividiremos y destruiremos familias y grupos y sufriremos las consecuencias por mucho tiempo. Una ley aparentemente menor sobre la herencia es en realidad una declaración mayúscula de los valores  judaicos. Yo creo que el judaísmo acertó al colocar al amor en el corazón de la vida religiosa – el amor a Dios, al prójimo, al extranjero – pero al mismo tiempo reconoció que sin justicia el amor no nos salvará. Incluso, nos puede destruir.


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[1] La cita “El amor conquista todo,” proviene del poeto romano Virgilio. La Priora en The Canterbury Tales de Chaucer usa un broche con el grabado “Amor Vincit Omnia” (El amor conquista todo). El cuento de la Priora es notorio por su antisemitismo: contiene una versión del siglo XIV de un Libelo de Sangre. Esto en sí debería ser suficiente.

[2]Significativamente, este no era el caso cuando se trataba de la Torá y las posiciones basadas en ésta. Ver Nedarim 81a.


Traductores

Carlos Betesh