Incertidumbre radical (Emor 5780)

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Hay algo muy extraño en la festividad de Sucot, cuya fuente principal es nuestra parashá. Por un lado, es la festividad esencialmente asociada con la alegría. Es la única  parashá que menciona la palabra alegrar: “Y te alegrarás ante el Señor tu Dios durante siete días” (Levítico 23: 40) En toda la Torá, la alegría no se menciona en absoluto en relación a Rosh Hashaná, Iom Kipur y Pesaj; solo una vez en relación a Shavuot y tres veces en Sucot. De ahí deriva el nombre zman simjatenu, el festival de nuestra alegría.

Pero lo que se rememora es uno de los episodios más negativos de los años del desierto, “Vivirán en cabañas durante siete días; todos los ciudadanos de Israel vivirán en cabañas, para que las generaciones futuras sepan que Yo obligué a los israelitas a vivir en cabañas cuando los saqué de la tierra de Egipto, Yo soy el Señor vuestro Dios.” (Levítico 23:42-43)

Durante cuarenta años los israelitas vivieron sin un hogar permanente, siempre en movimiento. Estaban en el desierto, en tierra de nadie, donde era imposible saber qué esperar y qué peligros los aguardaban en el camino. Es cierto que vivían bajo la protección Divina. Pero nunca podían saber de antemano si la protección estaría presente y en qué forma se manifestaría. Era un prolongado período de inseguridad.

¿Cómo podemos entender entonces el hecho de que de todas las festividades, Sucot se llame zman simjatenu, la fiesta de nuestra alegría? Tendría sentido si fuera Pesaj – la celebración de la libertad – el festival de la alegría. También podría ser que fuera Shavuot, – el día de la revelación del Sinaí – el festival de la alegría. Pero por qué atribuirle ese título a la festividad que conmemora los cuarenta años de exposición al calor, al frío, al viento y a la lluvia. Si recordamos eso, ¿por qué sentir alegría?

Además, ¿cuál era el milagro? Pesaj y Shavuot recuerdan hechos milagrosos. Pero transitar por el desierto  solo con viviendas temporarias no era milagroso ni singular. Eso es lo que hacen habitualmente los que transitan por el desierto. Deben hacerlo. Están en una travesía. Solo pueden tener viviendas temporarias. En este sentido no había nada de especial en la experiencia de los israelitas.

Fue al considerar esto que llevó a Rabí Eliezer[1] a sugerir que la sucá representa las nubes de la gloria, ananei kavod, que acompañaron a los israelitas durante esos años, guardándolos del calor y del frío, protegiéndolos de sus enemigos, y guiándolos a través del camino. Es una hermosa e imaginativa solución al problema. Señala un milagro y explica por qué puede dedicarse esa festividad para recordarla. Por esta razón tanto Rashi como Ramban lo tomaron en el sentido simple del versículo.

Pero sin embargo, es difícil. Una sucá no se asemeja en nada a las nubes de gloria. Sería difícil imaginar algo menos parecido. La conexión entre la sucá y las nubes de gloria no proviene de la Torá sino del libro de Isaías, refiriéndose, no al pasado sino al futuro:

Entonces el Señor desplegará sobre el Monte Sion y sobre todos los que se reúnan en asamblea, una nube de humo durante el día y el resplandor de un fuego a la noche; la gloria cubrirá todo como un manto. Será una sucá de sombra para el calor del día y un refugio y lugar de protección para la lluvia y la tormenta. (Isaías 4:5-6)

Rabí Akiva disiente con la visión de Rabí Eliezer y dice que la sucá es lo que dice ser: una choza, una cabaña, una residencia temporaria.[2] Entonces, ¿cuál, según Rabí Akiva, fue el milagro? No hay forma de saberlo. Pero lo podemos adivinar.

Si la sucá representa las nubes de la gloria – la visión de Rabí Eliezer – entonces celebra el milagro de Dios. Si no representa más que la sucá en sí – la visión de Rabí Akiva – entonces celebra el milagro humano al que hizo referencia Jeremías cuando dijo: “Así dijo el Señor, ‘Yo recuerdo la devoción de tu juventud, cuando como una novia Me amabas y Me seguías en el desierto, a través de una tierra no sembrada.’” (Jeremías 2:2)

Los israelitas pueden haber protestado y haberse rebelado. Pero siguieron a Dios. Continuaron transitando. Como Abraham y Sara, estaban preparados para viajas hacia desconocido.

Si seguimos a Rabí Akiva, podemos inferir una profunda verdad sobre la fe en sí. La fe no es certeza. La fe es el coraje de vivir con incertidumbre. Casi cualquier fase del éxodo estuvo plagada de dificultades, reales o imaginarias. Eso es lo que hace que la Torá sea tan poderosa. No supone que la vida es más fácil de lo que es. El camino no es recto y la travesía es larga. Ocurren hechos inesperados. Aparecen crisis súbitamente. Se torna importante grabar en la memoria de un pueblo el conocimiento de que tenemos la capacidad de afrontar lo desconocido. Dios está con nosotros dándonos el coraje que necesitamos.

Cada Sucot es como si Dios nos estuviera recordando: no creas que necesitas paredes sólidas para sentirte seguro. Yo conduje a tus antepasados a través del desierto para que nunca olviden la travesía que debían recorrer y los obstáculos que tenían que superar para llegar a esta tierra. Él dijo: “Yo obligué a los israelitas a vivir en cabañas cuando los saqué de la tierra de Egipto.” (Levítico 23:43). En esas cabañas, frágiles y expuestas a la intemperie, los israelitas aprendieron a vivir con incertidumbre.

Otras naciones contaron historias celebrando su poderío. Construyeron palacios y castillos como expresión de invencibilidad. El pueblo judío era diferente. Llevó consigo un relato sobre las incertidumbres y los vaivenes de la historia. Habló de la travesía de sus ancestros a través del desierto, sin casas, hogares, ni protección frente a los elementos. Es una historia de fortaleza espiritual, no de fortaleza militar.

Sucot es el testimonio de la supervivencia del pueblo judío. Aun perdiendo su tierra y arrojado nuevamente al desierto, no perderá el corazón ni la esperanza. Recordará que pasó sus primeros años como nación viviendo en una sucá, una vivienda temporaria a  merced de la intemperie. Sabrá que en el desierto, ningún campamento es permanente. Seguirá viajando hasta llegar una vez más a la tierra prometida, Israel, su hogar.

No es casual que el pueblo judío es el único en haber sobrevivido dos mil años de exilio y dispersión, su identidad intacta y su energía sin disminución. Es el único pueblo que puede vivir en una choza con ramas como techo y aún sentirse rodeado de nubes de gloria. Es el único pueblo que puede habitar una vivienda temporaria y regocijarse.

El economista John Kay y el ex-gobernador del Banco de Inglaterra Mervyn King han publicado recientemente un libro intitulado Radical Uncertainty (Incertidumbre radical).[3] En el mismo hacen la distinción entre el riesgo, que es calculable, y la incertidumbre, que no lo es. Argumentan que la gente se ha basado excesivamente en cálculos de probabilidad sin tomar en cuenta el peligro que puede surgir de una fuente totalmente inesperada. La aparición repentina del coronavirus justo en el momento de la edición del libro lo confirma. Se sabía que existía la posibilidad de una pandemia. Pero nadie sabía cómo iba a ser, de dónde provendría, cuán rápidamente se iba a expandir ni qué consecuencias tendría.

Más importante que el cálculo de probabilidades, dicen, es la comprensión de la situación, la respuesta a la pregunta: “¿Qué está pasando?”[4] Esto, afirman, nunca ha sido respondido por las estadísticas o predicciones sino por la narrativa, contando una historia.

Exactamente de eso trata Sucot. Es una historia de incertidumbre. Nos cuenta que podemos saber de todo, pero nunca podremos saber qué nos deparará el mañana. El tiempo es una travesía por el desierto.

En Rosh Hashaná y Iom Kipur rezamos para ser inscriptos en el Libro de la Vida. En Sucot nos regocijamos porque creemos haber recibido una respuesta favorable a nuestro rezo. Pero cuando encaramos el año siguiente, aceptamos desde el principio que la vida es frágil, vulnerable de mil maneras. No sabemos cómo será nuestra salud, nuestra carrera o nuestros ingresos, ni qué pasará con nuestra sociedad ni con el mundo. No podemos escapar de la exposición al riesgo. De eso trata la vida.

La sucá simboliza vivir con incertidumbre. Sucot es el festival de incertidumbre radical. Pero la coloca en el marco de una narrativa, exactamente como sugieren Kay y King. Nos dice que a pesar que estemos atravesando el desierto, nosotros como pueblo llegaremos a destino. Si vemos la vida con los ojos de la fe, sabremos que estamos rodeados de nubes de gloria. Dentro de la incertidumbre seremos capaces de regocijarnos. No necesitamos castillos de protección ni palacios de gloria. Una humilde sucá servirá, pues cuando estamos sentados en ella estaremos bajo lo que el Zohar llama “la sombra de la fe.”

Yo creo que la experiencia de dejar la protección de una casa y entrar en la exposición de la sucá es una manera de calmar nuestro temor a lo desconocido. Nos dice: hemos estado antes aquí. Somos todos viajeros en una travesía. La Divina Presencia está con nosotros. No tenemos por qué tener miedo. Es la fuente de resiliencia que necesitamos en este mundo interconectado, peligroso y radicalmente incierto.

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[1] Sucá 11b.

[2] Sucá 11b.

[3] John Kay and Mervyn King, Radical Uncertainty, Bridge Street Press, 2020.

[4] Los autores derivan esta idea de Richard Rumelt, Good Strategy/Bad Strategy, Crown, 2011.


Traductores

Carlos Betesh