Límites (Sheminí 5780)

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La historia de Nadav y Avihu, los hijos mayores de Aarón que murieron el día de la consagración del Santuario, es una de las más trágicas de la Torá. Hay referencias a ella en no menos de cuatro ocasiones. Transformó lo que debía ser un día de celebración nacional en uno de profundo pesar. Aarón, desconsolado, no podía hablar. Una sensación de duelo se extendió por el campamento y el pueblo. Dios le había advertido a Moshé que era peligroso tener a la Divina presencia dentro del campamento (Éxodo 33:3), pero ni Moshé pudo prever que algo tan grave como esto podría ocurrir. ¿Qué fue lo que Nadav y Abihu hicieron mal?

Un rango excepcional de interpretaciones fue dado por los Sabios. Algunos dijeron que ellos aspiraban a conducir al pueblo y que esperaban con impaciencia la muerte de Moshé y Aarón. Otros adujeron que su pecado era no haber contraído matrimonio por considerar que no había mujer que fuera digna de ellos. Otros atribuyeron su pecado al hecho que estaban alcoholizados. Y otros más, que no se instruyeron acerca de qué estaba permitido y qué estaba prohibido hacer ese día. Otra explicación es que habían entrado en el Sancta Sanctórum, el ámbito permitido exclusivamente para el Sumo Sacerdote.

La explicación más simple, sin embargo, es la del texto mismo. Ofrecieron un “fuego extraño, que no había sido ordenado.” ¿Por qué habrían de hacer tal cosa? ¿Y por qué fue un error tan grave?

La explicación que psicológicamente tiene más sentido es que fueron llevados por el clima del momento. Actuaron como en una especie de éxtasis. Resultaron víctimas de la excitación por la inauguración del primer espacio de rezo colectivo de la historia de los descendientes de Abraham. Su comportamiento fue espontáneo. Quisieron hacer algo más, algo no ordenado, para expresar su fervor religioso.

¿Qué tenía eso de malo? Moshé actuó espontáneamente cuando rompió las tablas después del pecado del Becerro de Oro. Siglos más tarde, David hizo lo propio cuando bailó junto al Arca al  entrar a Jerusalem. Ninguno de los dos fue castigado por su comportamiento. (Aunque Mijal retó a su esposo David por la danza). ¿Qué fue lo que hizo que Nadav y Abihu merecieran un castigo tan severo?         

La diferencia es que Moshé era un profeta. David, un rey. Pero Nadav y Abihu eran sacerdotes. Los profetas y los reyes a veces actúan espontáneamente ya que ambos habitan el mundo del tiempo. Para cumplir con sus funciones, necesitan tener un sentido de la historia. Desarrollan un registro del tiempo en forma intuitiva. Perciben la situación  del momento, y lo que el momento requiere. Para ellos, hoy no es ayer, y mañana también será distinto. Eso los lleva de vez en cuando a actuar en forma espontánea porque es lo que esa instancia requiere.

Moshé sabía que solo algo tan dramático como la rotura de las tablas podía impactar al pueblo y hacerle comprender la gravedad de su pecado. David sabía que bailar al lado del Arca expresaría al pueblo lo significativo de lo que estaba pasando, que Jerusalem no sólo estaba siendo declarada la capital política sino también el centro espiritual de la nación. Estos actos de espontaneidad cuidadosamente ponderados fueron esenciales en moldear el destino del pueblo.

Pero los sacerdotes tienen un rol completamente diferente. Habitan un mundo atemporal, no histórico, en el que nada significativo cambia. Los sacrificios diarios, semanales y anuales eran siempre los mismos. Cada elemento del servicio del Tabernáculo estaba limitado por sus propias y detalladas reglas, y nada significativo quedaba a discreción del sacerdote.

El sacerdote era el guardián del orden. Su misión consistía en mantener las fronteras entre lo sagrado y lo secular, lo puro y lo impuro, lo perfecto y lo imperfecto, lo permitido y lo prohibido. Su dominio era el de lo sagrado, los puntos en los que lo infinito y lo eterno entran en el mundo de lo finito y mortal. Como le dice Dios a Aarón  en nuestra parashá: “Tú debes distinguir entre lo sagrado y lo profano, entre lo puro y lo impuro; y debes enseñar a los israelitas todas las leyes que el Señor les ha impartido a través de Moshé.” Los verbos clave para los cohanim eran lehavdil, diferenciar, y lehorot, enseñar. El cohen hacía diferenciaciones y enseñaba al pueblo a hacer lo propio. 

La vocación sacerdotal consistía en recordar al pueblo que hay límites. Hay un orden en el universo que debemos aceptar. La espontaneidad no tiene lugar en la vida del sacerdote ni en el servicio del Santuario. Eso fue lo que Nadav y Abihu no acataron. Podía parecer una trasgresión menor pero en realidad era la negación de todo lo que el Tabernáculo y el sacerdocio significaban.

Los límites existen. De eso se trata la historia de Adán y Eva en el Paraíso. ¿Por qué motivo habría de crear Dios dos árboles, el de la Vida y el del Conocimiento, del cual los humanos tenían prohibido comer? ¿Por qué  decirles qué eran los árboles y qué podría provocar sus frutos? ¿Por qué exponerlos a la tentación? ¿Quién no desearía tener conocimiento y vida eterna si fuera posible conseguirlos simplemente comiendo un fruto? ¿Por qué plantar esos árboles en el jardín donde sería inevitable que los vieran los humanos? ¿Por qué someter a Adán y Eva a una prueba que sería improbable que pudieran superar?

Para enseñarles a ellos, y a nosotros, que, aun en el Edén, la Utopía, el Paraíso, hay límites. Hay ciertas cosas que podemos hacer, o que quisiéramos hacer y aún no debemos hacer.

El ejemplo clásico es el del medio ambiente. Como documentó Jared Diamond en sus libros Guns, Germs and Steel (Armas, gérmenes y acero) y Collapse (Colapso), casi en cualquier lugar en que haya puesto el pie un ser humano ha dejado una huella de destrucción a su paso. Ha cultivado tierras hasta agotarla y cazado animales hasta su extinción. Esto ha ocurrido porque no ha tenido, insertado en su mente y hábitos, el concepto del límite. De ahí que el concepto, clave para la ética medioambiental, sea la sustentabilidad, o sea, limitar la explotación de los recursos de la tierra hasta el punto en que puedan renovarse por sí mismos. El fracaso de cumplir con esta norma hace que los seres humanos resulten exiliados de su propio jardín del Edén.

Hemos tenido conocimiento de las amenazas al medio ambiente desde hace mucho tiempo, ciertamente desde los años ‘70. Pero las medidas tomadas para combatir la explotación, polución y destrucción de los hábitats por la humanidad han resultado, en gran medida, insuficientes y tardías.  Una encuesta llevada a cabo en 2019 por la BBC sobre la actitud moral en Gran Bretaña mostró que pese a que la mayoría de las personas se sentían responsables por el futuro del planeta, eso no se tradujo a una acción concreta de su parte. El 71% de los encuestados admitió que era aceptable manejar  un trecho que era igualmente fácil de caminar. El 65% consideró conveniente usar platos y cubiertos descartables.[1]

En The True and Only Heaven (El único y verdadero cielo) Christopher Lasch argumentó que la revolución científica y el Iluminismo nos hicieron creer que no hay límites, que la ciencia y la tecnología resolverán todos los problemas creados  y que la tierra continuará indefinidamente dando sus frutos. “El optimismo progresista está basado, en el fondo, en la negación de los límites naturales, y no podrá sobrevivir durante mucho tiempo en un mundo en el que la percepción de esos límites se ha vuelto ineludible.”[2] Si olvidamos los límites, a la larga perderemos el paraíso. Esa es la advertencia de la historia de Adán y Eva.

En un pasaje notable de su libro sobre la inflación de 1976, The Reigning Error (El error reinante) William Rees-Mogg desarrolló elocuentemente el rol de la ley judía para asegurar la supervivencia del pueblo judío. Lo hizo al contener las energías de la gente. Los judíos son, dijo, “un pueblo de una energía eléctrica tanto en su personalidad como en su mente.” La energía nuclear, dijo, es inmensamente poderosa, pero al mismo tiempo requiere ser contenida. Después expresó lo siguiente:

De la misma forma, la energía del pueblo judío ha sido contenida en un tipo distinto de recipiente, la ley. Ella ha actuado como una botella dentro de la cual la energía espiritual e intelectual puede ser guardada; solo porque ha sido contenida es posible hacer uso de ella. No ha explotado ni se ha diseminado, ha sido contenida como poder continuo… La energía contenida puede ser una fuerza motriz durante un periodo indefinido; la fuerza descontrolada es meramente un gran estruendo, generalmente destructivo. En la naturaleza humana solo la energía disciplinada es efectiva.[3]

Ese era el rol del cohen, y sigue siendo el rol de la halajá. Ambos son expresiones  de límites: reglas, leyes y diferenciaciones. Sin límites, las civilizaciones pueden ser fascinantes y efímeras como fuegos artificiales. Para sobrevivir deben encontrar la forma de contener su energía para que pueda subsistir, sin disminución. Ese fue el rol del sacerdocio, que Nadav y Abihu traicionaron introduciendo la espontaneidad en un lugar inapropiado. Como dijo Rees-Mogg, “la energía descontrolada es un gran estruendo, generalmente destructivo.”

Yo creo que necesitamos recuperar el sentido de los límites porque, en nuestra búsqueda descontrolada por conseguir mayor riqueza, estamos haciendo peligrar el futuro del planeta y traicionando nuestra responsabilidad por las generaciones venideras. Hay cosas que son como un fruto que no debemos comer y un fuego que no debemos llevar.


[1] https://www.bbc.co.uk/mediacentre/latestnews/2019/year-of-beliefs-morality-ethics-survey-2019

[2]  Christopher Lasch, The True and Only Heaven: Progress and its Critics, WW Norton, 1991, 530.

[3] William Rees-Mogg, The Reigning Error: The Crisis of World Inflation, Hamish Hamilton, 1974, 12.

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Traductores

Carlos Betesh