El temor a la libertad (Shelaj Lejá 5779)

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El episodio de los espías fue uno de los más trágicos de toda la Torá. Quién los envió y con qué fin, no está totalmente claro. En la parashá de esta semana el texto dice que fue Dios el que le dijo a Moshé que lo hiciera (Números 13:1-2). En Deuteronomio (1:22) Moshé dice que fue el pueblo el que lo pidió. De cualquier manera, el resultado fue desastroso. Toda una generación fue privada de la posibilidad de entrar en la Tierra Prometida. Dicha entrada fue demorada cuarenta años. Según los sabios, esto proyectó una larga sombra sobre el futuro. (1)

Moshé les dijo a los espías que fueran, que vieran la tierra y que trajeran un informe. ¿Los habitantes son muchos o pocos, fuertes o débiles? ¿Cómo es la tierra en sí? ¿Están fortificadas sus ciudades o están abiertas? ¿La tierra es fértil? También les pidió que trajeran a su vuelta algunos frutos. Los espías retornaron con un informe positivo acerca de la tierra: “Efectivamente es una tierra en la que fluyen leche y miel, y estos son sus frutos” (Números 13:27). Y luego aparece uno de los más famosos ‘peros’ de la historia judía. “Pero – los habitantes que viven ahí son poderosos, sus ciudades son grandes y están fortificadas. Incluso vimos descendientes de Anak [‘el gigante’] allí.” (Números 13:28)

Percibiendo que estas palabras estaban desmoralizando a la gente, Caleb, uno de los espías, interrumpió con un mensaje de reaseguro: “Debemos ir y tomar posesión de la tierra pues con certeza podemos hacerlo.” Sin embargo, los otros espías insistieron: “No podemos atacar a esa gente, son más fuertes que nosotros… Toda la gente que vimos eran de gran tamaño…Nosotros parecíamos saltamontes…” (Números 13:30-33). Al día siguiente el pueblo, persuadido de que el desafío lo superaba completamente, expresó su arrepentimiento de haberse embarcado en el Éxodo y dijeron: “Elijamos un líder y volvamos a Egipto.” (Números 14:4)

Hasta ahí la narrativa. Sin embargo, es extraordinariamente difícil de comprender. Esto fue lo que llevó al Rebe de Lubavitch a dar una interpretación radicalmente revisionista del episodio. (2) Hizo las preguntas obvias. ¿Cómo pudieron diez espías retornar con un informe tan derrotista? Habían visto con sus propios ojos como Dios mandó una serie de plagas que pusieron de rodillas a Egipto, el más fuerte y extendido en el tiempo de todos los imperios del mundo antiguo. Habían visto al ejército egipcio, con su tecnología militar de última generación, los carruajes tirados por caballos, ahogarse en el mar, mientras los israelitas pasaban sobre tierra firme. Egipto era mucho más poderoso que los cananeos, perizitas, iebusitas y demás reinos menores que habrían tenido que vencer para conquistar la tierra. Tampoco era esto historia antigua, había ocurrido hacía menos de un año.

Aún más, estaban totalmente equivocados sobre los habitantes de la tierra. Esto lo descubrimos en el libro de Ioshúa, en el pasaje que se lee de la haftará de Shelaj Lejá. Cuando Ioshúa mandó espías a Jericó la mujer que los alojó, Rehab, les describió lo que su gente sintió cuando se enteraron de que los israelitas estaban en camino:

Yo sé que el Señor les ha dado la tierra a ustedes. Un gran temor ha caído sobre nosotros…Supimos que el Señor secó las aguas del Mar Rojo para ustedes cuando salieron de Egipto…Cuando lo oímos, nuestros corazones se derritieron y el coraje de todos nosotros se derrumbó a causa de ustedes, pues el Señor vuestro Dios es el Dios que está en las alturas en el cielo y abajo en la tierra.

Ioshúa 2:9-11

Los habitantes de Jericó no eran gigantes. Eran tan temerosos de los israelitas como lo eran los israelitas de ellos. Tampoco esto se supo más tarde. Los israelitas de la época de Moshé ya habían cantado la Canción del Mar.

Los pueblos se enteraron; ellos tiemblan;

Dolores agudos han sufrido los habitantes de Filistea.

Ahora son los jefes de Edom los perturbados;

Temblores sienten los líderes de Moab;

Todos los habitantes de Canaan se han dispersado.

El terror y la pesadumbre han caído sobre ellos;

Debido a la grandeza de Tu brazo, están quietos como piedra.

Éxodo 15: 14-16

¿Cómo es que olvidaron lo que poco tiempo antes sabían?

Aún más, continuaba el Rebe, los espías no eran personas elegidas al azar de entre la población. La Torá los señala como “hombres que eran cabezas del Pueblo de Israel.” Eran líderes. No eran personas susceptibles al temor. Las preguntas eran directas, pero la respuesta del Rebe fue totalmente inesperada. Los espías no temían el fracaso, dijo. Tenían miedo del éxito.

Nunca un pueblo había vivido tan cerca de Dios.

Si entraban en la tierra, su modalidad de campamento alrededor del Santuario, comiendo maná del cielo, viviendo en contacto con la Shejiná, desaparecería. Tendrían que librar batallas, mantener un ejército, formar una economía, labrar la tierra, preocuparse por el clima y las cosechas, y la infinidad de distracciones que provienen de vivir en el mundo. ¿Qué ocurriría con su cercanía a Dios? Estarían preocupados por temas mundanos y materiales. Aquí podían pasar toda la vida leyendo Torá iluminados por la radiación de lo Divino. Allí serían una nación más en el mundo de las naciones, y tendrían los mismos problemas sociales, económicos y políticos con los cuales debe lidiar cada nación.

Tenían miedo del éxito, y del cambio que subsecuentemente ocurriría. Querían continuar con la vida lo más próxima posible a Dios. Lo que no comprendieron fue que Dios busca, según la frase midráshica, “vivir en los mundos inferiores.”(3) Una de las grandes diferencias entre el judaísmo y otras religiones es que mientras otras buscan elevar a la gente al cielo, el judaísmo busca llevar el cielo a la tierra.

Gran parte de la Torá se refiere a cosas no vistas convencionalmente como parte de la religión: relaciones laborales, agricultura, provisión de bienestar, préstamos y deudas, posesión de la tierra, etc. No es difícil tener una intensa experiencia religiosa en el desierto, en un retiro monástico o en un ashram (lugar apartado donde se instruye el hinduismo). La mayoría de las religiones tienen lugares santos y personas santas que viven en lugares remotos fuera del estrés y las penurias de la vida diaria. En esto no hay nada inusual.

Pero ese no es el proyecto judío, la misión judía. Dios quiso que los israelitas crearan una sociedad modelo en la cual los seres humanos no sean tratados como esclavos, donde los gobernantes no sean adorados como semidioses, donde sea respetada la dignidad humana, donde la ley sea administrada imparcialmente a ricos y pobres por igual, donde no haya desamparados, ninguno aislado y abandonado, ninguna persona por encima de la ley, y que ningún aspecto de la vida sea zona libre de moralidad. Eso requiere de una sociedad, y una sociedad necesita tierra. Requiere una economía, un ejército, tierras y rebaños, trabajo y emprendimiento. Todo esto, en el judaísmo, son formas de llevar la Shejiná a los espacios compartidos de nuestra vida colectiva.

Los espías no dudaron de que Israel podía vencer en sus batallas contra los otros habitantes de la tierra. Su preocupación no era física sino espiritual. No querían dejar el desierto. No quisieron ser una más de las naciones de la tierra. No querían perder su particular relación con Dios en el silencio reverberante del desierto, lejos de la civilización y sus descontentos. Ese fue el error de hombres profundamente religiosos – pero error al fin.

Claramente este no es el sentido simple de la narrativa, pero no debemos por eso descartarlo. Es, de cierta forma, una lectura psicoanalítica del inconsciente de los espías. No querían dejar la intimidad y la inocencia del tiempo-fuera-del-tiempo y del lugar-fuera-de-lugar que era la experiencia del desierto. En última instancia, los espías temían a la libertad y sus responsabilidades.

Pero la Torá trata sobre las responsabilidades de la libertad. El judaísmo no es una religión de retiro monástico del mundo. Es una religión de compromiso con el mundo. Dios eligió a Israel para hacer que Su presencia fuera visible en el mundo. Por lo tanto, Israel debe vivir en el mundo. El pueblo judío no careció de habitantes del desierto y ascetas. El Talmud habla de R. Shimon ben Yohai viviendo trece años en una caverna. Cuando retornó, no pudo tolerar la escena de gente ocupada en tareas tan mundanas como arar un campo (Shabbat 33b). Decía que el compromiso con el mundo era fundamentalmente incompatible con las alturas de la espiritualidad (Berajot 35b). Pero la mayoría pensaba distinto. (4) La mayoría sostenía que “El estudio de la Torá sin una ocupación terminará en fracaso y conducirá al pecado.” (Mishná Avot 2: 2)

Maimónides habla de gente que vive como eremitas en el desierto para escapar de la corrupción de la sociedad. (5) Pero esas eran las excepciones, no la regla. No es el destino de Israel vivir fuera del espacio y el tiempo como reclusos del mundo. Lejos de ser la altura suprema de la fe, ese temor a la libertad y sus responsabilidades fue, según el Rebe de Lubavitch, el pecado de los espías.

No quisieron contaminar al judaísmo poniéndolo en contacto con el mundo real. Buscaron la dependencia eterna de Dios y la protección y el abrazo interminable de Su amor abarcador. Hay algo de noble en este deseo, pero también algo profundamente irresponsable. Los espías desmoralizaron al pueblo y provocaron la ira de Dios. El proyecto judío – la Torá como la constitución de la nación judía bajo la soberanía de Dios – trata sobre la construcción de una sociedad en la tierra de Israel que honra de tal forma la dignidad humana y la libertad, que algún día llevará al mundo a afirmar: “Con certeza esta gran nación es de un pueblo sabio y comprensivo.” (Deuteronomio 4: 6)

La tarea judía consiste en no temer al mundo real sino entrar en él y transformarlo, cicatrizando alguna de sus heridas y trayendo a lugares frecuentemente envueltos en la oscuridad, fragmentos de la luz Divina.

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Fuentes

  1. Sobre la frase “el pueblo lloró esa noche” (Números 14:1), el Talmud dice que Dios juró “Yo haré de este un día de llanto por todas las generaciones”. Ese día era Tisha BeAv en el cual, en siglos posteriores, el Primer y Segundo Templos fueron destruídos (Taanit 29a, Sotá 35a).
  2. Una traducción puede encontrarse en Rabi Menajem M. Schneerson, Torah Studies (Estudios de Torá), adaptado por Jonathan Sacks (Londres: Lubavitch Foundation, 1986), 239-245.
  3. Ver Midrash Tanjuma, parashá Nasó 16.
  4. Berajot 35b cita la visión de Rabi Ishmael según Abaye
  5. Maimónides, Mishné Torá, Hiljot Deot 6:1; Shmone Perakim, cap. 4.

Traductores

Carlos Betesh