Bereshit 5779 – Tres etapas de la Creación

Traductor: Carlos Betesh

Editor: Ben-Tzion Spitz

 

Tres etapas de la Creación

Bereshit 5779

Rabino Sacks Bereshit 5779 [PDF]

“Y Dios dijo, que haya… Y hubo… y vio Dios que era bueno.”

           De esta forma se desarrolla la más revolucionaria y también el más influyente de los relatos de la creación en la historia del espíritu humano.

En su comentario, Rashi cita al Rab Isaac que cuestiona por qué motivo debiera comenzar la Torá con la historia de la creación. (1) Dado que es un texto legal – los mandamientos que ligan a todos los hijos de Israel como nación – debería comenzar con la primera ley dada a los israelitas, cosa que recién aparece en el capítulo XII de Éxodo.

La propia respuesta del Rab Isaac es que la Torá comienza con el nacimiento del universo como justificación del regalo de la Tierra de Israel al pueblo de Israel. El Creador del mundo es ipso facto dueño y creador del mundo. Su obsequio le confiere el título. El reclamo del pueblo judío a la propiedad de la Tierra es distinto a la de cualquier otra nación. No surge de hechos arbitrarios de ocupación, asociación histórica, conquista o acuerdo internacional (aunque en el caso del actual Estado de Israel están presentes los cuatro). Deriva de algo aún más profundo: la palabra de Dios mismo – el Dios reconocido por los tres monoteísmos: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Esta es una lectura política del capítulo. Permítanme sugerir otra interpretación (no incompatible con la anterior sino adicional).

Una de las propuestas más impactantes de la Torá es que estamos siendo llamados, como seres creados a la imagen de Dios, a imitar a Dios: “Sé santo, pues Yo, el Señor tu Dios, soy Santo” (Lev. 19: 2):

Los sabios enseñaron: “Así como Dios es considerado pleno de gracia, sé tú también lleno de gracia. Así como es Él misericordioso, sé tú misericordioso. Así como Él es llamado Santo, sé tú santo.” Así también describieron los profetas al Todopoderoso considerando todos sus atributos: sufrido,  magnánimo en bondad, justo, recto, perfecto, dominante y poderoso, y así sucesivamente – para enseñarnos que estas cualidades son buenas y justas y que el ser humano debería cultivarlas e imitar a Dios lo más posible. (2)

Este trascendental desafío está implícito en el primer capítulo de Génesis: así como Dios es creativo, serás tú creativo. Al crear al hombre, Dios dotó a una sola criatura – el único conocido por la ciencia hasta ahora – con la capacidad no solo de adaptación a su medio ambiente, sino la de adaptar al medio ambiente a él; de modelar el mundo; de ser activo, no meramente pasivo, en relación a las influencias y circunstancias que lo rodean:

La existencia del bruto no tiene dignidad porque su existencia es indefensa. La existencia humana tiene dignidad porque es gloriosa, majestuosa, potente…El hombre de la antigüedad que no podía luchar contra las enfermedades y sucumbía en masa por la fiebre amarilla o cualquier otra plaga con una debilidad degradante, no podía reclamar dignidad. Solo el hombre que construye hospitales, descubre técnicas terapéuticas y salva vidas es bendecido con la dignidad…El hombre civilizado ha adquirido un limitado control de la naturaleza y se ha convertido, en ciertos aspectos, en su dominador, con lo cual ha obtenido también dignidad. Su dominación le ha hecho posible a él actuar en concordancia con su responsabilidad. (3)

El primer capítulo de Génesis contiene por lo tanto, una enseñanza: nos dice cómo ser creativo, principalmente en tres etapas. La primera es “Que se haga.” La segunda, “y así fue.” Y la tercera etapa es ver “que fue bueno.”

Aun una mirada rápida a este modelo de creatividad nos enseña algo profundo y contrario a la intuición: Lo verdaderamente creativo no es la ciencia y la tecnología de por sí, sino la palabra. Esa es la que construye todo ser.

Efectivamente, lo que diferencia al Homo Sapiens del resto de los animales es su capacidad de hablar. Targum Onkelos traduce la última frase de Génesis 2: 7, “Dios creó al hombre del polvo de la tierra y le insufló en sus fauces el hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”, como “y el hombre se transformó en ruaj memalela, un espíritu parlante.” Dado que tenemos la capacidad de hablar, podemos pensar, y por lo tanto imaginar un mundo distinto al actualmente existente.

La creación comienza con una palabra creativa, la idea, la visión, el sueño. El lenguaje – y con él la capacidad de recordar un pasado distante y conceptualizar un futuro también distante yace en el corazón de nuestra singularidad como la imagen de Dios. Así como Dios crea el mundo natural con palabras (“Y Dios dijo…y fue.” así construimos el mundo humano con palabras, motivo por el cual el judaísmo toma las palabras tan seriamente: “La vida y la muerte están bajo el poder de la lengua,” dice el libro de Proverbios (18: 21). Ya al comienzo de la Torá, en el mismo inicio de la creación, está insinuada la doctrina judía de la revelación: que Dios se revela a la humanidad no en el sol, las estrellas, el viento o la tormenta sino en y a través de las palabras – palabras sagradas que nos hacen copartícipes de Dios en la tarea de la redención.

“Y Dios dijo, que se haga…y se hizo” – es la segunda etapa de la creación y para nosotros la más difícil. Una cosa es concebir una idea, y otra, ejecutarla. “Entre la imaginación y el acto cae la sombra.” (4) Entre la intención y el hecho, el sueño y la realidad, está la lucha, la oposición y la falibilidad de la voluntad humana. Es todo muy fácil, intentar y fallar, y llegar luego a la conclusión de que nada puede hacerse, que el mundo es como es, y que toda iniciativa humana está destinada al fracaso.

Esta, sin embargo, es la idea griega, no la judía: que la soberbia conduce a la enemistad, que el destino es inexorable y que nos debemos resignar a él. El judaísmo sostiene lo opuesto, que aunque la creación es ardua, laboriosa y plena de retrocesos, estamos llamados a ella como una vocación humana esencial: “No es para ti el completar la tarea,” dice Rab Tarfon “pero tampoco eres libre de desistir de ella.” (5) Hay una hermosa frase rabínica: mahashva tová HaKadosh Baruj Hu meztarfah lama’asé.(6)

Está frase se traduce habitualmente como “Dios considera una buena intención como si fuera un hecho bueno.” Yo lo traduzco distinto: “Cuando un ser humano tiene buenas intenciones, Dios se asocia en ayudar a que se transforme en un hecho,” significando que -Él nos da la fuerza, si no ahora, eventualmente, para transformarla en un logro.

La primera etapa de la creación es la imaginación, la segunda, el deseo. La santidad del deseo humano es una de las formas más difíciles de la Torá. Ha habido muchas filosofías – el nombre genérico de las mismas es el determinismo – que sostienen que estamos definidos por otros factores – instinto genéticamente codificado, fuerzas sociales o económicas, reflejos condicionados – y la idea de que lo que elegimos es un mito. El judaísmo es la protesta, en nombre de la libertad humana y de la responsabilidad, contra el determinismo. No somos máquinas preprogramadas; somos personas dotadas de voluntad. Así como Dios es libre, también nosotros somos libres, y la Torá en su totalidad es un llamado a la humanidad para ejercitar la libertad responsable de crear un mundo social que honre la libertad de los demás. La voluntad es el puente que liga el “que se haga” con “y se hizo.”

Pero qué pasa con la tercera etapa: “Y Dios vio que era bueno”? Esta es la más difícil de entender de las tres. Qué significa que “Dios vio que era bueno? Ciertamente es redundante. Qué es lo que hace Dios que no es bueno? El judaísmo no es gnosticismo ni es mística Oriental. No creemos que este mundo de los sentidos es malvado. Al contrario, creemos que es el ámbito de la bendición y de la bondad.

Quizás sea esto lo que la frase nos quiere enseñar: que la vida religiosa no significa apartarse del mundo y sus conflictos en un éxtasis místico o nirvana. Dios quiere que seamos parte del mundo, librando sus batallas, saboreando sus alegrías, celebrando su esplendor. Pero hay más.

En el transcurso de mi trabajo he visitado prisiones y centros para jóvenes infractores. Muchas de las personas que conocí eran potencialmente buenas. Ellas, como tú y yo, tenían sueños, esperanzas, ambiciones, aspiraciones. No querían transformarse en criminales. Su tragedia fue que con frecuencia provenían de familias disfuncionales en condiciones difíciles. Nadie se tomó el tiempo de cuidarlos, apoyarlos, enseñarles cómo manejarse en el mundo, como lograr lo que deseaban a través del trabajo y la persuasión en lugar de la violencia y estar al margen de la ley. Carecían del más básico respeto por ellos mismos, y de una medida de su propio valor. Nadie les dijo nunca que eran buenos.

Ver que una persona es buena y decírselo, es un acto creativo – uno de los actos más grandes. Puede que haya algunos pocos individuos que son irremediablemente malvados, pero son pocos. En casi todos nosotros hay algo que es positivo y singular, pero que es lábil y que solo crece cuando se expone al sol del reconocimiento y a los elogios de otra persona. Ver lo bueno de otros y permitir que se miren en el espejo de nuestra mirada es ayudar a la persona a crecer para transformarse en lo mejor de sí. “Más grande” dice el Talmud “es el que hace que otros hagan el bien, más que el que hace el bien él mismo.”(7) Ayudar a otros a ser lo que pueden ser es dar nacimiento a la creatividad en el alma de la otra persona. Esto no se hace criticando o con expresiones negativas sino buscando lo bueno del otro, ayudar a verlo, reconocerlo, poseerlo y vivirlo.

“Y Dios vio que era bueno” – este también es parte del trabajo de la creación, el más sutil y hermoso de todos. Cuando reconocemos la bondad de una persona, hacemos más que crearla, ayudamos a que sea creativa. Eso es lo que hace Dios por nosotros, y es Su llamado a que lo hagamos por otros.

 

SacksSignature

 

  1. Rashi 1: 1
  2. Maimónides Mishné Torá, Hiljot De’ot 1 6.
  3. Joseph Soloveitchik, The Lonely Man Of Faith (New York: Doubleday, 1992), 16-17
  4. S.Eliot, “The Hollow Men” in T.S.Eliot, Collected Poems 1909-1962 (London, Faber and Faber, 1963), p92.
  5. Mishná, Avot 2: 16.
  6. Tosefta Pe’ah 1: 4.
  7. Bava Batra

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