Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Direccionamiento interno
Lej lejá 5778
Rabino Sacks Lej Leja 5778 [PDF]
El carácter de una persona es estrictamente individual – se es o no tranquilo, valiente, carismático – o la cultura tiene algo que ver? Asimismo, tiene alguna influencia el lugar o la época en que uno vive en el tipo de persona que uno es?
Esa fue la pregunta planteada por tres grandes sociólogos judíos norteamericanos en 1950, David Reisman, Nathan Glazer y Reuel Denney, en su texto clásico The Lonely Crowd (La multitud solitaria). Su propuesta era que determinadas situaciones históricas dan lugar a un determinado tipo de personas. Hay diferencias, dijeron, si uno vive en una sociedad de elevado índice de natalidad – y de mortalidad – en que las familias tenían muchos hijos pero la expectativa de vida era corta – o en una que esté en una etapa inicial de crecimiento, u otra que comienza a declinar. Cada una de ellas produjo su propio tipo de carácter; no significa que todas las personas fueran iguales pero sí que se podían discernir ciertas características en la población y en la cultura en su totalidad.
Las sociedades con altos índices de natalidad y mortalidad, como las no industrializadas de Europa en la Edad Media, generaban personas con tendencia a la tradición: gente que hace lo que hace porque eso fue lo que se hizo siempre. En estas sociedades – con frecuencia muy estructuradas jerárquicamente – la principal lucha era la de poder mantener la vida. El orden era preservado asegurando que la gente cumpliera rígidamente las reglas y obligaciones. El no cumplimiento estaba asociado con la vergüenza.
Las sociedades en la etapa inicial de crecimiento – las de transición, como las europeas en el Renacimiento y la Reforma – produjeron personas del tipo de direccionamiento interno. La cultura estaba en una fase de cambio, con un elevado grado de movilidad social. Había clima de invención y exploración. Eso significa que la gente debía adaptarse constantemente a los nuevos desafíos sin perder el sentido de hacia dónde iban y por qué, lo cual significaba enfrentar el futuro manteniéndose fiel al pasado. Esas sociedades otorgan especial atención a la educación. Los jóvenes internalizan los valores del grupo que permanece con ellos a través de la vida como forma de transitar el cambio sin desorientación ni dislocación. Portan su mundo interno consigo mismos, cualquier cosa que hagan o donde sea que vayan. El fracaso en estos casos está marcado no por la vergüenza sino por la culpa.
Finalmente están las sociedades que ya han alcanzado el máximo de su crecimiento y están al borde de la declinación. Ha aumentado la expectativa de vida. Cae la tasa de natalidad. Hay riqueza. Gran parte de la carga de la asistencia social ha sido cubierta por organizaciones centrales. Hay menos necesidad de personajes concentrados, enfocados, resilientes e internamente direccionados como los de las etapas anteriores. El panorama ya no es de escasez sino de abundancia. El problema principal no es el de lidiar con el medio ambiente material; es de avanzar y lograr la aprobación de los demás. Es ahí donde aparece el tercer tipo de carácter: el individuo dirigido al otro. Son personas más influenciadas por otras de su grupo etáreo y por los medios que por sus padres. Su fuente de orientación en la vida no es la tradición ni la conciencia internalizada sino la cultura contemporánea. Las personas dirigidas a otro no buscan ser estimadas, sino queridas. Cuando fracasan, no sienten vergüenza ni culpa, sino ansiedad.
Ya en 1950, Riesman y sus colaboradores creyeron que en esa época este nuevo tipo de carácter estaba surgiendo en los Estados Unidos. En la actualidad, gracias a la expansión de los medios de comunicación social y al colapso de la estructura de autoridad, el proceso ha avanzado y se ha diseminado por todo Occidente. Nuestra era es la del perfil de Facebook, el símbolo más vívido del direccionamiento al otro.
Si esto es sustentable o no está en cuestión. Pero este estudio introspectivo nos ayuda a entender qué es lo que está en juego en el comienzo de nuestra parashá, a través de las palabras que derivaron en la existencia del pueblo judío.
El Señor le dijo a Abram, “Sal de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que Yo te indicaré.” (Gen.12: 1)
A Abraham se le ordenó dejar atrás tanto las fuentes del direccionamiento tradicional: (“la casa de tu padre”); así como el direccionamiento del otro (“tu tierra, tu lugar de nacimiento”). Estaba por convertirse en el padre del grupo de direccionamiento interno.
Su vida entera estuvo gobernada por una voz interna, la de Dios. Abraham no se comportó de la forma en que lo hizo por hacer lo que toda la gente hacía, ni se adaptó a las costumbres de su época. Tuvo el coraje de “estar de un lado mientras todo el mundo estaba del otro.” (1) Su misión, como leeremos en la parashá de la semana entrante, fue la de “instruir a sus hijos y a su familia a seguir por la senda del Señor haciendo lo que es correcto y justo” (Gen. 18: 19), para que ellos también puedieran llevar consigo la voz interna, dondequiera que fueran. Lo de ellos era una moralidad de justicia-y-culpa, no de honor-y-vergüenza ni conformismo-y-ansiedad. De ahí lo central que es la educación en el judaísmo, ya que los judíos debían conservar sus valores aún siendo minoría dentro de una cultura cuyos valores eran diametralmente opuestos a la de ellos.
De ahí la asombrosa resiliencia de los judíos a través de las épocas y su habilidad para sobrevivir a los cambios, la inseguridad, y hasta a las catástrofes. Las personas cuyos valores están indeleblemente grabados en sus mentes y almas pueden mantenerse firmes en contra de las mayorías y persistir en su identidad aun cuando los otros pierdan la suya. Fue la voz interna la que guió a los patriarcas y las matriarcas a lo largo del libro de Génesis – mucho antes de que se convirtieran en nación por derecho propio, y antes de los milagros conocidos del libro de Éxodo.
La identidad judía es esa voz interna, aprendida en la niñez, reforzada durante el estudio de toda la vida, practicada diariamente en el ritual y la plegaria. Eso es lo que nos da el sentido de dirección en la vida. Es lo que nos da la certeza de saber que el judaísmo es virtualmente la única de las culturas y civilizaciones de la era que ha sobrevivido, mientras que las demás han sido relegadas a la historia. Es lo que nos permite evitar los falsos giros y tentaciones del presente, obteniendo al mismo tiempo bendiciones y beneficios genuinos.
Las personas internamente direccionadas suelen ser pioneras, explorando lo nuevo y desconocido, manteniendo a la vez la fe en el pasado. Consideremos, por ejemplo, el hecho de que en 2015 la revista Time señaló a Jerusalem, uno de los centros religiosos más antiguos del mundo, como uno de los cinco centros de alta tecnología más avanzados del planeta. La gente con direccionamiento tradicional vive en el pasado. Los de direccionamiento al otro, el presente. Pero los de direccionamiento interno llevan el pasado al presente, que es lo que les da la confianza necesaria para construir el futuro.
Esta idea de cambio de vida, la del direccionamiento interno – el coraje de ser diferente – comenzó con las palabras lej lejá, que podría traducirse como “Anda hacia ti mismo.” Esto significa: sigue la voz interna, como hicieron tus antecesores, continuando su travesía de llevar los valores eternos a un mundo rápidamente cambiante.
- Bereshit Rabbá 42: 8.