Traductor: Ana Barrera
Editor: Marcello Farias
La Ética de la Santidad
Tetzave – 2015 / 5775
Rabino Sacks Tetzave 5775 [PDF]
Con Tetzave algo nuevo entra al judaísmo: Torat cohanim, el mundo y la mentalidad del sacerdote. Rápidamente se convirtió en una dimensión central del judaísmo. Domina el siguiente libro de la Torah, Vayikra. Hasta ahora, los sacerdotes en la Torah han tenido una presencia marginal.
Por primera vez en nuestra parsha nos encontramos con la idea de una elite hereditaria dentro del pueblo judío, Aarón y sus descendientes masculinos, cuya tarea era ser ministros del santuario. Por primera vez nos encontramos a la Torah hablando sobre túnicas de oficio: aquellas que los sacerdotes y el sumo sacerdote usaban mientras oficiaban en el sagrado lugar. Por primera vez también nos encontramos la frase, usada sobre las túnicas: lekavod ule-tiferet, “para la gloria y la belleza”. Hasta ahora kavod en el sentido de gloria u honor ha sido atribuida solo a Dios. Mientras que para tiferet, esta es la primera vez que ha aparecido en la Torah. Abre una completa dimensión del judaísmo, a saber la estética.
Todos estos fenómenos están relacionados con el mishkan, el santuario, el sujeto de los capítulos precedentes. Emergen del proyecto de hacer un “hogar” para el Dios infinito dentro de un espacio finito. La pregunta que quiero preguntar aquí es: ¿tienen algo que ver con la moralidad? ¿Con el estilo de vida que los israelitas estaban llamados a vivir y sus relación de uno con otro? Si es así, ¿cómo? ¿Y por qué el sacerdocio aparece específicamente en este punto de la historia?
Es común dividir la vida religiosa en el judaísmo en dos dimensiones. Está el sacerdocio y el santuario, y están los profetas y el pueblo. El sacerdocio se enfoca en la relación entre el pueblo y Dios, mitzvoth bein adam la-Makom. Los profetas se enfocaban en la relación entre el pueblo y uno y otro, mitzvoth bein adam le-javero. Los sacerdotes supervisaban el ritual y los profetas hablaban sobre ética. Un grupo estaba preocupado con la santidad, el otro con virtud. Tú no necesitas lo santo para ser bueno. Necesitas ser bueno para ser santo, pero eso es un requisito de entrada, no lo significa ser santo. La hija del faraón que rescató a Moisés cuando era un bebé, era buena pero no santa. Estas son dos ideas separadas.
En este ensayo quiero retar esa concepción. El sacerdocio y el santuario hicieron una diferencia moral, no solo espiritual. Entender cómo lo hicieron es importante no solo para nuestro entendimiento de la historia, sino también de cómo llevamos nuestras vidas el día de hoy. Podemos ver esto al ver algunos trabajos experimentales recientes en el campo de la psicología moral.
Nuestro punto de partida es el psicólogo norteamericano Jonathan Haidt y su libro La Mente Recta. Haidt hace el punto que en las sociedades seculares contemporáneas nuestro alcance de sensibilidad moral se ha vuelto muy estrecho. Haidt llama a esas sociedades WEIRD (por sus siglas en inglés): occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas. Tienden a ver a las culturas más tradicionales como rígidas, aferradas y represivas. Los pueblos de esas culturas tradicionales tienen a ver a los occidentales como raros (weird en inglés) en un abandono de muchas de las riquezas de la vida moral.
Para tomar un ejemplo no moral: Hace un siglo en casi todas las familias británicas y americanas (no judías), la cena era una ocasión formal. La familia comía junta y no empezaría hasta que todos estuvieran en la mesa. Empezarían orando, agradeciendo a Dios por los alimentos que estaban por comer. Había un orden en el que las personas eran servidas o se servían a sí mismas. La conversación alrededor de la mesa era gobernada por convenciones. Había cosas que tú podrías discutir y otras que se consideraban no apropiadas.
Hoy en día eso ha cambiado completamente. Muchos hogares británicos no tienen una mesa en el comedor. Una encuesta reciente demostró que la gente come la mitad de las comidas en Gran Bretaña sola. Los miembros de una familia comen en momentos diferentes, toma una comida del congelador, la calienta en el microondas, y la come viendo la televisión o la pantalla de una computadora. Eso no es comer sino pastar en serie.
Haidt se interesó en el hecho de que sus estudiantes norteamericanos redujeron la moralidad a dos principios, uno relacionado con el daño, el otro con la justicia. Sobre el daño, los estudiantes pensaban como John Stuart Mill quien dijo que “el único propósito del poder puede ser ejercido legítimamente sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, contra su voluntad, para prevenir que dañe a otros”. Para Mills este era un principio político pero se convirtió en uno moral: si no daña a otros, estamos moralmente habilitados a hacer lo que queremos.
El otro principio es justicia. No todos tenemos la misma idea de lo que es justo y de lo que no lo es, pero todos cuidamos ciertas reglas básicas de la justicia: lo que es justo para algunos debería ser justo para todos, haz lo que te harían a ti, no dobles las reglas a tu conveniencia, y así. A menudo la primera sentencia moral que un niño aprende es “Eso no es justo”. John Rawls formuló la declaración más conocida sobre justicia: “Cada persona tiene un derecho igual a las más extensas libertades compatibles con libertades similares para todos”.
Esas son las formas en las que las personas WEIRD piensan. Si es justo y no hace daño, es moralmente permisible. Sin embargo – y este es el punto fundamental de Haidt – hay al menos tres dimensiones de la vida moral entendida en las culturas no-WEIRD a través del mundo.
Una es lealtad y su opuesto, traición. Lealtad significa que estoy preparado para hacer sacrificios por el bien de mi familia, mi equipo, mis co-religionarios y mis compañeros ciudadanos, los grupos que me ayudan a ser la persona que soy. Tomo su interés seriamente, no sólo el mío.
Otra es respeto por la autoridad y su opuesto, subversión. Sin esto no hay institución posible, quizá tampoco cultura. El Talmud ilustra esto con una famosa historia sobre lo que sería un prosélito quien vino a Hilel y le dijo “Conviérteme al judaísmo con la condición de que yo acepte solo la Torah Escrita y no la Torah Oral”. Hilel empezó a enseñarle hebreo. El primer día le enseñó alef-bet-gimel. El siguiente día le enseñó gimel-bet-alef. El hombre protestó, “Ayer me enseñaste lo opuesto”. Hilel respondió, “Verás, tienes que confiar en mi incluso para aprender el alef-bet. Confía en mí también sobre la Torah Oral” (1). Las escuelas, ejércitos, cortes, asociaciones profesionales, incluso los deportes, dependen del respeto a la autoridad.
La tercera surge de la necesidad de cercar ciertos valores que consideramos como no-negociables. No son míos como para hacer con ellos lo que yo quiera. Estas son las cosas que llamamos sagradas, sacrosantas, que no son tratadas a la ligera o profanadas.
¿Por qué la lealtad, el respeto y lo sagrado no son las formas en las que las elites liberales piensan en Occidente? La respuesta más fundamental es que las sociedades WEIRD se definen a ellas mismas como grupos de individuos autónomos buscando seguir sus propios intereses con mínimas interferencias de los otros. Cada uno de nosotros es un individuo auto-determinante con nuestras propias necesidades, deseos y cosas que queremos. La sociedad debería dejarnos buscar esos deseos tan lejos como sea posible sin interferid en nuestra o en la vida de otras personas. Para este fin, hemos desarrollado principios de derechos, libertad y justicia que nos permiten coexistir pacíficamente. Si un acto es injusto o le causa sufrimiento a alguien, estamos preparados a condenarlo moralmente, pero no de otra manera.
La lealtad, el respeto y la santidad no prosperan naturalmente en las sociedades basadas en mercados económicos y políticas democráticas liberales. El mercado erosiona la lealtad. Nos invita a no quedarnos con el producto que hemos usado hasta ahora sino a cambiarlo por uno que es mejor, más barato, más rápido, más nuevo. La lealtad es la primera víctima de la “creatividad destructiva” del mercado capitalista.
El respeto por las figuras de autoridad – políticos, banqueros, periodistas, cabezas de corporaciones – ha estado en caída por muchas décadas. Estamos viviendo a través de una pérdida de confianza y la muerte de la deferencia. Incluso el paciente Hilel pudo haber encontrado difícil de lidiar con alguien criado en la creencia de “No necesitamos educación. No necesitamos control de pensamiento”.
Mientras que para lo sagrado, eso también se ha perdido. El matrimonio ya no se ve como un compromiso sagrado, como un pacto. En el mejor de los casos es visto como un contrato. La vida misma está en peligro de perder su santidad con la proliferación del aborto a demanda en el principio, y la “muerte asistida” en el final.
Lo que hacen de la lealtad, el respeto y la santidad valores clave es que crean una comunidad moral opuesta a un grupo de individuos autónomos. La lealtad une al individuo con el grupo. El respeto crea estructuras de autoridad que permiten a las personas funcionar efectivamente como equipos. La santidad reúne a las personas en un universo moral compartido. Lo sagrado es donde entramos al reino de lo que es-más-grande-que-uno mismo. El mismo acto de reunirnos como congregación nos puede levantar a un sentido de trascendencia en el que fundimos nuestra identidad con la identidad del grupo.
Una vez que entendemos esta distinción podemos ver como el universo moral de los israelitas cambió con el tiempo. Abraham fue elegido por Dios “para que él instruyera a sus hijos y a su familia que mantuvieran las formas del señor haciendo lo que era bueno y justo” (tzedakah umishpat). Lo que buscaba su sirviente buscando elegir una esposa para Isaac era bondad, jesed. Estas son las virtudes proféticas claves. Como dijo Jeremías en nombre de Dios: “No se jacten los sabios de su sabiduría, ni los fuertes de su fortaleza, ni los ricos de sus riquezas, sino que alardee de esto; que tengan entendimiento para conocerme, que yo soy el Señor, quien ejerce la bondad, la justicia y rectitud (jesed mishpat u-tzedakah) sobre la tierra, porque en estos me deleito” (Jer. 9:23-24).
La bondad es un equivalente a cuidar lo que es opuesto a dañar. La justicia y la rectitud son formas específicas de justicia. En otras palabras las virtudes proféticas son cercanas a aquellas que prevalecen el día de hoy en las democracias liberales de Occidente. Esa es una medida del impacto de la Biblia Hebrea en Occidente, pero esa es otra historia para otro momento. El punto es que la bondad y la justicia van sobre relaciones entre individuos. Hasta el Sinaí, los israelitas eran solo individuos, aunque parte de la misma familia extensa que había experimentado el éxodo y el exilio juntos.
Después de la revelación en el Monte Sinaí los israelitas fueron convertidos en pueblo. Tenían un soberano: Dios. Habían escrito una constitución: la Torah. Habían aceptado convertirse en un “reino de sacerdotes y una nación santa”. Sin embargo en el pecado del becerro de oro demostraron que ellos no habían comprendido aún lo que es ser una nación. Eran una masa. La Torah dice, “Moisés que el pueblo estaba volviéndose loco y que Aarón los había dejado salirse de control y entonces se convirtieron en un hazmerreír para sus enemigos”. Esa fue la crisis a la que el santuario y el sacerdocio respondieron. El santuario y el sacerdocio convirtieron a los judíos en una nación.
El servicio que los cohanim hacían en el santuario en sus túnicas llevaban le-kavod, “por honor”, establecieron el principio de respeto. El mishkan mismo representaba el principio de lo sagrado. Puesto en medio del campamento, el Santuario y su servicio convirtió a los israelitas en un círculo en cuyo centro estaba Dios. Y aunque, después de la destrucción del Segundo Templo, no había más santuario o sacerdocio en funciones, los judíos encontraron sustitutos que cumplieran la misma función. Lo que Torat cohanim trajeron al judaísmo fue la coreografía de la santidad y el respeto que ayudó a los judíos a caminar y danzar juntos como nación.
Dos investigaciones posteriores tuvieron descubrimientos relevantes aquí. Richard Sosis analizó una serie de comunidades de voluntarios establecidas por diferentes grupos a lo largo del siglo XIX, algunas religiosas, algunas seculares. Descubrió que las comunas religiosas tenían en promedio una vida cuatro veces más larga que sus contrapartes seculares. Hay algo sobre la dimensión religiosa que resulta ser importante, incluso esencial, en el sostenimiento comunitario.
Ahora también sabemos sobre la base de evidencia neurocientífica considerable que hacemos nuestras elecciones sobre la base de la emoción más que de la razón. Las personas cuyos centros emocionales (específicamente en la corteza prefrontal ventromedial) han sido dañados pueden analizar alternativas a gran detalle, pero no pueden tomar buenas decisiones. Un experimento interesante revela que los libros académicos sobre ética fueron más a menudo robados o nunca regresados a las librerías que los libros sobre otras ramas de la filosofía (2). La experiencia en el razonamiento moral, en otras palabras, no necesariamente nos hace ser más morales. La razón es a menudo algo que usamos para racionalizar elecciones hechas sobre la base de emociones.
Eso explica la presencia de la dimensión estética en el servicio del santuario. Tenía belleza, seriedad y majestuosidad. En la época del Templo, el Templo tenía música. Estaban los coros de los levitas cantando salmos. La belleza habla a la emoción y la emoción al alma, levantándonos en formas en que la razón no puede elevarnos a la altura del amor y el asombro, llevándonos sobre angostos confines del yo hacia el círculo en cuyo centro está Dios.
El santuario y el sacerdocio introdujeron a la vida judía la ética de kedusha, la santidad, lo que fortalece los valores de la lealtad, el respeto y lo sagrado creando un ambiente de reverencia, la humildad sentida por el pueblo una vez que tuvieron estos símbolos de la Divina presencia en medio de ellos. Como Maimónides escribió en un famoso pasaje de La Guía de los Perplejos (3). Nosotros no actuamos con la presencia del rey como actuamos cuando estamos meramente en compañía de amigos o familia. En el santuario el pueblo sentía que estaban en presencia del Rey.
La reverencia da poder al ritual, la ceremonia, las convenciones sociales y civiles. Ayuda a transformar a individuos autónomos a un grupo colectivamente responsable. No puedes sostener una identidad nacional o incluso un matrimonio sin lealtad. No puedes socializar sucesivas generaciones sin respeto por las figuras de autoridad. No puedes defender los valores no-negociables de la dignidad humana sin un sentido de lo sagrado. Por eso la ética profética de la justicia y la compasión, tenían que ser complementadas con la ética sacerdotal de la santidad.
(1) Shabbat 31a.
(2) Haidt, 89.
(3) Guide, III: 51.