Rabino Sacks Yitro 5776 – Agradecer antes de pensar

Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires

Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay

 

Agradecer antes de pensar

 Yitro – 30 de enero, 2016 / 20 Shevat 5776

Rabino Sacks Yitro 5776 [PDF]

Los Diez Mandamientos constituyen el código religioso-moral más famoso de la Historia. Hasta hace poco adornaban las salas de justicia norteamericanas. Aún ahora se las encuentra en la mayoría de las arcas de las sinagogas. Rembrandt les dio la clásica expresión artística en su representación de Moshé, a punto de romper las Tablas al ver el episodio del becerro de oro. La enorme obra de John Rogers Herbert en la que Moshé desciende de la montaña con las Tablas de la ley domina la sala principal de la Cámara de los Lores en Inglaterra. Las Tablas con los Diez Mandamientos son la representación simbólica eterna de la Ley bajo la soberanía de Dios.

Vale la pena recordar, naturalmente, que los «Diez Mandamientos» no son diez. La Torá los llama aseret hadevarim (Ex. 34: 28) y la tradición los denomina aseret hadibrot, que significa «diez palabras o expresiones.» Esto se comprende mejor a la luz de la documentación descubierta en el siglo XX, especialmente los pactos de los Hititas o «tratados de soberanía» que datan de 1400 a 1200 AEC, o sea, alrededor de la época del éxodo de Moshé. Estos tratados contenían con frecuencia una doble declaración acerca de las leyes expresadas en el tratado, primero en forma general, y luego con detalles específicos.  Esa es precisamente la relación entre las «diez expresiones» y las ordenanzas detalladas en la parashá Mishpatim (Ex. 22-23). La primera es una expresión general, los principios básicos de la ley.

Por lo general se representan gráfica y efectivamente como dos series de cinco, la primera trata de la relación entre Dios y nosotros (incluyendo la honra a nuestros padres ya que ellos, junto a Dios, son los responsables de nuestra concepción) y la segunda acerca de la relación entre nosotros y nuestros semejantes.

Sin embargo, también puede tener sentido agruparlos en tres series de tres. Los primeros tres (un solo Dios, ningún otro Dios, no tomar el nombre de Dios en vano) tienen que ver con Dios, el Autor y la Autoridad de las leyes. La segunda serie (guardar el Shabat, honrar a nuestros padres, no asesinar), tiene que ver con la creación.  El Shabat nos hace recordar la creación del universo. Nuestros padres nos trajeron al mundo. El asesinato está prohibido porque todos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. (Gen. 9: 6). El tercer grupo de tres, (no cometer adulterio, no robar, no brindar falso testimonio) tiene que ver con las instituciones básicas de la sociedad: la santidad del matrimonio, la integridad de la propiedad privada y la administración de la justicia. La pérdida de cualquiera de ellas conduce al debilitamiento de la libertad.

Esta estructura sirve para enfatizar lo extraño que es el décimo mandamiento: «No envidies la casa de tu vecino. No envidies su esposa, su esclavo, su sirvienta, su buey, su burro o cualquier cosa que sea de tu vecino.» Por lo menos superficialmente, éste es distinto a los anteriores mandamientos que involucran la palabra o la acción. (1) La envidia, la codicia, desear algo que el otro posee, es un sentimiento, no un pensamiento una palabra o un hecho. Y ciertamente, no podemos evitar nuestras emociones. Eran denominadas «pasiones», precisamente porque somos pasivos en relación a ellas. Entonces, cómo se puede prohibir la envidia? Manifiestamente no tiene sentido ordenar o prohibir temas que no están bajo nuestro control. En todo caso, qué importa un espasmo ocasional de envidia si no conduce a nada que dañe a otra gente?

Aquí, me da la impresión de que la Torá nos está transmitiendo una serie de verdades que, con las consecuencias implícitas, solemos olvidar. Primero la terapia cognitiva conductual nos recuerda que lo que creemos afecta a lo que sentimos. (2) Los narcisistas, por ejemplo, se ofenden rápidamente por creer que otra gente está hablando de ellos en forma irrespetuosa, cuando en realidad frecuentemente no tienen ningún interés en ellos. La suposición es errada, pero eso no implica que no estén enojados y resentidos.

Por otra parte, la envidia es uno de los principales generadores de violencia en la sociedad. Es lo que impulsó a Yago a confundir a Otelo causando trágicas consecuencias. También es lo que hizo que Caín asesinara a Abel. Y es lo que llevó a Abraham y a Ytzjak a temer pos sus vidas cuando la hambruna los forzó a abandonar temporariamente el hogar. Creían que al estar casados con mujeres atractivas, el gobernante local los mataría para incorporar a sus mujeres a su harén.

Más agudamente, la envidia llevó a que Josef fuera odiado por sus hermanos. Estaban resentidos por el trato especial de su padre hacia él, por el manto bordado que usaba, y por sus sueños de llegar a dominarlos. Eso es lo que los llevó a pensar en matarlo y eventualmente a venderlo como esclavo.

René Girard, en su texto clásico Violence and the Sacred, afirma que la causa principal de violencia es el deseo mimético, o sea, el deseo de poseer lo del otro que lleva ulteriormente al deseo de ser el otro. La envidia puede llevar a transgredir otros mandamientos ya que puede conducir al adulterio, robo, falso testimonio y hasta al asesinato. (3)

Los judíos tienen motivos especiales para temer la envidia. Ciertamente, cumplió un papel en el mantenimiento del antisemitismo a lo largo de los siglos. Los no-judíos envidiaban la capacidad de los judíos de prosperar en la adversidad –   el extraño fenómeno que observamos en la parashá Shemot que «cuanto más les exigían, más crecían y se extendían.» También envidiaban especialmente su sensación de ser elegidos (pese a que virtualmente todas las naciones se han visto a sí mismas como elegidas).(4) Es absolutamente esencial que nosotros, como judíos, nos conduzcamos con una medida adicional de humildad y modestia.

Por lo tanto, la prohibición de envidiar no es nada raro. La envidia es la mayor fuerza destinada a minar la armonía social y el orden que son los objetivos de los Diez Mandamientos en su totalidad. No solo lo prohíbe sino que nos ayudan a superarlo. Son precisamente los primeros tres mandamientos, que nos recuerdan la presencia de Dios en la historia y en nuestras vidas, y los segundos tres, que nos recuerdan nuestra creación, que nos ayudan a superar la envidia.

Estamos aquí porque Dios así lo quiso. Tenemos lo que Dios quiso que tuviéramos. Por qué entonces desear lo que tienen otros? Si lo que más importa en nuestras vidas es cómo aparecemos frente a los ojos de Dios, por qué querríamos tener otra cosa sólo porque otro lo tiene?  Es cuando dejamos de definirnos en relación con Dios y comenzamos a definirnos en relación con otros, que comienzan a entrar en nuestras mentes la competencia, la lucha, la codicia y la envidia, que sólo nos conducen a la infelicidad.

Si tu auto nuevo me produce envidia, estaré motivado a comprar un modelo más caro que el que necesitaba originariamente, lo cual me traerá placer por un par de días, hasta descubrir a otro vecino con un auto aún más costoso, y así sucesivamente. Si tengo éxito en satisfacer mi propia envidia, lo haré sólo a costa de provocar la de otro, creando un ciclo de consumo que no tiene fin natural. De ahí el cartel que dice «El que tiene más juguetes, cuando muere, gana.» La palabra operativa es «juguetes» porque ésta es la ética del jardín de infantes, y no debiera tener lugar en la vida adulta.

El antídoto de la envidia es la gratitud. «Quien es rico?» preguntó Ben Zoma, y responde «el que es feliz con lo que tiene.» Hay una hermosa práctica judía que realizada diariamente es transformadora. Las primeras palabras que decimos al despertar son  Modé aní lefaneja, «Te agradezco, Rey vivo y eterno» Agradecemos antes de pensar.

El judaísmo es gratitud con actitud. Curados de permitir que la alegría de otros disminuya la nuestra, descargamos una ola de energía positiva que nos permite celebrar lo que tenemos en lugar de pensar lo que otros tienen, y de ser lo que somos en lugar de desear lo que no somos.

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(1) Ciertamente, Maimónides postuló que el primer Mandamiento era creer en Dios. Najmánides, sin embargo, estaba en desacuerdo diciendo que el texto » Yo soy el Señor que te sacó de la tierra de Egipto» no es un mandamiento, sino una introducción a los Mandamientos.

(2) Esto hace tiempo que es parte del pensamiento judío. Está en el corazón de la filosofía de Jabad expresada en la obra maestra del Rab. Schneur Zalman de Liadi, Tanya. Igualmente el comentario de Ibn Ezra sobre este versículo indica que sólo codiciamos lo que está a nuestro alcance. No envidiamos a aquéllos que sabemos que nunca podríamos ser.

(3) La obra clásica es de Helmut Schoeck , Envy, a Theory of Social Behaviour, New York: Harcourt, Brace & World, 1969. Ver asimismo Joseph Epstein Envy, New York: New York Public Library, 2003.

(4) Ver Anthony Smith, Chosen Peoples, Oxford University Press, 2003.

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