Jetro 5774 – Una Nación de Líderes

jonathan_sacksComentario del Rabino Jonathan Sacks, traducido del ingles por Ana Barrera.

Editor: Marcello Farias

 

Jetro 5774 – Una Nación de Líderes

La parsha de esta semana consiste en dos episodios que parecen ser un estudio en contrastes. Al inicio, en el capítulo 18, Jetro, el suegro de Moisés, un sacerdote midianita, le da a Moisés su primera lección en liderazgo. En el segundo, la fuerza motriz es Dios mismo quien, en el Monte Sinaí, hace un pacto con los israelitas en una sin precedentes e irrepetible epifanía. Por primera y única vez en la historia Dios se aparece a un pueblo entero haciendo un pacto con ellos y dándoles el código de ética más famoso del mundo, los Diez Mandamientos.

¿Qué puede haber en común entre el consejo práctico de un madianita y las palabras eternas de revelación? Hay un contraste con intención y es uno importante. Las formas y estructuras de gobierno no son específicamente judías. Son parte de jojmah, la sabiduría universal de la humanidad. Los judíos han conocido muchas formas de liderazgo: por profetas, ancianos, jueces y reyes; por el Nasi en Israel bajo el dominio de los romanos y el Resh Galuta en Babilonia; por consejos de pueblos (Shiva tuve ha-ir) y varias formas de oligarquía; y por otras estructuras incluyendo el democráticamente electo Knesset. Las formas de gobierno no son verdades eternas, ni son exclusivas a Israel. De hecho, la Torá dice sobre la monarquía que un tiempo vendrá cuando el pueblo diga “Pongamos a un rey sobre nosotros como las naciones a nuestro alrededor” – el único caso en la Torá entera en la que Israel es mandando a (o le es permitido) imitar a otras naciones. No hay nada específicamente judío sobre estructuras políticas.

Lo que es específicamente judío es el principio del pacto en el Sinaí, que Israel es la única nación cuyo único rey y legislador es Dios mismo. “Él ha revelado su palabra a Jacob, sus leyes y decretos a Israel. Él no ha hecho esto por ninguna otra nación; ellos no conocen sus leyes, Aleluya” (Salmo 147: 19-20). Lo que el pacto en el Sinaí estableció por primera vez fueron los límites morales del poder. Toda autoridad humana es autoridad delegada, sujeta a imperativos morales generales de la Torá misma. En este lado del cielo no hay poder absoluto. Eso es lo que siempre ha puesto al judaísmo aparte de los imperios del mundo antiguo y del nacionalismo secular del Oeste. Entonces Israel puede aprender política práctica de los midianitas, pero debe aprender los límites de la política de Dios mismo.

A pesar del contraste, sin embargo, hay un tema en común a Jetro y la revelación en Sinaí, a saber, la delegación, distribución y democratización del liderazgo. Sólo Dios puede gobernar solo.

El tema es introducido por Jetro. Llega a visitar a su yerno y lo encuentra liderando solo. Él dice, “Lo que estás haciendo no es bueno” (Ex. 18:17). Este es una de las dos instancias en toda la Torá en que las palabras lo tov, “no bueno”, aparecen. La otra es en Génesis 2, donde Dios dice, “No es bueno (lo tov) que el hombre esté solo.” Nosotros no podemos liderar solos. No podemos vivir solos. Estar solo no es bueno.

Jetro propone delegación:

Tú debes ser el representante de Dios ante el pueblo y llevar sus disputas ante él. Enséñales sus decretos e instrucciones, y demuéstrales la forma en la que tienen que vivir y cómo deben comportarse. Pero selecciona hombres capaces de todo el pueblo – hombres que teman a Dios, hombres confiables que odien la ganancia deshonesta – y nómbralos como oficiales sobre miles, cientos, cincuentas y decenas. Tómalos para que sirvan como jueces para el pueblo en todo momento, pero hazlos llevar ante ti cada caso difícil; los casos simples ellos pueden decidir por ellos mismos. Eso hará tu carga más ligera, porque ellos la compartirán contigo. (Ex. 18: 19-22).

Esta es una importante devolución. Significa que, entre miles de israelitas, hay 131 líderes (una cabeza de un millar, diez cabezas de u ciento, veinte cabezas de cincuenta y cien cabezas de decenas). De uno de cada ocho adultos varones israelitas fue esperado que se hiciera cargo de algún rol de liderazgo.

En el siguiente capítulo, antes de la revelación en el Monte Sinaí, Dios comanda a Moisés a proponer un pacto con los israelitas. En el curso de esto, Dios articula lo que es en efecto la declaración de la misión del pueblo judío:

Ustedes mismos han visto lo que yo hice a Egipto, y cómo los llevé sobre las alas de las águilas y los traje a mí. Ahora si ustedes me obedecen completamente y mantienen mi pacto, entonces de todas las naciones ustedes serán mi posesión atesorada. Aunque toda la tierra es mía, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.’ (Ex. 19: 4-6).

Esta es una chocante declaración. Cada nación tiene sus sacerdotes. En el libro del Génesis encontramos a Malkitsedek, contemporáneo de Abraham, descrito como “un sacerdote del más alto Dios” (Gen. 14:18). La historia de José menciona a los sacerdotes egipcios, cuya tierra no estaba nacionalizada (Gen. 47: 22). Jetro era un sacerdote midianita. En el mundo antiguo no había nada distintivo sobre el sacerdocio. Cada nación tenía sus sacerdotes y hombres santos. Lo que era distintivo de Israel era que se convertiría en una nación en la que todos sus miembros serían sacerdotes; cada uno de sus ciudadanos estaba llamado a ser santo.

Vívidamente recuerdo estar parado con Rabbi Adin Steinsaltz en la Asamblea General de las Naciones Unidas en agosto del 2000 en una reunión única de dos mil líderes religiosos representando a las más grandes religiones del mundo. Señalé que incluso en esa compañía distinguida éramos diferentes. Nosotros éramos casi los únicos líderes religiosos llevando trajes. Todos los demás llevaban túnicas de oficio. Es casi un fenómeno universal que los sacerdotes y personas santas lleven ropas distintivas para indicar que ellos están aparte (el núcleo del significado de la palabra kadosh, “santo”).  En el judaísmo post-bíblico no hay túnicas de oficio porque se esperaba que todos fueran santos (1) (Teofrastro, un alumno de Aristóteles, llamaba a los judíos “una nación de filósofos” reflejando la misma idea).

Sin embargo, ¿en qué sentido fueron alguna vez los judíos un reino de sacerdotes? Los cohanim eran una élite dentro de la nación, miembros de la tribu de Leví, descendientes de Aarón el primer gran sacerdote. Nunca hubo una democratización del keter kehunah, la corona del sacerdocio.

Encarados con este problema, los comentadores ofrecen dos soluciones. La palabra cohanim, “sacerdotes”, pueden ser “príncipes” o “líderes” (Rashi, Rashbam). O puede significar “sirvientes” (Ibn Ezra, Rambam). Pero este es precisamente el punto. Los israelitas estaban llamados a ser una nación de líderes-sirvientes. Ellos eran el pueblo llamado, por virtud de un pacto, a aceptar la responsabilidad no solo por ellos mismos y sus familias, sino por el estado moral-espiritual de la nación como un todo. Este es el principio de lo que después se conoció como la idea que kol Yisrael arevin zeh ba-zeh, “Todos los israelitas son responsables unos de los otros”. El pueblo judío fue el que no dejó el liderazgo a un solo individuo, por más santo o exaltado, o a una élite. Fueron el pueblo en el que se esperaba que cada uno de ellos fuera príncipe y sirviente, es decir, cada uno de ellos estaba llamado a ser un líder. Nunca fue el liderazgo más profundamente democratizado.

Esto es lo que hizo a los judíos históricamente difíciles de liderar. Como Chaim Weitzmann, primer presidente de Israel, famosamente dijo: “Soy cabeza de una nación de millones de presidentes.” El Señor puede ser nuestro pastor, pero ningún judío fue alguna vez oveja. Al mismo tiempo es lo que lleva a los judíos a impactar sobre el mundo fuera de toda proporción de sus números. Los judíos constituyen solo el fragmento más pequeño – un quinto de un uno por ciento – de la población mundial, pero un extraordinario porcentaje de líderes en cualquier campo de los esfuerzos humanos.

Ser judío es ser llamado a liderar. [2]

SacksSignature

 

(1) Esta idea reapareció en el cristianismo protestante en la época de los puritanos, los cristianos que tomaron más seriamente los principios de lo que llamaron el “Viejo Testamento”, en la frase “el sacerdocio de todos los creyentes”.

(2) Sobre el rol del seguidor del judaísmo, ver el próximo Pacto y Conversación sobre Kedoshim.

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