Comentario del Rabino Jonathan Sacks, traducido del ingles por Ana Barrera.
Editor: Marcello Farias
Ki Tavo 5774 – Una nación de contadores de historias y cuentos
Howard Gardner, profesor de educación y psicología de la Universidad de Harvard, es una de las más grandes mentes de nuestro tiempo. El es mejor conocido por su teoría de “inteligencias múltiples”, la idea que no hay una sola cosa que pueda medirse y definirse como inteligencia pero muchas cosas diferentes – una dimensión de la dignidad de la diferencia. El también ha escrito muchos libros sobre liderazgo y creatividad, incluyendo uno en particular, Mentes líderes, que es importante entender en la parsha de esta semana.[1]
El argumento de Gardner es que lo que hace al líder es la habilidad de contar un particular tipo de cuento – una que nos explica a nosotros mismos y da el poder y resonancia hacia una visión colectiva. Entonces Churchill contaba sobre el coraje indomable en la lucha por libertad. Gandhi hablaba sobre la dignidad de la India y una protesta no violenta. Margaret Thatcher hablaba sobre la importancia de lo individual contra un siempre invasivo Estado. Martin Luther King contó cómo las grandes naciones son ciegas al color. Las historias, los cuentos, dan al grupo una identidad que comparten y un sentido del propósito.
El filósofo Alasdair MacIntyre también ha enfatizado la importancia de la narrativa hacia la vida moral. “El hombre”, el escribe, “es en sus acciones y prácticas también como en sus ficciones, esencialmente es un animal que cuenta cuentos”. Es a través de las narrativas que nosotros empezamos a aprender quiénes somos y cómo somos llamados a comportarnos. “Priva a los niños de cuentos y los dejarás sin guión, ansiosos tartamudos en sus acciones como en sus palabras.”[2] Saber quiénes somos es en gran parte entender de qué historia o historias somos parte.
La grandes preguntas – “¿Quiénes somos?” “¿Por qué estamos aquí?” “¿Cuál es nuestra misión ?” – son mejor respondidas contando un cuento. Como Bárbara Hardy lo pone: “Nosotros soñamos en narrativa, soñamos despiertos en narrativa, recordamos, anticipamos, esperamos, desesperamos, creemos, dudamos, planeamos, revisamos, criticamos, construimos, chismeamos, aprendemos, odiamos, y amamos por narrativa.” Esto es fundamental para entender por qué la Torah es el tipo de libro que es: no es un tratado teológico o un sistema metafísico sino una serie de relatos, de historias, que se extienden sobre el tiempo, desde el camino de Abraham y Sara desde Mesopotamia hasta Moisés y los israelitas vagando por el desierto. El judaísmo es menos sobre la verdad como sistema que sobre la verdad como cuento. Y somos parte de ese cuento, de esa historia. Eso es lo que es ser judío.
Una gran parte de lo que Moisés está haciendo en el libro de Deuteronomio es recontar esa historia a la siguiente generación, recordándoles lo que Dios ha hecho por sus padres y algunos de los errores que sus padres han cometido. Moisés, así también como ser el gran liberador, es el cuentista supremo. Sin embargo, lo que hace en la parsha Ki Tavo se extiende mucho más allá que esto.
El cuenta al pueblo, que cuando ellos entren, conquisten, y se asienten en la tierra, ellos deben llevar los primeros frutos al santuario central, el Templo, como una forma de agradecer a Dios. Una Mishna en Bikkurim[3] describe las alegres escenas de cómo la gente convergía sobre Jerusalén de todos los puntos del país, llevando sus primeros frutos acompañados por música y celebración. Alegremente llevando las frutas, aunque esto no era suficiente. Cada persona debía hacer una declaración. Esa declaración se convirtió en uno de los mejores y más conocidos pasajes de la Torah porque, aunque era originalmente dicho en Shavuot, el festival de los primeros frutos, en los tiempos post-bíblicos se convirtió en el elemento central de la Haggadah o noche del seder:
Mi padre era un arameo errante, y el bajó a Egipto y vivió ahí, pocos en números, ahí se convirtieron en una gran nación, poderosos y numerosos. Pero los egipcios nos trataron mal y nos hicieron sufrir, sometiéndonos a severos trabajos. Entonces nosotros clamamos al Señor, el Dios de nuestros ancestros, y el Señor escuchó nuestra voz y vio nuestra miseria, fatiga y opresión. Entonces el Señor nos sacó de Egipto con una mano poderosa y un brazo estirado, con gran terror y con signos y maravillas. (Deut. 26:5-8)
Aquí por primera vez el recuento de la historia de la nación se convierte en una obligación para cada ciudadano de la nación. En este acto, conocido como vidui bikkurim, “la confesión hecha sobre nuestros primeros frutos”, los judíos son mandados, como fue, a convertirse en una nación que cuenta historias.
Esto es un desarrollo notable. Yosef Hayim Yesushalmi nos dice que, “Sólo en Israel y en ninguna otra parte está el interdicto de recordar cómo sentir un imperativo religioso hacia un pueblo entero.”[4] Una y otra vez a través del Deuteronomio viene el mandato de recordar: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto.” “Recuerda lo que te hizo Amalek.” “Recuerda lo que Dios le hizo a Miriam.” “Recuerda los días pasados; considera las generaciones del largo pasado. Pregúntale a tu padre y el te lo contará, a tus mayores, y ellos te lo explicarán.”
El vidui bikurim es más que esto. Está comprimido hasta el más pequeño espacio posible, la historia entera de la nación en una forma resumida. En una cuantas frases cortas tenemos aquí “los orígenes patriarcales de Mesopotamia, el surgimiento de la nación hebrea en el medio de la historia en lugar de un mito prehistórico, la esclavitud en Egipto y la liberación del mismo, la culminante adquisición de la tierra de Israel, y a lo largo de – el reconocimiento de Dios como Señor de la historia.”[5]
Nosotros debemos notar aquí un importante matiz. Los judíos fueron el primer pueblo en encontrar a Dios en la historia. Ellos fueron los primeros en pensar en términos históricos – de tiempo en una arena de cambio como opuesto al tiempo cíclico en el que las estaciones rotan, las personas nacen y mueren, pero nada realmente cambia. Los judíos fueron el primer pueblo en escribir historia – muchos siglos antes de Herodoto y Tucídides, a menudo descritos erradamente como los primeros historiadores. Sin embargo en hebreo bíblico no hay ninguna palabra que quiera decir “historia” (el más cercano equivalente es divrei hayamim, “crónicas”). En lugar de eso usa la raíz zakhor, que significa “memoria.”
Hay una diferencia fundamental entre historia y memoria. Historia es “su historia”[6], una cuenta de eventos que pasaron en algún otro momento a alguien más. Memoria es “mi historia”. Es el pasado hecho propio y hecho parte de mi identidad. Eso es lo que la Mishnah en Pesachim significa cuando dice, “Cada persona debe verse a sí misma como si salió de Egipto.”[7]
A través del Deuteronomio, Moisés advierte al pueblo – no menos que catorce veces – no olvidar. Si el pueblo olvida el pasado perderá su identidad y sentido de la dirección y vendrá el desastre. Aún más, no sólo son el pueblo ordenado a recordar, son también ordenados a pasarle las memorias a sus hijos.
Este fenómeno por complete representa un conjunto de notables ideas: sobre la identidad como un asunto de memoria colectiva; sobre el ritual de recontar la historia de la nación; sobre todo sobre el hecho que cada uno de nosotros es un guardián de esa historia y memoria. No es sólo el líder, o alguna élite, quien está entrenado a recordar el pasado, pero cada uno de nosotros. Esto también es un aspecto de la devolución y la democratización del liderazgo que encontramos a través del judaísmo como forma de vida. Los grandes líderes cuentan la historia del grupo, pero el más grande líder, Moisés, enseñó al grupo a convertirse en una nación de contadores de historias, de cuentos.
Puedes ver todavía el gran poder de esta idea el día de hoy. Como menciono en mi libro El Hogar que construimos juntos (The Home We Build Together), si tu visitas los memoriales de los Presidentes en Washington, ves que cada uno lleva una inscripción tomada de sus palabras: de Jefferson ‘Nosotros sostenemos estas verdades que son evidentes en sí mismas….’, de Rooselvent ‘La única cosa a que debemos tener miedo, es al miedo en sí mismo’, el discurso en Gettysburg que dio Lincoln y su segunda Inauguración, ‘Con malicia hacia nadie; con caridad para todos…’ Cada memorial cuenta una historia.
Londres no tiene equivalente. Contiene muchos memoriales y estatuas, cada uno con una pequeña inscripción declarado a quién representa, pero no hay discursos ni citas. No hay historia. Incluso el memorial a Churchill, cuyos discursos rivalizaban con Lincoln en el poder, lleva sólo una palabra: Churchill.
Los Estados Unidos tiene una historia nacional porque su sociedad está basada en la idea del pacto. La narrativa está en el corazón de las políticas del pacto porque localiza la identidad nacional en una serie de eventos históricos. La memoria de esos eventos evoca los valores por los que aquellos que vinieron antes que nosotros lucharon y de los que nosotros somos los guardianes.
Una narrativa de pacto es siempre inclusive, propiedad de todos sus ciudadanos, los que llegan nuevos así como los que nacieron dentro del pacto. Dice que todos, sin importar la clase o el credo: esto es lo que somos. Crea un sentido común de identidad que trasciende otras identidades. Esa es la razón de por qué, por ejemplo, Martin Luther King era capaz de usarlo a tal efecto en algunos de sus discursos. El estaba contando la historia de sus compañeros afroamericanos para verse a ellos mismos como una parte igual de la nación. Al mismo tiempo, el estaba diciendo a los americanos blancos que honraran su compromiso con la Declaración de la Independencia y su afirmación que ‘todos los hombres son creados iguales’.
Inglaterra no tiene la misma clase de narrativa nacional porque está basada no en un pacto sino en jerarquía y tradición. Inglaterra, escribe Roger Scruton, “no es una nación o un credo o una lengua o un estado sino un hogar. Las cosas en el hogar no necesitan una explicación. Están ahí porque están ahí” [8]. Inglaterra, históricamente, era una sociedad basada en las clases sociales en las que había unas élites que gobernaban en nombre de la nación como un todo. Los Estados Unidos, fundado por puritanos que se vieron a ellos mismos como un nuevo Israel unidos por un pacto, no era una sociedad de gobernados y gobernantes, sino más bien un colectivo de responsabilidad. Por la frase, central para los políticos estadounidense pero nunca usada en la política inglesa: “Nosotros, el pueblo”.
Al hacer de los israelitas una nación de contadores de historias, Moisés ayudó a convertirlos en un pueblo unido por una responsabilidad colectiva – de para otro, del pasado para el futuro, y para Dios. Al enmarcar una narrativa que generaciones sucesivas harían propia y la enseñarían a sus hijos, Moisés volvió a los judíos en una nación de líderes.
[1] Howard Gardner en colaboración con Emma Laskin, Mentes líderes: una anatomía del liderazgo, Nueva York, Basic Books, 2011.
[2] Alasdair MacIntyre, After Virtue, University of Notre Dame Press, 1981.
[3] Mishnah Bikkurim cap. 3.
[4] Yosef Hayim Yerushalmi, Zakhor: Jewish History and Jewish Memory, Schocken, 1989, 9.
[5] Yerushalmi, ibid., 12.
[6] Este es un simple recordatorio no una etimología. Historia es una palabra griega que quiere decir investigación. La misma palabra llega a significar, en latín, una narrativa de eventos pasados.
[7] Mishnah Pesachim 10: 5.
[8] Roger Scruton, England, an Elegy, Continuum, 2006, 16.