La espiritualidad de la canción (Haazinu 5783)

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Con Haazinu nos elevamos a una de las cimas de la espiritualidad judía.  Durante un mes Moshé instruyó al pueblo. Les habló de su historia, de su  destino, y de las leyes que adoptaría esa sociedad única de personas,  ligadas por el pacto entre ellos y con Dios. Renovó el pacto y luego entregó  el liderazgo a su discípulo y sucesor, Ieoshúa. Su último acto sería la  bendición al pueblo, tribu por tribu. Pero antes de ello debía hacer una  cosa más: resumir su mensaje profético de tal manera que el pueblo lo  pudiera recordar siempre y ser inspirado por él. Sabía que la mejor forma  de hacerlo era con música. Por eso, lo último que hizo Moshé antes de dar  la bendición final fue enseñarles una canción. 

Hay algo profundamente espiritual en la música. Cuando el lenguaje  aspira a lo trascendente y el alma pugna por quebrar la tracción de la  gravedad de la tierra, se modula en canto. La historia judía es más  cantada que leída. Los rabinos enumeraron diez canciones en momentos  claves de la nación: la canción de los israelitas en Egipto (ver Is. 30:29) la del mar Rojo (Ex. 15) la canción del manantial (Núm. 21), y Haazinu, la canción  de Moshé sobre el final de su vida. Ieoshúa cantó una canción (Jos. 10:12- 13), así como Débora (Jud. 5), Jana (1 Sam. 2), y David (2 Sam. 22). Sobre  la canción de Salomón, Shir ha Shirim, comentó el Rabí Akiva: “Todas las  canciones son santas, pero esta es la más santa de las santas.” (1) La  décima canción no ha sido cantada aún. Es la canción del Mesías.(2) 

Muchos textos bíblicos hablan del poder de la música para recomponer el  alma. Cuando Saúl estaba deprimido, David le tocaba el arpa y su espíritu  se restauraba. (1 Sam. 16). David mismo era conocido como “el dulce  cantante de Israel” (2 Sam. 23:1). Elisha llamó al arpista para que el  espíritu profético pudiera posarse en él (2 Reyes 3:15). Los Levíim cantaban en el Templo. En el judaísmo todos los días comenzamos los rezos  matinales con Pesuké de Zimrá, los ‘Versos del Canto’ con su magnífico  crescendo, el Salmo 150, en que los instrumentos y la voz humana se  combinan para cantar alabanzas a Dios.  

Los místicos van más allá y hablan del canto del universo, lo que Pitágoras  llamó “la música de las esferas.” Esto es lo que plantea el Salmo 19 cuando  dice, “El firmamento aclama la gloria de Dios; los cielos proclaman el  trabajo de Sus manos…No hay discurso, no hay palabras donde sus voces  no sean oídas. Su música (3) es transportada a través de la tierra, sus  palabras hasta el fin del mundo.” Por debajo del silencio, perceptible sólo  en el oído interno, la creación canta a su Creador. 

Por eso, cuando rezamos, no leemos: cantamos. Cuando abordamos los  textos sagrados, no los recitamos: cantamos. En el judaísmo cada texto y  cada tiempo tienen su melodía específica. Hay diferentes melodías para  shajarit, minjá y maariv, los rezos de la mañana, la tarde y el atardecer.  Hay melodías y modos distintos para los rezos de un día de semana, de un  Shabat, de las tres festividades de peregrinación, Pésaj, Shavuot y Sucot  (que musicalmente tienen muchas cosas en común pero canciones  particulares para cada una), y para los Iamim Noraim, Rosh Hashaná y  Iom Kipur.  

Hay diferentes melodías para diferentes textos. Hay un tipo de cantilación  para la Torá, otra para las haftarot de los libros proféticos, y otra para las Ketubim, las Escrituras, especialmente las cinco Meguilot. Hay un canto  particular para el estudio de los textos de la Torá Escrita, y otro para estudiar la Mishná y la  Guemará. Por eso escuchando la música se puede determinar a qué día  corresponde y qué tipo de texto se está usando. Los textos judaicos y los  tiempos no se clasifican por código de colores sino por código de música.  El mapa de las palabras sagradas está escrito en melodías y canciones. 

La música tiene el extraordinario poder de evocar emociones. El rezo de  Kol Nidre con el que comienza Iom Kipur no es en realidad un rezo. Es  una fría forma legal para la anulación de los votos. No cabe duda de que es la melodía antigua, obsesionante, la que se ha engarzado en la  imaginación judía. Es difícil escuchar esas notas y no sentir que estás en  presencia de Dios en el Día del Juicio, de pie en compañía de judíos de  todos los tiempos y latitudes mientras rogaban al cielo por el perdón. Es el  santo de los santos del alma judía. (4) 

Ni es posible en Tisha Be Av, leyendo Eija, el libro de las Lamentaciones,  con su particular cantilación, no pensar en las lágrimas de los judíos que a  través de los tiempos sufrieron por su fe y lloraron mientras recordaban  lo perdido, el dolor tan presente en esa instancia como el del día de la destrucción del Templo. Las palabras sin música son como cuerpo sin  alma.  

Beethoven escribió sobre el manuscrito del tercer movimiento del Cuarteto en  La Menor las palabras Neue raft fühlend. “Sintiendo nueva  fuerza.” Eso es lo que expresa y evoca la música. Es el lenguaje de la  emoción no afectada por la pálida sombra del pensamiento. Es eso lo que  quiso decir David cuando le cantó a Dios con estas palabras: “Tornaste mi  pesar en danza; removiste mi sayo y me vestiste con alegría, para que mi  corazón Te pueda cantar y no permanecer en silencio.” Percibes la fuerza  del espíritu humano que ningún terror puede destruir. 

En su libro Musicophilia, el fallecido Oliver Sacks (ningún  parentesco, lamentablemente) relata la punzante historia de Clive  Wearing, un eminente musicólogo postrado por una fulminante infección  cerebral. El resultado fue que quedó con una amnesia aguda. No podía  recordar nada por más de unos segundos. Como señaló su esposa Débora,  “Es como si cada momento de despertar fuera el primero.” 

Incapaz de hilvanar sus experiencias, estaba sumido en un presente sin  fin ni conexión alguna con lo anterior. Un día su esposa lo encontró con  una barra de chocolate en una mano y tapando y destapándola con la otra,  diciendo cada vez: “Mira es nuevo.” “No, es el mismo chocolate” dijo ella.  “No” le contestó. “Mira. Cambió.” No tenía ningún pasado. 

Dos factores lograron quebrar su aislamiento. Uno fue el amor por su  esposa. El otro fue la música. Aún podía cantar, tocar el órgano y conducir  un coro con toda su antigua energía y habilidad. ¿Qué tuvo la música, se  preguntó Sacks, que le permitió, mientras tocaba o conducía, superar la  amnesia? Sugiere que cuando “recordamos” una melodía, recreamos una  nota por vez, pero cada nota se relaciona con el todo. Cita al filósofo de la  música, Victor Zuckerkandl, que escribió “Escuchar una melodía es oír,  haber oído y estar por oír, todo al mismo tiempo. Cada melodía nos  anuncia que el pasado puede estar allí sin haberlo recordado, y que el  futuro está sin haberlo previsto.” La música es una forma de continuidad  percibida que a veces puede romper las desconexiones más dominantes  de nuestras experiencias en el tiempo. 

La fe es más parecida a la música que a la ciencia (5). La ciencia analiza, la  música integra. Así como la música conecta nota con nota, la fe conecta  episodio con episodio, vida con vida, edad con edad, en una melodía  eterna que se inserta en el tiempo. Dios es el compositor y el libretista.  Cada uno de nosotros está llamado a ser una de las voces del coro, los  cantantes de la canción de Dios. La fe es la capacidad de captar la  música debajo del ruido.

Por eso, la música es señal de trascendencia. El filósofo y músico Roger  Scruton escribió que es “un encuentro con el puro sujeto, liberado del  mundo de los objetos, y en un movimiento que sólo obedece a las leyes de  la libertad” (6). Cita a Rilke: “Las palabras aún van suavemente hacia lo  indecible / Y la música, siempre nueva, de piedras palpitantes / construye  en inútil espacio su morada divina.” (7). La historia del espíritu judío está  escrita en sus canciones. 

En una oportunidad observé a un maestro explicando a preadolescentes la  diferencia entre la posesión física y la espiritual. Les hizo construir una  maqueta de Jerusalem en papel, y les puso una cinta (era la época de los  grabadores de cinta) con una canción sobre Jerusalem que les había  enseñado en clase. Al final de la misma hizo algo dramático: Destruyó la  maqueta y destrozó la cinta. Les preguntó a los niños: “Tenemos la  maqueta?” Le contestaron “No.” “Y tenemos la canción?” Contestaron  “Si.” 

Perdemos las posesiones físicas, pero no las espirituales. Perdimos  físicamente a Moshé, pero aún nos queda la canción. 


  1. ¿Crees que la música tiene un rol tan importante en el judaísmo?
  2. ¿Estas melodías y canciones, que forman parte de nuestros ritos y plegarias, te hablan particularmente a tí?
  3. ¿Cómo podemos asegurarnos de no perder esta canción?

Fuentes

  1. Mishná, Iadaim 3: 5 
  2. Tanhuma, Beshalaj, 10 Midrash Zuta, Shir ha Shitim 1: 1. 
  3. Kavam, literalmente “su línea”, posiblemente referida a la vibración de un instrumento  de cuerda. 
  4. Beethoven estuvo cerca de esto en las notas iniciales del sexto movimiento del cuarteto  de cuerdas en Do sostenido menor op.131, su obra más sublime y espiritual. 
  5. Una vez le dije al conocido ateo Richard Dawkins en una conversación radial “Richard,  la religión es música y tú no tienes oído musical.” Me contestó “Sí, es cierto, no tengo oído, pero es que no hay música.” 
  6. Roger Scruton, An intelligent guide to Philosophy, Duckworth, 1996, 151
  7. Rilke, Sonnets to Orpheus, 11.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin