La grandeza de la humildad (Shoftim 5783)

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Durante una cena destinada a celebrar el trabajo de un  líder comunitario, el orador destacó sus múltiples cualidades: trabajo,  dedicación y visión de futuro. Apenas se sentó, el homenajeado le susurró  al oído, “Te olvidaste de mencionar una cosa”. “¿De qué?” le preguntó, y el  líder le respondió “De mi humildad.” 

Es así. Los grandes líderes tienen muchas cualidades pero la  humildad no suele ser una de ellas. Con raras excepciones, tienden a ser  ambiciosos y con una alta dosis de autovaloración. Esperan ser honrados,  bendecidos, respetados, y hasta temidos. Asumen su superioridad  displicentemente – Eleanor Roosvelt lo describía “como llevando una  corona invisible” – pero hay diferencias entre lo anterior y la humildad.  

Esto hace que un pasaje de nuestra parashá sea especialmente impactante y sorprendente. Sabiendo, como lo expresó Lord Acton(1), que el  poder tiende a corromper y que el poder absoluto tiende a corromper en  forma absoluta, especifica tres tentaciones a las cuales el rey de la  antigüedad estaba expuesto.

Un rey, dice, no debe acumular muchos  caballos, muchas esposas ni mucha riqueza, tres trampas en las cuales,  siglos más tarde, cayó el Rey Salomón. Luego agrega: 

Cuando (el rey) ocupe su trono real, debe escribir para sí en un  pergamino, una copia de esta Torá… Es para que permanezca con  él, y lo debe leer todos los días de su vida para aprender a temer al  Señor su Dios y seguir cuidadosamente todas las palabras de esta  ley y sus decretos, y no sentirse superior a sus hermanos ni  apartarse de la ley hacia la derecha o la izquierda. Así él y sus  descendientes reinarán por largo tiempo en el seno de Israel.  (Deut. 17:18-20) 

Si a un rey, a quien todos deben honrar, se le ordena ser humilde – “no sentirse superior a sus hermanos” – cuánto más nos corresponde eso  a todos nosotros. Moshé, el líder más grande que ha tenido el pueblo judío, era “muy humilde, más que cualquiera en toda la faz de la tierra.”  (Núm. 12:3). Fue grande por ser humilde o humilde porque era grande?  De cualquiera de las dos formas, como R. Yojanan dijo de Dios mismo,  “Donde encuentres Su grandeza hallarás Su humildad.” (2) 

Esta es una de las revoluciones genuinas que trajo el judaísmo a la  espiritualidad. La idea de que un rey en el mundo antiguo debía ser  humilde parecería farsesco. Podemos ver aún ahora, en las ruinas y  reliquias de la Mesopotamia y Egipto, una serie casi interminable de  monumentos creados por la vanidad de los gobernantes en honor a ellos  mismos. Ramsés II tenía cuatro estatuas suyas y dos de la reina Nefertiti  colocadas en el frente del templo en Abu Simbel. Con sus 10 metros,  tenían casi el doble de altura que la de la estatua de Lincoln en  Washington. 

Aristóteles no hubiera entendido el concepto de que la humildad es  una virtud. Para él el megalopsychos, el hombre de gran alma, era un  aristócrata, consciente de su superioridad sobre la masa humana. La  humildad, junto a la obediencia, el servilismo y la baja autovaloración  eran para las clases inferiores, los que no habían nacido para gobernar  sino para ser gobernados. La idea de un rey humilde fue un concepto  radical introducido por el judaísmo y luego adoptado por el cristianismo. 

Este es un claro ejemplo de cómo la espiritualidad hace que sea  diferente la forma de actuar, sentir y pensar. Creer que nos paramos ante  la presencia de un Dios significa que no somos el centro de nuestro  mundo. Dios es. “Yo soy polvo y cenizas” dijo Abraham, el padre de la fe.  “¿Quién soy yo?” se preguntó Moshé, el más grande de los profetas. Esto  no los transformó en serviles ni aduladores. Fue precisamente en el  momento que Abraham dijo ser de polvo y ceniza, que desafió a Dios por  el castigo propuesto a Sodoma y a las ciudades de la llanura. Fue Moshé,  el más humilde de los hombres, el que urgió a Dios a perdonar al pueblo,  y si no, “Bórrame del libro que Tú has escrito.” Estos han sido algunos de  los espíritus más valientes que ha producido la humanidad. 

Hay una diferencia fundamental entre las dos palabras en hebreo:  anivut, “humildad” y shiflut “autodegradación”. Son tan distintas que  Maimónides definió a la humildad como la condición que está a mitad de  camino entre shiflut y el orgullo.(3) La humildad no significa una  autovaloración disminuida. Eso es shiflut. La humildad implica tener la  suficiente seguridad en uno mismo como para no necesitar el reaseguro  de otros. Significa no tener la urgencia de demostrarse a uno mismo ser  más capaz, más inteligente, más dotado o más exitoso que otros. Tener  seguridad por estar viviendo con el amor de Dios. Él tiene fe en ti aunque tú no la tengas. No necesitas compararte con otros. Tienes tu tarea, otros  tienen la de ellos, y eso te lleva a cooperar, no a competir.

Eso significa que puedes ver a otras personas y valorarlas por lo que  son. No son sólo una serie de espejos en los que puedes mirarte para ver  tu propia imagen. Si tienes seguridad en ti mismo, podrás valorar a los  demás. Si confías en tu identidad podrás apreciar a las personas que no  son como tú. La humildad es el ser puesto hacia afuera. Es entender que  “no se trata de ti.” 

Ya en 1979 el extinto Christopher Lasch publicó el libro titulado TheCulture of Narcissism, subtitulado, American life in an age of diminished expectations (La vida norteamericana en una era de expectativas  disminuidas). Fue una obra profética. Argumentaba que el colapso de la  familia, la comunidad y la fe, los dejó fundamentalmente inseguros,  desprovistos de los sostenes tradicionales de identidad y de valor. No  vivió para ver la era del selfie, de los perfiles de Facebook, de las marcas  de ropa colocadas a la vista, y tantas otras formas de “propaganda de uno  mismo”; pero no se habría sorprendido. Manifestó que el narcisismo es  una forma de inseguridad, que requiere un constante reaseguro e  inyecciones frecuentes de autoestima. Para decirlo simplemente, no es la  mejor manera de vivir. 

A veces pienso que el narcisismo y la pérdida de la fe religiosa van  de la mano. Cuando perdemos la fe en Dios, lo que queda en el centro de  la conciencia es el yo. No es coincidencia que el más grande de los ateos  de la modernidad, Nietzsche, era un hombre que veía a la humildad como  un vicio, no una virtud. La describió como la venganza de los débiles  frente a los fuertes. No es casual que una de sus últimas obras se titulara  “Por qué soy tan astuto” (4) Poco después de escribirla cayó en la locura  que lo acompañó durante los últimos once años de su vida. 

No hay que ser religioso para comprender la importancia de la  humildad. En el 2014 el Harvard Business Review publicó los resultados  de una encuesta que mostró que “Los mejores líderes son líderes  humildes.” (5) Aprenden de las críticas. Tienen la confianza suficiente  como para empoderar a otros y elogiarlos por sus contribuciones. Asumen  riesgos personales en aras del bien común. Inspiran lealtad y un fuerte  espíritu de equipo. Y lo aplicable a los líderes es válido para cada uno de  nosotros con nuestras parejas, sociedades, padres, compañeros de  trabajo, miembros de comunidades y amigos. 

Una de las personas más humildes que conocí fue el fallecido Rebe de Lubavitch, el Rabino Menachem Mendel Schneerson. No tenía nada  de autodegradación. Se manejaba con calma y dignidad. Tenía seguridad  en sí mismo y una postura que bordeaba a la realeza. Pero cuando  estabas a solas con él, te hacía sentir como si fueras la persona más  importante del lugar. Tenía ese don extraordinario. Era “la realeza sin  corona,” “la grandeza en ropa de todos los días.” Me enseñó que la  humildad no consiste en pensar que uno es pequeño, sino en pensar que  otras personas poseen grandeza. 

Ezra Taft Benson dijo que “el orgullo concierne a quién tiene razón; la humildad en qué es lo correcto.” Servir a Dios con amor, dijo  Maimónides, es hacer lo verdaderamente correcto, por ningún otro  motivo. (6) El amor está desprovisto de egoísmo. El perdón y el altruismo  también. Cuando colocamos al yo en el centro de nuestro universo,  eventualmente transformaremos a todo y a todos en un medio para  nuestros fines. Eso los disminuye a ellos, lo cual nos disminuye a  nosotros. La humildad significa vivir a la luz de lo-que-es-más-grande-que-yo. Cuando Dios es el centro de nuestras vidas, nos abrimos a la  gloria de la creación y la belleza del otro. Cuanto más pequeño el yo, más  amplio es el espacio de nuestro mundo.


  1. ¿Por qué un rey (o cualquier otro líder) necesitaría la ley de escribir un rollo de la Torá?
  2. ¿Por qué existe el riesgo de que demasiada humildad lleve a la shifu (autodegradación)? ¿Cómo podemos evitarlo?
  3. ¿Cómo nos ayuda a ser humildes poner a Dios en el centro de nuestras vidas?

Fuentes

  1. Transcripción de una carta al Arzobispo Mandell Creighton, 5 de Abril de 1887, publicada en Historical Essays and Studies, editada por J.N. Figgis y R.V. Laurence (Londres: Macmillan, 1907).
  2. Pesikta Zutrata, Ekev. 
  3. Maimónides, Ocho Capítulos cap.4, Comentario a Avot, 4: 4. En Hiljot Teshuvá 9: 1 define shiflut como lo opuesto de maljut, soberanía 
  4. Parte del trabajo publicado como Ecce Homo
  5. Jeanine Prime y Elizabeth Salib, “Los mejores líderes son humildes,”  Harvard Business Review, 12 de mayo, 2014 
  6. Maimónoides, Hiljot Teshuvá 10:2

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin