La Torá como canción (Vaielej 5782)

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La larga y tempestuosa carrera de Moshé está por llegar a su fin. Con palabras de ánimo y bendición entrega el manto de liderazgo a su sucesor, Yehoshua, diciendo, “Tengo ahora ciento veinte años, y es posible que yo ya no entre ni salga, ya que el Señor me ha dicho, ‘Tú no cruzarás el Jordán’” (Deuteronomio 31:2). 

Como observa Rashi, dice “puede que no” y no “no podré.” Moshé está aún en estado de pleno vigor físico, “sus ojos sin opacidad y su energía vital sin disminución.”(Deuteronomio 34:7) Pero él ha arribado al final de su camino personal. Ha llegado la hora del comienzo de otra época, de una nueva generación, de un modo distinto de liderazgo. 

Pero antes de dejar la vida, Dios tiene un último mandato para él, y a través de él para el futuro: “Y ahora escribe esta Canción y enséñala a los hijos de Israel, colócalo en su boca para que sea Mi testigo contra ellos” (Deteronomio 31:19). 

La explicación sencilla de esta frase es que Dios está ordenando a Moshé y Yehoshua, escribir la canción que sigue, la de Haazinu (Deuteronomio 32:1-43). Así lo interpretaron Rashi y Najmánides, pero la tradición oral lo lee de otra forma. Según los sabios, “Y ahora escribe esta canción”se refiere a la Torá como un todo, de tal forma que el último de los 613 mandamientos es el de escribir – o tomar parte de la escritura, aunque sea una sola letra – de un rollo de Torá. Esta es la declaración de la ley según Maimónides: 

A cada israelita se le ordena escribir un rollo de Torá para sí mismo, ya que está dicho,”Ahora, por lo tanto, escribe esta canción” lo cual significa “escribe para ti un sefer Torá (pero solo una copia completa) que contiene esta Canción,” ya que no se escriben pasajes aislados de la Torá (sino un rollo completo) . Aun si alguien ha heredado un rollo de Torá de sus padres, de la misma forma es una mitzvá escribir un ejemplar uno mismo, y el que lo hace es como si hubiera recibido (la Torá) del Monte Sinaí. El que no sabe cómo hacer para escribir un rollo puede contratar a otro (un escriba) para que lo haga y el que corrige aunque sea una sola letra, es como si hubiera escrito todo el rollo.[1] 

¿Por qué este mandamiento? ¿Por qué aparece al final de la vida de Moshé? ¿Por qué hacer que sea el último de los mandamientos? Y si la referencia es a la Torá como un todo, ¿por qué llamarla “una canción”? 

La tradición oral nos sugiere una serie de ideas muy profundas al respecto. La primera es decir a los israelitas: a nosotros, en cada generación, que no alcanza con decir que “hemos recibido la Torá de Moshé” o “de nuestros padres.” Debemos tomar la Torá y hacerla de nuevo en cada generación. Debemos escribir nuestro propio rollo. El tema central de la Torá no es que es antiguo, sino nuevo; no solo tiene que ver con el pasado sino también con el futuro. No se trata simplemente de un documento arcaico que nos viene de una etapa anterior de evolución de la sociedad. Nos habla acá, ahora- pero no sin que hagamos el esfuerzo de reescribirla. 

Existen dos palabras hebreas para denominar la herencia: najalá y yerushá/morashá, que transmiten ideas distintas. Najalá está relacionada con la palabra najal, que significa río, arroyo. Así como fluye el río al descender, de la misma forma fluye la herencia por las generaciones. Ocurre naturalmente y no requiere ningún esfuerzo de nuestra parte. 

Yerusha/morashá es distinto En este caso el verbo es activo. Significa tomar posesión de algo a través de un esfuerzo o acción positiva. Los israelitas recibieron la tierra como resultado de la promesa de Dios a Abraham. Ese fue su legado,su najalá, pero de cualquier forma tuvieron que luchar y ganar las guerras. Lehavdil, Mozart y Beethoven fueron ambos hijos de músicos. La música estaba en sus genes, pero su arte fue el resultado de un trabajo duro e incesante. La Torá es morashá, no najalá. Debemos escribirla nosotros, no meramente heredarla de nuestros antepasados. 

¿Y por qué llamar a la Torá un Canto? Porque si entregásemos nuestra fe y nuestro modo de vida a la generación venidera, debe cantar. La Torá debe ser afectiva, no sólo cognitiva. Debe hablarle a nuestras emociones. Como demostró Antonio Damasio en forma empírica en Descartes´Error (El error de Descartes) [2], aunque el área de razonamiento del cerebro es central para lo que nos constituye como humanos, es el sistema límbico, el centro de las emociones, el que nos conduce hacia un lado u otro. Si nuestra Torá carece de pasión, no lograremos transmitirla al futuro. La música es la dimensión afectiva de la comunicación, el medio a través del cual nos expresamos, evocamos y compartimos emociones. Precisamente porque somos seres emotivos, la música es una parte esencial del vocabulario de la humanidad. 

La música está estrechamente asociada a la espiritualidad. Como lo expresó Rainer María Rilke 

Las palabras aun van suavemente hacia lo indecible 

Y música siempre nueva, desde piedras palpitantes 

Construye en espacio inútil su divino hogar.[3]

El canto es central en la experiencia judaica. Nosotros no rezamos. Davvenamos, o sea, canturreamos las palabras que dirigimos al cielo. Tampoco leemos la Torá. La cantamos, cada palabra con su propia cantilación. Incluso los textos rabínicos no son nunca meramente estudios; las cantamos con la melodía particular tan conocida por todos los estudiantes del Talmud. Cada tiempo y cada texto tiene su melodía específica.La misma plegaria puede se cantada con media docena de melodías distintas según sea parte del servicio de la mañana, de la tarde o del atardecer, y según sea un día de la semana, Shabat, una festividad o alguna de las Altas Fiestas. Hay distintas cantilaciones para las lecturas bíblicas dependiendo de que el texto provenga de la Torá, de los Profetas, o de ‘los escritos’, los Ketuvim. La música es el mapa del espíritu judío y cada experiencia espiritual posee su escenario musical distintivo. 

El judaísmo es una religión de palabras; sin embargo, cuando su lenguaje aspira a lo espiritual, se modula en forma de canción, como si las palabras mismas quisieran escapar de la atracción gravitacional de los significados finitos. La música habla a algo más profundo que la mente. Si es que queremos hacer nueva la Torá en cada generación, debemos encontrar formas de cantar su canción en una forma nueva. Las palabras nunca cambian, la música sí. 

El anterior Gran Rabino de Israel, el Rab. Abraham Shapiro, me contó una vez la historia de dos grandes sabios rabínicos del siglo XIX, ambos distinguidos eruditos;el hijo de uno de ellos sucumbió al espíritu secular de la época, mientras que el otro fue bendecido por hijos que siguieron su senda. La diferencia entre ambos fue esta, dijo: cuando llegó la seudá shlishit, la tercera comida de Shabat, el primero pronunció palabras de Torá mientras que el segundo cantó canciones. Su mensaje fue claro. Sin una dimensión afectiva – sin música – el judaísmo es un cuerpo sin alma. Son las canciones que enseñamos a nuestros hijos las que transmiten nuestro amor a Dios. 

Hace unos años uno de los líderes del judaísmo mundial quiso averiguar qué había pasado con los “niños judíos perdidos” de Polonia, que durante la guerra fueron adoptados por familias cristianas y criados como católicos. Decidió que la forma más fácil de hacerlo era a través de la comida. Organizó un gran banquete y puso avisos en la prensa polaca invitando a quien creyera que había nacido judío a asistir a la cena gratuita. Acudieron centenares de personas, pero el evento estuvo al borde del desastre porque ninguno de los presentes recordaba nada de su primera infancia – hasta que le preguntó al hombre sentado a su lado si recordaba alguna de las canciones que su madre judía le cantaba antes de dormir. Comenzó a cantar Rozhinkes mit mandlen (Pasas y almendras) una antigua canción de cuna idish. Lentamente los demás lo acompañaron, hasta que todo el salón fue un gran coro. En algunos casos, lo único que queda de la identidad judía es una canción.

El Rabino Yehiel Michael Epstein (1829-1908) en la introducción al Aruj ha-Shuljan Joshen Mishpat escribe que la Torá se compara con una canción, porque, para aquellos a los que les gusta la música, la más hermosa música coral es una armonía compleja con muchas voces distintas cantando notas distintas. Así, dice, es la Torá, con su multiplicidad de comentarios, sus “setenta caras.” El judaísmo es una sinfonía coral escrita para muchas voces: el texto escrito es la melodía, la tradición oral, su polifonía. 

De esa forma, la vida de Moshé termina con un sentido poético de conclusión, con el mandato de comenzar nuevamente, en cada generación, de escribir nuestro propio rollo, de agregar nuestros propios comentarios, el pueblo del libro reinterpretando sin fin el libro del pueblo y cantando su canción. La Torá es el libreto de Dios, y nosotros, el pueblo judío, Su coro. Hemos cantado colectivamente la canción de Dios. Somos los intérpretes de Su sinfonía coral. Y aunque cuando los judíos hablan frecuentemente discuten, cuando cantan, cantan en armonía porque las palabras son el lenguaje de la mente, pero la música es el lenguaje del alma.


  1. ¿Qué vínculo encuentras entre la Torá y la música? 
  2. ¿Por qué es importante que cada judío escriba (o ayude a escribir) un nuevo rollo de la Torá? 
  3. ¿Cómo podemos tomar la Torá y hacer que sea nueva para nuestra generación?Puedes sugerir algunas ideas?

  1. Leyes de Tefilin, Mezuzá y Sefer Torá, 7: 1 
  2. Antonio Damasio, Descartes’ Error, emotion, reason and the human brain, London, Penguin, 2005 
  3. “Sonnets to Orpheus,” book II, sonnet 10.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Michelle Lahan