Libre albedrío (Vaerá 5782)

Descarga aquí el ensayo en PDF


La pregunta  es antigua. Si Dios endureció el corazón del Faraón, entonces fue Dios el que hizo que el Faraón impida la salida de los israelitas, no el Faraón. ¿Cómo puede ser justo? ¿Cómo puede ser justo que se castigue al Faraón y su pueblo por una decisión – una serie de decisiones – que no fueron tomadas libremente? El castigo presupone culpabilidad. La culpabilidad presupone responsabilidad. La responsabilidad presupone libertad de decisión. No culpamos a las pesas por caer ni al sol por brillar. Las fuerzas naturales no resultan de elecciones hechas tras reflexionar sobre distintas alternativas. Solo el Homo Sapiens es libre. Quitarle esa libertad es despojarlo de la humanidad. ¿Cómo podemos decir entonces, como dice nuestra parashá (Éxodo 7:3) que Dios endureció[1] el corazón del Faraón? 

Todos los comentaristas indagaron sobre esta pregunta. Maimónides y otros autores notaron una característica impactante de la narrativa: En las primeras cinco plagas leemos que es el Faraón mismo  el que endurece su corazón. Solo más adelante, en las últimas cinco plagas, leemos que fue por una acción de Dios. La conclusión a la que ellos llegaron es que las últimas cinco plagas serían un castigo por haber rechazado la liberación, decisión tomada libremente por el mismo Faraón[2].

Un segundo enfoque en dirección exactamente opuesta, es que la segunda serie de plagas fue no para endurecer, sino para fortalecer el corazón del Faraón. Dios actuó para asegurar que el Faraón mantuviera su libertad de acción y sin perder su capacidad de decisión. Fue tal el impacto de las plagas que en un curso normal de eventos un líder nacional no tendría otra posibilidad que rendirse ante un rival superior. Como dijeron los propios asesores del Faraón después de la octava plaga, “¿No se da cuenta aún de que Egipto está destrozado?” (Ex: 10: 7). Ceder en ese momento sería equivalente a hacerlo bajo presión, no por un auténtico cambio de postura. Este es el enfoque de Iosef Albo[3]  y Ovadia Sforno[4]. 

Una tercera propuesta cuestiona el significado de la frase “Dios endureció el corazón del Faraón”. En un sentido profundo, Dios, Autor de la historia, está detrás de cada evento, todo acto, toda brisa que sopla, cada gota de lluvia que cae. Somos lo que somos porque es lo que hemos elegido ser, aun cuando todo haya sido escrito hace mucho en el guión Divino de la humanidad. ¿A qué atribuimos un acto de Dios? A algo inusual, algo que sale de la norma del comportamiento humano y que encontramos difícil de explicar de otra manera que decir: esto ocurrió por algo. 

Dios mismo habla sobre la testarudez  del Faraón que Le permitió demostrar que toda la humanidad, hasta el imperio más poderoso, es impotente ante la mano del Cielo (Éxodo 7: 5, 14: 18). El Faraón actuó libremente, pero sus últimos rechazos fueron tan extraños que era obvio que Dios los había anticipado. Era predecible, parte del guión. En realidad, Dios le había anunciado esto a Abraham unos siglos antes cuando le dijo, en una visión que provoca temor, que sus descendientes serán extranjeros en una tierra ajena. (Génesis 15: 13-14) 

Estas son todas interpretaciones plausibles e interesantes. Pero sin embargo, a mí me parece que la Torá nos está contando una historia más profunda, una que nunca pierde su relevancia. Los filósofos y científicos tienden a pensar en términos de abstracciones y universalidades. Algunos han concluido que tenemos libre albedrío, otros que no. No existe espacio conceptual entre las dos posturas.

Sin embargo, en la vida no es esa en absoluto la manera que funciona la libertad. Consideremos las adicciones: inicialmente algunos se dedican al juego, a la bebida o a las drogas, sabiendo que corren riesgos pero sin darle importancia. Con el transcurso del tiempo, la dependencia se incrementa hasta que la necesidad es tan intensa que se sienten impotentes para resistirla. En determinado momento pueden necesitar una terapia de rehabilitación. Ya no tienen la capacidad de hacerlo sin ayuda externa. Como dice el Talmud: “Un prisionero no puede liberarse solo de su prisión” (Berajot 5b). 

La adicción es un fenómeno físico, pero hay equivalentes morales. Por ejemplo, supongamos que en determinada ocasión has mentido. La gente ahora creerá algo sobre tu persona que es inexacto. Cuando te preguntan sobre el tema o surge en la conversación, te encuentras con la necesidad de seguir mintiendo para respaldar lo anterior. “Oh, qué tejido enmarañado tejemos,  dijo memorablemente Sir Walter Scott,cuando practicamos el engaño”. 

Eso es en lo que respecta  a los individuos. Cuando se trata de organizaciones, el riesgo es aún mayor. Digamos que un alto ejecutivo ha cometido un error costoso que si fuera expuesto pondría en peligro el futuro de la empresa. Harán el intentó de ocultarlo. Para ello necesitarán conseguir la ayuda de otros, que se transformaran en co-conspiradores. Al agrandarse  el círculo del engaño, se transforma en la cultura de la empresa haciendo aun más difícil que las personas honestas dentro de la organización protesten o se resistan. Por lo tanto, acá se requiere el coraje de un denunciante que lo exponga y frene el engaño. Se han visto muchos casos como este en los últimos años[5].

Con respecto a las naciones, especialmente las no democráticas, el riesgo es aún mayor. En empresas comerciales, las pérdidas pueden ser cuantificadas. Alguna persona en algún lugar sabe cuál ha sido la pérdida, cuántas deudas se han ocultado y dónde están. En política puede no haber una comprobación semejante. Es fácil proclamar que una medida está funcionando y alterar los indicadores que muestran lo contrario. Se crea una narrativa que se transforma en sabiduría recibida. El cuento de Hans Christian Anderson, El emperador desnudo, es el ejemplo clásico de este fenómeno. Un niño, en su inocencia, contempla la verdad y la declara, quebrando la conspiración de silencio de consejeros y ciudadanos de la monarquía. 

Perdemos nuestra libertad en forma gradual, muchas veces sin darnos cuenta. Eso es lo que la Torá ha estado insinuando desde el comienzo. La declaración clásica del libre albedrío aparece en la historia de Caín y Abel. Viendo que Caín está enojado porque su ofrenda no fue recibida , Dios le dice: ”Si haces lo que está bien, ¿no serás aceptado? Pero si no haces lo correcto, el pecado está escondido detrás de tu puerta; desea poseerte, pero deberás vencerlo” (Génesis 4: 7) El mantenimiento del libre albedrío, especialmente en las instancias de emoción intensa como la ira, requiere fortaleza de carácter. Como hemos notado anteriormente en estos estudios[6], lo que Daniel Goleman llama ‘el secuestro de las amígdalas’ puede llegar a ocurrir, en cuyo caso la reacción instintiva ocupa el lugar de la reflexiva, y hacemos daño, no solo a nosotros sino también a los demás[7]. Esa es la amenaza emocional a la libertad. 

También está la amenaza social. Después del Holocausto se realizó un buen número de experimentos avanzados para determinar el grado de conformidad y obediencia a la autoridad. Solomon Asch condujo una serie de pruebas en las cuales ocho personas fueron ubicadas en una habitación, se les mostró una línea, preguntándoles cuál de las otras tres era de la misma longitud. Del grupo de los ocho, siete seguían las instrucciones del organizador sin que lo supiera la octava. En varias ocasiones los siete individuos propusieron una respuesta que era claramente errónea, pero en el 75 por ciento de los casos la octava persona estaba dispuesta a acompañarlos en la decisión sabiendo que no era la correcta. 

El psicólogo de Yale, Stanley Milgram, demostró que individuos normales estaban dispuestos a aplicar lo que aparentaba ser un doloroso y devastador shock eléctrico a una persona en la habitación contigua por instrucción de la autoridad, el director del experimento[8]. El Experimento de la Prisión de Stanford conducido por Philip Zimbardo, dividió a los participantes en roles de prisioneros y guardias. Al poco tiempo los ‘guardias’ estaban actuando con crueldad y en algunos casos abusivamente contra los prisioneros, y el experimento, planeado originalmente para una duración de dos semanas, tuvo que ser suspendido a los seis días[9].

Estos experimentos demostraron que el poder del conformismo es inmenso. Yo creo que eso fue lo que Dios le dijo a Abraham: que dejara su tierra, su lugar de nacimiento y la casa de su padre. Estos son los tres factores – cultura, comunidad y primera infancia – que limitan nuestra libertad. Los judíos a través de los siglos han estado en  la sociedad pero no dentro de la misma. Ser judío significa mantener una distancia calibrada  del tiempo y de sus ídolos. La libertad requiere de distancia y tiempo para tomar decisiones reflexivas y no caer en el conformismo. 

Trágicamente, hay una amenaza moral. A veces nos olvidamos o desconocemos que las condiciones de la esclavitud que experimentaron los israelitas en Egipto eran sufridas con frecuencia por los mismos egipcios a través de muchas generaciones. La gran pirámide de Giza, construída más de mil años antes del Éxodo, aún antes del nacimiento de Abraham, redujo a Egipto a ser una colonia de esclavos que duró veinte años[10].  Cuando el valor de la vida es bajo y las personas son tomadas como medio y no como fin, la conciencia se deteriora  y la libertad se pierde porque la cultura ha creado un espacio aislado en el que el grito de los oprimidos ya no puede ser escuchado. 

Eso es lo que quiere transmitir la Torá cuando dice que Dios endureció el corazón del Faraón. Al esclavizar a otros, el Faraón se esclavizó a sí mismo. Se convirtió en prisionero de los valores que él mismo había creado. La libertad en el sentido más profundo, la libertad de hacer lo correcto y lo bueno, no se otorga. Se obtiene, o se pierde, gradualmente. Los malvados finalmente provocan su propia destrucción, mientras que los que tienen libre albedrío, coraje, y voluntad de ir en contra del consenso, adquieren una libertad monumental. De eso trata el judaísmo: es una invitación a la libertad resistiendo a los ídolos y los cantos de sirena de los tiempos.


  1. ¿Sientes a veces el poder de conformar (lo que a veces llamamos presión de pares)? ¿Puedes dar algún ejemplo? 
  2. ¿Cómo afecta esto a tu libre albedrío? 
  3. ¿Cómo entiendes la frase ‘el judaísmo es una invitación a la libertad mediante la resistencia a los ídolos de su tiempo’? ¿Cuáles son los ídolos de nuestro tiempo y cómo nos dice la Torá que debemos resistirnos a ellos?

  1. En la narrativa se utilizan tres verbos diferentes para indicar la dureza del corázon: k-sh-h, ch-k y k-b-d. Tienen diferentes matices: el primero significa “endurecer”, el segundo “fortalecer” y el tercero “hacerlo pesado”.
  2. Maimonides, Hiljot Teshuva 6:3.
  3. Albo, Sefer ikarim, IV,25.
  4.  Ver el comentario de Ovadia Sforno en Éxodo 7:3.
  5. Acerca de Enron, ver Bethany McLean y Peter Elkind, The Smartest Guys in the Room: The Amazing Rise and Scandalous Fall of Enron, New York: Portfolio, 2003.
  6.  Ver Más allá de la Naturaleza, un escrito de Convenio y Conversación en la Parashá Noaj.
  7. Daniel Goleman, Emotional Intelligence, New York: Bantam, 1995.
  8. Stanley Milgram, Obedience to Authority: An Experimental View, New York: Harper & Row, 1974.
  9. Philip G. Zimbardo, The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil, New York: Random House, 2007.
  10. Toby Wilkinson, The Rise and Fall of Ancient Egypt, London: Bloomsbury, 2010, pp. 72–91. Se ha calculado , sobre la base de una jornada laboral de diez horas, que un bloque gigante de piedra que pesa más de una tonelada, tendría que ser transportada a su lugar cada dos minutos durante veinte años.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Michelle Lahan