Apariencia y realidad (Miketz 5782)

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Después de veintidós años y muchas idas y vueltas, Iosef y sus hermanos finalmente se encuentran. Percibimos el dramatismo del momento. La última vez que habían estado juntos, los hermanos en principio habían planeado matarlo y luego lo vendieron como esclavo. Uno de los motivos por los cuales lo hicieron era por el enojo que les causó la interpretación de sus sueños, en los que Iosef dos veces soñó que sus hermanos se inclinarían ante él. A ellos les pareció un acto de soberbia, arrogancia y presunción.

La Hybris es comúnmente castigada por Némesis y así ocurrió en el caso de Iosef. Lejos de ser su amo, los hermanos lo transformaron en esclavo. Ahora, inesperadamente en la parashá de esta semana, los sueños se vuelven realidad. Los hermanos se inclinan ante él con “sus caras inclinadas hacia el suelo” (Génesis 42: 6). Parecería que la historia había llegado a su fin. Pero en realidad se trata del comienzo de una nueva historia, de pecado, arrepentimiento y perdón. Las historias bíblicas tienden a desafiar las convenciones narrativas.

El motivo por el cual esta historia no termina con la reunión de los hermanos es porque una sola de las personas presentes, Iosef, sabe que es un reencuentro. “Apenas vio Iosef a sus hermanos, los reconoció, pero simuló ser un desconocido; él les habló con dureza…Iosef reconoció a sus hermanos pero ellos no lo reconocieron a él”. (Génesis 42: 7-8)

Hubo muchos motivos por los cuales no lo reconocieron. Habían transcurrido muchos años. No sabían que él estaba en Egipto. Pensaban que seguía siendo un esclavo, mientras que este personaje era el virrey. Además, parecía egipcio, hablaba egipcio, y tenía nombre egipcio, Tsofnat Paaneaj. Pero lo más importante era que vestía como un egipcio de alto rango. Esa había sido la señal de la elevación de Iosef de la mano del Faraón cuando interpretó sus sueños.

Entonces le dijo el Faraón a Iosef: “En este acto yo te pongo a cargo de toda la tierra de Egipto”. Y el Faraón sacó su anillo con el sello y se lo colocó en el dedo de Iosef. Lo vistió con los ropajes de lino fino y colocó una cadena de oro en su cuello. Hizo que desfilara en el carruaje del segundo comandante en jefe y la gente gritó “¡Abran paso!” De esta forma lo dejó a cargo de toda la tierra de Egipto.

Génesis 41: 41-43

Sabemos, por los murales pictóricos egipcios y por descubrimientos arqueológicos como la tumba de Tutankamón, cuán elaborados y estilizados eran los ropajes de oficio egipcios. Los diferentes rangos portaban diferente vestimenta. Los Faraones más antiguos llevaban dos turbantes: uno de color blanco para indicar que era el rey del Alto Egipto y uno rojo para señalar que era el rey del Bajo Egipto. Como todo uniforme, la vestimenta señala algo, o como diríamos actualmente “hace una declaración”. Proclamaba el status de la persona. Alguien vestido como este egipcio ante el cual se inclinaron los hermanos, no era posible que fuera su hermano Iosef,  desaparecido hace mucho tiempo. Solo que en realidad lo era.

Esto parecería ser un tema menor. En este ensayo quiero señalar lo opuesto. Se trata en realidad de un tema mayor. Lo primero que debemos notar es que la Torá en su totalidad, y en Génesis en particular, tiene una manera de enfocar nuestra atención en el tema principal: lo hace presentando episodios recurrentes. Robert Alter los llama “escenas tipo1”.  Por ejemplo, está el tema de la rivalidad entre hermanos que aparece cuatro veces en Génesis: Caín y Abel, Ytzjak e Ismael, Yaakov y Esav y Iosef y sus hermanos. Ahí está el tema que ocurre tres veces, el patriarca que se ve forzado a dejar su tierra por la hambruna y pedirle a su mujer que simule ser su hermana por temor a que él sea asesinado. Y está el tema de encontrar a la futura esposa en la fuente, cosa que transcurre tres veces: Rebeca, Raquel y (al principio del libro de Éxodo) Zippora, la hija de Jetro.

El encuentro de Iosef y sus hermanos es el quinto caso de la serie en las cuales la vestimenta juega un papel clave. El primero es Yaakov, que se disfraza de Esav mientras le lleva la comida a su padre para que pueda recibir la bendición destinada a su hermano. La segunda es la de Iosef, la túnica finamente bordada o “capa de muchos colores,” que, manchada de sangre, sus hermanos llevan a su padre como prueba de que fue atacado por una fiera salvaje. La tercera es la historia de Tamar que se despoja de su ropa de viuda y se cubre con un velo, simulando ser prostituta. El cuarto es la vestimenta que Iosef deja en manos de la esposa de Potifar en su huída ante el intento de seducción de ella. Y el quinto, es el de la parashá de hoy en la cual el Faraón viste a Iosef con la indumentaria de un funcionario de alto nivel, con ropaje de lino, cadena de oro y el anillo con el sello real.

Lo que los cinco casos tienen en común es que facilitan un engaño. En cada episodio, generan una situación en la cual las cosas no son como aparentan. Yaakov se viste con la ropa de Esav porque teme que por la ceguera de su padre, él lo palpará y se dará cuenta de que su piel suave difiere de la de su hermano Esav. Finalmente, no será solo la textura sino el olor de la ropa lo que engañará a Ytzjak. : “Oh, el olor de mi hijo es como el olor del campo que el Señor ha bendecido” (Génesis 27: 27).

La túnica manchada de Iosef fue presentada por sus hermanos para ocultar el hecho de que ellos fueron los responsables de su desaparición. Yaakov la reconoció y dijo “Es la túnica de mi hijo. Un animal salvaje lo ha devorado, Iosef seguramente ha sido despedazado” (Génesis 37: 33).

La vestimenta de Tamar como prostituta estaba destinada a engañar a Judá con la intención de que se acueste con ella para tener un hijo “para la continuidad del nombre” de Er, su esposo fallecido. La esposa de Potifar utilizó el manto desgarrado de Iosef como prueba de que él había intentado violarla, trasgresión de la cual Iosef era totalmente inocente. Por último, Iosef se aprovechó del hecho de que sus hermanos no lo reconocieran para poner en marcha una serie de eventos calculados, con la intención de determinar si todavía persistía en ellos el deseo de vender a su hermano como esclavo, o si habían cambiado.

Por lo tanto, las cinco historias de vestimenta conducen a una sola historia: las cosas no son necesariamente como aparentan ser. Las apariencias engañan.  Es por eso que llegamos a la escalofriante revelación de que en hebreo la palabra que designa la ropa b-g-d equivale a la palabra de “engaño,” como en la confesión Ashamnu, bagadnu… “Hemos pecado, hemos engañado”.

¿Es esto una mera arrogancia literaria o una forma de ligar una serie de historias que de otra manera serían inconexas? ¿O hay algo más fundamental en juego?

Fue el historiador judío Heinrich Graetz quien remarcó la diferencia entre el judaísmo y otras culturas antiguas:

El pagano percibe a la Divinidad en la naturaleza por medio del ojo, y toma conciencia de ella como algo para ser mirado. Por el otro lado, el judío  concibe a Dios como Algo más allá de la naturaleza y anterior a ella, lo Divino se manifiesta a través de la voluntad y por medio del oído… El pagano ve a su dios, el Judío lo oye, o sea, aprehende Su voluntad”2

En el siglo XX, el teórico literario Erich Auerbach comparó por contraste el estilo literario de Homero con la Biblia hebrea3.  En la prosa homérica vemos el juego de la luz sobre las superficies. Tanto Odisea como Ilíada están llenas de descripciones visuales. Por el contrario, la narrativa bíblica tiene muy pocas de esas descripciones. No sabemos cuán alto era Abraham, el color del cabello de Miriam ni nada de la fisonomía de Moshé. Los detalles visuales son mínimos y sólo aparecen cuando son necesario para comprender lo que sigue. Por ejemplo, dice que Iosef era de bella apariencia (Génesis 39: 6) sólo para explicar por qué lo deseaba la mujer de Potifar.

La llave de los cinco relatos ocurre más adelante en el Tanaj, en la narración de los primeros dos reyes de Israel. Saúl tenía un aspecto real. Era “de cabeza y hombros más alto” que cualquier otro (Samuel 1 9:2). Era alto. Tenía presencia. Tenía el porte de un rey. Pero carecía de seguridad en sí mismo. Solía seguir a las personas en lugar de conducirlas. Samuel tuvo que retarlo con estas palabras: “Puede que seas pequeño ante tus ojos, pero eres la Cabeza de las Tribus de Israel”. La apariencia y la realidad eran opuestas. Saúl tenía el físico pero no la estatura moral.

El contraste con David era total. Cuando Dios le dijo a Samuel que fuera a ver a la familia de Ishai para encontrar al siguiente rey de Israel, nadie ni siquiera pensó en David, el más joven y el de menor estatura de la familia. El primer impulso de Samuel fue el de elegir a Eliav quien, al igual que Saúl, tenía el aspecto apropiado. Pero Dios le dijo “No tomes en cuenta la apariencia ni la altura pues Yo lo he rechazado. El Señor no mira las cosas que mira la gente. La gente mira la apariencia exterior pero el Señor mira el corazón”. (1 Sam. 16: 7)

Solo cuando leemos todas estas historias podemos volver  a la primera de todas en la cual la vestimenta juega un rol: la historia de Adán y Eva y el fruto prohibido, cuando después de haberlo comido se dan cuenta de que están desnudos. Eso los avergüenza y fabrican algo para cubrirse. Esa es una historia para otra ocasión, pero es necesario aclarar el tema. Se trata de ojos y oídos, ver y escuchar. El pecado de Adán y Eva tenía poco que ver con el fruto o con el sexo, pero sí todo que ver con el hecho de que   que vieron suprimió lo que habían escuchado.

“Iosef reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él”. La razón por la cual no lo reconocieron fue que desde el principio, permitieron que sus sentimientos fueran guiados por lo que vieron, la “túnica de múltiples colores” que les hizo estallar la envidia hacia su hermano menor. Juzgar por las apariencias te hará perder la verdad más profunda sobre las personas y las situaciones. Hasta puedes perder a Dios mismo, ya que Él no puede ser visto, solo escuchado. Por eso el imperativo primario del judaísmo es Shemá Israel “Oye, Oh Israel,” y el motivo por el cual cuando recitamos la primera línea de la Shemá, nos cubrimos los ojos con la mano para no ver.

Las apariencias engañan. La vestimenta traiciona. El entendimiento profundo, ya sea de Dios o de los seres humanos, no puede provenir de las apariencias. Para poder elegir entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo,  para poder vivir una vida moral debemos tener la certeza de no solamente mirar, sino también escuchar.


  1. Según la interpretación del Rabino Sacks, ¿quiénes son los héroes y villanos de la historia de Judá y Tamar?
  2. ¿Qué mensajes y valores podemos aprender de las dos historias incluidas en este ensayo?
  3. ¿Cómo internalizó el Rabino Rabinovitch estos valores? ¿Cómo puedes hacerlo tú en tu vida?

  1. Robert Alter, The Art of Biblical Narrative, New York, Basic Books, 1981,55-78.
  2. Heinrich Graetz, The Structure of Jewish history, and other essays, New York, Ktav Publishing House, 1975, 68.
  3. Erich Auerbach, Mimesis: “The Representation of Reality in Western Literature”.Garden City, NY: Doubleday, 1975, 3-23.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Michelle Lahan