El cuerpo humano contiene 100 trillones de células. Dentro de cada célula hay un núcleo. Dentro de cada núcleo hay una copia doble del genoma humano. Cada genoma contiene 3,1 mil millones de letras de código genético, lo suficiente si se transcribe para llenar una biblioteca de cinco mil libros. En otras palabras, cada célula contiene un plano de todo el cuerpo humano del que forma parte. La fuerza acumulativa de estos descubrimientos científicos es increíble. En formas nunca imaginadas por nuestros antepasados, hoy sabemos hasta que punto el microcosmo es un mapa del microcosmo. A partir d e una sola célula, puede ser posible reconstruir un organismo entero.
¿Se aplica esto al judaísmo?
En este artículo, quiero analizar un detalle, aparentemente pequeño, de la ley judía –como si fuera una sola célula de una estructura muy compleja. ¿será que el estudio paciente y detallado de este fragmento nos revelará algo sobre la lealtad del mundo espiritual del judaísmo? Si es asi, puede haber más en juego que comprender un aspecto del judaísmo. Podríamos comenzar al ver cómo se relacionan la hagadá y la halajá, la narrativa y la ley, la práctica y la filosofía. Entonces, el judaísmo podría comenzar a revelarse a nosotros como más que una serie de leyes. Como, de hecho, nada menos que como una manera completa de ver el mundo y de responder la totalidad de nuestro ser. Podríamos descubrir una forma más amplia de estudiar los textos judios. En este momento estamos en medio dle cumplimineto de una de los mandatos de la parashá de esta semana de Emor (en la diáspora) la cuenta del Omer:
“Desde el día después de Shabat, el día que trajiste el Omer para mecerlo, siete semanas completas habrán de ser. Cuenta cincuenta días hasta el día después del séptimo Shabat, y luego presenta una ofrenda nueva ante Dios”.
Históricamente, este versículo ha tenido profundas repercusiones dentro del judaísmo, por la ambigüedad en la frase “Desde el día después de Shabat”. Esto fue importante porque de ello depende la fecha de Shavuot. Algunos grupos del antiguo judaísmo leían esta frase literalmente, y entendían que para ellos Shavuot siempre caía un domingo siete semanas después.
Otros, basándose en la tradición oral, lo interpretaron “desde el día después de la festividad (el primer día de Pesaj)”. Esa es nuestra costumbre. El argumento resultante sobre el calendario fue uno de las mayores controversias dentro del judaísmo, a finales del período del Segundo Templo. Sin embargo, este no es nuestro asunto aquí. Mientras que el Templo seguía existiendo, la cuenta se iniciaba al traer una ofrenda de cereales nuevos. Desde la destrucción del Templo, el mandato ha cumplido solo con la cuenta (cada noche durante siete semanas. Durante el período de los Geonim (entre la finalización del Talmud y la de sus grandes comentaristas, entre los siglos octavo y décimo primero) surge una pregunta. ¿Cómo es la ley para alguien que se olvida de contar uno de los 49 días? ¿Debe continuar contando el resto,o ha perdido la oportunidad de cumplir el mandato ese año? Había dos puntos de vista muy contrastantes. De acuerdo con la Halajot Gedolot (una obra generalmente atribuida a R. Shimon Kayyara) la persona efectivamente ha perdido la oportunidad de cumplir el mandato. De acuerdo a R. Hai Gaon no. la persona continúa contando los días que quedan, sin que su error afecte la cuenta de uno de los 49 días.
¿Cómo podemos entender este desacuerdo?
De acuerdo con la Halajot Guedolot, la frase clave es “siete semanas completas (Temimot significa completa)”. El que se olvida un día no puede cumplir con el requisito de completitud. Desde este punto de vista, los 49 días constituyen un solo acto religioso, y si se pierde una de las partes, el total tiene un defecto. ¿Cómo es esto? Es como un rollo de la Torá. si se olvida una sola letra, el rollo entero es inválido. Así, también, en la cuenta de los días. Sin embargo, de acuerdo con R. Hai Gaon cada día de los 49 es un mandato separado: “Cuenta 50 días”. Por lo tanto, si uno falla en cumplir uno de los mandatos, no impide cumplir los otros. Por ejemplo, si uno no reza en un día determinado, eso no excusa ni impide que rece los otros días. Cada día es una entidad temporal por sí misma, que no se ve afectada por lo que pasó antes o después. Lo mismo aplica a la cuenta del Omer. olvidarse de un día no invalida a los otros.
La ley final media entre estas dos opiniones. Por respeto a R. Hai, continuamos contando los días, pero al considerar a la Halajot Gedolot, lo hacemos sin una bendición (un compromiso elegante).
Antes de continuar, debemos notar un hecho destacable. Por lo general, en el caso de una controversia sobre la ley judía, la duda yace en nosotros, no en el texto bíblico. Dios ha hablado, pero no estamos seguros de lo que significaron las palabras. Sin embargo, en el caso de la cuenta del omer, la duda radica en el propio texto bíblico. Excepcionalmente, el mandato esta especificado de dos maneras bastante diferentes.
- “Cuenta siete semanas completas”
- “Cuenta cincuenta días”
Existe la opinión de que esta doble caracterización señala dos mandatos distintos, para contar los días, y para contar las semanas. Sin embargo, como hemos visto, también sugiere dos formas bastante distintas para entender la cuenta: como un solo proceso extendido (Halajot Gedolot) o como cincuenta actos diferentes (Hai Gaon). Esta dualización no nació de las mentes de dos autoridades halajicas. Se encuentra en el propio texto bíblico.
Dentro del judaísmo, hay dos tipos de tiempos. Una forma de ver esto es en la historia del Talmud sobre dos de los grandes sabios del período del Segundo Templo, Hilel y Shammai:
Se solía decir de Shammai, el anciano, que toda su vida comió en honor a Shabat. Si encontraba un animal bien favorecido decía: “que sea este animal para Shabat”. Si, más tarde, encontraba uno mejor, guardaba el segundo para Shabat y comía el primero. Pero Hilel, el anciano, tenía una perspectiva distinta, todas sus obras eran para por amor al cielo, como se dice: “Bendito sea Dios todos los días”(Salmo. 68:20). Igualmente se enseñó: la escuela de Shammai dice, “Desde el primer día de la semana prepara para Shabat”, pero la escuela de Hilel
dice”Bendito sea Dios todos los días”.
Shammai vivió en tiempos teológicos, el tiempo como un viaje hacia un destino. Ya desde el principio de la semana, él era consciente de su final. Hablamos , en una de nuestras plegarias, sobre el Shabat como “último en escritura, primero en pensamiento”. Desde este punto de vista, el tiempo no es una mera consecuencia de momentos. Tiene un propósito, una dirección, un destino.
Por el contrario, Hilel vivió cada día en y para sí mismo, independientemente de lo que vino antes o de lo que vendrá después. hablamos en nuestras plegarias de Dios como Quien “En su bondad, todos los días renueva la obra de la creación”. Desde este punto de vista, cada secuencia del tiempo es una entidad por sí misma. El universo se renueva constantemente. Cada día es universo; con sus propios desafíos, tareas y respuestas. Para Hilel, la fe es cuestión de tomar cada día como viene, al confiar en que Dios dará forma y dirección a la totalidad del tiempo.
La controversia es sorprendentemente similar al desacuerdo más reciente sobre la naturaleza de la luz. ¿ Es una onda continua o una serie de partículas? Paradójicamente, son las dos, y esto puede demostrarse y experimentarse.
Sin embargo, el argumento es mucho más profundo. Se ha escrito mucho acerca de dos formas muy distintas de conciencia del tiempo.
Las civilizaciones antiguas solían ver el tiempo como un círculo: tiempo cíclico. Así es cómo experimentamos el tiempo en la naturaleza. Cada día está marcado por la misma sucesión de eventos: el alba, el amanecer, la trayectoria gradual del sol a través del cielo hasta su puesta y anochecer. El año es una sucesión de temporadas: la primavera, el verano, el otoño y el invierno. La vida misma es una secuencia repetida de nacimiento, crecimiento, madurez, declive y muerte. Varios de estos momentos, especialmente la transición de uno a otro, están marcados por un ritual religioso.
El tiempo cíclico es el tiempo como una serie de recurrencias eternas. Debajo de los cambios aparentes, el mundo permanece igual. El libro de Kohelet (Eclesiastés) contiene una declaración clásica de tiempo cíclico:
Las generaciones vienen y las generaciones se van,
Pero la tierra permanece por siempre.
El sol sale y el sol se pone,
Y se apresura a volver a donde sale….
Todos los arroyos desembocan en el mar,
Aún así el mar nunca se llena.
Del lugar que vienen los arroyos,
Ahí vuelven de nuevo…
Lo que ha sido será de nuevo,
Lo que se ha hecho se volverá a hacer;
No hay nada nuevo bajo el sol.
En el judaísmo, el tiempo sacerdotal es el tiempo cíclico. Cada parte del día, la semana y el anio tiene su sacrificio específico, que no se encuentra afectado por lo que está ocurriendo en el mundo de los acontecimientos. La Halajá (la ley judía) es sacerdotal en este sentido. Aunque todo lo demás pueda cambiar, la ley no cambia. Representa la eternidad en el medio del tiempo. A este respecto, el judaísmo no innovó. Sin embargo, de acuerdo con varios antropologistas e historiadores, una nueva forma de tiempo completamente nueva y diferente nació en el antiguo Israel. A menudo, se lo llama tiempo lineal. Prefiero la frase tiempo de pacto. La Biblia hebrea es el primer documento que ve al tiempo como una área de cambio. El mañana no necesita ser igual que el ayer. No hay nada dado, eterno o inmutable en la forma en que construimos sociedades y vivimos nuestras vidas juntos. El tiempo no es una serie de momentos trazados en la cara de un reloj, siempre en movimiento pero siempre igual. En cambio, es un viaje con un punto de partida y un destino, o una historia con un comienzo, medio y final. Cada momento tiene un significado, que solo se puede captar si entendemos de dónde hemos venido y hacia dónde vamos. Este es el tiempo no como en la naturaleza sino como en la historia. Los profetas hebreos fueron los primeros en ver a Dios en la historia.
Un profeta es alguien que ve el final en el principio. Mientras otros están a gusto, prevé la catástrofe. Mientras que otros lloran la catástrofe, él ya ve el posible consuelo. Hay un ejemplo famoso de esto en el Talmud. Rabbi Akiva estaba caminando con sus colegas en el Monte Scopus cuando vieron las ruinas del Templo. Ellos lloran. Rabbi Akiba se ríe. Cuando le preguntan por qué está sonriente, él responde: ahora que he visto la realización de las profecías de la destrucción ¿ no creeré en las profecías de la construcción? Los colegas ven el presente; el ve el futuro en el presente. Al saber los capítulos previos de la historia, él entiende no solo el capítulo presente, sino también hacia dónde conduce. Esto es conciencia profética: el tiempo como narración, el tiempo no como es en la naturaleza sino en la historia, o más específicamente en la historia del pacto, cuyos eventos están determinados por elecciones humanas libres pero que sus temas han sido enviados con mucha anticipación.
Si miramos las festividades de la Biblia (Pesaj, Shavuot y Sucot) vemos que cada una tiene una lógica dual. Por otra parte, pertenecen al tiempo cíclico. Celebran las estaciones del año. Pesaj es la festividad de la primavera, Shavuot de los primeros frutos y Sucot de la cosecha del otoño.
Sin embargo, también pertenecen al tiempo del pacto/lineal/histórico. Conmemoran sucesos históricos. Pesaj celebra el éxodo de Egipto, Shavuot la entrega de la Torá y Sucot los cuarenta años en el desierto. De esto se deduce que la cuenta del Omer también tiene dos dimensiones temporales
Por un lado, pertenece al tiempo cíclico. Los cuarenta y nueve días representan el período de la cosecha de cereales, el tiempo durante los granjeros tenían mucho que agradecerle a Dios por: “producir pan de la tierra”. Por lo que se entiende , cada día de la cuenta es un acto religioso separado: “Bendito sea Dios todos los días”. Cada día traía su bendición en forma de cereal nuevo, y por lo tanto cada uno requería su propio acto de acción de gracias. Así es cómo entendieron al tiempo Hilel y R. Hai Gaon. “cuenta cincuenta días”: cada uno es un mandato por sí solo, que no se ve afectado por los días anteriores o posteriores.
Pero la cuenta del Omer también es parte del tiempo histórico. Representa el viaje de Egipto al Sinaí, del éxodo a la revelación. Esto es, en la cosmovisión bíblica, un transacción absolutamente fundamental. El difunto Sir Isaiah Berlín habló de dos tipos de libertad: la libertad negativa (la libertad de hacer lo que uno quiere) y la libertad positiva (la libertad de hacer lo que uno debe). El idioma hebreo tiene dos palabras diferentes para estas formas de libertad: jofesh y jerut. Jofesh es la libertad que adquiere un esclavo cuando ya no tiene un amo. Significa que ya no hay nadie que diga lo qué hacer. Sos el amo de tu propio tiempo.
Sin embargo, este tipo de libertad solo no puede ser la base de una sociedad libre. Si todos son libres de hacer lo que quiere, el resultado será libertad para los fuertes y no para los débiles, para los ricos y no para los pobres, para los poderosos pero no para los indefensos. Una sociedad libre requiere restricciones y leyes. Existe la constitución de la libertad, eso es lo que los israelitas adquirieron en el Monte Sinaí en forma de pacto.
En este sentido, los 49 días representan una secuencia histórica ininterrumpida. No hay forma de pasar directamente de escapar de la tiranía a una sociedad libre, como lo hemos notado, en estos últimos años, una y otra vez en Bosnia, Kosovo, Afganistán, Irak y Arabia. Aquí, el tiempo es una secuencia ordenada de sucesos, un viaje, una narrativa. Si se pierde una etapa, se corre el peligro de perderlo todo. Así es como Halajot Gedolot comprendió al tiempo:”cuenta siete semanas completas”, al hacer énfasis en “completas, enteras, ininterrumpidas”.
Por lo tanto, las dos formas de tiempo están presentes en una sola mitzvá: la cuenta del Omer, como lo están en las festividades mismas.
Hemos trazado, en el argumento entre las dos autoridades del período de los Geonim, una dualidad más profunda, que se remonta a Hilel y Shammai, y aún más a la era bíblica y la diferencia, en la conciencia del tiempo, entre sacerdotes y profetas. Existe la palabra de Dios para todos los tiempos y la palabra de Dios para este tiempo. La primera escuchada por el sacerdote, la segunda por el profeta. La primera se encuentra en la Halajá, la ley judía; la segunda en la Hagadá, la reflexión judía sobre la historia y el destino. Dios no se encuentra exclusivamente en uno o en el otro, sino en su conversación e interacción compleja.
Hay aspectos de la condición humana que no cambian, pero hay otros que sí. Era la grandeza de los profetas bíblicos escuchar la música del pacto debajo del ruido de los sucesos, al darle a la historia su forma y significado, como el largo y lento viaje hacia la redención. El viaje ha sido lento. La abolición de la esclavitud, el reconocimiento de los derechos humanos, la construcción de una sociedad igualitaria, ha tomado siglos, milenios. Pero ocurrieron solo porque el pueblo aprendió a ver las desigualdades y diferencias como algo que se podía evitar. El tiempo no es una serie de eternas recurrencias en las que nada cambia en última instancia. El tiempo cíclico es profundamente conservativo; el tiempo de pacto es profundamente revolucionario. Los dos encuentran su expresión en la cuenta del Omer.
Así, un detalle aparentemente menor en la ley judía resulta, inspeccionado bajo el microscopio de análisis, para contarnos mucho más acerca de la filosofía y política del judaísmo. Sobre el viaje de la liberación a una sociedad libre, y sobre el tiempo como escenario del cambio social. La Torá comienza con la creación como un acto libre de la voluntad de Dios, que otorga el don de la libertad a la única forma de vida que lleva Su imagen. Pero esto no es suficiente, debemos crear estructuras que honren esa libertad y hacerla igualmente visible para todos. Eso fue lo que fue otorgado en el Monte Sinaí. Cada año volvemos a ese viaje, porque si no somos conscientes de la libertad y de lo que nos demanda, la perderemos. Ver a Dios no solo en la naturaleza, sino también en la historia. Esa es la contribución distintiva del judaísmo para la civilización del occidental, y la encontramos en uno de los mandatos aparentemente más insignificante: la cuenta de los días entre la libertad negativa y positiva, de la liberación a la revelación.
Traductor
Michelle Lahan