Un líder inesperado (Vaigash 5781)

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Yo estuve presente cuando a Bernard Lewis, el gran historiador del Islam, le pidieron que predijera cuál iba a ser el curso de los acontecimientos en el Medio Oriente. Contestó: “soy historiador, por lo que solo hago predicciones sobre el pasado. Es más. Soy un historiador jubilado, así que incluso mi pasado es passé.” Las predicciones son imposibles en temas de seres vivientes, porque somos libres y no hay forma de saber de antemano cómo reaccionará un individuo ante los grandes desafíos de la vida.

Si alguna cosa parece haber quedado clara en el último tercio de Génesis, es que Iosef surgirá como el arquetipo de líder. Es el personaje central de la historia, y sus sueños y las circunstancias apuntan en esa dirección. El candidato menos probable como líder es Yehuda, el que propuso vender a Iosef como esclavo (Génesis 37:26-27) a quien luego vemos  separado de sus hermanos, viviendo con los Cananitas, casándose con sus mujeres, perdiendo a dos de sus hijos debido a su pecado, y teniendo relaciones sexuales con una mujer a de la que supone que  es prostituta. El capítulo en el que se describe esto comienza con la frase, “En ese tiempo Yehuda bajó de entre sus hermanos” (Génesis 38:1). Los estudiosos toman esa frase como una declinación moral.

Sin embargo, la historia fue diferente. Los descendientes de Iosef, las tribus de Efraim y Menashé, desaparecieron de las páginas de la historia luego de la conquista de los asirios en el año 722 a.e.c., mientras que los descendientes de Yehuda, comenzando por  David, fueron reyes. La tribu de Yehuda sobrevivió a la conquista babilónica, y es por Yehuda que llevamos nuestro nombre como pueblo. Somos los iehudim, “judíos”. Vaigash, la parashá de esta semana, nos explica el por qué.

En la parashá de la semana pasada ya pudimos ver las cualidades de liderazgo de Yehuda. La familia había llegado a una situación crítica. Necesitaba alimentos desesperadamente, pero sabía que el virrey egipcio había insistido en que llevaran a su hermano Benjamín con ellos, y Yaakov se negaba a dar su aprobación. Ya había perdido al hijo primogénito de su amada esposa Rajel (Iosef), y no estaba dispuesto a que su otro hijo, Benjamín, fuera llevado a un viaje tan riesgoso. Rubén, fiel a su personalidad inestable, propuso una idea absurda: “Maten a mis dos hijos si no traigo de vuelta a Benjamín sano y salvo”. (Génesis 42: 37) Finalmente, fue Yehuda, con su silenciosa autoridad – “Yo mismo garantizo su seguridad; pueden declararme personalmente responsable por él”. (Génesis 43: 9) – el que convenció a Yaakov de que permitiera que llevaran a Benjamín.

Ahora, cuando los hermanos intentan volver de Egipto, se desarrolla una escena de pesadilla. A Benjamín le encuentran, entre sus pertenencias, el cáliz de plata del virrey. El oficial a cargo emite su veredicto: Benjamín debe quedar detenido como esclavo. Los demás hermanos pueden quedar libres. En ese momento Yehuda da un paso al frente y pronuncia un discurso que cambiará la historia. Habla elocuentemente del dolor de su padre por la pérdida de uno de los hijos de Rajel: Si pierde a este otro, morirá de pena. “Yo garanticé personalmente su retorno”. Y concluye: “Ahora, pues, permita que su servidor permanezca aquí como esclavo de mi señor en lugar del muchacho, y autorice a que él vuelva con sus hermanos. ¿Cómo podré enfrentar a mi padre si el niño no está conmigo? ¡No! Qué no vea la desgracia que esto le ocasionaría a mi padre”. (Génesis 44: 33-34).    

Apenas enuncia esas palabras, Iosef, embargado por la emoción, revela su identidad, y todo el drama llega a su fin. ¿Qué está pasando aquí y cómo se relaciona esto con el liderazgo? 

Los Sabios articularon un principio: “Ante los penitentes, ni los más virtuosos pueden resistir”. (Berajot 34b) El Talmud trae un texto de Isaías: “Paz, paz para los que están lejos y para los que están cerca” (Isaías 57:19) poniendo a los lejanos (pecadores penitentes) antes que los cercanos (los totalmente virtuosos). Sin embargo, casi con certeza, la verdadera historia detrás de todo esto es la de Iosef y Yehuda. Iosef es conocido en la tradición como ha-tzadik, el virtuoso[1].Yehuda, como veremos, es un penitente, un arrepentido. Iosef se transformó en “el segundo después del rey”. Yehuda, en cambio, fue antecesor de reyes. Por eso, dónde se plantan los arrepentidos, ni los más virtuosos pueden hacerlo.               

Yehuda es la primera persona en la Torá en lograr  el arrepentimiento perfecto (teshuvá guemurá), definido por los Sabios como cuando uno se encuentra en una situación en la que es posible que se tiente por un pecado anterior, pero es capaz de resistir, por ser ahora una persona que ha cambiado[2].

Muchos años antes Yehuda fue el responsable de vender a Iosef como esclavo:

Yehuda dijo a sus hermanos: “¿qué ganaremos con matar a nuestro hermano y tapar su sangre? Vengan, vendámoslo a los ismaelitas y no pongamos nuestras manos sobre él; después de todo, es nuestro hermano, de nuestra carne y de nuestra sangre.” Sus hermanos consintieron.

Génesis 37: 26-27

Ahora, enfrentado a la situación similar de dejar a Benjamín como esclavo, tiene una respuesta muy diferente. Dice: “Déjeme quedar aquí como esclavo y que Benjamín quede libre” (44:33). Ese es un arrepentimiento perfecto y es lo que impulsa a Iosef a revelar su identidad y perdonar a sus hermanos.

La Torá ya había insinuado algo sobre el cambio de carácter de Yehuda en un capítulo anterior. Habiendo acusado a su nuera Tamar de quedar embarazada por una relación sexual prohibida, ella lo enfrenta con la prueba de que él mismo es el padre del niño y su respuesta es una inmediata afirmación: “Ella es más virtuosa que yo” (Génesis 28:26). Esta es la primera vez en la Torá que vemos que un personaje admite que se equivocó. Si Yehuda fue el primer arrepentido, fue Tamar – madre de Peretz de quien descendió el rey David – la principal responsable.

Quizás el futuro de Yehuda ya estaba implícito en su nombre, aunque el verbo le-hodot, del cual deriva la palabra “agradecer” (Leah llamó a su cuarto hijo Yehuda diciendo “Está vez agradeceré al Señor,” (Génesis 29:35), también está relacionado con el verbo le-hitvadot qué significa admitir o “confesar” – y la confesión, según Rambam, es el núcleo del precepto del arrepentimiento.

Los líderes cometen errores. Es un riesgo inherente al rol. Los gerentes siguen las reglas, pero los líderes se encuentran en situaciones en las cuales las reglas no existen. ¿Declaras la guerra en la que las personas morirán o la evitas corriendo el riesgo de que el enemigo se fortalezca y como resultado morirán muchos más? Ese fue el dilema que enfrentó Chamberlain en 1939 y, solo un tiempo más tarde, quedó claro que era él quien estaba equivocado y no Churchill.

 Los líderes también son seres humanos, y sus errores no tienen que ver con el liderazgo,  pero sí con la debilidad humana y la tentación. La conducta sexual de John Kennedy, Bill Clinton y muchos otros ha sido, indudablemente, menos que perfecta. ¿Esto afecta nuestro juicio como líderes o no? El judaísmo sugiere que sí. El profeta Natán fue implacable con el Rey David por su acoso a la esposa de otro hombre. Pero el judaísmo también toma nota de lo que pasó después.

Lo que importa, sugiere la Torá, es que te arrepientas – que reconozcas y admitas tus falencias, y que como resultado de eso, cambies. Como puntualizó el Rab Soloveitchik, tanto Saúl como David, los dos primeros reyes, pecaron. Ambos fueron reprendidos por Profetas. Ambos dijeron jatati, “he pecado[3]”. Pero sus destinos fueron radicalmente distintos. Saúl perdió el trono, David no. La razón, según el Rab, fue que David se confesó inmediatamente. Saúl dio rodeos y excusas antes de admitir su pecado[4]. Las historias de Yehuda y de su descendiente David nos cuentan que lo que hace a un líder no es necesariamente la perfecta rectitud. Es la capacidad de cometer errores, de aprender de ellos, y de crecer como consecuencia de los mismos. El Yehuda que vemos al comienzo de la historia no es el mismo que el del final, así como el Moshé que vemos ante la zarza ardiente – tartamudo e indeciso – no es el héroe poderoso que vemos al final, “su visión intacta, su energía natural sin disminución”.  Un líder es el que puede tropezar, caer y levantarse más honesto, humilde y valiente que antes.


  1. ¿Cómo consideras que difiere la concepción de líder del judaísmo con la del liderazgo secular de tu país?
  2. ¿Juzgas a las personas por sus errores o por sus respuestas a dichos errores?
  3. ¿Cómo puedes aplicar estas ideas de teshuvá a la vida actual?

[1] Ver Tanjuma (Buber), Noaj, 4, s.v, eleh, de acuerdo con Amós 2:6, “Vendieron al justo por plata”.

[2] Mishné Torá, Hiljot Teshuvá 2:1

[3]  Samuel I y Samuel II 12:13

[4] Joseph Soloveitchik, Kol Dodi Dofek: Listen- My Beloved Knocks (Jersey City, N.J.: Ktav, 2006).


Traductores

Carlos Betesh

Editores

Michelle Lahan