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Moshé, habiendo expuesto el prólogo y el preámbulo del pacto en sus grandes principios generales, se dedica ahora a los detalles que ocupan la mayor parte del libro de Devarim, desde el capítulo 12 hasta el 26. Pero antes de comenzar con las particularidades, plantea una propuesta que es la más fundamental del libro, la que sería repetida sin cansancio por los Profetas de Israel:
Vean, en este día pongo delante de ustedes bendición y maldición: bendición, si obedecen los preceptos del Señor vuestro Dios que yo les manifiesto en este día; y maldición si no obedecen los preceptos del Señor vuestro Dios y se apartan del camino que yo les presento en este día, y siguen a otros dioses de los cuales no han tenido conocimiento. (Deuteronomio 11:26-28)
Si se comportan bien, todo irá bien. Si se comportan mal, las cosas terminarán mal. Comportarse bien significa honrar el pacto con Dios, siendo fieles a Él, haciendo caso a Sus palabras y actuando de acuerdo a Sus mandamientos. Ese fue el fundamento de la nación. La única que tenía a Dios como libertador y dador de leyes, soberano, juez y defensor. Otras naciones tenían sus dioses, pero ninguno tenía un pacto con ellos, y tampoco con el Creador del cielo y la tierra.
Efectivamente, como vimos la semana pasada, hay ocasiones en las cuales Dios actúa con jesed, siendo bondadoso con nosotros aunque no lo merezcamos. Pero no dependan de eso. Hay cosas que Israel debe hacer para sobrevivir. Por lo tanto, advirtió Moshé, cuídense de la tentación de actuar como las naciones vecinas, adoptando sus dioses, sus prácticas o sus rituales. El camino de ellos no es el suyo. Si te comportas como ellos, morirás como ellos. Para sobrevivir, y aún más para prosperar, mantente fiel a tu fe, a tu historia y destino, a tu misión, a tu llamado y tu tarea, como “un Reino de Sacerdotes y una nación santa.”
De la manera que actúes, así te resultará. Como expuse en mi libro Morality (Moralidad), una sociedad libre es un logro moral. Lo paradójico es que una sociedad es fuerte cuando se hace cargo de los débiles; rica cuando cuida a los pobres, e invulnerable cuando protege a los vulnerables. Históricamente, el guardián último de esta creencia es Alguien más grande que este tiempo y lugar, más grande que todo tiempo y lugar, que nos guía por el camino de la virtud, viendo todo lo que hacemos, urgiéndonos a ver el mundo como Su obra, a los seres humanos hechos a Su imagen, y por lo tanto a cuidar a ambos. Ben adam le-Makom y ben adam le-javeró – los deberes que tenemos para con Dios y los que tenemos hacia nuestros semejantes – son inseparables. Sin la creencia en Dios buscaríamos nuestros propios intereses, y eventualmente los marginados sociales con poco poder y menos fortuna, perderían. Ese no es el tipo de sociedad que se supone que deben construir los judíos.
La buena sociedad no ocurre así nomás. No es creada por el mercado ni por el estado. Está construida por las decisiones morales de cada uno de nosotros. Ese es el mensaje básico de Deuteronomio: ¿elegiremos la bendición o la maldición? Como dice Moshé al final del libro:
En este día convoco a los cielos y a la tierra como testigos de que yo he puesto ante ustedes la vida y la muerte, bendiciones y maldiciones. Ahora elijan la vida, para que ustedes y vuestros hijos puedan vivir. (30:15-19)
La evaluación de una sociedad no es militar, política, económica o demográfica. Es moral y espiritual. Eso es lo revolucionario del mensaje bíblico. ¿Pero es realmente así? ¿No tenía el Egipto antiguo el concepto de ma’at, orden, equilibrio, armonía en el universo, estabilidad social, justicia y verdad? ¿No asignaron los griegos y los romanos, específicamente Aristóteles, un lugar central para la virtud? ¿No crearon los estoicos un influyente sistema moral a través de los escritos de Séneca y Marco Aurelio? ¿En qué se diferencia el camino de la Torá?
Esos sistemas antiguos eran esencialmente formas de adoración al estado, que en el caso del Egipto de los faraones era de dimensión cósmica, y de dimensión heroica en Grecia y Roma. En el judaísmo no servimos al estado, servimos sólo a Dios. La ética singular del pacto, cuyo texto clave es el libro de Devarim, coloca sobre cada uno de nosotros una inmensa responsabilidad dual, tanto individual como colectiva.
Yo soy responsable por lo que hago. Pero también soy responsable por lo que haces tú. Ese es uno de los significados del precepto de Kedoshim: “Con seguridad reprenderás a tu semejante y no cargarás con un pecado por causa de él.” Como escribió Maimónides en su Sefer ha-Mitzvot: “No es correcto decir ‘Yo no pecaré; si algún otro lo hace es un tema entre él y su Dios’. Eso es lo opuesto de la Torá.”[1] En otras palabras, no es el estado, el gobierno, el ejército o la policía el principal guardián de la ley, aunque pueden ser necesarios, (como lo indica la primera frase de la parashá de la semana entrante: “Nombrarás magistrados y oficiales en vuestras tribus.”) Es de cada uno de nosotros y de todos juntos. Esto es lo que hace que la ética del pacto sea única.
Esto lo vemos en una frase que es central en la política de Estados Unidos y que no existe en la británica: “Nosotros, el pueblo.” Estas son las palabras de apertura del preámbulo de la constitución norteamericana. Inglaterra no está regida por “Nosotros, el pueblo,” sino por Su Majestad la Reina, de quien somos leales súbditos. La diferencia es que Gran Bretaña no es una sociedad de pacto, mientras que Estados Unidos sí lo es: sus textos más tempranos, el Mayflower Compact de 1620 y el mensaje de John Winthrop a bordo del Arbella en 1630, eran ambos pactos construidos sobre la base del modelo deuteronómico.[2] El pacto significa que no podemos delegar la responsabilidad moral al estado o al mercado. Nosotros – cada uno de nosotros, juntos y separados – construimos o destruimos la sociedad.
El estoicismo es la ética de la resistencia y tiene alguna semejanza con la sabiduría de la literatura judía. La ética de Aristóteles trata sobre la virtud y mucho de lo que afirma es de valor trascendente. Rambam tuvo mucho respeto por él. Pero en su visión estaba instalada la mentalidad jerárquica. Su retrato del “hombre de alma elevada” es de un personaje de la aristocracia, de riqueza y alto nivel social. Aristóteles no hubiera comprendido el mensaje de Abraham Lincoln sobre una nueva nación, “dedicada a la propuesta de que todos los hombres son creados iguales.”
Los griegos estaban fascinados por las estructuras. Virtualmente todos los términos que utilizamos hoy en día – democracia, aristocracia, oligarquía, tiranía – son de origen griego. El mensaje de Sefer Devarim es, efectivamente, de crear estructuras – cortes, jueces, oficiales, sacerdotes, reyes – pero lo que realmente importa es cómo se comporta cada uno de ustedes. ¿Son fieles a la misión colectiva de manera que “todos los pueblos de la tierra verán que han sido llamados por el nombre del Señor y estarán asombrados por ustedes? (Deuteronomio 28:10) Una sociedad libre está formada menos por estructuras y más por la responsabilidad personal del orden moral-espiritual.
Esto fue plenamente comprendido por figuras clave en la generación (en sus particulares formas) de las sociedades libres de Inglaterra y Estados Unidos. En Inglaterra Locke hizo la distinción entre la libertad, la facultad de hacer lo que es posible, y la licencia, la libertad de hacer lo que uno desee.[3] (3) Alexis de Tocqueville, en su Democracy in America, escribió que “La libertad no se puede establecer sin moralidad, y tampoco la moralidad sin fe.”[4] En su Farewell Address (Discurso de despedida), George Washington escribió: “De todas las disposiciones y hábitos que conducen a la prosperidad política, la religión y la moralidad son apoyos indispensables.”
¿Por qué motivo? ¿Cuál es la conexión entre moralidad y libertad? La respuesta la dio Edmund Burke:
“Los hombres están aptos para la libertad civil en la exacta proporción de su disposición para poner cadenas morales a sus propios apetitos… La sociedad no puede existir a menos que se instaure en algún lugar un poder que controle el deseo y el apetito; y cuanto menos control interno existe más control externo debe haber. Está en el orden constitutivo de las cosas que hombres de mentes impulsivas no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus amarras.”[5]
En otras palabras, cuanto menos necesario es el monitoreo o la acción policial y más internalizados son los hábitos de cumplimiento de la ley, más libre es la sociedad. Es por eso que Moshé, luego Ezra y más tarde los rabinos, pusieron tanto énfasis en aprender la ley para que resulte natural cumplirla.
Lo triste es que toda esta constelación de creencias – los fundamentos bíblicos de una sociedad libre – ha sido casi totalmente perdida por las democracias liberales de Occidente. Hoy se presume que la moralidad es un asunto privado. Que no tiene nada que ver con el destino de la nación. Aun el concepto de nación es cuestionable en la era global. Las culturas nacionales son ahora multiculturas. Las élites ya no pertenecen “a algún lado”; su hogar está “en cualquier lado.”[6] La fortaleza de una nación ahora se mide por el tamaño y el crecimiento de su economía. Occidente ha vuelto a la idea helenística de que la libertad tiene que ver con las estructuras – hoy en día, gobiernos elegidos democráticamente – más que con la moralidad internalizada de “Nosotros, el pueblo.”Yo creo que Moshé tenía razón cuando nos enseñó lo opuesto: que la gran elección es entre la bendición y la maldición, entre seguir la voz de Dios o el llamado seductor del instinto y el deseo. La libertad se sostiene sólo cuando una nación es una comunidad moral. Y cualquier comunidad moral logra la grandeza mucho más allá de su número, en tanto nosotros elevamos a otros y ellos nos elevan a nosotros.

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[1] Rambam, Sefer ha-Mitzvot, mandamiento positivo 205.
[2] Ver la reciente encuesta: Meir Soloveichik, Matthew Holbreich, Jonathan Silver y Stuart Halpern, Proclaim liberty throughout the land: the Hebrew Bible in the United States, a sourcebook, 2019.
[3] John Locke, The Second Treatise of Civil Government (1690), capítulo 2.
[4] Alexis de Tocqueville, Democracy in America, Introducción.
[5] Edmund Burke, Letter to a Member of the National Assembly (1791).
[6] David Goodhart, The Road to Somewhere, Penguin, 2017.
Traductores
Carlos Betesh