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La pandemia del coronavirus generó una serie de cuestionamientos profundos tanto morales como políticos.[1] ¿Cuánto deben extender los gobiernos la cuarentena para prevenir los contagios? ¿En qué medida deben restringir los movimientos de la gente sin violar sus derechos civiles? ¿Hasta cuándo deben imponer las restricciones de los negocios con el riesgo de quiebra de muchos de ellos, causando el desempleo de un sinnúmero de personas, creando una montaña de deudas y lanzando la economía a una recesión peor que la de 1930? Estos son solo algunos de los dilemas dramáticos que la pandemia ha causado tanto a nosotros como a las autoridades.
Casi todos los gobiernos, sorprendentemente, pusieron en práctica las mismas medidas: distanciamiento social y cuarentena hasta que la incidencia de los nuevos casos llegaran a un pico (Suecia fue la excepción más conspicua). Las naciones no tuvieron en cuenta el costo. En forma virtualmente unánime, pusieron la salvación de las vidas por encima de cualquier otra consideración. La economía podía sufrir, pero la vida es infinitamente más preciosa y salvarla precede a cualquier otra cosa.
Fue esta una victoria notable del principio articulado por primera vez por la Torá en el pacto noájico. “El que derrame la sangre del hombre, por el hombre su sangre será derramada, pues en la imagen de Dios Él creó al hombre.” (Génesis 9:6). Esta fue la primera declaración del principio de que la vida humana es sagrada. Como lo expresaron los Sabios: “Cada vida es como un universo. Salvar una vida equivale a salvar al universo.”[2]
En el mundo antiguo, las consideraciones económicas tenían prevalencia sobre la vida. Monumentales proyectos como la Torre de Babel y las pirámides egipcias significaban una enorme pérdida de vidas. Aún en el siglo XX se sacrificaron vidas por la particular ideología económica: entre seis y nueve millones durante el régimen de Stalin y entre 35 y 45 millones en China comunista. El hecho de que en esta pandemia, virtualmente todas las naciones hayan elegido la vida es una victoria significativa del postulado de la Torá referente a la ética de la santidad de la vida.
Dicho esto, el ex juez de la Suprema Corte Jonathan Sumption escribió un artículo en el que cuestionó la actitud del mundo, o por lo menos la de Inglaterra.[3] Están sobreactuando. La cura puede ser peor que la enfermedad. El cierre involucra someter a la población a arresto domiciliario, causando una gran angustia y otorgando poderes peligrosos y sin precedentes a las fuerzas policiales. Representa “una interferencia en nuestras vidas y en nuestra autonomía, intolerable en una sociedad libre.” El impacto económico sería devastador. “Si este es el precio de salvar vidas humanas, debemos preguntarnos si vale la pena pagarlo.”
Dicho esto, afirmó, no hay valores absolutos en política pública. Citó como ejemplo que permitimos el uso de automóviles, sabiendo que son armas potencialmente letales y que cada año miles de personas morirán o quedarán lisiadas por su uso. En políticas públicas hay siempre múltiples y conflictivas consideraciones. No hay factores absolutos no negociables, ni en el caso de la santidad de la vida.
Fue una nota fuerte y desafiante. ¿Estaremos equivocados al pensar que la vida es realmente sagrada? ¿No le estaremos poniendo un valor demasiado alto a la vida, imponiendo un enorme peso económico a las generaciones futuras?
Voy a sugerir, curiosamente, que hay una conexión directa entre esta propuesta y la historia de Pinjás. No es nada obvio, pero es fundamental. Se sitúa en la diferencia – filosófica y halájica – entre las decisiones morales y las políticas.[4]
Recordemos la historia de Pinjás. Los israelitas, habiendo sido salvados por Dios de las maldiciones de Bilaam, cayeron en la trampa que él les tendió. Comenzaron a juntarse con mujeres midianitas y prontamente comenzaron a adorar dioses paganos. Se alzó el enojo de Dios. Ordenó la muerte de los líderes del pueblo. Se produjo una plaga que mató a 24,000 personas. Un líder israelita, Zimri, llevó a una mujer midianita, Cosbi, y cohabitó con ella a plena vista de Moshé y del pueblo. Fue un acto sumamente audaz. Pinjás tomó una lanza con la que atravesó a ambos. Ellos murieron, y la plaga se detuvo.
¿Fue Pinjás héroe o asesino? Por un lado salvó de la muerte a incontables personas: no se produjeron más muertes por la plaga. Por el otro, no podía saber eso de antemano. Para cualquier observador, podía aparecer simplemente como un hombre violento, afectado por la anomia del momento. La parashá de Balak termina con esa ambigüedad no resuelta. Solo en nuestra parashá tenemos la respuesta. Dice Dios:
“Pinjás, hijo de Eleazar hijo de Aarón el Sacerdote, ha aplacado Mi ira contra los israelitas, siendo él celoso entre ellos por Mi bien, para que Yo, en Mi ira, no borre a los israelitas. Por eso digo: Yo estoy haciendo con él Mi pacto de paz.” (Números 25:11-12)
Dios determinó que Pinjás fuera un héroe. Había salvado a los israelitas de su destrucción, mostró el fervor que contrabalanceó la falta de fe del pueblo, y como recompensa Dios hizo un pacto personal con él. Pinjás hizo una buena acción.
La halajá, sin embargo, circunscribe dramáticamente su acción de múltiples formas. Primero, señala que si Zimri habría reaccionado matando a Pinjás en defensa propia, hubiera sido declarado inocente en una corte de justicia.[5] Segundo, declara que si Pinjás hubiera asesinado a Zimri y Cozbi apenas antes, o después de haber cohabitado, lo habrían hallado culpable de asesinato.[6] Tercero, si Pinjás hubiera consultado al Bet Din y preguntado si tendría permiso de hacer lo que hizo, la respuesta habría sido negativa.[7] Este es uno de los casos raros en los que decimos Halajá ve-ein morin kein, “Es la ley, pero no la hacemos conocer.” Y hay muchas otras reservas y condicionamientos. La Torá resuelve la ambigüedad, pero la halajá la reinstala. Legalmente hablando, Pinjás estaba al borde del abismo.
Esto solo lo podemos comprender mediante la distinción fundamental entre las decisiones morales y las decisiones políticas. Las morales responden a la pregunta “¿Qué debo hacer?” Generalmente están basadas en las reglas que no se deben transgredir cualesquiera sean las consecuencias. En el judaísmo, las decisiones morales están en el ámbito de la halajá.
Las decisiones políticas responden a la pregunta “¿Qué debemos hacer nosotros?” donde la palabra “nosotros” se refiere a la nación en su totalidad. Tienden a incluir varias consideraciones en conflicto y rara vez hay una decisión absoluta. Generalmente la decisión se toma evaluando las probables consecuencias. En el judaísmo el ámbito se conoce como mishpat hamelej (el ámbito legal del rey) o hiljot medina (reglas de política pública).[8] Mientras que la halajá es atemporal, la política pública tiende a ser temporal y situacional (“tiempo para matar y tiempo para sanar, tiempo para destruir y tiempo para construir”).
Si estuviéramos en la situación de Pinjás preguntando “¿Debo matar a Zimri y Cozbi?” la respuesta moral sería un inequívoco No. Es posible que merecieran morir; toda la nación podía haber presenciado su pecado; pero no es posible ejecutar una sentencia de muerte sin un tribunal legal debidamente constituido, sin proceso, evidencia y veredicto judicial. Matar sin proceso es asesinato. Es por eso que el Talmud define la halajá ve-ein morin kein: si Pinjás hubiera requerido la opinión del Bet Din si tenía permiso de actuar como lo hizo, le habrían dicho No. La halajá está basada en principios morales no negociables y halájicamente no es posible cometer asesinato aunque signifique la salvación de otras vidas.
Pero Pinjás no estaba actuando según los principios morales. Tomó una decisión política. Miles de personas morían. El líder político, Moshé, estaba en una posición muy comprometida. ¿Cómo condenar a otras personas por seducir a las midianitas cuando su propia esposa era midianita? Pinjás percibió la ausencia de conducción. El peligro era inmenso. La ira de Dios, ya muy intensa, estaba por estallar. Actuó entonces – no por el principio moral sino por un cálculo político, basado no en la halajá sino en lo que luego seríallamado mishpat hamelej. Era mejor eliminar dos vidas en forma inmediata que luego serían igualmente condenadas a muerte por la justicia, para salvar a miles de personas ahora. Y tuvo razón, como más adelante se lo aclaró Dios.
Ahora podemos ver exactamente lo ambiguo de la acción de Pinjás. Él era un simple individuo. La pregunta que normalmente se hubiera hecho era “¿Qué debo hacer?”, a lo cual la respuesta sería la moral. Pero actuó como si hubiera sido un líder político preguntándose “¿Qué debemos hacer nosotros?” y decidió, en base a las circunstancias, que mediante esa acción salvaría muchas vidas. Esencialmente actuó como si fuera Moshé. Salvó el día y a la gente. Pero imaginémonos lo que pasaría en cualquier lugar si una persona común del público usurpara el rol del Jefe de Estado. Si Dios no endosaba la acción de Pinjás este habría pasado por momentos muy difíciles.
La diferencia entre las decisiones morales y políticas deviene muy clara cuando tratan sobre la vida o la muerte. La regla moral es: salvar la vida tiene precedencia sobre cualquier otra mitzvá salvo en tres casos: incesto, idolatría y asesinato. Si un grupo de personas está rodeado de malvivientes que dicen “Entréguennos a uno de ustedes, si no los matamos a todos.” deben estar todos dispuestos a morir antes de entregar a uno del grupo.[9] La vida es sagrada y no debe ser sacrificada en ninguna circunstancia. Esa es la moralidad, esa es la halajá.
Sin embargo, con el consentimiento del Sanedrín, a un rey de Israel se le permitió librar una batalla (no defensiva) aunque muchos morirían.[10] Se lo autorizó a ejecutar una sentencia de muerte no judicial contra individuos en base a políticas públicas (letaken haolam kefi ma shehasheaj tzerijá).[11] En política, a diferencia de la moralidad, la santidad de la vida tiene un alto valor, pero no es la única. Lo que importa son las consecuencias. Un gobernador o un gobierno debe actuar a favor de los intereses del pueblo a largo plazo. Es por eso que, aun cuando algunos pueden morir en el intento, los gobiernos ahora tienden a relajar las condiciones de las cuarentenas a medida que desciende el ritmo de la infección, para aliviar la angustia, liberar el peso económico y restablecer los derechos cívicos suspendidos.
Tenemos deberes morales como individuos, y tomamos decisiones políticas como naciones. Las dos acciones son diferentes. De eso trata la historia de Pinjás. También explica la tensión en los gobiernos durante la pandemia. Tenemos un compromiso moral en cuanto a la santidad de la vida, pero también tenemos el compromiso político no solo con referencia a la vida sino también a “la libertad y la búsqueda de la felicidad.”[12] Lo hermoso de la respuesta global ante el Covid-19 fue que virtualmente todas las naciones del mundo pusieron las consideraciones morales por encima de las políticas, hasta que el peligro comenzó a disiparse.
Yo creo que hay decisiones políticas y morales, y son diferentes. Pero hay gran peligro de que ambas se distancien. La política entonces se torna amoral y eventualmente corrupta. Por eso nació la institución de la profecía. Los Profetas hicieron responsables a los políticos de la moralidad. Cuando los reyes actúan por el beneficio de la nación a largo plazo, no son criticados. Sí lo son cuando lo hacen en beneficio propio.[13] De igual forma, cuando socavan la integridad espiritual y moral del pueblo.[14] La salvación mediante el celo – el caso de Pinjás – no es la solución. La política debe ser lo más moral posible si a largo plazo una nación ha de florecer.

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[1] Este ensayo fue escrito el 11 de Iar de 5780, 5 de Mayo de 2020. Las cosas pueden haber cambiado desde entonces, pero los problemas tratados aquí tienen un valor general y no siempre son completamente comprendidos.
[2] Mishná, Sanedrín 4:4.
[3] Jonathan Sumption, ‘Coronavirus lockdown’ (Cuarentena por Coronavirus), Sunday Time, 5 de abril de 2020.
[4] Se ha escrito muy poco acerca de esto. Para una colección de ensayos, ver Stuart Hampshire (ed.), Public and Private Morality (Moralidad pública y privada), Cambridge University Press, 2012.
[5] Sanedrín 82a
[6] Sanedrín 81a
[7] Sanedrín 82a
[8] Ver en especial R. Zvi Hirsch Jajes, Torat Neviim, cap. 7, Din Melej Israel.
[9] Tosefta Terumot 7:20.
[10] Shevuot 35b.
[11] Rambam, Hiljot Melajim 3:10.
[12] El equivalente judío es: Vida, libertad y la búsqueda de la santidad.
[13] Los casos clásicos son Natán y David, Samuel II 12, Elías y Ajab, Reyes I 21.
[14] El término bíblico estándar para esto es “Hicieron el mal a los ojos del Señor”, una expresión que ocurre más de 60 veces en el Tanaj.
Traductores
Carlos Betesh