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La parashá de Bamidbar se lee habitualmente el Shabat previo a Shavuot, zeman matán toratenu,“el tiempo de la entrega de nuestra ley,” la revelación del Sinaí. Así los Sabios, convencidos de que nada es casual, buscaron establecer una conexión entre las dos.
Encontrar una no es fácil. No hay nada en la parashá acerca de la entrega de la Torá. En cambio, trata acerca de un censo de los israelitas. Tampoco ayuda el marco. Nos indica al comienzo que los eventos que están por describirse ocurren “en el desierto de Sinaí,” mientras que cuando la Torá habla de la gran revelación, se refiere al “Monte Sinaí.” El primero es una región amplia y el segundo, un monte específico de esa región. Tampoco están en esta etapa los israelitas caminando hacia el Monte Sinaí. Por lo contrario, se están preparando para partir. Están por comenzar la segunda parte de la travesía desde el Sinaí hasta la Tierra Prometida.
Los Sabios, sin embargo, hicieron una conexión, y es sorprendente:
“Y Dios habló a Moshé en el Desierto de Sinaí” (Números 1:1). ¿Por qué en el Desierto de Sinaí? De aquí los Sabios enseñaron que la Torá fue dada a través de tres elementos: el fuego, el agua y el desierto. ¿Cómo sabemos que fue dada a través del fuego? De Éxodo 19:18: “Y el Monte Sinaí era todo humo ya que Dios bajó hacia él en medio de un fuego.” ¿Cómo sabemos que fue dada a través del agua? Así dice en Jueces 5:4, “Los cielos gotearon y las nubes gotearon agua (en Sinaí),” ¿Cómo sabemos que fue dada a través del desierto? (Como está dicho anteriormente) “Y Dios habló a Moshé en el desierto de Sinaí.” ¿Y por qué fue dada la Torá por medio de estos tres elementos? Así como (el fuego, el agua y el desierto) son gratuitos para todos los habitantes del mundo, así son las palabras de la Torá para ellos, como dice Isaías 55:1, “Oh, todos los sedientos, vengan por el agua…aunque no tengan dinero).”[1]
Bamidbar Rabá 1:7
El Midrash toma tres palabras asociadas con el Sinaí – fuego (que apareció en la montaña antes de la revelación), agua (basado en una frase de la Canción de Débora) y desierto (como al comienzo de la parashá y también en Éxodo 19:1,2) y los conecta diciendo que “son gratuitos para todos los habitantes del mundo.”
Esta no es una asociación que haría la mayoría de nosotros. El fuego está asociado con el calor, la energía. El agua, con calmar la sed y hacer que las cosas crezcan. El desierto, con el lugar intermedio: ni el lugar de partida ni el de destino; un espacio donde se requieren carteles indicadores y tener un sentido de la orientación. Las tres serían buenas metáforas para la Torá. Calienta. Energiza. Satisface la sed espiritual. Da una dirección. Pero no es ese el enfoque de los Sabios. Lo que les interesó era que los tres son gratuitos.
Deteniéndonos por un momento en la comparación entre la Torá y el desierto, existen seguramente otras analogías que podrían hacerse. El desierto es un lugar silencioso donde se puede escuchar la voz de Dios. El desierto es un lugar apartado de las distracciones de pueblos y ciudades, campos y granjas, donde uno puede enfocarse en la presencia de Dios. El desierto es el lugar en el que uno puede darse cuenta de lo vulnerable que es: sentirse como una oveja en busca de un pastor. El desierto es un lugar donde es fácil perderse, donde se necesita el equivalente de un Google Maps del alma. El desierto es un lugar donde se experimenta la soledad y se busca una fuerza más allá de uno mismo. Incluso la palabra hebrea para desierto, midbar, viene de la misma raíz que “palabra” (davar) y “hablar” (d-b-r). Pero estas no fueron conexiones hechas por los sabios del Midrash. ¿Por qué no?
Los Sabios comprendieron que algo profundo nació en el Monte Sinaí, y que ha distinguido la vida judía desde entonces. Fue la democratización del conocimiento. La lectura y el aprendizaje de la ley ya no estaban confinados a una élite sacerdotal. Por primera vez en la historia todos tuvieron acceso al conocimiento, la lectura y la educación. “La ley que nos dio Moshé es la posesión de la asamblea de Yaakov” (Deuteronomio 33:4) – toda la asamblea, no un grupo privilegiado de ella.
El símbolo de esto fue la revelación del Monte Sinaí, la única vez en la historia que Dios se reveló no solo a un Profeta sino a la totalidad del pueblo, que tres veces señaló su aceptación a los preceptos y al pacto. En el penúltimo precepto que Moshé dictó al pueblo conocido como Hakel, señaló:
“Al cabo de siete años, en el año Sabático, durante la Festividad de los Tabernáculos, cuando todo Israel se presenta ante el Señor nuestro Dios en el lugar que Él elegirá, leerás esta ley para que ellos la escuchen. Reúne en asamblea al pueblo – hombres, mujeres y niños, y los extranjeros que viven en vuestras ciudades – para que puedan escuchar y aprender a temer al Señor vuestro Dios, y para seguir cuidadosamente todas las palabras de esta ley. Sus hijos, que no conocen esta ley, deben escuchar y aprender a temer al Señor vuestro Dios mientras vivan en la tierra, la que está cruzando el Jordán para poseer.”
Deuteronomio 31:10-13
Hay un eco de esto en el famoso versículo de Isaías 54:13. “Y todos tus hijos sabrán del Señor y grande será la paz entre tus hijos.” Esta fue, y sigue siendo, la singular característica de la Torá como constitución escrita del pueblo judío como nación bajo la soberanía de Dios. Se espera que todos, no solamente respeten la ley, sino que la conozcan. Los judíos se transformaron en una nación de abogados constitucionalistas.
Hubo dos nuevos momentos clave en la historia de este desarrollo. El primero fue cuando Ezra y Nehemías reunieron al pueblo luego del exilio babilónico, en la Puerta de Aguas de Jerusalem en Rosh Hashaná y les leyeron la Torá, colocando a los levitas entre ellos para explicar al pueblo lo que estaban diciendo y lo que significaba. Fue un momento definitorio en la historia judía que no tuvo forma de batalla sino un programa masivo de educación adulta (Nehemías 8). Ezra y Nehemías comprendieron que las batallas más significativas para asegurar el futuro del judaísmo eran culturales, no militares. Esa fue una de las percepciones más transformadoras de la historia.
La segunda fue la extraordinaria creación, en el siglo I, del primer sistema de educación universal obligatoria en el mundo. He aquí como el Talmud describe el proceso, culminando la obra de Ieoshua Ben Gamla, el Sumo Sacerdote en los últimos días del Segundo Templo:
Ciertamente el nombre de ese hombre debe ser bendecido, Ieoshua ben Gamla, pues si no hubiera sido por él la Torá habría sido olvidada en Israel. Puesto que al principio, si un niño tenía padre, su padre le enseñaba, y si no, no podía aprender en absoluto… Por lo tanto ordenaron que los maestros fueran designados en cada prefectura, y que los jóvenes debían entrar a la escuela a la edad de dieciséis o diecisiete años. (Así lo hicieron) pero si el maestro los castigaba, se rebelaban y abandonaban la escuela. Más adelante, Ieoshua ben Gamla vino y ordenó que debían designarse maestros para niños pequeños en cada distrito de cada ciudad, para que los niños pudieran ingresar a la escuela a los seis o siete años.[2]
Baba Batra 21a
La educación obligatoria universal no existió en Inglaterra – en ese momento el imperio dominante del mundo – hasta 1870, dieciocho siglos más tarde. Aproximadamente en la misma época que Ieoshua ben Gamla, en el siglo I de la era común, Iosephus escribía:
Si alguien preguntara acerca de nuestras leyes, él las enunciará como si fuera su propio nombre. La consecuencia de la exhaustiva educación en nuestras leyes recibida desde los albores de la inteligencia es como si estuvieran grabadas en nuestras almas.[3]
Contra Apionem, ii, 177-78
Ahora comprendemos la conexión que hicieron los Sabios entre el desierto y la entrega de la Torá: la Torá estaba abierta a todo el mundo y era gratuita. Ni la falta de dinero o de origen aristocrático iba a impedir que se estudiara la Torá y que se pudiera lograr una distinción en una comunidad donde el aprendizaje era considerado como el mayor de los logros.
Con tres coronas fue coronado Israel: la corona de la Torá, la corona del Sacerdocio, y la corona del Reino. La corona del Sacerdocio le fue conferida a Aarón… la corona del reino, a David… pero la corona de la Torá es para todo Israel. El que la quiera, puede venir y tomarla.[4]
Maimónides, Hiljot Talmud Torá, 3:1
Yo creo que esta es una de las ideas más profundas del judaísmo: cualquier cosa que desees crear en el mundo, comienza por la educación. Si quieres crear una sociedad justa y compasiva, comienza por la educación. Si quieres crear una sociedad de dignidad igualitaria, asegúrate de que la educación sea libre y gratuita para todos. Ese es el mensaje que extrajeron los Sabios del hecho de que leemos Bamidbar antes de Shavuot, la festividad que recuerda la entrega de la Torá a nuestros antepasados. Dios se la dio a todos por igual.

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[1] Bamidbar Rabá 1:7.
[2] Baba Batra 21a.
[3] Contra Apionem, ii, 177-78
[4] Maimónides, Hiljot Talmud Torá, 3:1.
Traductores
Carlos Betesh