El poder de la maldición (Behar-Bejukotai 5780)

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El libro de Vaikrá concluye señalando las bendiciones que recibirá el pueblo si se mantiene fiel al pacto con Dios. Luego enumera las maldiciones que sucederán en caso contrario. El principio general está claro. En tiempos bíblicos, el destino de la nación correspondía al comportamiento de la misma. Si se el pueblo se portaba bien, la nación prosperaría. Si no, con el tiempo se sucederían cosas malas. Eso es lo que sabían los Profetas. Parafraseando a Martin Luther King, “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia.”[1] No siempre de inmediato, pero finalmente lo bueno es recompensado con bondad y lo malo con maldad.

Nuestra parashá plantea claramente los términos de la ecuación: si obedeces a Dios, habrá lluvia en la estación justa, la tierra dará sus cultivos y los árboles sus frutos; habrá paz. Las maldiciones, sin embargo, son tres veces más extensas y de un lenguaje mucho más dramático:

“Pero si no Me escuchan ni llevan a cabo estos preceptos… entonces les haré esto a ustedes: Les ocasionaré terrores súbitos, enfermedades invalidantes y fiebre  que destruirá vuestra vista y menguará vuestra fuerza…

Quebraré vuestro terco orgullo y haré que el cielo se torne como hierro y la tierra como bronce… Les enviaré animales salvajes que les robarán vuestros hijos, destruirán vuestro ganado y harán que vuestro número sea tan  reducido que los caminos estarán desiertos… Vuestra tierra quedará devastada y vuestras ciudades, en ruinas.

Y para aquéllos que quedaren, haré que en la tierra de sus enemigos sus corazones sean tan temerosos que aun el sonido de una hoja al viento les hará huir despavoridos. Correrán como huyendo de la espada, y caerán, aun cuando nadie los persiga.”

Levítico 14-37

Aquí la elocuencia es salvaje. Las imágenes, vívidas. Hay un ritmo pulsante en los versículos, como indicando que el duro destino de la nación es inexorable, acumulativo y acelerado. El efecto se intensifica por la repetición, como de golpes de martillo: “Si después de esto… permanecen hostiles… si en lugar de estas cosas… si a pesar de esto.” La palabra keri, clave en todo el pasaje, se repite siete veces. No aparece en ningún otro lugar del Tanaj. Su significado es incierto. Puede ser rebeldía, obstinación, indiferencia, corazón duro, reticencia o dejar actuar el azar. Pero el principio básico está claro. Si actúas hacia Mí con keri, dice Dios, Yo haré lo mismo contigo, y terminarás devastado.

Es una antigua costumbre leer en voz baja en la sinagoga la tojajá, las maldiciones, tanto en este caso como en Devarim 28, que tiene como consecuencia quitar el terrible poder que tiene el leerlas en voz alta. Pero de cualquier forma que sean leídas son suficientemente atemorizantes. Tanto aquí como en Devarim, la sección de las maldiciones es más larga y más elocuente que la de las bendiciones.

Esto parece contradecir los principios básicos del judaísmo, de que la generosidad de Dios para los que Le son fieles excede ampliamente Su castigo para los que no lo son. “El Señor, el Señor, el Dios misericordioso y dador de gracia, tardo en la ira, abundante en amor y fidelidad, prodigando amor hacia miles… Él castiga a los hijos, y a los hijos de los hijos por los pecados de los padres hasta la tercera y cuarta generación.” (Éxodo 34:6-7). La aritmética la hace Rashi: “Se entiende entonces que la medida de la recompensa es más grande que la del castigo, de quinientos a uno, pues al referirse al bien dice “manteniendo el amor a miles” (significando por lo menos dos mil generaciones), mientras que el castigo durará cuatro generaciones como máximo.”

Toda esta idea, contenida en los 13 Atributos de Compasión, es que el amor de Dios y su perdón son más fuertes que Su justicia y castigo. ¿Por qué entonces es que las maldiciones en la parashá de esta semana son tanto más extensas y fuertes que las bendiciones?

La respuesta es que Dios ama y perdona, pero con la condición de que cuando hagamos algún mal reconozcamos el hecho, restituyamos a los que hemos dañado y expresemos nuestro arrepentimiento. En el medio de los Trece Atributos de la Misericordia está la declaración: “Pero Él no deja al culpable sin castigo.” (Éxodo 34:7). Dios no perdona al que no se arrepiente de su pecado, porque si lo hiciera, haría que el mundo fuera un lugar peor,  no mejor. Mucha gente pecaría si al hacerlo no hubiera una consecuencia punitiva.

La razón por la cual las maldiciones son tan dramáticas no es porque Dios busca castigar, sino precisamente lo opuesto. El Talmud dice que Dios llora cuando permite que Sus hijos sufran desastres: “Ay de Mí, que debido a sus pecados destruí Mi casa, quemé Mi Templo y provoqué el exilio de ellos (Mis hijos) entre las naciones del mundo.”[2]Las maldiciones fueron concebidas como advertencia. La intención era impedir, atemorizar, desalentar. Son como la advertencia de un padre a su hijo diciéndole que no juegue con la electricidad. La madre puede asustar deliberadamente a su hija pero lo hace por amor, no por ser el hecho de ser severa.

La instancia clásica es el libro de Ioná. Dios le dice a Ioná el Profeta que vaya a Nínive y le diga al pueblo: “Dentro de cuarenta días la ciudad será destruida.” Él así lo hace. El pueblo lo toma seriamente. Se arrepiente. Dios entonces deja de lado la amenaza de destruir la ciudad. Ioná se queja ante Dios de que lo hizo quedar en ridículo. Su profecía no fue cumplida. Ioná no alcanzó a comprender la diferencia entre profecía y predicción. Si una predicción se cumple, ha tenido éxito. Si una profecía se cumple, ha fracasado. El Profeta le dice al pueblo lo que ocurrirá si no cambia. Una profecía no es una predicción sino una advertencia. Describe un futuro atemorizante con el fin de persuadir al pueblo de evitarlo. De eso se trata la tojajá.

En su nuevo libro, The Power of Bad[3], (El poder del mal) John Tierney y Roy Baumeister argumentan, en base a una sustancial evidencia científica, que lo malo tiene mucho más impacto sobre nosotros que lo bueno. La mala salud nos hace mayor impresión que la buena salud. La crítica nos afecta más que el elogio. Una mala reputación es más fácil de adquirir y más difícil de evitar que una buena.

Los humanos han sido diseñados – programados – para advertir y reaccionar rápidamente frente a la amenaza. No registrar la proximidad de un león es más peligroso que no ver un fruto maduro en un árbol. Reconocer la bondad de un amigo es algo bueno y virtuoso, pero no tan significativo como ignorar la animosidad de un enemigo. Un traidor puede causar daño a toda una nación.

Deducimos que el garrote es más potente que la zanahoria. El temor a la maldición es probable que afecte más el comportamiento que el deseo de la bendición. La amenaza de castigo es más efectiva que una promesa de recompensa. Tierney y Baumeister lo documentan en una amplia gama de casos, desde la educación hasta la tasa de crímenes. Dondehay una clara amenaza de castigo por mal comportamiento, la gente se comporta mejor.

El judaísmo es una religión de amor y perdón. Pero también es una religión de justicia. Los castigos de la Torá no están allí porque a Dios le gusta castigar, sino porque quiere que actuemos bien. Imaginen un país que tuviera leyes pero no castigos. ¿La gente respetaría la ley? No. Todos elegirían ser libremente impunes aprovechándose de los esfuerzos de los otros, sin contribución alguna. Sin castigo, no hay ley efectiva, y sin ley no hay sociedad. Cuanto más fuertemente se presente lo malo, mayor será la probabilidad de que se elija lo bueno. Es por eso que la tojajá es tan poderosa, dramática y atemorizante. El temor al mal es el más poderoso motivador del bien.

Yo creo que la advertencia de lo malo nos ayuda a elegir lo bueno. Con demasiada frecuencia tomamos decisiones erróneas por no pensar en las consecuencias. Es así como ocurrió el calentamiento global. Es así como se producen las debacles financieras. Es así como las sociedades pierden el espíritu solidario. Con demasiada frecuencia se piensa en el hoy y no en el mañana. La Torá, al pintar con detalle contundente lo que puede suceder cuando una nación pierde sus guías morales y espirituales, nos habla a cada generación diciendo: cuidado. Tomen nota. No funcionen con piloto automático. Una vez que la sociedad se descalabra ya es demasiado tarde. Eviten el mal. Elijan el bien. Piensen en lo mediato y elijan el camino que conduce a las bendiciones.

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[1] Esta cita ha sido usada por el Dr. King en varias ocasiones, incluso durante la marcha desde Selma en 1965 cuando respondió la pregunta: ¿Cuánto tiempo tomará para ver justicia social? Esta es actualmente celebrada como una de sus citas más famosas, aunque King estaba citando al ministro unitario y abolicionista del siglo IXX Theodore Parker de Massachusetts.

[2] Berajot 3a

[3] John Tierney and Roy Baumeister, The Power of Bad, Allen Lane, 2019.


Traductores

Carlos Betesh