Comunidades y muchedumbres (Vaiakel-Pekude 5780)

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Melanie Reid es una periodista que tiene una columna en el diario The (London) Times. Cuadripléjica, con muy poco sentido de la autocompasión, llama a su serie semanal La Columna Espinal. El 4 de enero de 2020 contó la historia de cómo ella, su marido y otras personas de su aldea en Escocia, compraron una antigua posada para transformarla en un pub y centro comunitario, un bien para ser compartido con el vecindario.

Entonces pasó algo extraordinario. Se presentó un gran número de voluntarios para ofrecer sus servicios para la refacción y el funcionamiento. “Tenemos conocidos intérpretes de música clásica limpiando inodoros y lijando mesas. En el bar hay escultores, obreros de la construcción, ministros de humanidades, oficiales de la Marina, abuelas, funcionarios de recursos humanos y agentes inmobiliarios… Ejecutivos jubilados cortan troncos para el fuego; septuagenarios trabajan de mozos; constructores estudian las paredes a ser derribadas y simples voluntarios reparan los desagües.”

No se ha convertido solo en un centro comunitario; ha estimulado dramáticamente a la comunidad. Personas de toda edad se acercan para jugar, comer, beber, y asistir a eventos especiales. Una rica variedad de actividades y emprendimientos ha surgido a su derredor. Ella habla de “la alquimia que se puede lograr en una aldea cuando todos se juntan en pos de un objetivo en común.”

El motivo por el cual menciono esto es porque Melanie tuvo la gentileza de citarme sobre el tema de la magia de la transformación del “yo” en “nosotros”: “Cuando se construye un hogar juntos… se crea algo mucho más grande que cualquier cosa que pudiera hacerse a solas o contratando a alguien.” El libro que escribí al respecto, The Home We Build Together, (El hogar que construimos juntos), fue inspirado por la parashá de esta semana y por su nombre: Vayajel. Es una receta de la Torá de cómo construir una comunidad.

Está planteado en forma sutil. Usa un solo verbo, k-h-l, para describir dos actividades diferentes. La primera aparece en la parashá de la semana pasada al comienzo de la historia del Becerro de Oro. “Cuando el pueblo vio que Moshé había demorado largamente en bajar de la montaña, se juntó (vaykahel) alrededor de Aarón y le dijo: levántate, constrúyenos dioses que vayan delante de nosotros. Este hombre Moshé que nos sacó de Egipto – no tenemos idea que ha sido de él.” (Éxodo 32:1) El segundo es el versículo con el que se inicia la parashá de esta semana: Moshé reunió (vayajel) a toda la comunidad de Israel y le dijo: estas son las cosas que el Señor ha ordenado que hagan. (Éxodo 35:1).

Suenan parecidos. Ambos verbos pueden traducirse como “se juntaron” o “se reunieron”. Pero hay una diferencia fundamental entre ambos. El primer caso no tenía un líder, el segundo si: Moshé. El primero era una muchedumbre, el segundo, una comunidad.

En una muchedumbre los individuos pierden su individualidad. Domina una especie de mentalidad colectiva y la gente se encuentra haciendo cosas que jamás hubiera hecho por su propia cuenta. Charles Mackay lo expuso en su afamada versión sobre la locura colectiva. La gente, dijo, “se enloquece en la horda, y solo vuelve a sus sentidos lentamente, uno a uno.” Juntos, actúan frenéticamente. Los procesos deliberativos normales se quiebran. Algunas veces se expresan con violencia, otras con un comportamiento en la economía de tipo impulsivo, dando origen a booms no sustentables y subsecuentes caídas. Las multitudes carecen de la inhibición y la represión que constituye nuestro autocontrol como individuos.

Elías Canetti, cuya obra Crowds and Power (Masa y poder) es un clásico sobre el tema, escribe que “La masa es la misma en todas partes, en todos los tiempos y culturas; permanece esencialmente igual entre gente del más diverso origen, educación y lenguaje. Una vez iniciado, se expande con la máxima violencia. Pocos pueden resistir el contagio; siempre trata de continuar creciendo y no hay un límite inherente a su crecimiento. Puede iniciarse en cualquier situación en la que se juntan  personas y suele ser insólitamente espontáneo y repentino.”

La muchedumbre que rodeó a Aarón estaba en pánico. Moshé era su único contacto con Dios, y por lo tanto con instrucción, guía, milagro y poder. Ahora no estaba allí y no se sabía qué le había ocurrido. El pedido de “dioses que vayan delante de nosotros” fue poco feliz y regresivo. Su conducta, una vez fabricado el Becerro – “el pueblo se sentó a comer y beber y después se puso de pie para dedicarse a los placeres” – era manifiestamente indisciplinado y depravado. Cuando Moshé bajó de la montaña por orden de Dios, “vio que el pueblo estaba desbocado pues Aarón había permitido que se descontrolaran, siendo ellos objeto de burla de sus enemigos.” Lo que vio Moshé fue un ejemplo de la descripción de Carl Jung: “La psicología de un grupo grande de personas inevitablemente desciende al nivel de la psicología de masas.” Lo que Moshé vio fue una masa.

El Vayajel de la parashá de esta semana es bastante distinto. Moshé buscó crear una comunidad haciendo que el pueblo diera contribuciones voluntarias para un proyecto en común, el Mishkán, el Santuario. En una comunidad, los individuos siguen siendo individuos. Su participación era esencialmente voluntaria: “Que todos a los que les mueve el corazón hagan una ofrenda.” Sus diferencias son valoradas porque significa que cada uno tiene algo especial que contribuir. Algunos donaron oro, otros plata o bronce. Otros llevaron lanas o cueros, piedras preciosas. Otros incluso dieron su trabajo y sus habilidades.

Lo que los unió no fue la dinámica de la masa atacada por un frenesí colectivo sino el sentido de un propósito común, de contribuir a crear algo más grande que lo que pudiera lograr uno solo. Las comunidades contribuyen, no destruyen.  Sacan lo mejor de nosotros, no lo peor. Nos hablan no a nuestras emociones más bajas como el miedo sino a aspiraciones más elevadas como crear un hogar simbólico para que la Divina Presencia esté en su seno.

Mediante el sutil uso del verbo k-h-l la Torá enfoca nuestra atención no solo sobre el producto sino sobre el proceso: no solo lo que hizo el pueblo sino en lo que se convirtió al hacerlo. Lo describí en The Home We Build Together así: “Una nación – o por lo menos la nación que los israelitas fueron llamados a hacer – está creada a través del acto de creación en sí. No la combinación de todos los milagros de Éxodo ni las plagas, ni la división del mar, el maná del cielo o el agua de la roca, ni la revelación misma del Sinaí convirtieron a los israelitas en nación. Al ordenar a Moshé que el pueblo construya el Tabernáculo, Dios en realidad estaba diciendo: “Para transformar un grupo de individuos en una nación de pacto, deben construir algo juntos.”

La libertad no puede ser conferida por una fuerza externa, ni aún la de Dios mismo. Se puede lograr solamente mediante un esfuerzo colectivo, colaborativo, por parte del pueblo mismo. De ahí la construcción del Tabernáculo. Un pueblo se hace haciendo. Una nación se construye construyendo.”

La distinción entre masa y comunidad se ha hecho aún más significativa en el siglo XXI. El ejemplo clásico es el de la Primavera Árabe de 2011. Se produjeron protestas masivas en gran parte del mundo árabe, en Túnez, Argelia, Jordania, Omán, Egipto, Yemen, Sudan, Iraq, Bahréin, Libia, Kuwait, Siria y otros. Pero rápidamente se transformó en el llamado Invierno Árabe. Las protestas aún continúan en muchos de estos países y solo en Túnez han derivado en una democracia constitucional. Las protestas en sí no son suficientes para generar sociedades libres. Pertenecen a la lógica de las masas, no la de las comunidades.

Lo mismo es cierto para las redes sociales, aún en las sociedades libres. Son una gran amplificación de las comunidades existentes, pero en sí, no son creadores de comunidades. Eso requiere una interacción cara a cara y el convencimiento de hacer sacrificios por el bien del grupo. Sin esto, sin embargo, como dijo Mark Zuckerberg en 2017”las redes sociales pueden contribuir a producir divisiones y aislamiento.” En efecto, cuando son usados para señalar virtudes, situaciones vergonzantes o confrontación agresiva, pueden crear una nueva forma de comportamiento de masas, la horda electrónica.

En su nuevo libro Time to Build (Tiempo de construir) Yuval Levin plantea que las redes sociales han socavado nuestra vida social. “Claramente alimentan los vicios más peligrosos para una sociedad libre. Nos inducen a hablar sin escuchar, a dirigirnos a otros de manera confrontativa más que amable, de difundir conspiraciones y rumores, de descartar e ignorar lo que preferimos no oír, de hacer público lo privado, de simplificar excesivamente un mundo complejo, de reaccionar uno contra otro con excesiva rapidez y brusquedad. Nos quitan la capacidad de tolerancia, de decoro, paciencia y control.” Ese es un comportamiento de masa, no de comunidad.

Los aspectos negativos de las muchedumbres aún están con nosotros. También, los valores de las comunidades, como lo demuestra claramente el pub escocés de Melanie Reid.  Yo creo que crear una comunidad lleva mucho trabajo, y que pocas cosas en la vida valen más la pena. Al construir algo con otros, descubro la alegría de ser parte de algo más grande de lo que pudiera lograr solo.

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Traductores

Carlos Betesh