El peso del corazón (Vaerá 5780)

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En la parashá de esta semana, aún antes de que la primera plaga cayera sobre Egipto, Dios le dice a Moshé: “Yo endureceré el corazón del Faraón y multiplicaré mis señales milagrosas y portentos en Egipto.” (Éxodo 7: 3)

El endurecimiento del corazón del Faraón se repite no menos de veinte veces durante el transcurso de la historia de Éxodo. Unas veces es el Faraón quien lo hace. Otras, es Dios el que actúa. La Torá usa tres verbos distintos en este contexto: j-z-k, fortalecer, k-sh-h, endurecer y k-b-d, hacer pesado.

A través de los tiempos los estudiosos se han preocupado por un problema. Si Dios endureció el corazón del Faraón, ¿cómo podía ser él el culpable de no dejar ir a los israelitas? No tenía ninguna opción. Era una decisión de Dios, no de él. Que él y su pueblo fueran castigados parecería soslayar el principio fundamental de la justicia: que somos culpables solo por lo que decidimos libremente.

Sin embargo, los estudiosos notaron que en las primeras cinco plagas el Faraón dice haber endurecido su propio corazón. La obstinación, la negación, la intransigencia, eran propias de él. Sólo a partir de la sexta plaga es Dios el que actúa. Esto condujo a elaborar distintas explicaciones.

Rashi dice que el endurecimiento del corazón del Faraón en las últimas cinco plagas fue un castigo por las primeras cinco, cuando fue la obstinación del Faraón lo que impidió la salida del pueblo. (1)

Maimónides interpreta que el endurecimiento del corazón del Faraón por Dios significa que “el arrepentimiento le fue negado y la libertad de alejarse de su maldad no le fue concedida.” (2)

Albo y Sforno proponen interpretaciones opuestas. Dios endureció el corazón del Faraón precisamente para restaurar su libre albedrío. Después de la sucesión de plagas que devastaron la tierra, el Faraón estaba bajo una presión apabullante para dejar salir a los israelitas. Si lo hubiera hecho, no habría sido por voluntad propia, sino por fuerza mayor. Dios por lo tanto fortaleció su corazón para que aún después de las primeras cinco plagas tuviera la voluntad auténtica de decir Sí o No. (3)

Es posible que los tres tengan razón y que simplemente estén dando respuesta a los distintos verbos. K-sh-h, “endurecer” corresponde a la lectura de Rashi. El Faraón fue duro con los israelitas, por lo tanto Dios fue duro con él. K-b-d, “hacer pesado” corresponde a la lectura de Maimónides. El Faraón no tuvo la fortaleza ni la energía para arrepentirse. J-z-k, “fortalecer,” corresponde a la lectura de Albo y Sforno. El texto permite las tres posibilidades.

Sin embargo, parte de la verdad puede estar en una dirección completamente distinta.  (4) A los egipcios – especialmente los faraones – les preocupaba la muerte. Sus prácticas funerarias eran sorprendentemente elaboradas y estaban destinadas a preparar a la persona para la vida después de la muerte. Las tumbas de los faraones están entre las creaciones más fastuosas que se conocen. La de Tutankamón, descubierta en 1922, es un ejemplo deslumbrante. Una de las más grandes obras literarias del antiguo Egipto es El libro de los muertos.

La Torá llama la atención sobre la importancia que le daban los egipcios a la muerte. Al final de Bereshit, leemos cómo acompañaron los egipcios a Iosef y su familia en la procesión fúnebre del entierro de Yaakov. Los canaanitas fueron testigos de ello y dijeron: “Los egipcios están llevando a cabo una solemne procesión de duelo.” Llamaron al lugar Abel Mitzraim (Génesis 50:11). Observemos que lo llamaron “el lugar de duelo de los egipcios,” no de los israelitas, pese al hecho de que era por Yaakov, que no era egipcio. Después leemos cómo Yosef mismo fue embalsamado y puesto en un ataúd en Egipto. En la Torá solo Iosef y Yaakov, a pedido de Iosef, fueron embalsamados. O sea que ya hemos sido advertidos sobre la importancia de la significación de la muerte en la mente de los egipcios.

Sin embargo, hay un aspecto específico de la creencia egipcia que abre una perspectiva totalmente novedosa con respecto al corazón del Faraón. Según el mito egipcio, el fallecido es sometido a un juicio para establecer su valor y gozar de la vida después de la muerte en Aaru, el Campo de los Juncos, donde las almas viven placenteramente por toda la eternidad. Creían que el alma residía en el corazón, y juicio consistía en la ceremonia del Pesaje del Corazón. Los otros órganos eran separados después de la muerte, pero el corazón quedaba en su lugar porque era necesario para el juicio.

En un platillo de la balanza había una pluma. En el otro se colocaba el corazón. Si éste era liviano como la pluma, el muerto podía ir a Aaru, pero si era más pesado, era devorado por la diosa Amit (combinación de león, hipopótamo y cocodrilo) y su dueño era condenado a vivir en Dual, el inframundo. Una ilustración en el papiro del Libro de los Muertos muestra la ceremonia, llevada a cabo en la Sala de las Dos Verdades y supervisada por Anubis, el Dios egipcio de los muertos.

Se deduce que la raíz k-v-d “hacer más pesado,” tendría un significado muy específico para los egipcios de esa época. Implicaría que el corazón del Faraón se había vuelto más pesado que una pluma. Habría fallado en la ceremonia del pesaje y por lo tanto le sería denegado lo que para él era lo más importante – la reunión con los otros dioses en la vida futura.

Nadie tendría duda de por qué era esto así. La pluma representaba Ma’at, el valor central de los egipcios que incluía los conceptos de verdad, equilibrio, armonía, justicia, moralidad y ley. No solo era esto fundamental para la cultura egipcia, era la tarea del Faraón la de asegurar que prevaleciera. Este había sido un principio egipcio desde mil años antes del Éxodo, encontrado en textos de las pirámides datados en el tercer milenio a.e.c. Ma’at significaba el orden cósmico. Su ausencia era el caos. Un faraón cuyo corazón se había vuelto más pesado que la pluma de Ma’at no solo era un peligro para su vida futura, sino para todo el pueblo sobre el cual reinaba con confusión y desorden.

Una de las cosas que los muertos debían hacer como parte del juicio era una serie de confesiones negativas, 42 en total, declarándose inocentes del tipo de pecado que los excluirían del paraíso. Estas son algunas de ellas:             

No he hecho daño a los hombres.

No he oprimido a los que están a mi cargo.

No he asesinado.

No he mandado matar.

No he causado sufrimiento a hombres. (5)

Si el aumento de peso del corazón del Faraón es una alusión a la ceremonia del Pesaje del Corazón, nos permite leer la historia desde una perspectiva completamente distinta.

Primero, sugiere que está dirigido tanto a los egipcios como a los israelitas; a la humanidad en su totalidad. La Torá nos dice en tres ocasiones que el propósito de estas señales y portentos era “para que todos los egipcios sepan que Yo soy el Señor” (Éxodo 7:5, 14:4, 14:18). Esta es la esencia del monoteísmo. No se trata de que los israelitas tengan su Dios y los egipcios su panteón, sino que hay Un solo poder soberano en el universo.

Ese es el punto en al menos tres de las plagas: la primera, dirigida contra Hapi, el dios del Nilo; la segunda, ranas, contra Hequet, la diosa de la fertilidad y la reproducción, representada en forma de rana; y la novena, la plaga de la oscuridad, dirigida contra Ra, el dios del sol. El mensaje de estas plagas sería muy claro para los egipcios: hay un poder más grande que los que han adorado hasta ahora. El Dios de Israel es el Dios del mundo y de toda la humanidad.

La religión de Israel no pretende ser la religión de toda la humanidad. En ningún lugar de la narrativa figura que Dios desea que los egipcios adopten las prácticas religiosas israelitas. El tema es bastante diferente. La religión es particular. La moralidad es universal. Si la historia de “hacer pesado” el corazón del Faraón alude al Libro de los Muertos, entonces la historia del Éxodo no es simplemente una versión unilateral de los israelitas. Nos está diciendo que ciertas cosas están mal, sea quien sea el causante y contra quien sea que esté dirigida. Según las normas egipcias, también están mal. Eso era válido para la decisión del Faraón de matar a todos los varones israelitas recién nacidos. Fue un pecado imperdonable contra Ma’at.

La justicia es universal. Ese punto está expresado muy claramente en las tres historias de la Torá referentes a la vida temprana de Moshé. Ve al egipcio maltratando a un israelita e interviene. Ve a dos israelitas agrediéndose mutuamente e interviene. Ve a pastores no judíos molestando a las hijas de Itró, e interviene. El primer caso era de un no israelita contra un israelita. El segundo, entre dos israelitas. El tercero entre no israelitas. Es la forma más simple de decirnos que el sentido de justicia de Moshé era imparcial y universal.

Finalmente, y en un plano más profundo, la Torá insinúa una contradicción en el corazón del concepto egipcio de Ma’at. La interpretación más favorable de la negación del Faraón de dejar ir al pueblo es que estaba a su cargo el mantener el orden en el Imperio. Una minoría exitosa como la de los israelitas podría aparecer como una amenaza a ese orden. Si se quedaran y se desarrollaran, podrían tomar el control del país como lo hicieron los Hicsos unos siglos antes. Si se les permitía salir, otros grupos esclavizados podrían estar tentados de hacer lo propio. Cuando se trata de una superpotencia, el hecho de que haya una emigración masiva es una mala señal. Es por eso que durante años la Unión Soviética no permitió la salida de los judíos.

El Faraón, en su reiterada negativa a dejar salir al pueblo, indudablemente justificó su decisión en cada caso en que estaba cuidando el Ma’at, el orden. Mientras tanto, con cada nueva plaga se producía un caos mayor. Eso fue porque la opresión del pueblo, que era lo que estaba haciendo el Faraón, era una transgresión fundamental contra Ma’at.

En esta lectura, todo el tema del endurecimiento del corazón del Faraón es más político que psicológico. En su rol de jefe de estado semi divino de un imperio que utilizaba el trabajo forzado a escala masiva, el Faraón no podía dejar ir a los israelitas sin correr el riesgo de que otros grupos pudieran desafiar el Corvée, la labor impaga, reclutada, semi esclavizada, que era parte de la sociedad egipcia desde la creación de las pirámides hasta su abolición en 1882.

Con las primeras cinco plagas, el Faraón podía auto convencerse de que estaba produciendo un inconveniente mínimo en aras de un principio mayor. Pero cuando las plagas fueron más serias, reduciendo al país al caos, el margen de maniobra del Faraón fue cada vez menor. Habiéndole dicho “No” a los israelitas en cinco ocasiones, no podía ahora dar marcha atrás sin quedar en ridículo, minando su autoridad y afectando su status. El Faraón resultó prisionero de su propio sistema, cautivo de sus propias decisiones.

Intentando proteger el orden, generó caos. Eso fue porque el orden que estaba tratando de proteger estaba basado en una injusticia: la esclavización de muchos para el beneficio de pocos. Cuanto más trataba de defenderlo, más pesado resultaba su corazón.

Yo creo que la justicia es universal. La historia de Éxodo de cómo el Poder supremo entró en la historia para liberar a los supremamente indefensos, no es sólo para los judíos. Es la meta narrativa más grande del mundo de  esperanza.

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Fuentes

  1. Rashi a Éxodo 7:3
  2. Mishné Torá, Hiljot Teshuvá 6:3
  3. Albo, Ikkarim, 4:25; Sforno a Éxodo 7:3
  4. Mi agradecimiento al Rabino Dr. Rafi Zarum por sugerir esta línea de pensamiento.
  5. Las confesiones negativas son raras en el judaísmo, pero existe una: Vidui Bikurim, la confesión que se hacía sobre los primero frutos: “No me he alejado de Tus mandamientos ni he olvidado ninguno de ellos… He obedecido al Señor mi Dios; he hecho todo lo que Tú me comandaste” (Deuteronomio 26:13-14)

Traductores

Carlos Betesh