Rabino Sacks Jukat 5778 – Los consuelos de la mortalidad

Traductor: Carlos Betesh

Editor: Ben-Tzion Spitz

Los consuelos de la mortalidad

Jukat 5778

Rabino Sacks Jukat 5778 [PDF]

Jukat trata sobre la mortalidad. En ella leemos acerca de la muerte de dos de los tres grandes líderes de Israel en el desierto, Miriam y Aarón, y la sentencia de muerte decretada a Moshé, el más grande de todos ellos. Estas fueron pérdidas devastadoras.

Para contrarrestar esa sensación de pérdida y duelo la Torá emplea uno de los grandes principios del judaísmo: El Santo, bendito sea, crea el remedio antes que la enfermedad. (1) Antes de la mención de las muertes, leemos sobre el extraño ritual de la vaca roja que purifica a las personas que han estado en contacto con la muerte – la fuente arquetípica de la impureza. Ese ritual, frecuentemente considerado como incomprensible, es en realidad profundamente simbólico.

Significa tomar en cuenta el emblema más saliente de la vida – una vaca de color rojo puro, el color de la sangre que es fuente de vida, que nunca ha sido sometida a la pesada carga de un yugo – y reducirlo a cenizas. Esa es la mortalidad, el destino de todo lo que vive. Somos, dijo Abraham, “meramente polvo y ceniza” (Gen. 18: 27). “Polvo eres” le dijo Dios a Adán “y al polvo retornarás.” (Gen. 3: 19) Pero el polvo se disuelve en el “agua viviente”, y del agua proviene una nueva vida.

El agua está en permanente cambio. Nunca nos bañamos en el mismo río dos veces dijo Heráclito. Pero el río mantiene su curso entre las dos orillas. El agua cambia, pero el río permanece. De la misma forma los seres físicos algún día seremos reducidos a polvo. Pero existen dos consuelos.

El primero es que no somos solo seres físicos. Dios creó el primer ser humano “del polvo de la tierra” (2) pero Él le insufló el hálito de vida. Nosotros podemos ser mortales, pero hay algo dentro de nosotros que es inmortal. “El polvo retorna a la tierra pero el espíritu vuelve a Dios que fue el que lo dio” (Ecclesiastés 12:7).

El segundo es que, aun acá abajo en la tierra, algo de nosotros sigue viviendo, como en el caso de Aarón cuyos hijos siguieron llevando el nombre de sacerdote hasta el día de hoy; como el de Moshé, cuyos discípulos estudiaron y vivieron sus palabras hasta el día de hoy, y como Miriam, en las vidas de todas esas mujeres que con su coraje, enseñaron a los hombres el verdadero sentido de la fe.(3) Para bien o para mal, nuestras vidas tienen impacto sobre otras, y las ondas de nuestros actos, se propagan a través del espacio y el tiempo. Somos parte del eterno río de la vida.

Así que podemos ser mortales, pero eso no reduce nuestra vida a la insignificancia, como pensó Tolstoi alguna vez (4), porque somos parte de algo más grande que nosotros mismos, personajes de un relato que comenzó en la era temprana de la historia de la civilización y que durará lo que dure la humanidad.

Es en este contexto que debemos entender uno de los episodios más perturbadores de la Torá, el arrebato de enojo de Moshé ante el pedido de agua del pueblo, hecho por el cual tanto él como Aarón fueron condenados a permanecer en el desierto sin cruzar nunca hacia la Tierra Prometida.(5) He escrito acerca de este pasaje en muchas oportunidades en otros sitios y no quiero enfocarme en los detalles aquí. Simplemente quiero señalar por qué la historia de Moshé golpeando la roca aparece acá, en la parashá Jukat, cuyo tema dominante es la existencia como seres físicos en un mundo físico, con sus dos consecuencias potencialmente trágicas.

Primeramente, somos una mezcla inestable de razón y pasión, reflexión y emoción, por lo que a veces el dolor o el cansancio pueden conducir hasta a los más grandes a cometer errores, como el caso de Moshé y Aarón después de la muerte de su hermana. Segundo, somos seres físicos, y por lo tanto mortales. Por lo tanto, para todos nosotros, habrá ríos que no podremos cruzar, tierras prometidas a las cuales no entraremos, futuros que ayudamos a moldear pero que no viviremos para poder contemplarlos.

La Torá está delineando una idea verdaderamente excepcional. Pese a esas dos facetas de nuestra humanidad – que cometemos errores y morimos – la existencia humana no es trágica. Moshé y Aarón cometieron errores, pero eso no les impidió estar entre los más grandes líderes que hayan existido, y cuyo impacto es aún perceptible al día de hoy en las dimensiones sacerdotales y proféticas de la vida judía. Y el hecho de que Moshé no vio en vida el cruce del pueblo del río Jordán no disminuyó el legado eterno del hombre que transformó a un pueblo de esclavos en uno libre, llevándolo al límite mismo de la Tierra Prometida.

Me pregunto si alguna otra cultura, credo o civilización ha hecho mayor justicia a la condición humana que el judaísmo, con su insistencia en que somos seres humanos, no dioses, pero que sin embargo somos los socios de Dios en la tarea de la creación y el cumplimiento del pacto.

En casi todas las otras culturas el límite entre Dios y los seres humanos es difuso. En el mundo antiguo los gobernantes eran considerados como dioses, semidioses o principales intermediarios de los dioses. El cristianismo y el islam saben de seres humanos infalibles, el hijo de Dios y el profeta de Dios. Como contraste, los ateos modernos tienden a reproducir la frase de Nietzsche que, para justificar el derrocamiento de Dios, pregunta “No debemos nosotros mismos convertirnos en dioses simplemente para parecer dignos de ellos?” (6)

En 1967, cuando estaba comenzando mis estudios universitarios, escuché las conferencias Reith en la BBC pronunciadas ese año por Edmond Leach, profesor de antropología de Cambridge, cuya frase de apertura era: “Los hombres se han vuelto como dioses. No es hora de que comprendamos nuestra divinidad?” Recuerdo que cuando escuché esas palabras, sentí que algo estaba mal en la civilización Occidental. No somos dioses, y cosas malas ocurrieron cuando la gente pensó que lo eran.

Mientras tanto, paradójicamente, cuanto mayor el poder, menor era la apreciación de la persona humana. En su novela Zadig, Voltaire describe a los humanos como “insectos que se devoran unos a otros en un pequeño átomo de barro.” El fallecido Stephen Hawking manifestó que “la raza humana es solo una basura química en un planeta de medidas medianas que gira alrededor de una estrella de tamaño promedio en uno de los suburbios externos, una entre billones de galaxias.” El filósofo John Gray declaró que “la vida humana no tiene más significación que la de la una baba de moho.” (8) Yuval Harari llegó a la conclusión de que “mirando hacia atrás, la humanidad no resultará más que una pequeña onda que se propaga en del flujo de datos cósmicos.” (9)

Estas son las dos opciones que rechaza la Torá: estimaciones demasiado elevadas o demasiado bajas de la humanidad. Por un lado, ningún hombre es un dios. Nadie es infalible. No hay vida sin errores ni limitaciones. Es por eso que es tan importante observar, en la parashá que trata sobre la mortalidad, el pecado de Moshé. De la misma forma era importante señalar al comienzo de su misión, que él no tenía dones especialmente carismáticos. No era un orador natural que podía enfervorizar a las masas (Ex. 4: 10). De la misma forma, la Torá hace énfasis, al final de su vida, en que “Nadie conoce su lugar de entierro” (Deut. 34: 6) para que no pudiera transformarse en sitio de peregrinaje.  Moshé era un ser humano, demasiado humano, pero fue el profeta más grande que ha vivido (Deut.34: 10).

Por otro lado, la idea de que solo somos una partícula de polvo y nada más – insectos, basura, baba de moho, mera onda en el flujo de datos cósmicos – se debe inscribir entre las aseveraciones más tontas expresadas por mentes inteligentes. Ningún insecto se transformó en Voltaire. Ninguna basura química se transformó en químico. Ninguna onda de flujo de datos cósmicos escribió bestsellers internacionales. Ambos errores – creer que somos como dioses o insectos – son peligrosos. Tomados seriamente pueden justificar cualquier crimen contra la humanidad. Sin un delicado equilibrio entre la eternidad Divina y la mortalidad humana, el perdón Divino y el error humano, podemos generar mucha destrucción – y nuestra capacidad para hacerlo va creciendo año a año.

De ahí la idea transformadora de vida en Jukat: somos el polvo de la tierra pero dentro de nosotros está el hálito de Dios. Fallamos, pero aun así podemos lograr grandeza. Morimos, pero lo mejor de nosotros sigue viviendo.

El maestro jasídico R. Simja Bunim de Peshischke dijo que todos deberíamos tener dos bolsillos. En uno, una nota que diga: “No soy más que ceniza.” (10) En la otra, “El mundo fue creado para mi beneficio.” (11) La vida se vive en tensión entre nuestra pequeñez física y nuestra grandeza espiritual, entre lo efímero de la vida y la eternidad de la fe por la cual vivimos. La derrota, la desesperación y el sentimiento de tragedia son siempre prematuros. La vida es corta, pero cuando elevamos nuestros ojos al cielo, caminamos con altura.

 

SacksSignature

  1. Meguilá 13b: Midrash Sechel Tov. Shemot 3:1.
  2. O como diríamos hoy en día: de la misma fuente de vida, escrita en el mismo código genético que todo lo demás que vive
  3. Ver el ensayo sobre “Mujeres en el éxodo”, en la Hagadá del R.Sacks.
  4. Ver la parábola de Tolstoi del viajante escondido en un pozo en sus Confesiones; y su cuento corto “La muerte de Ivan Ilyich”. Ver también Ernest Becker, The Denial of Death, Free Press, 1973.
  5. 20: 1-13.
  6. Nietzsche, The Gay Science, aforismo 125
  7. Edmund Leach, A Runaway World? Oxford University Press, 1968
  8. Debo estas citas a Raymond Tallis “Tú, basura química, tú.” en sus Reflections of a Metaphysical Flaneur, Acumen, 2013
  9. Yuval Harari, Homo Deus, Harvill Secker, 2016, 395
  10. 18: 27.
  11. Mishná Sanhedrin 4: 5.

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