Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Israel: el corazón del judaísmo
El siguiente es un artículo del Rabino Jonathan Sacks publicado recientemente en el número inaugural de HaMizrahi editado por World Mizrahi.
Habiendo transcurrido setenta años del establecimiento del moderno Estado de Israel, este es un buen momento para recordar un misterio que está en el corazón del judaísmo.
Por qué Israel? Por qué la Biblia Hebrea en forma tan resuelta y determinante hace foco en este lugar, lo que Spinoza llamó ‘una mera franja de territorio’? El Dios de Abraham es el Dios de todo el mundo, un Dios sin límite en el espacio. Por qué entonces elige un lugar particular, y además tan pequeño y vulnerable?
La pregunta ‘por qué Israel’ es la forma geográfica de preguntar ‘por qué los judíos’. La respuesta está en la dualidad que define a la fe judía y que constituye una de las contribuciones más importantes a la civilización. El judaísmo personifica y ejemplifica la necesaria tensión entre lo universal y lo singular, entre cualquier lado en general y un lugar en particular.
Si sólo hubiera factores universales, el mundo consistiría en distintos imperios, cada uno de ellos manifestando poseer toda la verdad, mostrando cada uno esa verdad e intentando conquistar o convertir a todos los demás. Si hay una sola verdad, y es la tuya, entonces los demás no la poseen. Ellos viven equivocados. Esa ha sido la justificación de muchos de los crímenes cometidos en el curso de la Historia.
Por el otro lado, si hay solamente factores particulares – solo una multiplicidad de culturas y etnias sin ningún principio universal que los ligue – en ese caso el estado natural del mundo sería la proliferación ilimitada de tribus en guerra. Ese es el riesgo de hoy en día, en un mundo posmoderno, moralmente relativista, con conflictos étnicos, violencia y terror asolando en muchos lugares de la faz de la tierra.
El pacto abrahámico como lo entiende el judaísmo es el único camino dotado de los principios necesarios para evitar estos dos escenarios. Los judíos pertenecían a algún lugar, no a todos. Pero el Dios que adoran es el Dios de todos lados, no el de un solo lugar. Por eso, a los judíos no se les ordenó ser un imperio ni una tribu de aspiraciones universales ni de beligerancia tribal. Tendrían un territorio pequeño, pero significativo, porque era allí y sólo allí que debían vivir su destino.
Ese destino era el de crear una sociedad que honra la propuesta de que hemos sido todos creados a imagen y semejanza de Dios, y un lugar en el que la libertad de unos no conduzca a la esclavitud de otros. Sería lo opuesto a Egipto, donde el pan de la aflicción y las hierbas amargas de la esclavitud que se comen cada año en la festividad de Pesaj sirven para recordar lo que se debe evitar. Sería la única nación en el mundo en la que el soberano fuera Dios mismo, y cuya constitución – la Torá – Su palabra.
El judaísmo es el código de una sociedad que se autogobierna. Tendemos a olvidarnos de esto, ya que los judíos han vivido dispersos durante dos mil años, sin un poder soberano que los gobierne, y porque el Israel moderno es un estado secular. El judaísmo es una religión de redención más que de salvación; corresponde a espacios compartidos en nuestras vidas colectivas, no al drama interno de nuestra alma, aunque el judaísmo en los libros de los Salmos y el de Job también conoce ese drama.
El Dios judío es el Dios del amor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu alma y toda tu fuerza. Amarás al prójimo como a ti mismo. Amarás al extranjero. La Biblia hebrea es el libro inundado de amor – el amor de Dios a la humanidad y el amor del pueblo hacia Dios. Todas las emociones de ira y celos son parte de la historia de amor, muchas veces no correspondida.
Pero al ser el judaísmo también el código de la sociedad, tiene que ver asimismo con los aspectos sociales: rectitud (tzedek/tzedaká), justicia (mishpat), amor/bondad (jesed) y compasión (rajamim). Estos estructuran el formato de la ley bíblica que cubre todos los aspectos de la vida en sociedad: la economía, la seguridad social, la educación, la vida familiar, las relaciones empleado/empleador, el cuidado del medio ambiente, etc.
Los principios generales que impulsan esta elaborada estructura, tradicionalmente conocidos como los 613 preceptos, son claros. Nadie debe quedar en la indigencia. A ninguna persona se le debe impedir el acceso a los tribunales de justicia. Ninguna familia debe carecer de una parcela de tierra. Un día sobre siete, todos deben ser libres. Un año sobre siete, todas las deudas deben ser condonadas. Y un año cada cincuenta, la tierra vendida debe regresar a sus dueños originales. En el mundo de la antigüedad, es lo más cercano a una sociedad igualitaria que se ha llegado.
Nada de esto sería posible sin la tierra. Los sabios dijeron: ‘Cualquiera que viva fuera de Israel no tiene Dios.’ Najmánides en el siglo XIII dijo que el principal objetivo de todos los preceptos ‘es para los que viven en la tierra del Señor’. Estas son visiones místicas pero las podemos traducir en términos seculares. El judaísmo es la constitución de una nación que se gobierna a sí misma, con la arquitectura de una sociedad dedicada al servicio de Dios en libertad y dignidad. Sin tierra ni estado, el judaísmo sería solo una sombra de sí mismo. Dios puede estar en el corazón, pero no en la plaza principal, no en las cortes de justicia, en la moralidad, en la economía ni en la vida humana de todos los días.
Los judíos vivieron en casi todo los países del mundo. En 4000 años, sólo en Israel han podido ellos vivir como pueblo libre y con gobierno propio. Sólo en Israel han podido construir una agricultura, un sistema médico, una infraestructura económica, todos ellos en el espíritu de la Torá, con su preocupación por la libertad, la justicia y la santificación de la vida.
Sólo en Israel pueden los judíos hablar el hebreo bíblico como lenguaje diario común. Sólo ahí pueden vivir el tiempo judío con el calendario estructurado de acuerdo al ritmo del año judío. Sólo en Israel pueden los judíos caminar nuevamente por los senderos por los que transitaron los profetas, escalar las montañas por las que ascendió Abraham y hacia las cuales elevó su mirada David. Israel es el único lugar donde los judíos han podido vivir su judaísmo más que en la versión editada, continuando el relato que comenzaron sus antepasados.
El renacido Estado de Israel con sus apenas setenta años ha ciertamente excedido las esperanzas más optimistas de los pioneros iniciales del retorno a Sión, y a pesar del hecho de tener que enfrentar amenazas casi incesantes de guerra, terror, deslegitimación y difamación. Pese a todo esto, se erige como testimonio viviente del gran precepto de Moshé: “Elige la vida, para que tú y tus hijos puedan vivir.”
Que la luz del Estado de Israel, que cada año brilla con un poco más de intensidad, continúe siendo una bendición, no sólo para el pueblo judío sino también para el mundo.