Rabino Sacks Ajarei Mot – Kedoshim 5778 – El amor no es suficiente

Traductor: Carlos Betesh

Editor: Ben-Tzion Spitz

El amor no es suficiente

Ajarei Mot – Kedoshim 5778

Rabino Sacks Ajarei Mot Kedoshim 5778 [PDF]

El comienzo del capítulo de Kedoshim contiene dos de los preceptos más poderosos: amar al prójimo y amar al extranjero. “Ama al prójimo como a ti mismo, Yo soy tu Dios.” dice el primero. “Ama al extranjero que viene a vivir a tu tierra, no lo maltrates” y continúa: “Trata al extranjero como harías a un nativo. Ámalo como a ti mismo, pues tú fuiste extranjero en Egipto. Yo soy el Señor tu Dios.” (Lev. 19:33-34) (1)

El primero es llamado frecuentemente la “regla de oro” y supuestamente compartida por todas las culturas. Es un error. La regla de oro es distinta. En su enunciación positiva reza: “Actúa con los demás como quisieras que ellos actúen contigo,” o negativamente, expresado por Hilel, “Lo que es odioso para ti, no hagas a tus semejantes.” Estas reglas no tienen nada que ver con el amor. Tienen que ver con la justicia, o más precisamente con lo que los psicólogos evolucionistas llaman altruísmo recíproco. La Torá no dice “Sé amable con tu prójimo porque te gustaría que él sea amable contigo.”  Dice “ama a tu prójimo.” Es distinto y mucho más fuerte.

El segundo precepto es más radical aún. La mayoría de las personas, en la mayoría de las sociedades y en la mayoría de las épocas ha temido, odiado y frecuentemente maltratado al extranjero. Una palabra lo describe: la xenofobia. Cuántas veces has escuchado la palabra opuesta, la xenofilia? Sospecho que nunca. En general, la mayoría de las personas no ama a los extranjeros. Es el motivo por el cual casi siempre que la Torá cita este precepto – y lo hace, según los sabios, 36 veces – agrega esta explicación: “porque fuiste extranjero en Egipto.” No conozco ninguna otra nación que haya nacido en la esclavitud y en el exilio. Sabemos lo que significa ser una minoría vulnerable. Es por eso que el amor al extranjero es tan central al judaísmo y tan marginal para otros sistemas éticos.(2) Pero aquí tampoco emplea la Torá la palabra “justicia.” Existe un precepto de justicia referente a los extranjeros, pero es una ley distinta: “No harás ningún mal al extranjero ni lo oprimirás” (Ex. 22: 20). Aquí la Torá habla de justicia, no de amor.

Estos dos preceptos definen al judaísmo como una religión de amor – no sólo a Dios – (“con todo tu corazón, con todo tu alma y con toda tu fuerza”), sino también a la humanidad. Esa fue y es, una idea que cambia la vida.

Pero lo que llama profundamente a la reflexión es el lugar donde aparecen estos preceptos. Aparecen en Parashat Kedoshim, que para una lectura contemporánea, es uno de los pasajes más extraños de la Torá.

Levítico 19 nos trae leyes contiguas que parecen bastante diferentes. Algunos corresponden a la vida moral: no chismosear, no odiar, no tomar represalia, no guardar rencor. Otros se refieren a la justicia social: dejar una parte de la cosecha para los pobres; no pervertir la justicia; no retener sueldos; no usar pesas y medidas alteradas. Aún otros son de modalidad totalmente distinta: no incurrir en la reproducción de ganado mestizo; no sembrar un campo con mezcla de semillas; no usar vestimenta con mezcla de lino y lana; no comer el fruto de un árbol antes de tres cosechas anuales; no comer preparados con sangre; no practicar hechicería; no autoflagelarse.

En una primera instancia estas leyes no tienen nada que ver unas con otras: algunas se refieren a la conciencia, otras a política y economía, y otras a la pureza y tabúes. Sin embargo, la Torá nos está diciendo claramente otra cosa: todas tienen algo en común. Todas tratan sobre bordes, límites, orden.

Nos está diciendo que la realidad tiene cierta estructura subyacente cuya integridad debe ser honrada. Si odias o te desquitas de alguien, estás destruyendo relaciones. Si cometes una injusticia estás minando la confianza sobre la cual se basa la sociedad. Si no respetas la integridad de la naturaleza (diferentes semillas, especies, etc.), estás dando los primeros pasos por un camino que lleva al desastre del medio ambiente.

Hay un orden en el universo, en parte moral, en parte político y en parte ecológico. Cuando se viola ese orden eventualmente conducirá al caos. Cuando ese orden se cuida y se preserva, nos transformamos en co-creadores de la armonía y la diversidad integrada que la Torá llama “sagrada.”

Por qué entonces es que en este capítulo aparecen específicamente estos dos grandes preceptos – ama a tu prójimo y ama al extranjero? La respuesta es profunda y lejos de ser obvia. Porque este es el lugar del amor – en un universo ordenado.

Jordan Peterson, el psicólogo canadiense, se ha transformado recientemente en uno de los intelectuales más prominentes de nuestro tiempo. Su reciente libro Twelve Rules for Life (Doce reglas para la vida) ha sido un best seller masivo en Estados Unidos y Gran Bretaña. (3) Él ha tenido el coraje de ser contestatario, desafiando las falacias de moda en el Occidente contemporáneo. Especialmente impactante es la Regla 5: “No permitas a tus hijos hacer algo que te genere una aversión hacia ellos.”

La indicación es más sutil de lo que aparenta. Un número significativo de padres de hoy en día, dice, no logra socializar a su hijos. Los consienten. No les enseñan las reglas. Existen, argumenta, razones complejas para ello. Algunas tienen que ver con la falta de atención. Los padres están ocupados y no tienen tiempo para la demandante tarea de enseñarles lo que es la disciplina. Algo de esto tiene que ver con la influencia engañosa de Jean Jacques Rousseau de que los niños son esencialmente buenos, y que dejan de serlo debido a la sociedad y a sus reglas. Por lo que la mejor manera de criar a niños felices y creativos es dejar que ellos mismos elijan.

Sin embargo, dice que en parte se debe a que “los padres modernos simplemente están paralizados por el temor de no resultar más queridos por sus hijos si los retan por cualquier motivo.” Están temerosos de dañar la relación si les dicen que ‘No’. Temen perder el amor de sus hijos.

Como resultado, los dejan peligrosamente indefensos para un mundo que no se someterá a sus demandas de atención; un mundo que puede ser duro, exigente y a veces cruel. Sin reglas, capacitación social, autorrestricción y capacidad para diferir gratificación, los niños crecen sin un aprendizaje de la realidad. Su conclusión es determinante:

Las reglas claras producen niños seguros y padres calmos y racionales. Principios claros de disciplina y castigo producen un equilibrio entre la misericordia y la justicia de tal forma que el desarrollo social y la madurez psicológica pueden ser óptimamente promovidas. Las reglas claras y la disciplina apropiada ayudan al niño, a la familia y a la sociedad a establecer, mantener y expandir el orden. Esto es lo que nos protege del caos. (4)

De eso trata el comienzo del capítulo de Kedoshim: reglas claras que sostienen el orden social. Es ahí donde el verdadero amor – no el engañoso substituto sentimental – pertenece. Sin orden, el amor meramente se agrega al caos. El amor inapropiado puede llevar a la desatención de los padres, generando hijos caprichosos con una actitud de privilegio que los destinará a una vida adulta que no será feliz, exitosa ni lograda.

El libro de Peterson, subtitulado “Un antídoto contra el caos”, no trata solamente de los niños. Trata del embrollo que se produjo en Occidente cuando los Beatles cantaron en 1967 “All you need is love” (Todo lo que necesitas es amor). Como psicólogo clínico Peterson comprobó el costo emocional producido en una sociedad sin un código moral compartido. La gente, escribió, necesita principios ordenadores, sin los cuales hay caos. Necesitamos “reglas, valores, patrones – solos y juntos. Necesitamos rutina y tradición. Eso es el orden.” Mucho orden puede ser nocivo, pero poco orden puede ser peor. La mejor vida se vive, dice, en la línea divisoria entre ambas. Es ahí, dice, “donde encontramos el sentido que justifica la vida y su inevitable sufrimiento.” Quizás si viviéramos adecuadamente, agrega, “podríamos soportar el conocer nuestra propia fragilidad y mortalidad, sin el sentimiento de victimización agraviado que produce primeramente resentimiento, después envidia, y finalmente un deseo de venganza y destrucción. (5)

Esta es la explicación más aguda que he escuchado acerca de la particular estructura de Levítico 19. Su combinación de leyes morales, políticas, económicas y de medio ambiente, es una afirmación suprema del orden universal Divinamente creado, del cual somos custodios. Pero el capítulo no sólo se refiere al orden. Trata de la humanización de ese orden por medio del amor – el amor al prójimo y al extranjero. Y cuando la Torá dice que no debes odiar, que no debes vengarte ni sentir resentimiento, es una asombrosa antelación a los conceptos de Peterson sobre el resentimiento, la envidia, y el deseo de de venganza y destrucción.

De ahí la idea que cambia la vida y que hemos largamente olvidado: El amor no alcanza. Las relaciones requieren reglas.

Shabat Shalom.

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  1. Debe observarse que algunos leen estos dos versos como referidos específicamente a un ger tzedek, un converso al judaísmo. Sin embargo, esto desviaría el concepto del precepto, que es: no permitir qué diferencias étnicas (o sea, entre una persona judía de nacimiento y un converso) influyan sobre tus emociones. El judaísmo debe ser ciego a diferencias de color y de raza
  2. Si hubiera existido en Europa, no habría habido mil años de persecución contra los judíos, seguido por el nacimiento del antisemitismo racial y luego del Holocausto.
  3. Jordan Peterson, 12 Rules for Life: an antidote to chaos. Allen Lane, 2018.
  4. 113-44.
  5. xxxiv.

 

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