Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Prensada para la luz
Tetzavé 5778
Rabino Sacks Tetzave 5778 [PDF]
Hay vidas que son lecciones. Una de ellas fue la del difunto Henry Knobil. Nació en Viena en 1932. Su padre se había radicado allí en la década del 20 huyendo del creciente antisemitismo de Polonia, pero igual que Yaakov cuando huyó de Esav hacia Labán, vio que estaba escapando de un peligro sólo para caer en otro.
Después del Anschluss, la anexión de Austria a Alemania, y la Kristallnacht, quedó claro que para que la familia pudiera sobrevivir, debía partir. Así arribaron a Gran Bretaña en 1939, pocas semanas antes de que se hubiera sellado su suerte si hubieran permanecido en Austria. Henry creció en Nottingham, en Midlands. Allí estudió tecnología textil, y después del servicio militar trabajó en una de las grandes compañías del ramo, y eventualmente creó su propia empresa que resultó altamente exitosa.
Era un judío apasionado, creyente, que amaba todo lo concerniente al judaísmo. Junto a su esposa Renata constituyó una pareja modelo, activa en la vida comunitaria, que invitaba a huéspedes a su casa para las cenas de Shabat y para las festividades. Yo llegué a conocer a Henry porque él creía en la devolución de una parte de su éxito a la comunidad, no sólo de dinero sino también de tiempo, energía y liderazgo. Fue el ejecutivo principal de muchas organizaciones judías, como la UJA, Amigos de la Universidad de Bar Ilán, el Concejo Judío de Matrimonio, la Cámara de Comercio Británico-Israelí y la sinagoga de Western Marble Arch.
Le encantaba aprender y enseñar Torá. Era un fino disertante con un caudal interminable de chistes que administraba hábilmente para generar la “riso-terapia” destinada a pacientes de cáncer, a sobrevivientes del Holocausto, y a los residentes de los Hogares de ancianos judíos. Bendecido con tres hijos y muchos nietos, se había jubilado y ansiaba tener una última etapa de su larga y serena vida junto a su esposa Renata.
Pero ocurrió que hace siete años al volver una mañana del servicio religioso, se encontró con que Renata había sufrido un accidente cerebrovascular masivo. Durante un tiempo la vida de ella pendió de un hilo. Sobrevivió, pero la realidad de ambos cambió. Dejaron su magnífico departamento en el centro de la ciudad por uno que tuviera una rampa de acceso para silla de ruedas. Henry se transformó en su cuidador permanente y soporte de vida. Estuvo con ella día y noche, atento a toda necesidad.
Esa transformación fue sorprendente. Antes había sido un enérgico hombre de negocios y dirigente comunitario. Ahora era un enfermero que irradiaba gentileza y cuidado. Su amor por Renata y la de ella por él los inundó de humildad y emoción. Y aunque hubiera podido, como Job, golpear las puertas del Cielo para tratar de averiguar por qué les había sucedido todo esto, hizo lo contrario. Agradeció diariamente a Dios por todas las bendiciones que habían recibido y gozado. Nunca se quejó, nunca dudó y su fe nunca resultó alterada.
Después de eso, hace un año, le diagnosticaron un mal inoperable. Tenía poco tiempo de vida, y él lo sabía. Lo que hizo entonces fue un supremo acto de voluntad. Deseaba una sola cosa: recibir la gracia de permanecer vivo mientras viviera Renata, para no dejarla nunca sola. Hace tres meses, mientras yo escribía estas palabras, falleció Renata. Poco tiempo después Henry la acompañó. “Amados y gentiles en vida, y en la muerte no separados”(1) Raras veces he visto tanto amor frente a la adversidad.
En ediciones anteriores de C & C escribí sobre el poder del arte de transformar el dolor en belleza. Henry nos transmitió el poder de la fe en transformar el dolor en jésed, bondad amorosa. La fe estuvo en el corazón de su creencia. Creyó que Dios lo había salvado de Hitler por una razón. Le otorgó el éxito en los negocios, también por un motivo. Yo nunca le escuché atribuir sus éxitos a sí mismo. Agradecía a Dios por cualquier cosa que le salía bien. Y si ocurrió algo en lo que no le fue tan bien, se preguntaba, qué quiere Dios que yo aprenda de esto? Ahora que esto ha ocurrido, qué quiere El que yo haga? Esa premisa lo acompañó a través de los años buenos con humildad. Ahora lo hizo en los años dolorosos con coraje.
Nuestra parashá comienza con las siguientes palabras: “Ordena a los israelitas que te traigan aceite de oliva límpido, prensado para la luz, para que la lámpara esté siempre encendida” (Ex. 27: 20). Los sabios hicieron la comparación entre la oliva y el pueblo judío. “Rab Joshua ben Leví preguntó: por qué se compara a Israel con la oliva? Así como al principio es amarga y luego dulce, así Israel sufre en el presente pero está almacenada en él una gran bondad para los tiempos venideros. Y así como la oliva solo produce aceite cuando es prensada – como está escrito, ‘aceite de oliva límpido, prensada para la luz’ – así Israel cumple todo su potencial de la Torá cuando es presionado por el sufrimiento.” (2)
El aceite, naturalmente, estaba destinado a la menorá, cuya luz perpetua – primero en el Santuario, luego en el Templo, y ahora que ya no tenemos más el Templo, la luz mística que brilla desde cada lugar sagrado, vida y hecho – simboliza la luz Divina que inunda al universo para los que lo ven desde la mirada de la fe. Para producir esa luz, algo debe ser presionado. Y ahí está la lección qué cambia la vida.
Sufrir es malo. El judaísmo no intenta ocultarlo. El Talmud relata varios casos de estudiosos que se enfermaron. Cuando se les preguntaba “Vuestros sufrimientos les resultaron de valor?” contestaron, “Ni ellos ni su recompensa.”(3) Cuando nos ocurre algo parecido a nosotros o a algún allegado, nos puede llevar a la desesperación. Por otra parte podemos reaccionar estoicamente, podemos practicar la guevurá, la fortaleza frente a la adversidad. Pero hay una tercera posibilidad. También podemos responder como lo hizo Henry, con compasión, bondad y amor. Podemos ser como la oliva que cuando es prensada produce el aceite puro que alimenta la luz de lo sagrado.
Cuando cosas malas le ocurren a gente buena, nuestra fe es cuestionada. Es una respuesta natural, no herética. Abraham preguntó a Dios: “Será que el Juez de toda la tierra no impartirá justicia?” Moshé también Le preguntó: “Por qué has causado daño a este pueblo?” Pero, en realidad, la pregunta equivocada es: “Por qué ha ocurrido esto?” Nunca lo sabremos. No somos Dios ni lo queremos ser. La pregunta correcta es: “Ya que ha ocurrido esto, qué debo hacer?” Ante esto, la respuesta no es pensamiento sino acción. Es para cicatrizar lo posible de sanar, médicamente en el caso del cuerpo, psicológicamente en el caso de la mente, espiritualmente en el caso del alma. Nuestra tarea es la de traer luz a los lugares oscuros de nuestra vida y a la de los demás.
Eso es lo que hizo Henry. Renata continuó sufriendo. También él. Pero el espíritu de ambos prevaleció por sobre sus cuerpos. Presionados, irradiaron luz. Que nadie imagine que esto es fácil. Requiere un acto supremo de fe. Pero es aquí donde sentimos precisamente el poder de la fe para cambiar vidas. Así como el arte supremo puede transformar el dolor en belleza, de la misma forma la fe puede transformar el dolor en amor y en luz sagrada.
- 2 Samuel 1:23
- Midrash Pitron Torá a Num. 13: 2.
- Berajot 5b.