Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Por qué valoramos lo que hacemos
Terumá 5778
Rabino Sacks Teruma 5778 [PDF]
El economista conductista Dan Ariely llevó a cabo una serie de experimentos con respecto a lo que se conoce como el “efecto IKEA”, o “por qué sobrevaloramos lo que hacemos”. El nombre del efecto se refiere obviamente a la empresa que vende muebles para armar. Para personas con deficiencias para lo práctico como yo, armar un mueble suele ser como un rompecabezas gigante donde varias piezas faltan y otras están en el lugar equivocado. Pero al final, aunque la resolución del desafío es muy amateur, tendemos a tener cierto orgullo en haberlo logrado. Podemos decir “esto lo hice yo”, aunque en realidad otra persona lo diseñó, fabricó las piezas y redactó las instrucciones. Hay algo con respecto a lo que hemos invertido en nuestra labor, un sentimiento expresado en el Salmo 128: “Cuando comes el fruto de la labor de tus manos, serás feliz, y te irá bien.” (1)
Ariely quería comprobar la realidad y la extensión de este valor agregado. Consiguió reunir una serie de voluntarios para hacer modelos elaborados de origami doblando papel. Después les preguntó cuánto estaban dispuestos a pagar para conservar el modelo que hicieron. El promedio fue de 25 centavos. Después le preguntó a otro grupo cuánto pagarían por ellos. El promedio fue de 5 centavos. En otras palabras, las personas involucradas estaban dispuestas a pagar cinco veces más por algo que habían hecho ellos mismos. Su conclusión fue: el esfuerzo que ponemos en hacer algo no solo cambia el objeto. Nos cambia a nosotros en la manera en que evaluamos ese objeto. Y cuanto mayor la labor, más grande es el amor por lo que hemos hecho.(2)
Esto es parte de lo que ocurre en la larga secuencia de la construcción del Santuario con la que comienza nuestra parashá, y continúa, con pocas interrupciones, hasta el final del libro. No hay comparación alguna entre el Mishkan – el santo y el Santo de los Santos – con algo tan secular como un mueble para armar. Pero a nivel humano, hay algún paralelismo psicológico.
El Mishkan fue lo primero que hicieron los israelitas en el desierto, y marca un punto de inflexión en la narrativa de Éxodo. Hasta ahora todo el trabajo lo había hecho Dios. Castigó a Egipto con las plagas. Llevó al pueblo a la libertad. Dividió el mar y los condujo a tierra firme. Les dio alimento desde el cielo y agua desde la roca. Y con todo eso, salvo por la Canción del Mar, el pueblo no lo reconoció. Resultaron desagradecidos y quejosos.
Ahora Dios dio las instrucciones a Moshé para que hagan el camino inverso. En vez de hacer Él todo por ellos, ordenó que hicieran algo para Él. Acá el tema no se trataba de Dios. Él no necesitaba un Santuario, un hogar en la Tierra, ya que el hogar de Dios está en todos lados. Como dijo Isaías en Su nombre: “El Cielo es mi trono y la Tierra mi taburete. Qué casa, entonces, pueden construir para Mí?” (Is. 66: 1) Se trataba entonces de los seres humanos, de su dignidad y su autoestima.
Con un extraordinario acto de tzimtzum, de autolimitación, Dios les dio a los israelitas la oportunidad de hacer algo c0n sus propias manos, algo que pudieran valorar porque ellos lo habían hecho colectivamente. Todos estaban dispuestos a colaborar con lo que tuvieran: “oro, plata o bronce, hilados de color azul, violeta o rojo, lino fino, pelo de cabra, pieles de carnero teñidas de escarlata, cueros finos, madera de acacia, aceite para las lámparas, aceite balsámico para untar y para el fragante incienso,” joyas para el pectoral, y así sucesivamente. Cada uno aportó su labor y su habilidad. Todos tuvieron la oportunidad de formar parte: tanto las mujeres como los hombres y el pueblo en su totalidad, no solo una élite.
Por primera vez Dios les estaba pidiendo no solo que sigan a la columna de nube y fuego a través de desierto, o que obedezcan Sus leyes, sino que fueran constructores, creadores. Y como significaba una inversión de tiempo, trabajo y energía, pusieron algo de ellos mismos, colectivamente, en él. Repitiendo la postura de Ariely: valoramos lo que creamos. El esfuerzo que ponemos en algo no solo cambia el objeto. También nos cambia a nosotros.
Según Rab Yohanan, “en los lugares en que la Torá muestra poderosamente la grandeza de Dios, ahí hallarás Su humildad.” (3) Dios le estaba dando a los israelitas la dignidad de poder decir “Yo contribuí a construir una casa para Dios.” El Creador del universo le estaba dando a Su pueblo la oportunidad de ser también creador – no solo de algo físico y secular, sino algo profundamente espiritual y sagrado.
De ahí la inusual palabra hebrea para contribución, Terumá, que significa no solo algo que damos sino algo que elevamos. Los constructores del Santuario elevaron su obsequio a Dios, y en el proceso de la elevación, descubrieron que ellos mismos furon elevados. Dios les estaba dando la oportunidad de convertirlos en “Sus socios en la creación,”(4) la más alta caracterización otorgada a la condición humana.
Está es la idea que cambia la vida. El mayor regalo que podemos darle a la gente es brindarle la oportunidad de crear. Este es el obsequio que transforma al receptor en dador. Le da dignidad. Le muestra que le confiamos en él, que le tenemos fe, y que lo creemos capaz de realizar grandes cosas.
Ya no tenemos el Santuario en el espacio, pero sí tenemos el Shabat, el “santuario en el tiempo.” (5) Recientemente una figura importante de la Iglesia de Inglaterra pasó el Shabat con nosotros en la sinagoga de Marble Arch (Londres). Permaneció con nosotros las 25 horas, desde Kabalat Shabat hasta la Havdalá. Rezó con nosotros, aprendió con nosotros, comió con nosotros y cantó con nosotros (6) “Por qué haces esto?” le pregunté. Me contestó “Porque uno de los más grandes regalos que ustedes los judíos nos han hecho a nosotros los cristianos, fue el Shabat. Nosotros lo estamos perdiendo. Ustedes lo están guardando. Quiero aprender cómo hacen.”
La respuesta es simple. Ciertamente fue Dios el que en los albores del tiempo consagró el séptimo día. (7) Pero fueron los sabios los que “haciendo un cerco alrededor de la ley” agregaron muchas leyes, costumbres y reglamentos para proteger y preservar su espíritu. (8) Casi cada una de las generaciones contribuyó con algo a la herencia del Shabat, ya sea una nueva canción o una nueva melodía para antiguos textos. No es por error que decimos “hacer Shabat.” El pueblo judío no creó la santidad de ese día pero sí creó su hadrat kodesh, su sagrada belleza. El concepto de Ariely se aplica aquí también: cuanto mayor el esfuerzo que ponemos en algo, mayor es el amor que profesamos por lo hecho.
Aquí tenemos la lección que cambia la vida: si quieres que las personas valoren algo, haz que participen en crearlo. Les da primero el desafío y luego la responsabilidad. El esfuerzo que ponemos en hacer algo no solo cambia el objeto: nos cambia a nosotros. Cuanto mayor la labor, mayor es el amor por lo realizado.
- Para leer acerca del placer que da el trabajo físico en general, y especialmente el manual, ver Matthew Crawford, The case for working with your hands, Viking 2010. En EEUU: Shop class as Soul Craft. Entre los pioneros sionistas había un fuerte sentimiento, bien expresado por A.D.Gordon, que trabajar la tierra era en sí una experiencia espiritual. Gordon fue influenciado en esto no solo por el Tanaj sino también por los escritos de León Tolstoy.
- Dan Ariely, The upside Irrationality, Harper 2011, 83-106. Su conferencia TED sobre este tema puede verse en http//ted.com/talks/dan ariely what makes us feel good about our work.
- Meguillá 31a.
- Shabat 10a, 119b.
- Abraham Joshua Heschel, The Sabbath: Its meaning for Modern Man, Farrer, Strauss and Giroux, 2005.
- Naturalmente, no guardó todos los preceptos de Shabat: tanto judíos como cristianos acuerdan que son imperativos sólo para los judíos.
- A diferencia de las festividades cuya fecha depende del calendario, estaba determinado por el Sanhedrin. Esa diferencia se refleja en la liturgia. Halájicamente es el concepto de Shevut, qué Rambam vio como esencialmente de origen bíblico.