Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Un pueblo que vive solo
Balak – 2017 / 5777
Rabino Sacks Balak 5777 [PDF]
Uno de los comentarios más profundos e influyentes que se haya dicho sobre el destino del judaísmo fue expresado por el profeta pagano Bilaam en la parashá de esta semana:
Los contemplo desde las cimas de las montañas,
Los observo desde las alturas,
vean, es un pueblo que vive solo,
no considerado entre las naciones. (Num. 23:9)
Para muchos – judíos y no judíos, tanto admiradores como críticos – esta frase parece sintetizar la situación judía: un pueblo que queda fuera de la historia y de las leyes normales que gobiernan el destino de las naciones. Para los judíos era motivo de orgullo. Para los no judíos fue con frecuencia una fuente de resentimiento y odio. Durante siglos los judíos en la Europa cristiana fueron tratados, parafraseando a Max Weber, como un “pueblo paria.” Todos coincidían en que los judíos eran diferentes. La pregunta es cómo y por qué. La respuesta bíblica es sorprendente y profunda.
No es que fueron sólo los judíos los que conocieron a Dios. Ese no es ciertamente el caso. Bilaam – el mismo profeta que emitió esas palabras – no era israelita. Tampoco lo eran Abimelej ni Laban, ante quienes aparece Dios en el libro de Génesis. Malkizedek, contemporáneo de Abraham, rey de Shalem (la ciudad que luego se convirtió en Jerusalem) fue descrito como sacerdote del más alto Dios. Jetro, el suegro de Moshé, era un importante sacerdote midianita, y sin embargo la parashá donde está relatado el momento supremo de la historia judía – la revelación del Monte Sinaí – lleva su nombre. Hasta el Faraón que gobernaba a Egipto en los tiempos de Yosef, dijo de este último: “Podremos encontrar algún hombre como él, en el que esté el espíritu de Dios?”
Dios no sólo se presenta ante los judíos, los miembros del pueblo del pacto. En la consagración del Templo, el rey Salomón efectuó el siguiente pedido:
En cuanto al extranjero que no pertenece a Tu pueblo Israel pero que ha venido de lugares distantes debido a Tu Nombre – pues los hombres oirán acerca de Tu gran nombre y Tu mano fuerte y Tu brazo extendido – cuando viene y reza hacia este templo, y luego escucha desde el cielo, el lugar de Tu morada, y que Tú harás lo que el extranjero pida de Ti, para que todos los pueblos de la tierra puedan conocer Tu nombre y temerte, como lo hace Tu pueblo Israel, y que puedan saber que esta casa que he construído lleva Tu Nombre.
Los sabios continuaron esta gran tradición cuando dijeron que “los justos de las naciones del mundo tendrán su parte en el mundo venidero.” Yad Vashem, el museo del Holocausto en Jerusalem, tiene más de veinte mil nombres de benefactores no judíos que salvaron vidas durante los años del Holocausto.
Tampoco significa que el pacto de Dios con los hijos de Israel hace que éstos sean más justos que otros. Malají, el último de los profetas, lo expresó con impactantes palabras: Desde donde sale el sol hasta donde se pone, Mi nombre es honrado entre las naciones, y en todos lados presentan incienso y ofrendas a Mi Nombre, pues Mi Nombre es honrado entre las naciones, dice el Señor de las Huestes. Pero tu lo profanas…(Malají 1:11-12)
Las principales escuelas del pensamiento judío tampoco visualizaron la elección como si fuera un privilegio. Era, y es, una responsabilidad. La clave está en la famosa profecía de Amós:
Solo a ti te he elegido
de todas las familias de la tierra –
Es por eso que te reclamaré
Por todas tus iniquidades (Amos 3: 2)
Dónde, entonces reside la singularidad judía? La clave está en la expresión precisa de la bendición de Bilaam: “Vean, es un pueblo que vive solo.” Porque fue como pueblo que Dios eligió a los descendientes de Abraham: como el pueblo con el que hizo el pacto en el Monte Sinaí; como el pueblo que Él rescató de Egipto, le dio las leyes y entró en su historia. “Tú serás para Mí” dijo en el Sinaí “un reino de sacerdotes y una nación santa.” El judaísmo es la única religión que coloca a Dios en el centro de la autodefinición como nación. Los judíos son la única nación cuya identidad misma se define en términos religiosos.
Muchas otras naciones del mundo antiguo tenían sus dioses nacionales. Había otras religiones – el judaísmo tiene dos fes hijas: el cristianismo y el Islam – que creían en un Dios universal y en una religión universal. Sólo el judaísmo creía, y aún cree, en un Dios universal accesible a todos, pero que se manifiesta mediante una peculiar forma de vida y un destino de un pueblo particular y singular:
Ustedes son Mis testigos, declara el Señor, y mi servidor a quien he elegido…
Ustedes son Mis testigos, declara el Señor, que Yo soy Dios. (Isaías 43: 10-12)
Israel, con su historia y sus leyes, serían los testigos de Dios. Testigos de algo más grande que ellos mismos. La historiadora Barbara Tuchman escribió:
La historia de los judíos es…intensamente peculiar por el hecho de haber dado al mundo occidental el concepto de orígenes y de monoteísmo, sus tradiciones éticas y el fundador de la religión prevalente, aún sufriendo la dispersión, sin estado propio, bajo incesante persecusión, y por último en nuestros tiempos, un casi exitoso genocidio, y continuó con la dramática concreción del nunca abandonado sueño del retorno a la tierra natal. Viendo esta extraña y singular historia uno no puede evitar tener la impresión de que debe contener una significación especial para la historia de la humanidad, y que de alguna forma, ya sea que uno crea o no en el propósito divino o en circunstancias inescrutables, los judíos han sido elegidos para llevar a cabo la expresión del destino de la humanidad.
Por qué motivo, si Dios es el Dios del universo, accesible a todo ser humano, debía elegir a una nación como testigo de Su presencia en el ámbito de los seres humanos? Esta es una pregunta muy profunda. Y no tiene una respuesta simple. Pero al menos parte de la respuesta, creo, es ésta: Dios es un Otro absoluto. Por lo tanto eligió un pueblo que sea el “otro” de la humanidad. Eso es lo que eran los judíos – diferentes, distintivos, extranjeros, un pueblo que nadaba contra la corriente y que desafiaba a los ídolos de la era. El judaísmo es la voz contraria en la conversación de la humanidad.
Durante dos mil años de dispersión, el judío fue el único pueblo que como grupo, se negó a asimilarse a la cultura dominante o convertirse a la fe dominante. Como consecuencia, sufrieron, – pero lo que aprendieron no fue solo para ellos. Demostraron que una nación no necesita ser poderosa ni grande para ganar el favor de Dios. Mostraron que una nación puede perder muchas cosas – tierra, poder, derechos, hogar – y a pesar de ello no perder la esperanza. Mostraron que Dios no necesariamente está del lado de los grandes imperios o de los ejércitos más numerosos. Mostraron que una nación puede ser odiada, perseguida, envilecida y sin embargo amada por Dios. Mostraron que para cada ley histórica hay una excepción y lo que cree la mayoría en un momento dado puede no ser necesariamente cierto. El judaísmo es el signo de pregunta de Dios frente a la sabiduría convencional de la época.
No es destino fácil ni cómodo ser “el pueblo que vive solo”, pero es un destino desafiante e inspirador.