Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Por qué mueren las civilizaciones
Tzav – 2017 / 5777
Rabino Sacks Tzav 5777 [PDF]
En su reciente obra “The watchman’s rattle” (El traqueteo del sereno) subtitulado “Thinking our way out of extinction” (Pensando nuestro camino de salida de la extinción), Rebeca Costa nos entrega un relato fascinante de cómo mueren las civilizaciones. Sus problemas se vuelven demasiado complejos. Las sociedades llegan a lo que ella llama el umbral cognitivo. Simplemente no pueden trazar un camino del presente al futuro.
El ejemplo que da es el de los mayas. Durante un período de tres mil quinientos años, entre 2600 a.e.c. y 900 e.c. desarrollaron una civilización extraordinaria, abarcando los territorios actuales de Méjico, Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice con una población estimada en quince millones de personas.
No sólo dominaban la alfarería, el tejido, la arquitectura y agricultura. También desarrollaron un calendario con un sistema cilíndrico complejo incluyendo mapas celestiales para registrar los movimientos de las estrellas y predecir pautas meteorológicas. Tenían su propia forma de escritura así como un sistema matemático avanzado. Más descollante aún fue el desarrollo de una infraestructura de provisión de agua, completa, con una compleja red de reservorios, canales, diques y levas.
Súbitamente, por razones que aún no hemos podido comprender, el sistema entero colapsó. En algún momento, entre mediados de los siglos octavo y noveno, la mayoría de los mayas simplemente desapareció. Se plantearon muchas teorías acerca de qué fue lo que pasó. Podría ser una prolongada sequía, superpoblación, guerras internas, una epidemia devastadora, escasez de alimentos, o una combinación de estos factores. De una forma u otra, después de haber sobrevivido durante 35 siglos, la civilización maya sucumbió y se extinguió.
El argumento de Rebeca Costa es que cualquiera que fuera la causa, el colapso maya, como la caída del Imperio Romano o el imperio Khmer de Camboya en el siglo XIII, ocurrió porque los problemas resultaron demasiado numerosos y complicados para que el pueblo de ese tiempo y en ese lugar estuviera en condiciones de resolver. Hubo un exceso cognoscitivo y se cayeron los sistemas.
Puede pasarle a cualquier civilización. Podría, opina, ocurrir con la nuestra. La primera señal de colapso es el atascamiento. En lugar de enfrentar lo que todos ven como problemas significativos, la gente continúa como siempre y simplemente los traslada a la generación futura. La segunda señal es la retirada a la irracionalidad. Como la gente ya no puede lidiar con los hechos, se refugia en consuelos religiosos. Los mayas optaron por los sacrificios.
Los arqueólogos encontraron evidencias macabras de sacrificios humanos en vasta escala. Parecería que, ante la imposibilidad de resolver sus problemas racionalmente, se dedicaron a aplacar a los dioses mediante ofrendas sacrificiales. Y aparentemente también los Khmer hicieron lo propio.
Lo cual hace que el caso de los judíos y el judaísmo sea especialmente fascinante. Enfrentaron dos siglos de crisis bajo el Imperio Romano entre la conquista de Pompeya en el año 63 a.e.c. y el colapso de la rebelión de Bar Kojba en 135 de la e.c. Estaban angustiosamente fragmentados. Mucho antes de la Gran Rebelión contra Roma y la destrucción del Segundo Templo, los judíos esperaban algún gran cataclismo.
Lo llamativo es que no se enfocaron obsesivamente en los sacrificios, como los mayas y los Khmer. En vez, se dedicaron a buscar sustitutos para los mismos. Uno de ellos era guemilát jasadim, actos de bondad. Rabban Yojanan ben Zakkai tranquilizó al Rab. Joshua, que se preguntaba cómo podía Israel expiar sus pecados sin sacrificios, mediante estas palabras: “Hijo mío, tenemos otra expiación tan efectiva como esa: actos de bondad, como está escrito (Oseas 6: 6), ‘Yo deseo bondad y no sacrificio’” (Avot de Rabí Natan 8).
El otro sustituto era el estudio de la Torá. Los sabios interpretaron las palabras de Malají, (1: 11) “En todo lugar se presentan ofrendas en Mi nombre” refiriéndose a los sabios que estudian las leyes sacrificiales (Menajot 100a) “El que recita el orden de los sacrificios es como si los hubiera traído” (Taanit 7b).
Otro más era la plegaria. Oseas dijo: “Toma palabras contigo y vuelve hacia el Señor…ofreceremos nuestros labios como sacrificio de toros” (Os. 14: 2-3), implicando que las palabras podrían ocupar el lugar de los sacrificios. “Aquél que reza en la casa de plegaria es como si trajera una ofrenda pura.” (Talmud Yerushalmi, Berajot Perek 5, Halajá 1)
Otra forma sustituta era la teshuvá. El Salmo (51: 19) dice: “los sacrificios de Dios son los de un espíritu arrepentido.” De esta frase los sabios infirieron que “si una persona se arrepiente, cuenta como si hubiera ido a Jerusalem y construido el Templo y el altar y como si hubiera ofrendado todos los sacrificios ordenados por la Torá” (Vaikrá Rabbá 7: 2).
El quinto, es el ayuno. Como la carencia de alimentos disminuye la grasa y la sangre de la persona, cuenta como sustituto de la grasa y la sangre sacrificial (Berajot 17a). La sexta, es la hospitalidad. “Mientras se erguía el Templo, el altar hacía de expiación para Israel, pero ahora la mesa de la persona expía por él” (Berajot 55a). Y así sucesivamente.
Lo que retrospectivamente resulta impactante es cómo, en lugar de aferrarse obsesivamente al pasado, los sabios como Rabban Yojanan ben Zakai proyectaron hacia el futuro considerando la situación más desfavorable. La gran pregunta planteada en Tzav, que trata de los distintos tipos de sacrificio, no es “Por qué motivo se instauraron los sacrificios?” sino, siendo tan importantes para la vida judía en los tiempos del Templo, como hizo el judaísmo para sobrevivir sin ellos?
La respuesta inmediata es que en su gran mayoría los profetas, sabios y pensadores judíos de la Edad Media concluyeron que los sacrificios eran representaciones simbólicas de los procesos de la mente, del corazón y de la voluntad, y que podían representarse también de otras formas. Se puede encontrar la voluntad de Dios en el estudio de la Torá, comprometerse en el servicio a Dios mediante la plegaria, hacer un sacrificio financiero mediante la caridad, crear una hermandad sagrada mediante la hospitalidad, y así sucesivamente.
Los judíos no abandonaron el pasado. Todavía nos referimos constantemente a los sacrificios en nuestras plegarias. Pero tampoco se aferraron al pasado, ni se refugiaron en la irracionalidad. Proyectaron hacia el futuro y crearon instituciones como la sinagoga, la casa de estudio y la escuela, que pueden ser construidas en cualquier sitio y sostener la identidad judía aún en las condiciones más adversas. Y esto no es un logro menor. Con el tiempo, las más grandes civilizaciones se han extinguido, mientras que el judaísmo siempre ha sobrevivido. En un sentido, seguramente se debió a la Divina Providencia. Pero en otro se debió a la visión de sabios como el Rabban Yojanan ben Zakai que se resistió al colapso cognitivo, creó soluciones hoy para los problemas del mañana, y no buscó refugio en lo irracional sino que silenciosamente construyó el futuro judío.
Con certeza hay aquí una lección para el pueblo judío actual: planear para las generaciones que vendrán. Pensar con no menos de 25 años de anticipación. Contemplar las situaciones más adversas. Preguntar qué haríamos si…Lo que salvó al pueblo judío fue su capacidad, a pesar de su permanente y profunda fe, de no abandonar nunca su pensamiento racional, y a pesar de su lealtad al pasado, seguir planeando para el futuro.