Traductor: Ana Barrera
Editor: Marcello Farias
Contando la Historia
Bo – 2015 / 5775
Rabino Sacks Bo 5775 [PDF]
Ve a Washington y has un tour de los memoriales y harás un descubrimiento fascinante. Empieza en el Memorial de Lincoln con la estatua gigante del hombre que desafió la Guerra Civil y presidió sobre el fin de la esclavitud. Sobre un lado verás el discurso de Gettysburg, la obra maestra de la brevedad con su invocación sobre “un nuevo nacimiento de libertad”. En el otro lado está el gran discurso de la Segunda Inauguración con su mensaje sanador: “Con malicia hacia nadie, con caridad para todos, con firmeza en lo correcto como Dios nos da ver lo correcto…”
Camina hacia abajo a la cuenca del Potomac y verás el Memorial de Martin Luther King con dieciséis citas del gran luchador por los derechos civiles, entre ellos esta declaración de 1963, “La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad, solo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar el odio, solo el amor puede hacerlo”. Y dando este nombre al monumento como un todo, esta oración del discurso Yo tengo un sueño, “Fuera de la Montaña de la Desesperación, una Piedra de Esperanza”.
Continua sobre la avenida de tres carriles bordeando el agua y llegarás al Memorial de Roosevelt, construido como una serie de seis espacios, uno para cada década de su carrera pública, cada uno con un pasaje de uno de los discursos definitorios de la época, más famosa, “Nosotros no tenemos nada que temer más que al temor mismo.”
Por último, bordeando la cuenca sobre el borde sur, está un templo griego dedicado al autor de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, Thomas Jefferson. Alrededor del domo, están las palabras que le escribió a Benjamin Rush: “He jurado sobre el altar de Dios hostilidad eterna a todas las formas de tiranía sobre la mente del hombre”. Definiendo el espacio circular hay cuatro paneles, cada uno con largas citas de los escritos de Jefferson, una de la Declaración misma, otra siendo “Dios todopoderoso ha creado la mente libre” y una tercera “Dios quien nos dio vida nos dio libertad. ¿Pueden las libertades de una nación ser seguras cuando hemos renovado una convicción de que estas libertades son un regalo de Dios?”
Cada uno de estos cuatro monumentos está construido alrededor de textos y cada uno cuenta una historia.
Ahora comparemos los monumentos en Londres, más conspicuamente aquellos en la Plaza del Parlamento. El memorial a David Lloyd George contiene tres palabras: David Lloyd George. El de Nelson Mandela tiene dos: Nelson Mandela, y el memorial de Churchill tiene solo una: Churchill. Winston Churchill fue un hombre de palabras, en sus primeros días como periodista, después historiador, autor de casi cincuenta libros. El ganó el Premio Nobel no por la Paz sino por la Literatura. El dio tantos discursos y acuñó tantas frases inmemoriales como Jefferson o Lincoln, Roosevelt o Martin Luther King, pero ninguna de estas expresiones está gravada sobre el zócalo debajo de su estatua. Está conmemorado solo por su nombre.
La diferencia entre los monumentos americanos y los monumentos británicos es inconfundible, y la razón es que Gran Bretaña y Estados Unidos tienen una cultura política y moral muy diferente. Inglaterra es, o al menos hasta recientemente era, una sociedad basada en la tradición. En tales sociedades, las cosas son como son porque así eran “desde tiempos inmemoriales”. No es necesario preguntar por qué. Aquellos que pertenecen, lo saben. Aquellos que necesitan preguntar, demuestran así que no pertenecen.
La sociedad americana es diferente porque desde los Padres Peregrinos está basada en el concepto de pacto como está puesto en el Tanaj, especialmente en el Éxodo y en el Deuteronomio. Los primeros asentamientos eran puritanos, dentro de la tradición calvinista, lo más cercano que la cristiandad se acercó a basar su política en la Biblia Hebrea. Las sociedades de pacto no están basadas sobre tradición. Los puritanos, como los israelitas tres mil años antes, eran revolucionarios, intentando crear un nuevo tipo de sociedad, no como Egipto, o en el caso de Estados Unidos, no como Inglaterra. Michael Walzer llamó en su libro sobre las políticas de los puritanos del siglo XVII, “la revolución de los santos”. Ellos estaban tratando de derribar la tradición que dio poder absoluto a los reyes y mantuvo las jerarquías de clase establecidas.
Las sociedades de pacto siempre representan un nuevo inicio consciente por un grupo de personas dedicadas a un ideal. La historia de los fundadores, el viaje que hicieron, los obstáculos que tuvieron que pasar y la visión que los condujo son elementos esenciales de una cultura de pacto. Recontar la historia, dársela a los niños, y dedicarse uno mismo a continuar el trabajo que las generaciones anteriores empezaron, son fundamentales para el ethos de tales sociedades. Una nación de pacto no está ahí simplemente porque está ahí. Está ahí para llenar una visión moral. Eso es lo que llegó a G.K Chesterton a llamar a los Estados Unidos una nación “con el alma de una iglesia” la única en el mundo “fundada sobre un credo” (el antisemitismo de Chesterton lo previno de darle crédito a la verdadera fuente de la filosofía de Estados Unidos, la Biblia Hebrea).
La historia de contar historias es una parte esencial de los inicios de la educación moral en la parsha de esta semana. Es extraordinario como, sobre el borde del éxodo, Moisés tres veces ve hacia el futuro y al deber de los padres de educar a sus hijos sobre la historia de que dentro de poco se desarrollaría: “Cuando tus hijos te pregunten, ‘¿qué es este servicio para ti?’ tu deberás responder, ‘Es el servicio de Pascua a Dios. Él pasó sobre las casas de los israelitas en Egipto cuando golpeó a los egipcios, perdonando nuestros hogares’” (12:25-27). “En ese día, deberás decirle a tu hijo, ‘Es a razón de esto que Dios actuó para mí cuando yo dejé Egipto” (13:8). “Tu hijo quizá pregunte después, ‘¿Qué es esto?’ Deberás responderle. ‘Demostrando poder, Dios nos sacó de Egipto, el lugar de la esclavitud’ (13:14).
Esto es verdaderamente extraordinario. Los israelitas no han emergido aún hacia la deslumbrante luz de la libertad. Todavía son esclavos. Sin embargo, Moisés está dirigiendo sus mentes al horizonte lejano del futuro y dándoles la responsabilidad de pasar la historia a las siguientes generaciones. Es como si Moisés estuviera diciendo: Olviden de donde viene y por qué, y eventualmente perderán su identidad, su continuidad y su razón de ser. Llegarás a pensar de tu mismo como el mero miembro de una nación entre naciones y una etnicidad entre muchas. Olvida la historia de libertad y eventualmente perderás la libertad misma.
Rara vez los filósofos han escrito sobre la importancia de contar historias para la vida moral. Aunque así es como nos convertimos en los pueblos que somos. La gran excepción entre los filósofos morales ha sido Alasdair Maclntyre, quien escribió, en su clásico Después de la Virtud, “Solo puedo responder la pregunta ‘¿Qué hago?’, si puedo responder la pregunta prioritaria ‘¿De qué historia o historias me encuentro siendo parte?’” Priva a los niños de historias, dice Maclntyre, y los dejarás “ansiosos y tartamudos en sus acciones y en sus palabras” (1).
Nadie entendió esto más claramente que Moisés porque sabía que sin una identidad específica es casi imposible no caer en cualquiera que sea la idolatría de la época – racionalismo, idealismo, nacionalismo, fascismo, comunismo, postmodernismo, relativismo, individualismo, hedonismo o consumismo, por mencionar solo las más recientes. La alternativa, una sociedad basada sólo en tradición, se desmorona tan pronto como el respeto a la tradición muere, lo que siempre hace en alguna etapa u otra.
La identidad, que es siempre particular, está basada sobre la historia, la narrativa que me une con el pasado, me guía en el presente y pone sobre mí la responsabilidad para el futuro. Y no hay historia, al menos en el Occidente, que ha sido más influyente que el éxodo, la memoria que un poder supremo intervino en la historia para liberar a los supremamente impotentes, junto con el pacto que siguió donde los israelitas se unieron a sí mismo a Dios en una promesa de crear una sociedad que sería lo opuesto a Egipto, donde los individuos eran respetados como la imagen de Dios, donde un día en siete las jerarquías del poder eran suspendidas, y donde la dignidad y la justicia eran accesibles a todos. Nosotros nunca alcanzamos del todo ese estado ideal pero no hemos cesado de viajar hacia él y de creer que ahí es donde termina el viaje.
“Los judíos siempre han tenido historias para el resto de nosotros”, dijo a la BBC el corresponsal político Andrew Marr. Dios creó al hombre, Elie Wiesel alguna vez escribió, porque Dios ama las historias. Lo que otras culturas han hecho a través de los sistemas, los judíos lo han hecho a través de historias. Y en el judaísmo, las historias no están gravadas en piedra o en memoriales, por más magnífico que eso es. Se les dice en casa, alrededor de la mesa, de padres a hijos como el regalo del pasado al futuro. Así es como el contar historias en el judaísmo fue desarrollado, domesticado y democratizado.
Solo los elementos más básicos de la moralidad son universales: “delgadas” abstracciones como la justicia o la libertad que tienden a significar diferentes cosas para diferentes personas en diferentes lugares y en diferentes momentos. Pero si queremos que nuestros hijos y nuestra sociedad sean morales, necesitamos tener una historia colectiva que nos diga de dónde venimos y cuál es nuestra misión en el mundo. La historia del éxodo, especialmente como es contada en el Seder de la mesa de Pesaj, es siempre la misma aunque siempre cambiando – un infinito conjunto de variaciones sobre un solo conjunto de temas que tenemos todos internalizado en formas que son únicas para nosotros, y sin embargo compartimos como miembros de una misma comunidad históricamente extendida.
Hay historias que ennoblecen, y otras que ridiculizan, dejándonos prisioneros de antiguas angustias o ambiciones imposibles. La historia judía es a su manera la más antigua de todas, sin embargo siempre joven, y nosotros somos parte de ella. Nos dice quiénes somos y qué esperaban nuestros antepasados que lleguemos a ser. Contar historias es el más grande vehículo de educación moral. Ha sido la luz de la Torah que un pueblo que cuente a sus hijos la historia de la libertad y sus responsabilidades quedaría siempre libre en tanto la humanidad respire y tenga esperanza.
(1) Ver Alasdair MacIntyre, Después de la Virtud – Un Estudio en Teoría Moral – After Virtue: A Study in Moral Theory. London: University of Notre Dame Press, 1981.