Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
Un viaje de mil millas
Jaié Sará – 26 de noviembre, 2016 / 25 Jeshvan 5777
Rabino Sacks Jaie Sara 5777 [PDF]
Nuestra parashá presenta la descripción más serena de la vejez y de la muerte de toda la Torá: “Entonces Abraham exhaló su último aliento y murió en buena vejez, un anciano pleno de años; y fue reunido con su pueblo” (Gen. 25:8). Hay un versículo anterior, no menos conmovedor: “Abraham era anciano, entrado en años, y Dios había bendecido a Abraham en todo” (Gen. 24: 1).
Tampoco fue esta serenidad un don exclusivo de Abraham. El relato de Sara dejó perplejo a Rashi: “Sara vivió hasta los 127 años: Estos fueron los años de la vida de Sara” (23: 1). Esta última frase parece ser totalmente superflua. Por qué no decir simplemente que Sara vivió hasta los 127 años? Qué es lo que agrega decir que “estos fueron los años de vida de Sara”? Rashi se ve obligado a concluir que la primera mitad de la frase se refiere a la cantidad, cuánto vivió, mientras que la segunda trata de su calidad de vida. “Aquellos – los años que vivió – fueron todos iguales en cuanto a su bondad”.
Pero cómo es concebible esto? Abraham y Sara fueron ordenados por Dios a dejar todo lo que les era familiar: la tierra, el hogar, su familia, para viajar a una tierra desconocida. Apenas llegaron, tuvieron que partir obligadamente porque reinaba el hambre. La vida de Abraham corrió riesgo en dos oportunidades cuando debido al exilio forzado, pudo haber sido asesinado por el gobernante local que quería tomar a Sara para su harem. Sara se vio obligada a decir que era la hermana de Abraham, y sufrió la indignación de ser conducida a la casa de un desconocido. Después vino la larga espera por tener un hijo, hecho aun más penoso por las repetidas promesas de la Divinidad de que su descendencia sería como el polvo de la tierra o como las estrellas del cielo. Posteriormente sucedió el drama del nacimiento de Ismael por su sirvienta Hagar, tema que agravó la relación entre las dos mujeres, y eventualmente Abraham se vio obligado a echar a Hagar y a Ismael. De una forma u otra esta fue una situación dolorosa para las cuatro personas involucradas.
Luego sobrevino la agonía por las ligaduras de Itzjak. Abraham se encontró en la situación de estar por perder a la persona más querida, al hijo al que había esperado durante tanto tiempo. Por todo esto, la vida de Abraham y Sara no fue nada fácil, fueron sometidos a instancias en la que su fe fue puesta a prueba en muchas ocasiones. Cómo puede Rashi decir que los años de Sara fueron todos iguales en bondad? Cómo puede la Torá decir que Abraham fue bendecido en todo?
La respuesta está expresada en la parashá misma, y es muy inesperada. Siete veces le fue ofrecida la tierra a Abraham. Justamente esta es una de esas ocasiones:
El Señor le dijo a Abram después de que Lot se separara de él: “Alza tus ojos, y desde el lugar en que estás parado ahora, mira al norte, al sur, al este y al oeste. Toda la tierra que alcanzas a ver te la daré a ti y a tus descendientes para siempre…Ve, camina por todo el largo y ancho de la tierra, pues Yo te la estoy dando a ti” (Gen: 13: 14-17).
Sin embargo, en el tiempo de la muerte de Sara, Abraham no posee tierra alguna, y se ve forzado a inclinarse ante los hititas locales y rogarles que le den permiso hasta para comprar un solo campo con una cueva para poder enterrar a su esposa. Aun así debe pagar lo que sin duda era un precio notoriamente incrementado: cuatrocientos shekels de plata. Esto no parece ser la concreción de la promesa de posesión de “toda la tierra, al norte, sur, este y oeste.”
En relación a su descendencia, Abraham recibe cuatro promesas: “Te haré una gran nación” (12: 2). “Haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra” (13: 16). Dios llevó afuera a Abraham y le dijo,”Mira al cielo y cuenta las estrella. Ve si puedes contarlas.” (Dios) entonces le dijo “Así de numerosos serán tus descendientes.” (15: 5). “Ya no te llamarás Abram. Tu nombre será Abraham puesto que te he nombrado padre de muchas naciones” (17: 5).
Sin embargo tuvo que esperar tanto tiempo para tener un hijo con Sara que cuando Dios insistió que ella lo iba a tener, tanto Abraham (17: 17) como Sara (18: 12) rieron. (Los sabios diferencian estos dos episodios, diciendo que Abraham rió de alegría y Sara de incredulidad. En términos generales, en Génesis, el verbo tz-j-k, reír, es muy ambiguo). De una forma u otra, ya sea con la descendencia o la tierra – las dos promesas clave de la Divinidad a Abraham y Sara – la realidad fue muy distinta de lo que ellos creían merecer.
Ese es, precisamente, el sentido del mensaje de Jaié Sara. En él Abraham hace dos cosas: primero compra la parcela en la tierra de Canaan, y luego prepara el matrimonio de Itzjak. Una parcela y una cueva eran suficientes para Abraham, como para que el texto pudiera decir “Dios bendijo a Abraham en todo.” Un hijo, Itzjak, que para entonces estaba casado y con hijos (Abraham tenía 100 años cuando Itzjak nació; y Itzjak tenía 60 cuando nacieron los mellizos, Yaakov y Esav; y Abraham tenía 175 años cuando murió) era suficiente para que Abraham pudiera morir en paz.
Lao-Tzu, el sabio chino, dijo que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. A eso el judaísmo agrega, “No es para ti completar la tarea pero tampoco eres libre de desistir de ella” (Avot 2: 16). Dios mismo dijo acerca de Abraham “Pues Yo lo he elegido para que guíe a sus hijos y a su familia detrás de sí para cumplir con el camino del Señor, haciendo lo que es correcto y justo, para que el Señor le de a Abraham lo que le prometió” (Gen. 18: 19).
El significado de esto está claro. Si te aseguras que tus hijos continúen viviendo por lo que tú has vivido, entonces podrás tener la fe de que seguirán por tu camino hasta que eventualmente lleguen a destino. Abraham no necesitó ver toda la tierra en manos judías, ni comprobar que el pueblo judío fuera numeroso. Dio el primer paso. Comenzó la tarea, y sabía que sus descendientes la iban a continuar. Pudo morir serenamente porque tenía fe en Dios y la fe que otros completarían lo que él había iniciado. Lo mismo era seguramente válido para Sara.
Poner tu vida en manos de Dios, tener la fe de que lo que te ocurra sea por un motivo, saber que eres parte de una narrativa mayor, y creer que otros continuarán lo que has iniciado, es lograr una satisfacción en la vida que no puede ser destruida por circunstancia alguna. Abraham y Sara tenían fe, y pudieron morir con la sensación de haber logrado lo deseado.
Ser feliz no significa tener todo lo que uno quiere o todo lo que le fue prometido. Significa, simplemente, hacer lo que has sido llamado a hacer, haber comenzado, y luego pasar la posta a la próxima generación. “Los justos, aun en la muerte, son considerados como si todavía estuvieran vivos” (Berajot 18a) porque los justos dejan una señal viva para los que los suceden.
Eso fue suficiente para Abraham y Sara, y debiera ser suficiente también para nosotros.