Rabino Sacks Vaierá 5777 – El milagro de un niño

Traductor: Carlos Betesh

Editor: Ben-Tzion Spitz

El milagro de un niño

Vaierá – 19 de noviembre, 2016 / 18 Jeshvan 5777

Rabino Sacks Vaiera 5777 [PDF] 

Existe un misterio que está en el corazón de la existencia judía, grabada en las primeras cuatro sílabas de nuestro tiempo registrado.

Las primeras palabras de Dios a Abraham fueron: “Sal de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre…Y Yo haré de ti una gran nación…”

En el capítulo siguiente hay una nueva promesa: “Haré tu descendencia como el polvo de la tierra, y si alguien pudiera contar el polvo de la tierra, así será contada tu descendencia”.

Dos capítulos más adelante aparece la tercera: “Dios lo sacó afuera y le dijo: “Mira al cielo y cuenta las estrellas – si de verdad puedes contarlas”. Y luego le dijo, “Así será tu descendencia”.

Por último, el cuarto: “Tu nombre será Abraham, puesto que te he hecho padre de muchas naciones”.

Cuatro promesas en incremento: Abraham sería el padre de una gran nación, tan numerosa como el polvo de la tierra y las estrellas del firmamento. Y el padre no de una nación sino de muchas.

Pero, cuál era la realidad? Al comienzo de la historia leemos que Abraham era “muy rico en ganado, oro y plata”. Tenía todo menos… un hijo. Entonces se le apareció Dios y le dijo: “Tu recompensa será muy grande”. Hasta ese momento Abraham había permanecido en silencio. Pero algo en él se quebró y le preguntó, “Oh, Señor mi Dios, qué me darás si quedo sin hijos?” Las primeras palabras registradas de Abraham a Dios son un ruego para que existan generaciones en el futuro. El primer judío temió ser el último.

Después le nace un hijo. Sara le entrega a su sierva Hagar, con la esperanza de que le dé un vástago. Ella concibe un hijo varón cuyo nombre es Ismael, que significa “Dios ha escuchado”. El ruego de Abraham fue respondido, o así parece. Pero en el capítulo siguiente, esa esperanza se frustra. Sí, dice Dios, Ismael será bendecido. Será el padre de doce príncipes y de una gran nación. Pero no es el hijo del destino judío, y algún día Abraham deberá separarse de él.

Esto apena a Abraham profundamente y ruega: “Si sólo Ismael pudiera vivir con Tu bendición!” Más tarde, cuando Sara echa a Ismael, leemos que “Esto angustió mucho a Abraham porque se trataba de su hijo”. Sin embargo, el decreto se mantiene. Dios insiste en que Abraham tendrá un hijo con Sara. Ambos ríen. Cómo podrá ser? Son ancianos. Sara es posmenopáusica. Pero contra toda posibilidad, concibe un varón. Su nombre es Itzjak, que significa “risa”:

           Sara dijo, “Dios me trajo risa, y todo el que escuche esto reirá conmigo”. Y luego agregó, “Quién hubiera dicho que Abraham y Sara criarían hijos? Sin embargo yo le he dado un hijo en su ancianidad”.

   Por último, la historia parece derivar en un final feliz. Con posterioridad a todas las promesas y ruegos, Abraham y Sara finalmente tendrán un hijo. Luego vendrán las palabras que, después de tantos siglos, no han perdido su capacidad de impactar:

            Después de estos hechos, Dios probó a Abraham. Él le dijo. “Abraham!” “Aquí estoy” le contestó. Entonces Dios le dijo, “Toma a tu hijo, tu único hijo, a quien amas, y llévalo a la región de Moriá. Sacrifícalo como ofrenda quemada en una de las montañas que Yo te indicaré”.

      Abraham toma a su hijo y viaja durante tres días, sube a la montaña, prepara la leña, ata a su hijo, toma el cuchillo y levanta la mano. Se oye entonces una voz del Cielo: “No levantes la mano sobre el niño”. La prueba finalizó. Itzjak vive.

Por qué tantas promesas y tantas decepciones? Por qué tanta esperanza tan frecuentemente incumplida? Por qué la demora? Por qué Ismael? Por qué las ligaduras? Por qué la angustia de Abraham y Sara por la posibilidad de que el hijo tan esperado estuviera por morir?

Hay muchas respuestas en nuestra tradición, pero una trasciende a todas las demás. Nosotros amamos lo que hemos esperado y lo que más tememos perder. La vida está llena de milagros. El nacimiento de un hijo es un milagro. Más precisamente porque estas cosas son naturales, las damos por supuestas, olvidando que la naturaleza tiene un arquitecto, y la historia, un autor.

       El judaísmo es una disciplina sostenida en el hecho de no tomar a la vida como dada. Nosotros somos el pueblo que nació en la esclavitud para poder valorar la libertad. Fuimos la nación siempre pequeña, para saber que la fortaleza no está en los números sino en la fe que produce coraje. Nuestros antecesores caminaron por el valle de la sombra de la muerte, para que nunca podamos olvidar la santidad de la vida.

A través de la historia, los judíos fueron llamados a valorar a los niños. Toda nuestra escala de valores está basada e ello. Nuestras ciudadelas son las escuelas, nuestra pasión, la educación, y nuestros héroes, los maestros. El seder de Pesaj sólo puede comenzar con las preguntas de los niños- En el primer día del Año Nuevo, no leemos acerca de la creación del universo sino del nacimiento de un niño – Itzjak de Sara, Samuel de Jana. La nuestra es una fe centrada fundamentalmente en la niñez.   

        Es por eso que desde la aurora de los tiempos del judaísmo, Dios hizo pasar a Abraham y a Sara por estas pruebas – la larga espera, la esperanza incumplida, las ligaduras mismas – para que ni ellos ni sus descendientes puedan tomar a la vida como un hecho dado. Cada niño es un milagro. Ser padre es lo que más próximos que podemos estar de Dios – la generación de una vida a través de un acto de amor.

En la actualidad, cuando demasiados niños viven en la pobreza y en la ignorancia, muriendo por falta de atención médica porque los que gobiernan esas naciones están concentrados en librar las batallas del pasado en vez de modelar un futuro seguro, es una lección que el mundo no ha aprendido. Por el bien de la humanidad deben hacerlo, pues la tragedia es vasta y el tiempo, breve.

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