Rabino Sacks Nitzavim 5776 – No en el cielo

Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires

Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay

No en el cielo

Nitzavim – 1 de octubre, 2016 / 28 Elul 5776

Rabino Sacks Nitzavim 5776 [PDF] 

Cuando era estudiante universitario a fines de 1960 – la época de las protestas estudiantiles, drogas psicodélicas, y los Beatles meditando con el Maharishi Mahesh Yogi – circuló una historia. Una mujer judía norteamericana de más o menos sesenta años viajaba hacia el norte de la India para ver a un famoso gurú. Había una multitud de personas esperando para ver al santo, pero ella forzó su paso entre la gente diciendo que tenía que verlo con urgencia. Eventualmente, después de sortear diversos obstáculos entró en la carpa del gurú y se paró frente al maestro mismo. Lo que le dijo ese día entró en el terreno de la leyenda. Le dijo “Marvin, escucha a tu madre. Basta. Vuelve a casa.”
            Al comienzo de los años sesenta los judíos ingresaron en muchas religiones y culturas con una notable excepción: la propia, pese a que el judaísmo ha tenido históricamente sus místicos y meditadores, sus poetas y filósofos, sus hombres y mujeres santos, sus visionarios y profetas. Con frecuencia parecería que el deseo que tenemos por la iluminación espiritual está en proporción directa a la distancia, a lo foráneo, a lo poco familiar. Preferimos lo lejano a lo cercano.
            Yo pensé que esto era algo propio de nuestra extraña época, pero Moshé en realidad, ya había previsto esa posibilidad.
           
            Ahora lo que les estoy ordenando hoy no es difícil para vosotros ni alejado de vuestro alcance. No está en el cielo, de modo que no tendrán que preguntar  “Quién ascenderá al cielo para obtenerlo y proclamarla a nosotros para que lo podamos obedecer?” Tampoco está más allá del mar, por lo que no tendrán que preguntar “Quién cruzará el mar para obtenerlo y hacérnosla oír para que lo obedezcamos?” No, la palabra está muy cerca de vosotros, está en vuestra boca y en vuestro corazón para que la puedan obedecer. (Deut.  30: 11-14)
 
Moshé tuvo el presentimiento de que en el futuro los judíos dirían que para hallar la inspiración habría que ascender al cielo o cruzar el mar. No está en ningún otro lugar más que aquí mismo. Y así fue durante una buena parte de la historia de Israel durante el período del Primer y Segundo Templo. Primero vino la época en que el pueblo estaba tentado por los dioses de los pueblos circundantes: Baal de los canaanitas, Chemosh de los moabitas, Marduk y Astarté de Babilonia. Más tarde, en los tiempos del Segundo Templo, resultaron atraídos por el helenismo en sus modalidades tanto griega como romana. Es un fenómeno extraño, mejor expresado por la frase memorable de Groucho Marx: “Me niego a pertenecer a un club que me acepta como miembro.” Los judíos han tenido la antigua costumbre de enamorarse de gente que no los quiere y perseguir casi cualquier camino espiritual con tal de que no sea el propio. Pero esto termina siendo muy debilitante.
Cuando grandes mentes dejan el judaísmo, el judaísmo pierde grandes mentes. Cuando los que están en la búsqueda de la espiritualidad lo hacen en otro lado, la espiritualidad judía sufre. Y esto tiende a ocurrir precisamente de la forma paradójica que Moshé describe varias veces en Debarim. Ocurre en épocas de bienestar, no de pobreza, en momentos de libertad, no de esclavitud. Cuando tenemos poco que agradecerle a Dios, le agradecemos.  Cuando tenemos mucho que
agradecer, nos olvidamos.
      Las épocas en que los judíos adoraban a ídolos o fueron helenizados eran los tiempos del Templo en que los judíos vivían en su tierra, gozando de su soberanía o autonomía. El tiempo en que en Europa abandonaron el judaísmo fue el período de la emancipación, desde fines del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX donde gozaron de derechos civiles por primera vez. Las culturas de los pueblos cercanos eran en la mayoría de los casos hostiles a los judíos y al judaísmo. Aun así, los judíos
frecuentemente prefirieron adoptar la cultura que los rechazaba en vez de abrazar la propia, por nacimiento y por herencia, donde podían sentirse como en casa. Los resultados en muchos casos fueron trágicos.
      Transformarse en adoradores de Baal no hizo que los israelitas fueran bien recibidos por los canaanitas. El haber adoptado la cultura helénica no los congració con los griegos ni con los romanos. El abandono del judaísmo en el siglo XIX no puso fin al antisemitismo; lo estimuló. De ahí la insistencia de Moshé: para encontrar la verdad, la belleza y la espiritualidad no hay que subir al cielo ni cruzar el mar. “La palabra está muy cerca de ti; está en tu boca y en tu corazón para que la puedas
obedecer.”
La consecuencia de todo esto es que el judaísmo enriqueció otras culturas más que la propia. Parte de la octava sinfonía de Mahler es una misa católica. Irving Berlin, el hijo de un jazán, escribió “Sueño con una Navidad blanca.” Felix Mendelsohn, el nieto de uno de los primeros judíos “iluminados”, Moisés Mendelsohn, compuso música cristiana sacra y recuperó la largamente olvidada Pasión según San Mateo de Bach. Simone Weil, una de las pensadoras más profundas del siglo XX, descripta por Albert Camus como “la única gran espiritualidad de nuestro tiempo,” nació de padres judíos. Lo mismo ocurrió con Edith Stein,  celebrada por la Iglesia católica como santa y mártir, pero que igualmente fue asesinada en Auschwitz, porque para los nazis ella era judía. Y así sucesivamente.

Fue una falla de Europa aceptar la judeidad de los judíos y del judaísmo? Fue una falla del judaísmo enfrentar el desafío? El fenómeno es tan complejo que no permite una explicación sencilla. Pero en ese proceso, hemos perdido arte grandioso, gran intelecto y grandes espíritus y mentes.

En alguna medida esta situación ha cambiado tanto en Israel como en la Diáspora. Ha habido mucha música judía nueva y un renacimiento de la mística judía. Han aparecido importantes escritores y pensadores judíos. Pero aún estamos espiritualmente en deuda.  Las raíces más profundas de la espiritualidad vienen de adentro: de una cultura, una tradición, una sensibilidad. Vienen de la sintaxis y la semántica del lenguaje nativo del alma: “La palabra está cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la puedas obedecer,”

La hermosura de la espiritualidad judía reside en el hecho de que en el judaísmo, Dios está cerca. No es necesario escalar una montaña o entrar en un ashram para encontrar la Divina presencia. Está ahí mismo en la mesa de Shabat, en la luz de las velas y en la simple santidad del vino del kidush y las jalot, en la alabanza de eshet jail, y en la bendición de los niños, en la paz mental que sobreviene cuando dejas que el mundo se arregle solo por un día mientras celebras lo bueno que viene, no del trabajo sino del descanso, no de comprar sino de gozar de los regalos que has tenido en todo momento pero que no has tenido tiempo de apreciar.

En el judaísmo, Dios está cerca. Está allí en la poesía de los Salmos, la más grande literatura del alma que se ha escrito. Está ahí escuchando nuestros debates cuando estudiamos una página del Talmud o planteamos nuevas interpretaciones de textos antiguos. Está en la alegría de las festividades, en las lágrimas de Tisha be Av, en el eco del shofar en Rosh Hashaná o en el arrepentimiento en Iom Kipur. Está en el aire mismo de la tierra de Israel, en las piedras de Jerusalem, donde los más antiguos de los antiguos y los más nuevos de los nuevos se reúnen como viejos amigos.

Dios está cerca. Ese es el sentimiento abrumador que tengo tras una vida de estar expuesto a la fe de nuestros ancestros. El judaísmo no necesita catedrales, monasterios, teologías oscuras ni una metafísica ingeniosa, por más bellas que sean todas ellas, porque para nosotros Dios es el Dios de todos y de todas partes, que tiene un tiempo para cada uno de nosotros, y que nos encuentra donde estemos, si es que estamos dispuestos a abrir nuestra alma a Él.

Yo soy rabino. Durante veintidos años fui Gran Rabino. Pero a la larga pienso que nosotros, los rabinos, no hicimos lo suficiente para ayudar a que la gente abra sus puertas, sus mentes y su sentimiento a la Presencia-más-allá-del-universo-que-nos-creó-con-amor que nuestros ancestros conocieron tan bien y amaron tanto. Teníamos miedo. De los desafíos intelectuales de una cultura secular en crecimiento. Del desafío social de ser, pero no ser considerado enteramente del mundo. Del desafío emocional de encontrar judíos o el judaísmo o el Estado de Israel criticado y condenado. Por eso nos retiramos detrás de una muralla alta, pensando que con eso estaríamos a salvo. Pero las murallas nunca garantizan la seguridad, solo te hacen más temeroso. (1) Lo único que te hace más seguro es afrontar los desafíos sin temor e inspirar a otros a hacer lo propio.

Lo que quiso decir Moshé con esas extraordinarias palabras “No está arriba en el cielo…ni más allá del mar” era:”Kinderlej, vuestros padres temblaron cuando oyeron la voz de Dios en el Sinaí. Estaban abrumados. Dijeron: Si seguimos escuchando, moriremos. Entonces Dios encontró formas de que lo pudieran hallar sin terminar abrumados. Sí, es creador, soberano, poder supremo, primera causa, que mueve planetas y estrellas. Pero también es familiar, socio, amante, amigo. Él es Shejiná, de shajen que significa: el vecino de al lado.

Por lo tanto, agradécele diariamente por el regalo de la vida. Recita la Shemá dos veces por día por el regalo del amor. Junta tu voz con las de otros para rezar para que su espíritu fluya a través de ti, dándote el coraje y la fuerza para cambiar al mundo. Cuando no lo ves, es porque estás mirando en la dirección equivocada. Cuando parece estar ausente, está ahí detrás de la puerta, pero tú la tienes que abrir.

No lo trates como un extraño. Él te ama. El cree en ti. Desea tu éxito. Para encontrarlo no debes escalar hasta el cielo ni cruzar el mar. La de Él es la voz que escuchas en el silencio del alma. Él es la luz que vez cuando abres los ojos al asombro. Él es la mano que tocas en el pozo de la desesperanza. De Él es el hálito que te da la vida.

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(1) Ver Rashi para Núm. 13: 18

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