Rabino Sacks Nitzavim 5775 – Por qué el judaísmo?

Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires

Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay

Por qué el judaísmo?

Nitzavim – 12 de septiembre, 2015 / 28 Elul 5775

Rabino Sacks Nitzavim 5775 [PDF] 

La parashá de esta semana plantea una pregunta que va al corazón del judaísmo, pero que no fue hecha durante siglos hasta que fue expresada por el gran estudioso español del siglo XV, Rab.Isaac Arama. Moshé recorre el final de sus días. El pueblo está por cruzar el Jordán y entrar en la Tierra Prometida. Moshé sabe que debe cumplir con una misión antes de morir: debe renovar el pacto del pueblo con Dios.

Sus mayores entraron en ese pacto hacía casi cuarenta años cuando se pararon frente al Monte Sinaí y dijeron “Haremos y obedeceremos todo lo que Dios ha declarado”.(Ex. 24: 7). Pero ahora Moshé debe asegurarse deque la próxima generación y todas las generaciones futuras estén comprometidas con él. No quería que ninguna persona declarase “Dios hizo un pacto con mis antepasados, pero no conmigo. Yo no di mi consentimiento. Yo no estuve ahí. Yo no estoy atado.” Por eso Moshé dice:

     No es  sólo contigo que estoy sellando  este pacto en juramento, sino con todo el que esté de pie aquí con nosotros ante el Señor nuestro Dios, y con cualquiera que no esté con nosotros aquí hoy. (Deut. 29: 13-14)

     “Cualquiera que no esté aquí” no puede referirse a los israelitas contemporáneos viviendo en otro lado, ya que la nación entera estaba presente en la Asamblea. El significado es para “las generaciones que aún no han nacido”. Por eso el Talmud señala: somos todos mushba ve-omed me-har Sinai, “abjurados de Sinai.”[1]

Hete aquí uno de los hechos más fundamentales del judaísmo: con excepción de los conversos, nosotros no elegimos ser judíos, nacemos judíos. Nos transformamos en seres adultos legalmente sujetos a los mandamientos, a los doce años las niñas y a los trece los varones. Pero somos parte del pacto al nacer. El bar o bat-mitzvá no es una “confirmación”, no requiere la aceptación voluntaria de la identidad judía.

Esa elección ocurrió hace más de tres mil años cuando Moshé dijo “No es sólo contigo que estoy sellando este pacto en juramento, sino con quienquiera que no esté aquí hoy con nosotros” aludiendo a todas las generaciones venideras.

Pero, cómo puede ser eso? Sin consentimiento no hay obligación. Cómo podemos estar sujetos a un compromiso basado en una decisión tomada por nuestros antiguos antepasados hace mucho tiempo? Ciertamente, de acuerdo a la ley judía, se puede conferir un beneficio a una persona sin su consentimiento. Aunque indudablemente es un beneficio ser judío, también de alguna forma es una carga, una restricción a nuestra opción de elecciones legítimas. Por qué entonces estamos atados ahora a lo que dijeron los israelitas?

Judaicamente, ésta es la pregunta de fondo. Cómo puede transmitirse la identidad judía de padres a hijos? Si la identidad fuera meramente étnica, se podría comprender. Heredamos muchas cosas de nuestros padres, obviamente, nuestros genes. Pero ser judío no es una condición genética, sino un conjunto de obligaciones religiosas.

Los sabios nos dieron una respuesta en la forma de una tradición en la parashá de esta semana. Dijeron que las almas de todas las generaciones futuras estaban presentes en  Sinaí. Por ser almas, dieron su consentimiento libremente muchas generaciones, antes de nacer.[2] Sin embargo Arama argumenta que ésta no responde a nuestra pregunta, ya que el pacto con Dios no es sólo con almas sino también con seres vivientes. Somos entes físicos con deseos físicos. Podemos entender que el alma esté de acuerdo con el pacto, ya que, qué más puede desear un alma que estar cercano a Dios? [3]

Pero el acuerdo que cuenta es con seres humanos vivientes, que respiran, que tienen cuerpos, y no podemos aseverar que acordarían con las múltiples restricciones alimentarias, de bebida, de relaciones sexuales y demás, de la Torá. Hasta después de nacer, hasta llegar a una edad adecuada como para entender qué es lo que se nos requiere, podremos dar el consentimiento que nos compromete. Por lo tanto, el hecho de que las generaciones aún no nacidas hubieran estado presentes en la ceremonia del pacto con Moshé no nos proporciona la respuesta deseada.

Esencialmente, Arama preguntaba: por qué ser judío? Lo fascinante es que él fue el primero en hacer esa pregunta desde los comienzos de la era talmúdica. Por qué no ocurrió antes? Por qué recién en España y en el siglo XV? Durante muchas centurias la pregunta “Por qué ser judío?” no apareció. La respuesta era evidente: soy judío porque mis padres lo eran y los suyos antes de ellos, desde los albores de la era judaica. Las preguntas existenciales sólo aparecen cuando sentimos que hay una elección. Durante gran parte de la Historia, la identidad judía no era electiva. Era un hecho de nacimiento, de destino. No era algo que se elegía, como no se elige nacer.

En la España del siglo XV los judíos tuvieron que optar. Los judíos españoles tuvieron su Kristallnacht en 1391, y de ahí en más hasta su expulsión en 1492, fueron excluidos progresivamente de la vida pública del país. Tuvieron que soportar intensas presiones para convertirse, y algunos cedieron. De estos, algunos mantuvieron su identidad judía secretamente, otros no. Por primera vez en muchos siglos, ser judío no era producto del destino sino de una elección. Por ese motivo Arama lanzó la pregunta que había permanecido tantos siglos sin hacerse.Y es por eso que en una época en que todo lo significativo está abierto a elección, la pregunta surge nuevamente.

Arama dió una respuesta, y yo di la mía en mi libro A Letter in the Scroll [4]. Pero también creo que la respuesta yace en lo que dijo el mismo Moshé al final de su declaración: “Llamo al cielo y a la tierra como testigos de lo que he puesto ante ti: la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Por eso, elige la vida, para que tú y tus hijos puedan vivir (Deut. 30: 19)

     Elige la vida. Ninguna religión ni civilización ha insistido tan enfática y consistentemente en quepodemos elegir. Está en nosotros, dice Maimónides, el ser tan justo como Moshé o tan malvado como Jeroboam.[5] Podemos ser grandes. Podemos ser pequeños. Podemos elegir.

En la antigüedad se creía en el destino, la fortuna, moira, Ananké, la influencia de las estrellas o las arbitrariedades de la naturaleza, y no en la libertad humana plena. Para ellos la verdadera libertad significaba: en el caso de los religiosos, aceptar el destino; para los filósofos, el tomar conciencia de la necesidad. Tampoco en la actualidad, creen en la libertad la mayoría de los científicos ateos, quienes dicen que estamos definidos por nuestros genes. Nuestro destino está encriptado en nuestro ADN. La elección para ellos es una ilusión de nuestra conciencia, una ficción en la que queremos creer.

El judaísmo dice No. La elección es como un músculo: si no se usa, se atrofia. La Ley judía es un régimen de entrenamiento continuo en el ejercicio de la voluntad. Se puede comer esto, o no? Puedo conectarme espiritualmente tres veces por día? Puedo descansar un día de la semana? Puedo diferir la gratificación del instinto – lo que señaló Freud como la marca de la civilización? Puedo practicar el autocontrol – expresado en el “test de marshmallow” (*) como la señal más segura del éxito en la vida?[6] Ser judío implica no ir con la corriente, no hacer lo que otros hacen porque sí. Nos da 613 ejercicios de voluntad de poder que marcarán nuestras elecciones. Así es como nosotros, junto con Dios, nos transformamos en co-autores de nuestras vidas. Debemos ser libres, dice Isaac Bashevis Singer, “No tenemos otra opción”!

Elige la vida. En muchas otras creencias, la vida aquí en la tierra con sus amores, pérdidas, triunfos y derrotas, no tiene gran valor. Se hallará el Cielo en la vida después de la muerte, o el alma en estrecha comunión con Dios, o en la aceptación del mundo-que-es. La vida es eternidad, serenidad, la vida es ausencia de dolor. Pero para el judaísmo, todo eso no es realmente vida. Puede que sea noble, espiritual y sublime, pero no es la vida con toda su pasión, responsabilidad y riesgo.

El judaísmo nos enseña cómo encontrar a Dios aquí abajo en la tierra,y no allí arriba en el cielo. Significa enfrentarse a la vida, no refugiarse de ella. Busca, no tanto la felicidad, sino la alegría: la alegría de estar con otros, y junto a ellos hacer una bendición a la vida. Significa arriesgarse a amar, a asumir compromisos, a ser leal. Es vivir por algo más grande que la búsqueda de placer o éxito. Es arriesgarse profundamente.

No niega el placer. El judaísmo no es ascético. Pero no le rinde culto, el judaísmo no es hedonista. En vez de ello, santifica el placer. Trae la Divina presencia a mucho de lo físico: comer, beber, intimar. Encontramos a Dios no sólo en la sinagoga sino en el hogar, en la casa de estudio y en los actos de bondad, en comunidad, en la hospitalidad y en cualquier ámbito en que reparamos alguna de las fracturas del mundo humano.

Ninguna otra religión ha tratado al ser humano con mayor altura. No estamos manchados por el pecado capital. No somos un montón de genes egoístas. No somos una forma de vida sin consecuencia, perdida en la inmensidad del universo. Somos los seres a quienes Dios creó a Su imagen y semejanza. Somos el pueblo que Dios eligió para ser su socio en la labor de la creación. Somos la nación con quien Dios desposó en el Sinaí, con la Torá como contrato matrimonial. Somos el pueblo al que llamó Dios a ser Su testigo. Somos los embajadores del cielo en un país llamado Tierra.

No somos mejores ni peores que otros. Somos simplemente diferentes, porque Dios valoriza la diferencia, mientras que en la mayoría de los casos, los seres humanos han tratado de eliminar las diferencias imponiendo una sola fe, un régimen o un imperio sobre toda la humanidad. La nuestra es una de las pocas creencias que asignan a los justos de toda nación un lugar en el cielo, en base a lo que han hecho en la tierra.

     Elige la vida. Nada suena tan sencillo, y sin embargo ha resultado tan difícil a través del tiempo. En lugar de la vida, la gente elige substitutos. Buscan riqueza, posesiones, status, poder, fama y a estos dioses hacen el supremo sacrificio, dándose cuenta tardíamente de que la verdadera riqueza no es lo que se posee, sino lo que provoca agradecimiento, que el status más alto es no preocuparse por el status, y que la influencia es más poderosa que el poder.

Es por eso que aunque pocas religiones son tan exigentes, la mayoría de los judíos ha permanecido fiel al judaísmo a través del tiempo, viviendo vidas judías, creando hogares judíos y continuando con el relato judío. Y es por eso el convencimiento de Moshé de que, con una fe tan cierta como inquebrantable, “No solo contigo haré este pacto y este juramento, sino con todos los que no están hoy con nosotros.” Su don a nosotros es que a través de la adoración a algo mucho más grande que nosotros mismos, podamos ser más grandes que sin él.

Por qué el judaísmo? Porque no hay camino de mayor desafío para elegir la vida.

SacksSignature

[1] Yoma 73b, Nedarim 8ª.

[2] Shavuot 39a.

[3] Isaac Arama, Akedat Yitzhak, Deuteronomio, Nitzavim

[4] Publicado en Gran Bretaña como Radical then, Radical now.

[5] Hiljot Teshuvá 54: 2.

[6] Walter Mischel, The Marshmallow Test, Bantam Press, 2014.

(*) golosina masticable consumida en EEUU

 

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