Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires
Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay
En busca de la identidad judía
Kedoshim – 14 de mayo, 2016 / 6 Iyar 5776
Rabino Sacks Kedoshim 5776 [PDF]
El otr0 día conversaba con un intelectual judío y como ocurre frecuentemente, surgió la pregunta acerca de la naturaleza de la identidad judía. Qué somos? Qué es lo que nos hace ser judíos? Este ha sido uno de los debates más persistentes de la vida judía desde el siglo XIX. Hasta entonces, la gente sabía quién y qué eran los judíos. Eran los herederos de una nación antigua que hace mucho tiempo, en el desierto de Sinaí hicieron un pacto con Dios, y con mayor o menor éxito trataron desde entonces de vivir de acuerdo a él. Era el pueblo de Dios.
Demás está decir que debido a esto muchos pueblos se enojaron. Los griegos pensaban que ellos eran la raza superior, y llamaron a los que no eran griegos, “bárbaros”, palabra cuyo sonido asociaron con el balido de la oveja. Asimismo los romanos se creyeron mejores que otros, y los cristianos y musulmanes, a su manera, también estaban convencidos de que eran ellos los verdaderos elegidos de Dios. Como resultado, se sucedieron muchos siglos de persecuciones, por lo cual, cuando los judíos tuvieron la oportunidad de convertirse en ciudadanos de las nuevas naciones europeas, la aceptaron con los brazos abiertos. En muchos casos abandonaron su fe y su práctica religiosa, pero continuaron siendo considerados como judíos.
Pero, esto qué significaba? No podía ser que fuera el pueblo dedicado a Dios, ya que en muchos casos ya no creían en Él ni se comportaban con tal. Por lo cual el judaísmo se transformó en raza. El Primer Ministro inglés Benjamin Disraeli, que fue convertido por su padre al cristianismo cuando era niño, lo pensó en esos términos. Escribió “Todo es raza – no hay otra verdad”, y se definió a sí mismo, en respuesta a una agresión verbal del político irlandés Daniel O’Connell, de esta manera: “Si, yo soy judío, y cuando los ancestros de este honorable caballero eran brutos salvajes en una isla desconocida, los míos eran sacerdotes del templo del rey Salomón.” (1)
El problema fue que la hostilidad hacia los judíos no cesó pese a que toda Europa transitaba por el camino del Iluminismo, la razón, la ciencia y la emancipación. Ya no sería posible, sin embargo, definirlos como religión ya que ni los judíos ni los europeos la utilizaban como base identificatoria. Por eso los judíos fueron odiados por su raza, y en 1870 se acuñó la palabra que definiría a este odio: antisemitismo. Lo cual resultó ser peligroso. Mientras los judíos se definieran como una religión, los cristianos podían intentar convertirlos. Es posible cambiar de religión, pero no de raza. A los antisemitas sólo les quedó el camino de la expulsión o del exterminio de los judíos.
Desde el Holocausto, en la cultura de occidente se ha considerado tabú utilizar la palabra “raza”. Sin embargo la identidad judía secular persiste, y no parece haber otra forma de denominarla, por lo que surgió un nuevo término: la etnicidad, que sería lo mismo que llamaban “raza” en el siglo XIX. La definición de etnicidad de Wikipedia es “una categoría de personas que se identifican entre sí por compartir experiencias ancestrales, sociales, culturales o nacionales comunes.”
Pero la etnicidad considera de dónde venimos, no hacia dónde vamos. Abarca la cultura, la cocina, los recuerdos que son significativos para los padres pero que lo son cada vez menos para sus hijos. En todo caso, no existe una etnicidad judía, hay etnicidades, en plural. Son distintos los judíos sefaradíes de sus primos ashkenazíes, y los sefaradíes del norte africano de los del Medio Oriente, y éstos de los provenientes de España y Portugal.
Además, lo que muchas veces se considera etnicidad judía, en ciertos casos no es judía de origen. Se trata de resabios de lo absorbido por los judíos de las culturas locales: la vestimenta polaca, la música rusa, la comida norafricana, el dialecto judeo-alemán conocido como idish, junto con su contraparte judeo-española ladino. Lo que se llama etnicidad, corresponde frecuentemente a adopciones consideradas como judías por haber olvidado sus orígenes.
El judaísmo no es etnicidad y los judíos no constituyen un grupo étnico. En el Muro de los Lamentos se podrán ver judíos de todo color y cultura bajo el sol: los Beta Israel de Etiopía, los Bené Israel de la India, los judíos de Bujara del centro asiático, los iraquíes, berberes, egipcios, kurdos, y libios. Los temanim del Yemen junto con norteamericanos de Rusia, sudafricanos de Lituania e ingleses de la Polonia de habla germánica. Su comida, su música, vestimenta, costumbres y hábitos son todos diferentes. La judeidad no es etnicidad sino el agregado de múltiples etnicidades.
Además de todo, la etnicidad no persiste. Si los judíos fueran meramente un grupo étnico, experimentarían el destino que les fue deparado a todos ellos: desaparecerían a lo largo del tiempo. Como los nietos de los inmigrantes irlandeses, polacos, alemanes y noruegos de los Estados Unidos, quedarían fundidos en el crisol de razas. La etnicidad dura tres generaciones, el tiempo que los hijos recuerden a sus abuelos inmigrantes y sus particularidades. Después se comienza a esfumar, porque no hay motivo para que ello no ocurra. Si los judíos hubieran sido solo una etnicidad, habrían desaparecido hace mucho tiempo, junto con los canaanitas, perizitas y iebusitas, conocidos sólo por los estudiantes de antropología, sin haber dejado marca alguna en la civilización occidental.
Por ese motivo, cuando en el año 2000 un instituto de investigaciones judío de Inglaterra propuso que los judíos ingleses fueran definidos como un grupo étnico y no una comunidad religiosa, le correspondió a un periodista no judío, Andrew Marr, expresar lo que era obvio: “Estas son aguas poco profundas” escribió “y cuanto más se transitan, menos profundas se tornan.” Y continuó diciendo:
Los judíos siempre han tenido historias para contarnos. Tuvieron la Biblia, una de las más grandes obras de imaginación del espíritu humano. Han sido víctimas de lo peor que puede hacer la modernidad, un espejo de la locura de Occidente. Poseen sobre todo, una historia de supervivencia cultural y genética que data desde el Imperio Romano hasta el año 2000, entretejiendo y progresando en medio de las hostiles e incomprensivas tribus europeas.
Esta historia, la post-bíblica, con su épica de cuerpos y no de palabras, significó un endurecimiento competitivo de las generaciones que al final produjo una pléyade de genios en Europa y América. Fuera de la pintura, música rap y baile Morris, es difícil concebir algún área en el quehacer de Occidente en el que los judíos no hayan sido desproporcionadamente exitosos. Para los no judíos, que no creen que exista un pueblo elegido por Dios, la lección es que las generaciones de personas que han vivido en base a su talento y su dura labor, por fuera de los sectores más tradicionales y cómodos, seguirán sembrando Einsteins y Wittgensteins, Trotskys y Seiffs. La cultura importa…y los judíos realmente han sido diferentes; han enriquecido al mundo y lo han desafiado. (2)
El mismo Marr no es judío ni creyente religioso, pero su percepción nos conduce a la parashá de esta semana, que contiene una de las frases más importantes del judaísmo: “Habla a toda la congregación de Israel y diles: Sean santos porque Yo, el Señor tu Dios, soy santo.” Los judíos fueron y siguen siendo el pueblo que fue convocado a la santidad.
Y esto qué significa? Rashi lo lee en contexto. El capítulo anterior trataba de las relaciones sexuales prohibidas. El siguiente también, por lo que él entiende que hay que tener el cuidado de evitar transitar el camino de la tentación de la sexualidad prohibida. Ramban lo lee con mayor amplitud. La Torá prohíbe ciertas actividades y permite otras. Cuando dice “sean santos” significa, según Ramban, ejercer el autocontrol, aún en el terreno de lo permitido. No ser goloso, aun cuando la comida sea casher. Controlar la bebida, aunque se trate de vino casher. No ser, según su famosa frase, a naval bireshut ha-Torah “un vivillo con licencia de la Torá.”
Estas son interpretaciones específicas. Se trata de lo que significa en el contexto inmediato. Pero claramente representa también algo más amplio, y el mismo capítulo nos dice qué es. Ser santo es amar al prójimo y al extranjero. Significa no robar, no mentir, no engañar al otro. Significa no permanecer impávido cuando la vida de una persona corre peligro. Significa no insultar al sordo, no poner obstáculos en el camino del ciego, no insultar o aprovecharse de los demás, incluso cuando están completamente inconscientes de ello – porque Dios lo percibe.
Significa no sembrar el campo con distintos tipos de semilla, no criar ganado híbrido ni usar ropa con la mezcla prohibida de lino y lana – o como diríamos en la actualidad, respetar la integridad del medio ambiente. Significa no aceptar la idolatría de cada tiempo – y cada época tiene sus ídolos. Significa ser honesto en los negocios, ser justo, tratar bien a los empleados y compartir las bendiciones (en esta época, parte de lo cosechado) con otros.
Significa no odiar, no guardar rencor ni ser vengativo. Si alguien te ha hecho algo malo, no odiarlo. Aprovecha para planteárselo, para expresar con claridad qué es lo que ha hecho y cómo te ha afectado, dándole la oportunidad de disculparse y reparar la relación, y luego perdonarlo.
Sobre todo “Ser santo” significa “Tener el coraje de ser diferente.” Esa es la raíz de la palabra kadosh en hebreo. Significa algo distintivo y particular. “Sé santo porque Yo, el Señor tu Dios soy santo” es una de las frases más contra-intuitivas de toda la literatura religiosa. Cómo podemos ser como Dios? Él es infinito, nosotros no. Él es eterno, nosotros somos mortales. Él es más vasto que el universo, nosotros, una mera partícula en su superficie. Sin embargo, según la Torá, en un aspecto podemos lograrlo.
Dios está en, pero no es de el mundo. Por eso hemos sido llamados a estar en pero no del mundo. Nosotros no veneramos la naturaleza. No seguimos la moda. No nos comportamos como todos los demás por el hecho de que todos hacen lo mismo. No nos adaptamos. Bailamos una música distinta. No vivimos el presente. Recordamos el pasado de nuestro pueblo y ayudamos a construir su futuro. No es casual que la palabra kadosh también signifique matrimonio, kidushin, porque casarse significa ser fiel uno al otro, y Dios se compromete a sernos fiel y nosotros a Él, aún en tiempos difíciles.
Ser santo significa dar testimonio de la presencia de Dios en nuestra vida y en la vida de nuestro pueblo. Israel – el pueblo judío – es el pueblo que en sí mismo da testimonio del Uno, más allá de nosotros. Ser judío significa vivir con la presencia consciente del Dios que no podemos ver, pero sí sentir que constituye la fuerza en nuestro interior que nos incita a ser más valientes, justos y generosos, más aún que nosotros mismos. De eso se trata el ritual del judaísmo: recordarnos la presencia de lo Divino.
Cada individuo en la tierra tiene su etnicidad. Pero sólo a un pueblo se le pidió colectivamente que sea santo. Eso, para mí, es lo que significa ser judío.
(1) Lord George Bentinck: A Political Biography (1852) p. 331
(2) Andrew Marr, The Observer, domingo, mayo 14, 2000