Comentario del Rabino Jonathan Sacks, traducido del ingles por Ana Barrera.
Editor: Marcello Farias
Tzav 5774 – Sobre no tratar de ser quien no eres
Los grandes líderes conocen sus propios límites. No intentan hacerlo todo ellos mismos. Construyen equipos. Crean espacios para que las personas sean fuertes donde son débiles. Entienden la importancia de los controles y balances y la separación de poderes. Se rodean con personas que son diferentes a ellos. Entienden el peligro de concentrar todo el poder en un solo individuo. Pero aprender tus límites, sabiendo que son cosas que no puedes hacer – incluso cosas que no puedes ser – puede ser una experiencia dolorosa. Algunas veces incluye una crisis emocional.
La Torah contiene cuatro fascinantes reportes de tales momentos. Lo que las une no son palabras sino música. Desde muy temprano en la historia judía, la Torah se cantaba, no solo se leía. Moisés al final de su vida llama a la Torah canción (1). Diferentes tradiciones crecieron en Israel y Babilonia, y alrededor del siglo X y en adelante el canto empezó a ser sistematizado en la forma de notas musicales conocidas como taamei ha-mikrakra, signos de cantilación, ideados por los masoretas tiberianos (guardianes de los sagrados textos judíos). Una nota muy rara, conocida como shalshelet (“cadena”), aparece en la Torah cuatros veces solamente. Cada vez es un signo de crisis existencial. Tres instancias están en Bereshit. La cuarta está en nuestra parsha. Así también vemos, la cuarta es sobre liderazgo. En un sentido general, las otras tres también lo son.
La primera instancia ocurre en la historia de Lot. Lot se había separado de su tío Abraham y asentado en Sodoma. Ahí se había asimilado a la población local. Sus hijas se habían casado con hombres locales. El mismo se sentó en las puertas de la ciudad, una señal de que se lo había hecho juez. Entonces dos visitantes vinieron a decirle que se fuera. Dios estaba por destruir la ciudad. Aun así, Lot duda, y sobre la palabra para “dudar” – vayitmahmah – está un shalshelet. (Génesis 19:16). Él está desgarrado, conflictuado. El siente que los visitantes están en lo correcto. La ciudad está ciertamente a punto de ser destruida. Pero él ha invertido todo su futuro en la nueva identidad que él ha estado tallando para sí mismo y para sus hijas. De no haber sido porque los ángeles se apoderaron de él, lo tomaron y llevaron a un lugar seguro él se hubiera atrasado hasta que fuera demasiado tarde.
La segunda ocurre cuando Abraham pide a su siervo – tradicionalmente identificado como Eliezer – que encuentre una esposa para su hijo Isaac. Los comentadores sugieren que él sintió una profunda ambivalencia sobre su misión. Si Isaac no se casaba y tenía hijos, la tierra de Abraham eventualmente pasaría a Eliezer y sus descendientes. Abraham ya lo había dicho antes que naciera Isaac: “Señor Soberano, ¿qué me puedes dar si aún permanezco sin hijos y quien heredará mi tierra es Eliezer de Damasco?” (Génesis 15: 2). Si Eliezer tiene éxito en su misión, traer de regreso una esposa para Isaac, y si la pareja tiene hijos, entonces sus oportunidades de un día adquirir la riqueza de Abraham desaparecería completamente. Dos instintos combatieron dentro de él: lealtad a Abraham y ambición personal. Ganó la lealtad, pero no sin una lucha profunda. De ahí el shalshelet (Génesis 24:12).
La tercera nos lleva a Egipto y a la vida de José. Vendido por sus hermanos como esclavo, él está ahora trabajando en la casa de un eminente egipcio, Potifar. Lo dejan solo en la casa con la esposa de su amo, y se encuentra a sí mismo como objeto del deseo de ella. Él es guapo. Ella quiere dormir con él. Él se rehúsa. Hacer algo así, dice, sería traicionar a su amo, su esposo. Sería un pecado contra Dios. Aún sobre “él se rehúsa” es un shalshelet, (Génesis 39:8) indicando – como algunas fuentes rabínicas y comentarios medievales sugieren – que él lo hizo al costo de un considerable esfuerzo (2). El casi sucumbe. Este fue más que el conflicto usual entre pecado y tentación. Era un conflicto de identidad. Recordar que José estaba ahora viviendo en, para él, en una nueva y extraña tierra. Sus hermanos lo habían rechazado. Le habían dejado claro que no lo querían como parte de la familia. ¿Por qué entonces él no, en Egipto, hizo como hacían los egipcios? ¿Por qué no ceder ante la esposa de su amo si era lo que ella quería? La cuestión para José era no solo “¿es correcto?” sino también, “¿Soy egipcio o soy judío?”.
Todos los tres episodios son sobre el conflicto interno, y los tres son sobre identidad. Hay momentos cuando cada uno de nosotros tiene que decidir, no solo “¿qué debo hacer?” sino “¿Qué tipo de persona debo ser?” Esta es particularmente fatídica en el caso de un líder, lo que nos trae al episodio cuatro, esta vez sobre Moisés.
Después del pecado del becerro de oro Moisés tenía el mandato que Dios le dio a los israelitas para construir un santuario que sería, en efecto, una casa permanente simbólica de Dios en medio del pueblo. Ahora el trabajo está completo y todo lo que resta es que Moisés induzca a su hermano Aarón y a sus hijos al oficio. El arropa a Aarón con las ropas especiales del sumo sacerdote, lo unge con aceite, y lleva a cabo los varios sacrificios apropiados para la ocasión. Sobre la palabra vayishchat, “y el sacrificó [al carnero del sacrificio]” (Levítico 3:23) hay un shalshelet. Hoy sabemos que esto significa que hay una lucha interna en la mente de Moisés. Pero ¿cuál es? No hay la más mínima señal que sugiera que él estaba pasando por una crisis.
Sin embargo, un momento de reflexión deja en claro de lo que se trata la agitación interna de Moisés. Hasta ahora él había liderado al pueblo judío. Aarón su hermano mayor lo había asistido, acompañándolo en sus misiones para con el faraón, actuando como su vocero, ayudante y segundo al mando. Ahora, sin embargo, Aarón está por tomar el nuevo rol de liderazgo en su propio derecho. No será más la sombra de Moisés. El hará lo que Moisés mismo no pudo hacer. El ahora preside sobre las ofrendas diarias en el tabernáculo. El meditará sobre la avodah, el servicio sagrado de los israelitas para Dios. Una vez al año en Yom Kippur el realizaría el servicio que aseguraría la expiación para el pueblo de sus pecados. No será más la sombra de Moisés, Aarón estaba por convertirse en un tipo de líder que Moisés no estaba destinado a ser: Sumo Sacerdote.
El Talmud añade una nueva dimensión a la intensidad del momento. En la zarza ardiente, Moisés se resiste repetidamente al llamado de Dios a liderar al pueblo. Eventualmente Dios le dice que Aarón irá con él, ayudándolo a hablar (Ex. 4: 14-16). El Talmud dice que en ese momento Moisés perdió la oportunidad de ser sacerdote. “Originalmente [dice Dios] tenía la intención de que fueras sacerdote y Aarón tu hermano levita. Ahora él será sacerdote y tú serás un levita” (3).
Esa es la batalla interna de Moisés, comunicado por el shalshelet. Él está por inducir a su hermano al oficio que él mismo nunca tendrá. Las cosas pudieron haber sido de otra forma – pero la vida no es vivida en el mundo de “pudo haber sido”. El seguramente siente felicidad por su hermano, pero no puede con todo evitar un sentimiento de pérdida. Tal vez el ya siente lo que él descubrirá más tarde, que aunque fue el profeta y libertador, Aarón tendrá un privilegio al que Moisés se negó, es decir, ver a sus hijos y sus descendientes heredar su rol. El hijo de un sacerdote es un sacerdote. El hijo de un profeta es raramente un profeta.
Lo que las cuatro historias nos cuentan es que viene un tiempo para cada uno de nosotros en el que debemos tomar una última decisión en cuanto a quiénes somos. Es un momento de verdad existencial. Lot es un hebreo, no un ciudadano de Sodoma. Eliezer es el siervo de Abraham, no su heredero. José es el hijo de Jacob, no un egipcio de moral fácil de llevar. Moisés es un profeta no un sacerdote. Para decir Si a lo que nosotros somos tenemos que tener el coraje de decir No a quienes no somos. Y eso implica dolor y conflicto. Ese es el significado del shalshelet. Pero nosotros emergemos menos conflictuados de lo que estábamos antes.
Esto aplica esencialmente a líderes, por lo que en el caso de Moisés en nuestra parsha es tan importante. Hubo cosas que Moisés no estaba destinado a hacer. Él no se convertiría en sacerdote. Esa tarea cayó en Aarón. El no conduciría al pueblo a través del Jordán. Ese fue el rol de Josué. Moisés tenía que aceptar ambos hechos con buen agrado si iba a ser honesto con él mismo. Y los grandes líderes deben ser honestos con ellos mismos si van a ser honestos con aquellos que lideran.
Un líder no debe intentar nunca ser todas las cosas a todos los hombres (y mujeres). Un líder debe estar contento de ser lo que él o ella es. Un líder debe tener la fuerza de saber lo que no puede ser, si es que quiere tener el coraje de ser él mismo.
(1) Deuteronomio 31:19.
(2) Tanhuma, Vayeshev, 8; citado por Rashi en su comentario a Genesis 39:8.
(3) Zevachim 102a.