Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires
Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay
La persecución del sentido
Vaikrá – 19 de marzo, 2016 / 9 Adar II 5776
Rabino Sacks Vayikra 5776 [PDF]
La declaración de la independencia de Estados Unidos habla de los derechos inalienables a la vida, la libertad y la persecución de la felicidad. Recientemente, siguiendo los trabajos pioneros de Martin Seligman, el fundador de la psicología positivista, se han escrito centenares de libros acerca de la felicidad. Pero hay algo que es más fundamental aún para la sensación de una vida bien vivida, y es el sentido. Los dos términos parecen similares. Se puede suponer que los que encuentran el sentido son felices, y los que son felices lo son porque encontraron el sentido de sus vidas. Pero los dos términos no son iguales y muchas veces no se pueden superponer.
La felicidad se refiere mayormente a la satisfacción de las necesidades y deseos. El sentido, por contraste, tiene que ver con el propósito de la vida, especialmente haciendo contribuciones significativas a la vida de otros. La felicidad es algo que se siente en el presente. El sentido es como juzgar la vida en su totalidad: pasado, presente y futuro.
La felicidad se asocia con tomar, el sentido con dar. Las personas que sufren de stress, preocupación o ansiedad, no son felices, pero puede que estén viviendo vidas muy ricas en sentido. Las desgracias pasadas limitan la felicidad del presente, pero la gente muchas veces asocia esos momentos al descubrimiento del sentido. La felicidad no es privativa de los seres humanos, los animales también se alegran cuando sus deseos y necesidades se satisfacen. Pero el sentido es un fenómeno distintivamente humano. No tiene que ver con la naturaleza sino con la cultura. No se trata de lo que nos pasa, sino de cómo interpretamos lo que nos pasa. Puede haber felicidad sin sentido y puede haber sentido en ausencia de felicidad, aun en medio de la oscuridad y el dolor (1).
En un artículo fascinante publicado en The Atlantic, “Hay algo más en la vida que ser feliz”, (2) Emily Smith argumenta que perseguir la felicidad puede conducir a una vida relativamente superficial, auto referente y hasta egoísta. Lo que hace distinta la persecución del sentido es que trata de buscar algo más grande que el yo.
Uno de los que más hizo para colocar la pregunta del sentido en el discurso moderno fue el fallecido Viktor Frankl, quien ha aparecido en forma destacada en los ensayos de espiritualidad de este año en Convenio y Conversación. En los tres años que estuvo en Auschwitz, Frankl sobrevivió y ayudó a otros a sobrevivir, ayudándolos a descubrir un propósito de la vida, aún en medio de ese infierno sobre la tierra. Fue ahí que formuló las ideas que luego llevaron a un nuevo tipo de psicoterapia que llamó “el hombre en busca del sentido.” Su libro, con ese título, escrito en 1946 a lo largo de nueve días, vendió más de diez millones de ejemplares en todo el mundo, y figura entre los libros que más influencia han tenido en este siglo.
Frankl sabía que en los campos, aquellos que perdían la voluntad de vivir, morían. Relata cómo ayudó a dos personas a encontrar una razón para sobrevivir. Una era una mujer que tenía una niña que la aguardaba en otro país. El otro había escrito los primeros volúmenes de una serie de libros de viajes, y le restaban otros para concluir. Por lo tanto ambos tenían motivos para vivir.
Frankl solía decir que la forma de encontrar el sentido no era preguntarnos qué esperamos de la vida, sino qué es lo que la vida espera de nosotros. Cada uno de nosotros, decía, es único: por nuestros dones, por nuestra capacidad, nuestras habilidades y talentos y por las circunstancias de nuestra vida. Para cada uno de nosotros, entonces, hay una tarea que sólo nosotros podemos realizar. Eso no significa que somos mejores que otros. Pero si creemos que estamos aquí por un motivo, entonces hay un tikkun, una reparación, que sólo nosotros podemos concretar, un fragmento de luz que sólo nosotros podemos redimir, un acto de bondad, de coraje, de generosidad, de hospitalidad, una palabra de aliento, una sonrisa que sólo nosotros podemos brindar, porque estamos aquí, en este lugar, en este tiempo, enfrentando a una persona en este momento de su vida.
“La vida es una tarea,” solía decir, y agregó, “El hombre religioso difiere del que aparentemente no lo es, sólo por considerar su existencia no simplemente como una tarea, sino como una misión.” Él o ella están conscientes de ser llamados, de ser convocados por una Fuente. Durante miles de años a esa fuente se la ha llamado Dios”(3).
Ese es el significado de la palabra que le da el nombre a nuestra parashá, y el tercer libro de la Torá: Vayikrá, “Y Él llamó”. El significado preciso de este versículo introductorio es difícil de comprender. Literalmente se lee: “Y Él llamó a Moshé y Dios le habló desde la Tienda de Reunión, diciendo…” La primera frase parece redundante. Si nos está diciendo que Dios le habló a Moshé, por qué agregar “Y Él llamó?” Rashi lo explica de la siguiente manera:
Y Él llamó a Moshé: Cada (vez que Dios se comunicó con Moshé, ya sea mediante la expresión) “Y Él habló”, o “Y Él dijo”, o “Y Él ordenó”, siempre estuvo precedido por (Dios) llamando (a Moshé por su nombre) (4). “Llamar” es una expresión afectuosa. Es la expresión utilizada por los ángeles cuando dicen “Y llamaron unos a otros…” (Isa. 6:3).
Vayikrá, nos dice Rashi, significa ser llamado con amor para una tarea. Este es el origen de una de las ideas claves del pensamiento occidental, el concepto de vocación o llamado, que es la elección de una carrera o una forma de vida, no sólo porque es lo que quieres hacer o porque te da ciertos beneficios, sino porque has sido convocado a hacerlo. Tienes la sensación de que este es tu sentido y tu misión en la vida. Es para esto que has sido puesto en la tierra para hacer.
En el Tanaj hay muchos llamados de este tipo. Está el llamado que oyó Abraham para dejar a su familia y a su tierra. Asimismo el llamado de Moshé en la zarza ardiente (Ex. 3:4), y el que escuchó Isaías cuando en una imagen mística vio a Dios en el trono rodeado de ángeles:
Entonces oí la voz de Dios diciendo: “A quién enviaré? Quién irá por nosotros?” Y yo dije: “Aquí estoy yo. Mándame a mí!” (Isa. 6:8)
La historia del joven Samuel es una de las más conmovedoras. Él fue dedicado por su madre Hanna a servir en el santuario de Shiló donde hizo de asistente al sacerdote Eli. En su cama, de noche, oyó una voz que pronunciaba su nombre. Supuso que era Eli. Corrió para ver qué quería, pero Eli dijo que no lo había llamado. Esto ocurrió nuevamente y luego una tercera vez, y entonces Eli se dio cuenta de que era Dios el que llamaba al niño. Le dijo a Samuel que la próxima vez que escuchara llamar su nombre, que conteste, “Habla, Señor, pues tu siervo está escuchando”. No se le ocurrió que era Dios que lo estaba convocando a una misión, pero era así. Así comenzó su carrera de profeta, de juez, y de ser el que ungió a los dos primeros reyes de Israel, Saul y David.(1 Sam. 3)
Cuando vemos un mal para corregir, una enfermedad para ser curada, una necesidad para resolver, y tenemos la sensación de que nos habla a nosotros, es cuando nos acercamos lo máximo posible en la era post-profética a escuchar el Vayikrá, el llamado de Dios. Y por qué aparece aquí, al principio del tercer y central libro de la Torá? Porque el libro de Vayikrá trata sobre sacrificios, y la vocación es de sacrificio. Estamos dispuestos a hacer sacrificios cuando sentimos que son parte de la tarea que hemos sido llamados a hacer.
Desde la perspectiva de la eternidad es posible que en ocasiones estemos abrumados por la sensación de nuestra insignificancia. No somos más que una ola en el océano, un grano de arena en la orilla del mar, polvo en la superficie del infinito. Pero estamos aquí porque Dios así lo deseó, porque hay una tarea que quiere que cumplamos. Por lo tanto, la tarea consiste en la búsqueda del sentido.
Cada uno de nosotros es único. Hasta los mellizos genéticamente idénticos son diferentes. Hay cosas que sólo nosotros podemos hacer, nosotros que somos lo que somos, en este lugar y en estas circunstancias. Dios tiene una tarea para cada uno: un trabajo para hacer, bondad para demostrar, un regalo para dar, amor para compartir, soledad para combatir, dolor para aliviar, o vidas quebradas para ayudar a reparar. Discernir cuál es la tarea, escuchar Vayikrá, el llamado de Dios, es uno de los mayores desafíos para cada uno de nosotros.
Cómo sabemos qué es? Hace algunos años, en To Heal a Fractured World (Curar un mundo fracturado), ofrecí esto como guía, y me parece que aún tiene vigencia: cuando lo que queremos hacer coincide con lo que es necesario hacer, es ahí donde Dios quiere que estemos.
(1) Ver Roy F. Baumgartner, Kathleen D. Vohs, Jennifer Aaker y Emily N.Garbinsky, “Algunas diferencias clave entre una vida feliz y una vida con sentido” Journal of Positive Psychology 2013, Vol. 8,Nº 6, pag.505-516.
(2) Emily Smith, “Hay algo más en la vida que ser feliz”, The Atlantic, 9 enero, 2013.