Del dolor a la humildad (Behaaloteja 5782)

Descarga aquí el ensayo en PDF


David Brooks, en su bestseller  The Road to Character (El camino a la personalidad), [1] traza una marcada distinción entre lo que él llama las virtudes acumuladas en la vida (los logros y las habilidades que generan éxitos)  y las virtudes de las elegías, las que se pronuncian en los funerales: las virtudes y fortalezas que  hacen que seas la persona que eres, sin máscaras ni falsas apariencias, la persona íntima que tus amigos y familiares reconocen como verdadera. 

Brooks asocia está distinción con la propuesta por el Rabí Joseph Soloveitchik en su famoso ensayo The Lonely Man of Faith [2] (El solitario hombre de fe). El texto habla de “Adán I” – el ser humano creador, constructor, amo de la naturaleza que impone su voluntad sobre el mundo;  y “Adán II” la persona del pacto que vive obedeciendo la verdad trascendental, guiada por un sentido del deber y la verdad y con voluntad de servir.

Adán I busca el éxito. Adán II, la caridad, el amor y la redención. Adán I vive según la lógica de la economía, la búsqueda del propio interés y el máximo provecho.

Adán II vive según una  lógica muy diferente de la moralidad, en la que  dar significa más que recibir, y conquistar el deseo, más importante que satisfacerlo. En el mundo moral, el éxito, cuando conlleva al  orgullo, se transforma en fracaso. El fracaso, cuando conlleva  a la humildad, puede ser un éxito.  

En ese ensayo, originalmente publicado en 1965, Rab Soloveitchik se pregunta si Adán II tiene un lugar en la Norteamérica de su tiempo, tan dispuesta a celebrar el poderío del ser humano y el avance económico. Cincuenta años más tarde, Brooks replantea esa duda. “Vivimos,” dice, “en una sociedad que nos estimula a pensar en cómo lograr una carrera exitosa pero que nos deja desarticulados en cuanto a cultivar nuestra vida interior”. [3]

Ese es el tema central de Behaaloteja. Hasta ahora hemos visto al Moshé externo, el hacedor de milagros, vocero de la Palabra Divina, sin temor de confrontar al Faraón y a su propio pueblo; el hombre que quebró las Tablas grabadas por Dios mismo, y que lo desafió a que perdone a su pueblo, “ y si no, bórrame del libro que Tú has escrito” (Éxodo 32: 32). Este es el Moshé público, la figura de fortaleza extrema. En la terminología de Soloveitchik, sería Moshé I.

En Behaloteja vemos a Moshé II, el hombre solitario de la fe. Es una visión muy diferente. En la primera escena lo vemos desfallecer. El pueblo se está quejando nuevamente por la comida. Tiene maná, pero no carne. Cae en una falsa nostalgia:

“¡Cómo recordamos los peces que comíamos gratuitamente en Egipto! Y los pepinos, melones, coles, cebollas y ajo!” (Números 11: 5)

Este acto de ingratitud es demasiado para Moshé, que expresa su profunda desesperanza: 

“¿Por qué has traído todos estos problemas a Tu servidor? ¡Por qué no he hallado favor en Tus ojos, que estás colocando todo el peso de este pueblo sobre mí! ¿He sido yo el que concibió a este pueblo o les di la vida, que Tú me dices que los cargue sobre mi falda como una niñera lleva a un niño…? ¡Yo no puedo cargar con toda esta nación! ¡El peso es demasiado para mí! Si esta es la forma en que Tú me tratarás, ¿por favor mátame ahora si he hallado favor en Tus ojos, porque no puedo tolerar ver toda esta miseria!” (Números 11: 11-15)

Entonces sobreviene la gran transformación. Dios le dice que nombre setenta ancianos que soportarán el peso junto a él. Dios toma el espíritu de Moshé y lo extiende a los setenta ancianos. Dos de ellos, Eldad y Medad, de entre los seis elegidos de cada tribu pero que quedaron excluidos del cómputo final, comenzaron a profetizar dentro del campamento. Ellos también captaron el espíritu de Moshé. Ieoshúa teme que esto pueda  llevar a que ellos desafíen el liderazgo de Moshé y le pide a Moshé que los detenga. Moshé responde con una generosidad inigualable:

“¿Estás celoso por mí? Sería bueno que todos los del pueblo de Dios fueran profetas y que Él colocara Su espíritu sobre cada uno de ellos.” (Números 11: 29)

El simple hecho de que ahora Moshé sabía que no estaba solo y viendo que los setenta ancianos compartían su espíritu, lo cura de su depresión y ahora transmite una gentil y generosa confianza que es inesperada y conmovedora.

En el tercer acto vemos finalmente hacia dónde nos lleva este drama. Ahora sus propios hermanos, Aarón y Miriam, comienzan a enfrentarlo. El motivo de su queja (la “mujer etíope” que él tomó como esposa) no está claro y existen muchas interpretaciones. El tema para Moshé, sin embargo, es un momento de “¿et tu, Brutus?”, ha sido traicionado, o por lo menos difamado, por  las personas más cercanas a él. Sin embargo, a Moshé no le afectó, y es aquí donde la Torá hace su gran declaración:

«He aquí que el hombre, Moshé, era muy humilde, más que cualquier otra persona sobre la faz de la tierra.” (Números 12: 3)

Esta es una novedad histórica. La idea de que en el mundo antiguo la virtud más elevada de un líder sea la humildad debe haber resultado absurda, casi contradictoria. Los líderes eran orgullosos, magníficos, distinguibles por su vestimenta, su apariencia y sus modalidades monárquicas. Se hacían construir templos en su honor e inscripciones triunfales para la posteridad. Su rol no era el de servir, sino el de ser servido. Todos los demás debían ser humildes, salvo ellos. Humildad y majestad no podían coexistir.

En el judaísmo, toda esta configuración fue revertida. Los líderes estaban para servir, no para ser servidos. El título más elevado de Moshé fue ser llamado Ever Hashem, servidor de Dios. Solo otra persona, Ioshua, su sucesor, mereció en el Tanaj tal honor. El simbolismo arquitectónico de los dos grandes imperios de la época, el mesopotámico con el zigurat (la “torre de Babel”) y las pirámides de los egipcios, representan visualmente el orden jerárquico de esas sociedades: amplios en la base y estrechos en la cima. El símbolo del judaísmo, la menorá, era lo opuesto: ancho en la parte superior y angosto en la base, como diciendo que en el judaísmo el líder sirve a su pueblo y no a la inversa. La respuesta de Moshe, al llamado de Dios en la zarza ardiente fue humilde: “¿Quién soy yo para ser el conductor?” (Éxodo 3: 11) Fue precisamente esa virtud de la humildad la que lo calificó para la conducción.

En Behaaloteja se registra el proceso psicológico a través del cual Moshé adquiere un nivel aún más profundo de humildad. Bajo la presión de las permanentes actitudes recalcitrantes de Israel, Moshé se vuelve hacia sí mismo. Escuchemos nuevamente lo que dice: “¿Por qué has traído todos estos problemas a tu servidor?… ¿Fui yo el que concibió a este pueblo?… ¿Yo les di a luz?… ¿Dónde puedo conseguir carne para esta gente? Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, el peso es demasiado para mí”. Las palabras en cuestión aquí son “yo”, “yo solo” y “para mí”. Moshé ha recaído en la primera persona del singular. Ve el comportamiento de los israelitas como un desafío a su persona, no a Dios. Dios debe recordarle, “¿Es el brazo del Señor demasiado corto?” No se trata de Moshe todo esto, sino de lo que él representa.

Moshé ha estado , durante mucho tiempo, solo. No es que necesitara ayuda de otros para suministrarle alimento al pueblo. Eso es algo que Dios podía hacer sin necesidad de intervención humana. Es que necesitaba el acompañamiento de otros para terminar con el casi insoportable aislamiento. Como he señalado anteriormente, la Torá sólo emplea en dos instancias la frase lo tov, “no bueno”, la primera cuando al comienzo de la historia humana Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo,” (Génesis 2: 8) y la segunda cuando Ytró ve a Moshé liderando en soledad y dice: ”Lo que tú estás haciendo no es bueno” (Éxodo 18:7). No se puede vivir en soledad. No se puede liderar en soledad.

Apenas vio Moshé que los setenta ancianos compartían su espíritu, su depresión desaparece. Puede decirle a Ioshua: “¿Estás celoso por mí?” Y no le perturban las quejas de su hermano y hermana, rogando a Dios por ella cuando es castigada con la lepra. Ha recuperado su humildad.

Ahora comprendemos lo que es la humildad. No es una autodenigración, frase atribuida con frecuencia a C.S.Lewis que lo expresa mejor: la humildad no consiste en considerarse menos. Es pensar menos en uno mismo.

La verdadera humildad significa silenciar el “Yo”. Para los seres genuinamente humildes, es Dios y el otro los que realmente cuentan, no yo. Como se dijo de un gran líder religioso “Fue un hombre que tomó tan en serio a Dios que no tuvo que tomarse en serio a sí mismo para nada”.

Rabí Iojanan dijo: “Donde quiera que halles la grandeza del Santo, bendito sea, allí encontrarás Su humildad” (Meguilá 31a). Grandeza es humildad, para Dios y para los que transitan Su camino. Es también la fuente primaria de fortaleza, porque si no pensamos en el “Yo”, podremos no resultar lastimados por los que nos critican o denigran. Están tirando a un blanco que ya no existe.

Lo que nos está diciendo Behaaloteja por medio de estas tres escenas de la vida de Moshé es que a veces logramos la humildad solo después de una crisis psicológica. Fue solo después de que Moshé sufrió su crisis y rogó morir que escuchamos las palabras “El hombre, Moshé, era muy humilde, más que cualquier otra persona en la tierra”. Sufrir el quiebre del caparazón del ser nos permite darnos cuenta de que lo que importa no es la autoestima sino lo que nos convoca a un esquema mucho más grande que nosotros mismos. Lehavdil,(dejando de lado las obvias diferencias) Brooks nos recuerda que Abraham Lincoln, que sufría de depresión, salió de la crisis de la guerra civil con el sentimiento de que “La providencia ha asumido el control de su vida, que él era un pequeño instrumento en una tarea trascendental”. [4]

La respuesta correcta al dolor existencial, dice Brooks, no es el placer sino la santidad, que para él significa “ver el dolor como parte de la narrativa moral y tratar de redimir algo malo transformándolo en algo sagrado, un acto de servicio sacrificial que coloca a uno en modo fraternal con la comunidad más amplia y sus demandas morales eternas”. Esto, para mí, fue lo realizado por los padres de los tres adolescentes asesinados en el verano de 2014, que en respuesta a su pérdida crearon una serie de distinciones para aquellas personas que más trabajaron para la unidad del pueblo judío,  sacando su dolor  hacia afuera, y utilizándolo para sanar otras heridas de la nación.

Crisis, fracaso, pérdida o dolor pueden movernos de Adán I a  Adán II, de estar orientado a uno mismo a estar dirigido al otro, y de la vulnerabilidad del “Yo” a la humildad que recuerda que “no eres el centro del universo,” sino, más bien un  “servidor de un orden superior.”[5]

Los que poseen humildad están abiertos a cosas más grandes que ellos mismos, mientras que los que carecen de ella no lo estarán. Es por eso que éstos te hacen sentir más pequeño, mientras que los que sí la tienen, te hacen sentir lo contrario. Su humildad inspira grandeza en los demás.


  1. ¿Las “virtudes acumuladas” son importantes, o debemos trabajar solamente sobre las “virtudes de elegías”?
  2. ¿Por qué es importante entender que la humildad consiste en “pensar menos en nosotros mismos”?
  3. ¿Por qué los momentos de crisis y de dolor muchas veces llevan al crecimiento personal y a la humildad? ¿Dónde vemos esto en la vida de Moshé?

  1.  David Brooks, The Road to Character, Random House, 2015.
  2.  Rabbi Joseph Soloveitchik, The Lonely Man of Faith, Doubleday, 1992.
  3.  David Brooks, The Road to Character, xiii.
  4.  Ibid., 93.
  5.  Brooks, ibid., p. 261.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Michelle Lahan