La estructura de la buena sociedad (Itró 5782)

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En la Cámara Alta del parlamento británico hay una habitación especial destinada, entre otras cosas, a vestir a los nuevos parlamentarios antes de su introducción en la Casa. Cuando mi antecesor, Lord Jakobovits fue nombrado, el asistente encargado de vestirlo comentó que él fue el primer rabino honrado por esa Cámara. A lo cual Lord Jakobovits contestó: “No, yo soy el segundo.” “¿Y quién fue el primero?” preguntó el sorprendido funcionario. La cámara es conocida como la Habitación de Moshé, debido a un enorme mural que domina el lugar. En él se ve a Moshé descendiendo del Monte Sinaí con los Diez Mandamientos. Lord Jakobovits señalando al mural comentó que fue Moshé el primer rabino en ser honrado por la Cámara de los Lores. 

Los Diez Mandamientos que aparecen en la parashá de esta semana han tenido un lugar amplio y extendido, no solo en el judaísmo, sino también en la configuración de valores que denominamos la ética judeo-cristiana. En los Estados Unidos se los ve frecuentemente adornando las cortes judiciales aunque su presencia ha sido cuestionada, a veces con éxito, sobre la base de que vulneran la Primera Enmienda que proclama la separación de la Iglesia del Estado. Sigue siendo la expresión suprema de la ley más elevada a la que está sujeta toda legislación humana. 

También dentro del judaísmo siempre han tenido un lugar especial. En la época del Segundo Templo eran recitados diariamente como parte de la Shemá que tenía entonces cuatro párrafos en lugar de tres.[1] Fue solamente cuando los sectarios comenzaron a plantear que sólo éstos y no los otros 603 preceptos procedían directamente de Dios, que ese recitado fue eliminado.[2]

El texto, sin embargo, mantuvo su lugar en la mente judía. Aunque fueron separados de los rezos comunitarios diarios, fueron preservados en el libro de rezos para una meditación privada, a ser recitados una vez concluido el servicio formal. En la mayoría de las congregaciones, las personas se ponen de pie cuando se lee esa parte de la Torá pese a que Maimónides se declaró específicamente en contra de esa práctica.[3]

Sin embargo su originalidad no es evidente de por sí. Como principios morales,no eran especialmente novedosos. Casi todas las sociedades tuvieron leyes contra el asesinato, el robo y el falso testimonio. Tienen cierta originalidad en el sentido de que son apodícticas, o sea simples declaraciones: “No harás…” a diferencia de la forma casuística: “Si… entonces…” Pero se trata de solamente diez de la serie mucho más amplia de 613 preceptos. Tampoco están descritas en la Torá en sí como “Diez Mandamientos.” La Torá los llama asseret ha-devarim, o sea “diez expresiones.” De ahí la traducción griega de decálogo, o sea “diez palabras.”

Lo que hace que sean especiales es que son simples y fáciles de memorizar.Eso se debe a que en el judaísmo la ley no está destinada solo a los jueces. El pacto del Sinaí, al alojar profundamente la igualdad en el corazón de la Torá, fue hecha no como otros pactos del mundo antiguo, o sea, entre reyes. El pacto del Sinaí fue hecho entre Dios y todo el pueblo. De ahí la necesidad de enunciaciones simples de los principios básicos para que todos los puedan recordar y reproducir. 

Aún más que esto, establecieron para todos los tiempos los parámetros – casi podríamos llamarla la cultura corporativa – de la existencia judía. Para comprenderlo mejor, vale la pena reflexionar sobre su estructura básica. Había una discrepancia central entre Maimónides y Najmánides sobre la primera frase: “Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de Egipto, la tierra de la esclavitud.” Maimónides, siguiendo la línea del Talmud, sostenía que este era en sí un mandamiento: creer en Dios. Najmánides, sin embargo, decía que no era en absoluto tal cosa, sino el prólogo de los demás mandamientos.[4] La investigación actual de los pactos del Oriente Próximo tienden a confirmar la versión de Najmánides. 

La otra cuestión fundamental es cómo dividirlos. La mayoría de los estudios de los Diez Mandamientos los divide en dos, por las “dos tablas de piedra” (Deuteronomio 4: 13) sobre las cuales fueron grabadas. A grandes rasgos, los primeros cinco se refieren a la relación entre los seres humanos y Dios; los otros cinco, a las relaciones de los humanos entre sí. Existe sin embargo, otra manera de pensar las estructuras numéricas de la Torá. 

Los siete días de la creación, por ejemplo, son estructuras de dos series de tres seguidas por una séptima que los engloba. Durante los primeros tres días Dios separa los dominios: luz y oscuridad, aguas superiores e inferiores, mar y tierra. En los segundos tres días, pobló cada una de las áreas con los elementos adecuados: el sol y la luna, las aves y peces, los animales y el hombre. El séptimo día se diferenció de los demás por ser sagrado. 

De la misma forma, las plagas de Egipto constan de tres series de tres seguidas por una décima, separada. En cada ciclo de tres, las primeras dos estaban precedidas por una advertencia y la tercera no. En la primera de las series, el Faraón fue advertido por la mañana (Éxodo 7: 16; 8: 17; 9: 13). En la segunda Moshé debía “pararse frente al Faraón” en el palacio (Éxodo 7: 26; 9: 1; 10: 1), y así sucesivamente. La décima plaga, a diferencia de las anteriores, fue anunciada en el mismo momento de ocurrido (Éxodo 4:23). Era más un castigo que una plaga. 

De la misma forma, yo creo que los Diez Mandamientos están estructurados en tres grupos de tres, con el décimo separado de los demás. Al comprender esto, podemos ver que forman la estructura básica, la gramática profunda de Israel como sociedad ligada por el pacto con Dios como “un reino de sacerdotes y una nación santa.” (Éxodo 19:6) 

Las primeras tres – ningún otro Dios salvo Yo, la prohibición de imágenes grabadas, no tomar el nombre de Dios en vano – definen al pueblo judío como “una nación bajo el imperio de Dios.” Dios es el soberano ulterior. Por lo tanto, toda otra ley terrena está sujeta a los imperativos abarcadores que ligan a Israel con Dios. La soberanía Divina trasciende a toda otra lealtad (ningún otro dios aparte de Mí). Dios es una fuerza viviente, no un poder abstracto (prohibición de imágenes). Y la soberanía presupone reverencia (no tomes Mi nombre en vano). 

Los primeros tres mandamientos a través de los cuales el pueblo declara su obediencia y lealtad a Dios por sobre todo lo demás, establece el principio singular más importante de la sociedad libre, los límites morales al poder. Sin esto, el peligro aun en democracia, es la tiranía de la mayoría, contra la cual la mejor defensa es la soberanía de Dios. 

Los segundos tres mandamientos – el Shabat, honrar a los padres y la prohibición de asesinar – corresponden todos al principio de la creación de la vida. Establecen los límites de la idea de la autonomía, o sea, ser libres de hacer lo que queramos mientras no dañe a los demás. El Shabat es el día dedicado a ver a Dios como creador y al universo como Su creación. Por tal motivo, uno de cada siete días todas las jerarquías están suspendidas, y todos, amo, esclavo, empleador, empleado y aún los animales domésticos, son libres. 

Honrar a los padres es reconocer la creación humana. Nos dice que no todo lo que importa es el resultado de nuestra elección, especialmente el hecho de la realidad de nuestra existencia. Las elecciones de otras personas importan, no solo la nuestra. “No asesinarás” reestablece el principio central del pacto Noájico, que el asesinato no solo es un crimen contra el hombre sino un pecado contra Dios a cuya imagen fuimos crerados. Por lo tanto los mandamientos 4 a 7 constituyen los principios básicos de jurisprudencia de la vida judía. Nos dicen que recordemos de dónde venimos y que tengamos en cuenta de qué manera vivir. 

Los siguientes tres – contra el adulterio, el robo y falso testimonio – establecen las instituciones básicas sobre las cuales depende la sociedad. El matrimonio es sagrado porque es la unión humana más cercana al pacto entre Dios y nosotros. No solo constituye la institución humana por excelencia que depende de la lealtad y la fidelidad.También es la matriz de una sociedad libre. Alexis de Tocqueville lo dijo bien: “Mientras el sentimiento de la familia permanezca vivo, la oposición a la opresión nunca está sola.”[5] 

La prohibición del robo establece la integridad de la propiedad privada. Mientras que Jefferson definió como derechos inalienables “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad,” John Locke, más cercano al espíritu de la Biblia Hebrea lo vio como “vida, libertad o posesión.”[6] Los tiranos abusan de los derechos de propiedad del pueblo, y la agresión de la esclavitud contra la dignidad humana es que me depriva de la posesión de la riqueza que yo genero. 

La prohibición de falso testimonio es una precondición de la justicia. Una sociedad justa necesita más que una estructura de cortes, leyes y organizaciones que las hagan cumplir. Como dijo el juez Learned Hand “La libertad vive en el corazón de hombres y mujeres; cuando muere, no hay constitución, ley ni corte que la pueda salvar; ninguna constitución, corte o ley puede hacer gran cosa para salvarla.”[7] No hay libertad sin justicia, pero no hay justicia si cada uno de nosotros no asume la responsabilidad individual y colectiva de “decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.” 

Finalmente está la prohibición aislada contra la envidia de tu prójimo: su casa, su esposa, su esclavo, su siervo, su buey, su asno o cualquier cosa que le pertenezca. Esto parecería extraño si pensamos en las “diez palabras” como mandamientos, pero no si los consideramos como principios básicos de una sociedad libre. El mayor desafío de cualquier sociedad es cómo contener el fenómeno universal e inevitable de la envidia: el deseo de tener lo que le pertenece al otro. La envidia yace en el corazón de la violencia.[8] Fue la envidia la que impulsó a Caín a asesinar a Abel, la que hizo que Abraham e Ytzjak temieran por sus vidas por haberse casado con mujeres hermosas, la que llevó a los hermanos de Iosef a venderlo como esclavo. Es la envidia la que lleva al adulterio, al robo y al falso testimonio, y fue la envidia de los pueblos vecinos lo que llevó a los israelitas abandonar reiteradas veces a Dios en búsqueda de las prácticas paganas de la época. 

La envidia es la incapacidad de comprender el principio de la creación desarrollado en Génesis 1, que todo tiene su lugar en el esquema de las cosas. Cada uno de nosotros tiene su propia tarea, nuestras propias bendiciones, y somos queridos y valorados por Dios. Vive bajo estas verdades y habrá orden. Abandónalas y habrá caos. Nada es más destructivo y sin sentido que permitir que la alegría de otro disminuya la tuya, que es lo que es y hace la envidia. El antídoto contra la envidia como notoriamente remarcó Ben Zoma es “gozar de lo propio,” (Mishná Avot 4: 1) no preocuparse por lo que no tenemos aún. Las sociedades de consumo están construidas sobre la creación e intensificación de la envidia, que es el motivo qué lleva a que las personas tengan más y disfruten menos. 

Treinta y tres siglos después de haber sido entregados, los Diez Mandamientos siguen siendo la guía más simple y más corta para la creación y el mantenimiento de una buena sociedad. Muchas alternativas han sido intentadas, y la mayoría han terminado en lágrimas. El aforismo sabio sigue siendo veraz: Cuando todo lo demás falla, lee las instrucciones.


  1. ¿Por qué los Diez Mandamientos se han convertido en algo tan importante en el judaísmo? 
  2. ¿Puedes encontrar cualquier otro tema que una los preceptos en los Diez Mandamientos? 
  3. ¿Por qué piensas que para Rabbi Sacks la envidia es un ‘meta mandamiento’ separado de los demás?

  1.  Ver Mishná Tamid 5:1, Berajot 12a
  2. No sabemos quienes eran los sectarios, podrían ser cristianos tempranos. El argumento es que sólo fueron escuchados directamente de Dios por los Israelitas. Los mandamientos restantes fueron dados en forma indirecta, a través de Moshé. (Ver Rashi a Berajot 12a)
  3.  Maimonides, Responsa, Blau Edition, Jerusalem: Mekitzei Nirdamim, 1960, no. 263.
  4.  Maimonides, Sefer ha-Mitzvot, positive command 1; Nahmanides, Glosses ad loc.
  5. Alexis de Tocqueville, Democracy in America, abridged with an introduction by Thomas Bender (New York: Vintage Books, 1954), I:340.
  6.  The Two Treatises of Civil Government (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), p. 136.
  7. Learned Hand, “The Spirit of Liberty,” “‘I Am an American’ Day” ceremony (Central Park, New York City, May 21, 1944)
  8. El mejor libro sobre este tema es Envy,  A Theory of Social Behaviour de Helmut Schoeck, New York: Harcourt, Brace & World, 1969.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin